http://mihombre-2.blogspot.com/
ESTA ES LA NUEVA PAG ... PASENSE Y SIGAN LA PAG ... ADIOS MI NIÑAS :))
lunes, 4 de mayo de 2015
CAPITULOS 37 Y 38
ESTOS SON LOS CAPITULOS FINALES ... ENSEGUIDA LES AGREGO EL NUEVO DEL SEGUNDO LIBRO ... LEAN :)) 4 O MAS Y YA AGREGO MAÑANA EN LA SEGUNDA ... ADIOS :))
CAPITULO 37.-
Cruzo la puerta principal
de casa de Kate y subo la escalera hasta el
apartamento como una
zombi.
Bendita sea Kate. No hace
el menor intento por sonsacarme
información. Me deja
tirarme en el sofá hecha un mar de lágrimas y me
trae una taza de té.
Abro los ojos del susto
cuando oigo que la puerta principal se cierra
de un portazo. Kate corre
a la barandilla.
—Es Georg —me tranquiliza
al volver al salón.
—¿Tiene llave? —pregunto.
Kate se encoge de
hombros, pero esta pequeña noticia me hace sonreír
para mis adentros. ¿Se la
quitará en vista de los últimos acontecimientos?
Suena mi móvil y rechazo
la llamada... otra vez.
Georg aparece en el
salón, tan nervioso como lo estaba en La Mansión.
Las dos observamos su
interpretación de un espectador de un partido de
tenis. Su mirada salta de
Kate a mí unas cuantas veces.
Se acerca a mi amiga y la
saca del salón casi a rastras agarrándola por
el codo.
—Tenemos que hablar —la
apremia. Estiro el cuello y veo que
prácticamente la arroja
al interior de su dormitorio y cierra de un portazo.
Yo estoy tumbada en el
sofá, con la taza de té apoyada en el estómago
y los ojos cerrados, pero
vuelvo a abrirlos muy pronto. Tengo las imágenes
de Tom grabadas en mi
mente y, con los ojos cerrados, sin ninguna otra
distracción visual, las
veo aún con más claridad. No voy a ser capaz de
volver a dormir nunca
más.
El móvil vuelve a sonar.
Lo cojo y le doy con fuerza al botón de
rechazar, sin dejar de
mirar al techo de escayola del salón.
Nunca he sentido un dolor
así. Es insoportable y no tiene alivio. ¿Es el
dueño de un club de sexo?
¿Por qué? ¿Por qué no podía ser banquero o
asesor financiero? O...
el dueño de un hotel. Sabía que algo no cuadraba,
que había algo peligroso.
¿Por qué no me paré a pensar en ello? Sé
exactamente por qué:
porque no se me permitió, porque no se me dio la
oportunidad.
Me incorporo cuando oigo
los gritos agudos de Kate en el descansillo,
seguidos de los tonos
apaciguadores de Georg, que está intentando calmarla.
Mi amiga sale zumbando de
su habitación con Georg detrás. Intenta
detenerla.
—Quítame las manos de
encima, Jorge. Tiene que saberlo.
—Espera... Kate...
¡Aaaaayyyy! ¿Por qué coño has hecho eso?
Kate aparta la rodilla de
la entrepierna de Georg y lo deja hecho un
ovillo en el suelo. Entra
en el salón y se me queda mirando con sus ojos
azules.
—¿Qué? —pregunto con
recelo. ¿Qué tengo que saber?
Lanza una mirada de odio
a Georg cuando éste entra agarrándose la
entrepierna. Me pregunto
por qué Georg parece tan arrepentido cuando es
Kate la que acaba de
pegarle un rodillazo en los huevos. Ella señala una
silla con muy malas
maneras para ordenarle en silencio que se siente.
Georg cojea hasta llegar
al asiento y se acomoda con un silbido de dolor.
—____, Tom viene de
camino —me dice Kate con calma. No sé por
qué ha elegido ese tono.
A mí no me calma en absoluto.
Trago saliva y miro a
Georg, que esquiva mi mirada sentado en la silla.
¿Él no quería decírmelo?
He sido una imbécil al pensar que Tom iba a
ponérmelo fácil.
—¡Tengo que irme! —aúllo
cuando mi maldito móvil empieza a
sonar otra vez—. ¡Que te
jodan! —le grito al puñetero trasto.
—Llévatela. —Kate se vuelve
hacia Georg—. No está en condiciones
de conducir.
—Ah, no. De eso nada.
—Levanta las manos y sacude la cabeza—.
Tengo aprecio a mi vida.
Además, necesito hablar contigo.
Todos damos un salto al
oír un golpe familiar en la puerta. Tengo el
corazón en la garganta y
miro a Kate. Georg gime, y no por el dolor que le ha
causado el rodillazo.
—Cerdo chaquetero
—masculla Kate con enfado. Tiene clavada en
Georg una mirada azul y
dura como el acero.
—¡Oye, que yo no le he
dicho nada! —Está muy a la defensiva—. No
hace falta ser un genio
para imaginarse dónde está ____.
—No le abras, Kate —le
suplico.
Una combinación de
distintos golpes llega desde la puerta principal.
Dios, no quiero verlo.
Mis defensas no están lo bastante fuertes ahora
mismo. Salto al oír otra serie
de golpes, seguidos de un coro de bocinazos
que proceden de todas
partes.
—¡Por el amor de Dios!
—grita Kate, que echa a correr hacia la
ventana—. Mierda. —Sube
la persiana y pega la cara al cristal.
—¿Qué? —Me sitúo junto a
ella. Sé que es él, pero ¿a qué viene tanto
follón?
—¡Mira! —grita Kate al
tiempo que señala la calle.
Me obligo a mirar hacia
donde ella indica y veo el coche de Tom
abandonado en mitad de la
calzada, la puerta del conductor abierta y una
cola de coches que no
para de crecer detrás de él. Los conductores se ponen
de mala leche y hacen
sonar las bocinas para protestar. Se oye
perfectamente desde aquí.
—¡_____! —grita desde
abajo. Golpea la puerta unas cuantas veces
más.
—¡Joder, _____! —gruñe
Kate—. ¡Ese hombre es como un detonador
con patas y tú acabas de
apretar el botón! —Se va del salón.
Corro tras ella.
—Yo no he apretado nada,
Kate. ¡No abras la puerta!
Me inclino sobre la
barandilla y veo a mi amiga correr escaleras abajo
hacia la puerta
principal.
—No puedo dejarlo ahí
fuera provocando el caos en plena calle.
Me entra el pánico y
regreso corriendo al salón. Paso junto a Georg, que
sigue sentado en la silla
frotándose la entrepierna dolorida y murmurando
cosas ininteligibles.
—¿Por qué no se lo
dijiste a Kate? —le pregunto cabreada de camino
a la ventana.
—Lo siento, _____.
—A la que tienes que
pedirle perdón es a Kate, no a mí.
Me vuelvo y no hay ni
rastro del chico picarón y divertido al que le
había cogido tanto
cariño. Sólo veo a un hombre tenso, incómodo y tímido.
—Le he pedido perdón. No
podía contárselo hasta que Tom te lo
contara a ti. Deberías
saber que esto lo ha estado consumiendo desde que te
conoció.
Me río ante el intento de
Georg por defender a su amigo y miro de
nuevo por la ventana. Tom
sigue caminando arriba y abajo ahí fuera,
desesperado, apretando
los botones del móvil como un loco. Sé a quién
está llamando. Tal y como
suponía, mi teléfono empieza a gritar en mi
mano. ¿Debería contestar
y decirle que se esfume? Observo la calle y me
entra el pánico cuando el
conductor de uno de los coches retenidos echa a
andar hacia Tom. Ay,
señor... ¡No te enfrentes a él!
Kate sale y mueve los
brazos para llamar la atención de Tom, que
ignora al conductor para
centrarse en ella. Él hace gestos apremiantes con
las manos. ¿Qué le estará
diciendo? ¿Qué le estará diciendo Kate? Al cabo
de pocos minutos, Tom
vuelve al coche. Siento que el alivio me inunda de
la cabeza a los pies,
pero sólo lo mueve un poco, lo justo para aparcarlo de
un modo un poco más
considerado hacia los demás conductores que
necesiten pasar.
—¡Por Dios, Kate! ¿Qué
has hecho? —grito por la ventana.
—¿Qué ocurre? —pregunta
Georg desde la silla. No le contesto.
De pie, incapaz de
moverme, observo que Tom se apoya en mi coche
con la cabeza hundida en
señal de derrota y los brazos colgando a los lados.
Kate se abraza a sí misma
delante de él. Incluso desde aquí distingo la
angustia en su rostro. Mi
amiga se acerca y le pasa la mano arriba y abajo
por el brazo. Lo está
consolando. Me está matando.
Paso una eternidad observándolos
en la calle. Kate vuelve al
apartamento, pero me quedo
horrorizada al ver que Tom la sigue y ella no
intenta detenerlo.
—¡Mierda! ¡No! —exclamo,
y me llevo las manos a la cabeza,
aterrorizada. Pero ¿qué
le pasa a Kate?
—¿Qué? —pregunta Georg nervioso—.
______, ¿qué pasa?
Sopeso mis opciones a
toda velocidad. No tardo mucho porque no
tengo muchas. Lo único
que puedo hacer es quedarme aquí y esperar la
confrontación. Sólo hay
una puerta de entrada y salida en este apartamento
y, con Tom a punto de
entrar, mis planes para escapar de la discusión se
han ido al garete.
Kate entra en el salón,
más bien avergonzada. Estoy furiosa con ella y
lo sabe. Le lanzo una
mirada de desprecio absoluto y ella me sonríe
nerviosa.
—Sólo deja que se
explique, _____. Está hecho polvo. —Sacude la
cabeza con expresión de
lástima, pero luego mira a Georg y le cambia la cara
al instante—. ¡Tú! ¡A la
cocina!
Georg da un respingo.
—¡No puedo moverme, zorra
malvada! —Se frota la entrepierna otra
vez y apoya la cabeza en
el respaldo de la silla. Kate resopla y lo levanta de
la silla de un tirón. Él
gime, cierra los ojos y cojea camino de la cocina.
Kate es increíble. ¡Zorra
traidora! Sale del salón y me mira con todo
el cariño del mundo. No
tendría que lamentarse tanto si no lo hubiera
dejado entrar, la muy,
muy idiota. Me pongo de cara a la ventana antes de
que entre Tom. No puedo
mirarlo. Me disolvería en un mar de lágrimas y
no quiero que tenga
excusa alguna para consolarme o arroparme con sus
brazos fuertes y cálidos.
Me preparo para soportar el efecto de su voz en
mí, todos mis músculos y
mis terminaciones nerviosas se ponen en tensión.
No oigo nada, pero se me
ponen los pelos como escarpias y sé que está
aquí. Mi cuerpo responde
a su poderosa presencia y yo cierro los ojos,
respiro hondo y rezo para
reunir fuerzas.
—______, por favor,
mírame. —Le tiembla la voz, llena de emoción.
Me trago el nudo que
tengo en la garganta, que es del tamaño de una
pelota de tenis. Lucho
por contener el mar de lágrimas que se me acumula
en los ojos.
—_____, por favor. —Me
roza la parte de atrás del brazo con la mano.
Me tenso y lo aparto.
—No me toques. —Encuentro
el valor que necesito para darme la
vuelta y mirarlo.
Tiene la cabeza agachada
y los hombros caídos. Da pena, pero no debo
dejar que su lastimero
estado me afecte. Ya ha influido en mí bastante a
base de manipularme y
esto... esto es sólo otra forma de manipulación... al
estilo de Tom. Estaba tan
cegada por el deseo que no veía con claridad.
Levanta la mirada del
suelo para fijarla en la mía.
—¿Por qué me llevaste
allí? —pregunto.
—Porque te quiero a mi
lado a todas horas. No puedo estar lejos de ti.
—Pues ve acostumbrándote,
porque no quiero volver a verte. —Mi
voz es tranquila y
controlada, pero el dolor que me atraviesa el corazón
como respuesta a lo que
acabo de decir me deja muda al instante.
Sus ojos vacilan buscando
los míos.
—No lo dices en serio. Sé
que no lo dices en serio.
—Lo digo en serio.
Su pecho se hincha con
cada inhalación profunda, está despeinado y la
arruga de su frente es un
cráter. La ansiedad que refleja su rostro es como
una lanza de hielo que se
me clava en el corazón.
—Nunca he querido hacerte
daño —susurra.
—Pues me lo has hecho. Me
has puesto la vida patas arriba y me has
pisoteado el corazón. He
intentado huir. Sabía que ocultabas algo. ¿Por qué
no me has dejado marchar?
Me flaquea la voz cuando
los cristales que tengo en la garganta
empiezan a ganar la
batalla y las lágrimas asoman a mis ojos. Mierda,
debería haber hecho caso
a mi instinto.
Empieza a morderse el
labio inferior.
—Nunca quisiste huir de
verdad. —Su voz es apenas audible.
—¡Claro que sí! —le
espeto—. Me resistí. Sabía que me estaba
metiendo en la boca del
lobo, pero tú no cejaste en tu empeño. ¿Qué te
pasó? ¿Te quedaste sin
mujeres casadas a las que follarte?
Niega con la cabeza.
—No, te conocí a ti.
Da un paso adelante y me
aparto de él.
—Fuera —digo con calma.
Estoy temblando y me cuesta respirar, lo
que demuestra que estoy
cualquier cosa menos tranquila. Avanzo con
decisión hacia la puerta
y le doy un empujón en el hombro cuando paso
junto a él.
—No puedo. Te necesito,
_____. —Su tono de súplica me perseguirá
mientras viva.
Me vuelvo violentamente.
—¡No me necesitas! —Lucho
por mantener firme la voz—. Tú me
deseas. Dios, eres un
dominante, ¿verdad?
Las imágenes de nuestros
encuentros sexuales me pasan por la cabeza
a doscientos kilómetros
por hora. Es toda una fiera en la cama y fuera de
ella.
—¡No!
—Entonces ¿a qué viene el
rollo del control? ¿Y el dominio y las
órdenes?
—El sexo es sólo sexo. No
puedo acercarme lo suficiente a ti. Lo del
control es porque me da
un miedo atroz que te pase algo... Que te aparten
de mi lado. Te he esperado
durante demasiado tiempo, _____. Haría
cualquier cosa con tal de
mantenerte a salvo. He llevado una vida sin
control y sin
preocupaciones. Créeme, te necesito... por favor... por favor,
no me dejes. —Camina
hacia mí, pero doy un paso atrás y combato el
impulso de dejar que me
abrace. Se detiene—. No lo superaré nunca.
¿Qué? ¡No! No puedo
creerme que sea tan cruel como para recurrir al
chantaje emocional.
—¿Crees que a mí va a
resultarme fácil? —le grito. Las lágrimas
comienzan a rodar por mis
mejillas.
Lo poco que le quedaba de
color en la cara desaparece ante mis ojos.
Agacha la cabeza. No hay
vuelta atrás. ¿Qué va a decir? Sabe lo que me ha
hecho. Ha hecho que lo
necesite.
—Si pudiera cambiar el
modo en que he llevado las cosas, lo haría —
susurra.
—Pero no puedes. El daño
ya está hecho. —Mi voz rebosa desprecio.
Me mira.
—El daño será mayor si me
dejas.
«Por Dios.»
—¡Fuera!
—No. —Sacude la cabeza
con desesperación y da un paso hacia mí—.
_____, por favor, te lo
suplico.
Me aparto de él y consigo
poner cara de decisión. Trago saliva sin
parar para intentar
mantener a raya el nudo que tengo en la garganta. Esto
es increíblemente
doloroso. Por eso no quería verlo. Estoy furiosa con él,
pero verlo tan abatido me
parte el corazón. Me ha mentido, me ha
engañado y, básicamente,
me ha acosado y perseguido para que me metiera
en la cama con él.
«¡Has dejado que me
enamorase de ti!»
Me mira con fijeza, el dolor
de sus ojos marrones es
inconmensurable. Si no
aparto la mirada, cederé... Así que la desvío.
Agacho la cabeza y le
ruego en silencio que se vaya antes de que me
desmorone y acepte el
consuelo que me brinda siempre.
—_____, mírame.
Respiro hondo y levanto
la mirada hacia la suya.
—Adiós, Tom.
—Por favor —dice sin voz.
—He dicho que adiós. —Las
palabras transmiten un aire de punto
final que en realidad no
siento.
Me examina el rostro
durante una eternidad, pero desiste y deja de
buscar en mis ojos un
atisbo de esperanza. Se da la vuelta y se marcha en
silencio.
Proporciono a mis
pulmones el aire que tanto necesitan y camino con
pasos inestables hasta la
ventana. La puerta principal se cierra de un
portazo que retumba en toda
la casa y veo a Tom que se arrastra hasta el
Aston Martin medio
abandonado. Me estremezco y dejo escapar un sollozo
cuando hace añicos la
ventanilla del coche de un puñetazo. La carretera se
llena de cristales rotos.
Se mete dentro y golpea una y otra vez el volante.
Después de lo que parecen
años de verle dar puñetazos al coche, se aleja
entre los rugidos del
motor. Se oye un chirrido de neumáticos que derrapan
y bocinas que protestan.
Salgo de la ducha y me
seco el pelo antes de volver a hacerme un
ovillo en la cama. Estoy
paralizada. Es como si me hubieran arrancado el
corazón, lo hubiesen
pisoteado y me lo hubieran vuelto a meter en el
pecho, apaleado y hecho
una birria. Me encuentro en algún punto entre la
pena y la devastación, es
lo más doloroso que he vivido nunca. Mi vida se
ha desmoronado. Me siento
vacía, traicionada, sola y perdida. La única
persona que puede hacerme
sentir mejor es la que lo ha causado todo. No
creo que me recupere
nunca.
—¿_____? —Levanto la
cabeza, que me duele horrores, de la almohada.
Kate está en la puerta.
La compasión que refleja su rostro agudiza aún más
el dolor. Se sienta en el
borde de la cama y me acaricia la mejilla—. _____,
no tiene por qué acabar
así —me dice con ternura.
¿Ah, no? ¿Y qué sugiere?
Tengo que soportar este dolor y ver si tengo
las fuerzas necesarias
para lidiar con él. Volver a empezar. Pero, de
momento, me conformo con
tumbarme en la cama y sentir lástima de mí
misma.
—Es lo que hay —susurro.
—No, no es verdad. —Lo
dice con más firmeza—. Todavía lo quieres,
______. Reconoce que aún
lo quieres. ¿Se lo has dicho?
No puedo negarlo. Lo
quiero tanto que duele. Pero no debería ser así.
Sé que no debería.
—No puedo. —Hundo la
cabeza en la almohada.
—¿Por qué?
—Es el dueño de un club
de sexo, Kate.
—No sabía cómo decírtelo.
Le preocupaba que lo dejaras.
Miro a Kate.
—No me lo dijo, y aun así
lo he dejado. —Vuelvo a mi almohada
bañada en lágrimas—. Ya
oíste a aquel hombre. Destruye matrimonios. Se
folla a las mujeres por
diversión. —¿Por qué lo defiende?—. ¿Por qué tú
no alucinas? —murmuro
desde la almohada. Sé que se lo toma todo con
calma, pero esto es para
caerse de culo.
—Lo hago... un poco.
—Pues no lo parece.
—_____, Tom ni siquiera
ha mirado a otra mujer desde que te conoció.
Está loco por ti. Georg
creía que jamás vería algo así.
—Georg puede decir lo que
le dé la gana, Kate. No cambia el hecho de
que Tom es el dueño de un
lugar al que la gente va a practicar sexo, y él a
veces se une a la fiesta.
—Me estremezco, me pongo mala sólo de
pensarlo. ¿Que está loco
por mí? Y una mierda.
—No puedes castigarlo por
su pasado.
—Pero no es su pasado.
Sigue siendo el dueño.
—Es su empresa.
—¡Déjame en paz, Kate!
—le escupo. Me cabrea que lo defienda.
Debería estar de mi
parte, no intentando justificar las fechorías de Tom.
Noto que la cama se mueve
cuando Kate se levanta y suspira.
—Sigue siendo Tom —dice,
y sale de mi cuarto para dejarme sola y
que llore mi pérdida.
Permanezco tumbada y en
silencio, intentando despejar la mente de
todos los pensamientos
inevitables. No sirve de nada. Las imágenes de las
últimas semanas me
invaden el cerebro: nuestro primer encuentro, cuando
me dejó KO; los mensajes
de texto, las llamadas y el acoso... Y el sexo. Me
pongo boca abajo y hundo
la cara en la almohada.
Las palabras de Kate
continúan rondándome la cabeza: «Sigue siendo
Tom.» ¿Acaso sé quién es
Tom? Yo sólo sé que este hombre me ha
metido en su torbellino
de emociones intensas y me ha cegado con su
cuerpo.
Otra pieza del
rompecabezas encaja cuando recuerdo que me dijo que
no tenía contacto con sus
padres. Lo repudiaron al morir su tío, cuando
Tom se negó a vender La
Mansión. Ahora lo entiendo. No tenía nada que
ver con la herencia ni
con compartir los bienes, sino con dejar a su hijo de
veintiún años a cargo de
un club de sexo superpijo. Normal que les
preocupara y que se
cabrearan bastante. Es lógico que no aprobasen su
relación con Carmichael.
Dios santo, ¿sería Carmichael quien animó a
Tom a adoptar ese estilo
de vida? Tom dijo que se lo pasó en grande.
¿Qué clase de joven no
disfrutaría como un loco en una casa donde se hace
de todo? Ha practicado de
lo lindo. Y es más que probable que sea verdad
lo de que no se ha
follado a ninguna mujer dos veces... Excepto a mí.
No hace falta ser
Einstein para saber por qué me echaron miradas
asesinas todas aquellas
mujeres en La Mansión. Todas lo deseaban. No.
Todas deseaban repetir.
Se la jugó al llevarme
allí, pero, ahora que lo pienso, nadie se me
acercó, nunca estaba
sola, nunca se me dio libertad para explorar a mis
anchas. ¿Estaba todo el
mundo al tanto de mi ignorancia? ¿Habían recibido
instrucciones de cerrar
el pico y no acercarse a mí? He sido el hazmerreír
de todo el mundo. Se ha
esforzado al máximo para que no me enterara.
¿Cómo pudo pensar que iba
a salirle bien? Los comentarios de Sarah sobre
el cuero... Hundo aún más
la cabeza en la almohada, sumida en la
desesperación.
—¿_____? —Levanto la
vista y veo a Georg en la puerta, tan derrotado
como antes—. Se ha estado
devanando los sesos a diario pensando en cómo
contártelo. Nunca lo
había visto así.
—¿Siendo rechazado? —digo
con sarcasmo—. No, no creo que a
Tom Kaulitz le den
calabazas a menudo.
—No. Quiero decir loco
por una mujer.
—Lo está, pero de atar.
—Me echo a reír.
Georg frunce el ceño y
sacude la cabeza.
—Loco por ti.
—No, Georg. Tom está loco
por controlarme y manipularme.
—¿Puedo? —Señala el borde
de mi cama.
—Tú mismo —refunfuño sin
piedad.
Se sienta en un extremo
de la cama. Nunca lo había visto tan serio.
—_____, conozco a Tom
desde hace ocho años. Ni una sola vez lo he
visto comportarse así con
una mujer. Nunca ha tenido relaciones, sólo
sexo, pero desde que te
conoció es como si hubiera encontrado su propósito
en la vida. Es un hombre
distinto y, aunque te hayas sentido frustrada por
lo protector que es, como
amigo, me hacía feliz ver que por fin alguien le
importaba lo suficiente
como para que actuara de ese modo. Por favor, dale
una oportunidad.
—Su comportamiento no era
sólo protector, Georg. —Lo de ser
protector no es más que
el principio de una larga lista de exigencias
irracionales.
—Sigue siendo Tom. —Georg
repite las palabras de Kate y me mira
suplicante—. La Mansión
es su empresa. Sí, mezclaba los negocios con el
placer, pero no tenía
nada más. Todo cambió cuando llegaste a su vida.
—No puedo hacer como si
nada e ignorarlo, Georg.
Sonríe y me coge la mano.
—Si me dices que puedes
dejarlo, sin ninguna duda y sin
remordimientos, entonces
me callo y me voy. Si me dices que no lo
quieres, me voy. Pero no
creo que puedas. Estás aturdida y confundida, eso
lo sé. Y sí, tiene un
pasado, pero no puedes ignorar el hecho de que te
adora, _____. Lo lleva
escrito en la cara y sus actos lo expresan con claridad.
Dale una oportunidad, por
favor. Se merece una oportunidad.
Parece que Georg se ha
preparado y ha ensayado bien el discursito de
súplica en nombre de su
amigo. Puede que así sea. Debían de saber que al
final me enteraría.
¿Puedo superar esta mierda? Sé que no me estoy
haciendo ningún favor
aquí tirada, hecha una pena y dándole vueltas a lo
mismo una y otra vez.
Estoy intentando asimilar algo que no entiendo y
que nunca entenderé. Es
el dueño de un club de sexo. Este rollo no encaja
en mi idea de un felices
para siempre. ¿Podré confiar en él algún día? ¿Le
importo lo suficiente
como para que se comporte así? ¿Que me adore
equivale a que me ame? Al
principio no hacía ni caso de lo que Tom me
decía en la cama. Todos
esos líos de «eres sólo mía» y de que no iba a
dejar que me marchara
nunca. Decía muchas cosas: «Me gustas cubierta de
encaje», «Me encanta el
sexo soñoliento contigo», «Me encanta tenerte
aquí»... pero nunca lo
que yo tanto ansiaba escuchar. ¿Debería haberlo
interpretado de otro
modo? ¿Me estaba diciendo lo que yo quería oír pero
con otras palabras?
Buscaba sin cesar que le asegurase que no iba a irme.
Si lo único que
necesitaba era la seguridad de que no iba a largarme a
ninguna parte, lo cierto
es que se la di en muchas ocasiones, ¿no es así?
Siempre le decía que iba
a quedarme, pero entonces no sabía nada de La
Mansión. Y ahora lo sé y
he salido corriendo.
Siempre me quería de
encaje, no de cuero. Insistió en que era suya.
Era posesivo hasta el
extremo, más allá de lo razonable. Siempre quería
taparme, que nadie me
viera nada, sólo él. Lo del cuero, lo de compartir
pareja y la exposición
del cuerpo femenino debe de formar parte del día a
día en La Mansión.
¿Estaba intentando convertirme en lo contrario de todo
lo que conoce? ¿De todo
aquello a lo que está acostumbrado? Entonces
¿qué hay del sexo?
Me incorporo. Necesito
hablar con él. Creo que podría superar lo de
La Mansión, pero estoy
segura de que nunca conseguiré olvidar a Tom. Es
una decisión muy simple,
la verdad. Que estuviera tan desesperado y tan
hecho polvo significa que
lo está pasando mal, ¿no? No se comportaría así
si yo no significara nada
para él, ¿verdad? Son demasiadas preguntas...
Miro a Georg. Una pequeña
sonrisa ilumina su cara de pícaro.
—Mi trabajo aquí está
hecho —dice imitando a Tom. Se levanta con
una mueca de dolor—. Esa
zorra malvada... ya llorará cuando no pueda
cumplir.
Sonrío para mis adentros.
Es obvio que la noticia bomba no ha
afectado a Kate del mismo
modo que a mí. Me pongo lo primero que pillo
(unos vaqueros rotos y
una camiseta de Jimmy Hendrix) y cojo las llaves
del coche. Las lágrimas
me inundan los ojos y la culpa me abre un agujero
enorme en el estómago a
puñetazos. La he cagado a lo grande. Él quería
poner las cartas sobre la
mesa. Iba a contarme lo de La Mansión, pero ¿y si
quería decirme algo más?
Espero que sí, porque voy a averiguarlo. La
advertencia de Sarah, que
Tom no es la clase de hombre con el que una
deba plantearse un
futuro, hace una aparición estelar en mi mente mientras
corro hacia el coche.
Quizá tenga razón, pero no puedo vivir sin saber qué
quería decirme.
CAPITULO 38.-
Conduzco
hacia el Lusso a lo loco, adelantando, dando bocinazos y
saltándome
unos cuantos semáforos en rojo. Cuando llego a la puerta, veo
que el
coche de Tom está aparcado en ángulo y ocupa dos de sus plazas de
garaje.
Abandono mi Mini en la calle y entro por la puerta de peatones
dando las gracias
al cielo por acordarme del código. Corro hacia el
vestíbulo,
Clive está en la mesa del conserje. Se lo ve más alegre que de
costumbre.
—¡_____!
Por fin le he pillado el truco al dichoso equipo —afirma
extasiado.
Me agarro
al mostrador de mármol para recobrar el aliento.
—Me
alegro, Clive. Ya te dije que lo lograrías.
—¿Te
encuentras bien?
—Sí. Sólo
he venido a ver a Tom.
El
teléfono suena y Clive levanta el dedo para decirme que le disculpe
un
segundo.
—¿Señor
Holland? Sí, cómo no, señor. —Cuelga y anota un par de
cosas en
un cuaderno—. Perdona.
—No te
preocupes. Voy a subir.
—_____, el
señor Kaulitz no me ha informado de que fueras a venir. —
Revisa la
pantalla.
Lo miro
boquiabierta. ¿Me está tomando el pelo? Ha visto a Tom
subiéndome
y bajándome en brazos infinidad de veces. ¿A qué juega? Le
sonrío con
dulzura.
—¿Te gusta
tu trabajo, Clive?
Se pone
como unas pascuas.
—Básicamente,
soy el ayudante personal de trece residentes
ricachones,
pero me encanta. Deberías oír las cosas que me piden. Ayer el
señor
Daniels me pidió que organizara un paseo en Chopper por la ciudad
para su
hija y tres amigos y... —se acerca al mostrador y baja la voz—, el
señor
Gómez, del quinto, recibe a una mujer distinta cada día de la semana.
Y al señor
Holland parece que le van las tailandesas, pero no se lo cuentes
a nadie.
Es confidencial. —Me guiña el ojo y me pregunto qué le habrá
pedido Tom
que haga u organice. Para empezar, podría encargarse de que
le
arreglen la ventanilla rota.
—Parece
muy interesante. Me alegro de que lo estés disfrutando,
Clive. —Le
dedico una sonrisa aún más amplia—. ¿Te importa si subo?
—Tengo que
avisarlo primero, _____.
—¡Pues
llama! —le espeto, impaciente y molesta. Clive marca el
número del
ático.
Cuelga y
vuelve a llamar.
—Estoy
seguro de que lo he visto pasar —murmura con el ceño
fruncido—.
Puede que me equivoque.
—Su coche
está fuera. Tiene que estar —insisto—. Inténtalo otra vez.
—Señalo el
teléfono. Clive aprieta un par de botones y yo no le quito el ojo
de encima.
Vuelve a
colgar sacudiendo la cabeza.
—No, no
está. Y no ha puesto un NM en el sistema, así que no está
durmiendo
u ocupado. Debe de haber salido.
Frunzo el
ceño.
—¿NM?
—No
molestar.
—Clive, sé
que está en casa. ¿Me dejas subir, por favor? —le suplico.
No puedo
creerme que se esté haciendo tanto de rogar.
Vuelve a
acercarse al mostrador, entorna los ojos y mira a un lado y a
otro para
comprobar que no hay moros en la costa.
—Puedo
meterme en un buen lío por no seguir el protocolo, ____, pero
por ser
tú... —Me guiña el ojo—. Pasa.
—Gracias,
Clive.
Entro de
un salto en el ascensor, introduzco el código y rezo para que
no lo haya
cambiado, aunque no hace tanto que me he marchado. Dejo
escapar un
suspiro de alivio cuando las puertas se cierran y comienza a
subir
hacia el ático. Ahora sólo falta que me abra la puerta. No tengo llave.
El
estómago me da unos cuantos vuelcos cuando llega el ascensor y
me
encuentro delante de las puertas del apartamento de Tom. Frunzo el
ceño. Está
abierto y se oye música. Está muy alta.
Franqueo
la puerta con cuidado y al instante mis oídos reciben el
bombardeo
de una canción muy potente y conmovedora pero triste. Está
por todas
partes. La reconozco de inmediato. Es Angel. La letra me cae
encima
como una losa y me pongo en guardia. Ahora mismo es ruidosa y
deprimente,
no suave y ardiente como cuando hicimos el amor. Tengo que
encontrar
el mando a distancia para poder bajar el volumen o apagarla. Me
afecta
demasiado. Suena en todos los altavoces integrados, así que no hay
escapatoria.
Quizá no esté en casa. Tal vez el equipo se haya averiado,
porque es
imposible que pueda soportar la música a tal volumen durante
mucho
rato. Pero la puerta estaba abierta de par en par. Me tapo los oídos
con las
manos y busco algún tipo de mando a distancia. Corro a la cocina y
veo uno
sobre la isla. Pulso el botón y bajo el volumen; mucho.
Una vez
solucionado lo del nivel de ruido, empiezo a buscar a Tom en
la planta
principal. Pongo un pie en el primer peldaño y doy un puntapié a
algo que
repiquetea contra el suelo. Recojo la botella de cristal y la pongo
en la
consola que hay al pie de la escalera antes de empezar a subir los
peldaños
de dos en dos.
Voy
directa al dormitorio principal, pero él no está. Busco como una
posesa en
todas las habitaciones de la planta. Nada. ¿Dónde está? Bajo la
mitad de
la escalera y me paro en seco al ver la botella vacía que he
recogido
antes.
Es vodka.
O lo era. No queda ni gota.
Una ola de
ansiedad me recorre el cuerpo y un millón de
pensamientos
se agolpan en mi mente. Nunca he visto a Tom beber.
Nunca.
Siempre que había alcohol, él lo rechazaba y pedía agua. Nunca se
me había
ocurrido preguntarme por qué. ¿Lo he visto beber alguna vez?
No, creo
que no. Contemplo la botella vacía de vodka sobre la mesa y
pienso que
la ha tirado al suelo con poco cuidado. Algo no va bien.
—No, por
favor, no —susurro para mis adentros.
Me viene a
la cabeza lo mucho que insistió en que no bebiera el
viernes.
Nuestra pelea en el Blue Bar cuando intentó obligarme a beber
agua ya no
parece una cosa ni tan rara ni tan poco razonable.
Oigo el
ruido de algo que se cae. Me olvido de la botella de vodka
vacía y
miro hacia la terraza. Las puertas de cristal se abren. Bajo la
escalera a
toda velocidad, cruzo el salón y derrapo al llegar a la terraza y
ver a Tom
intentando levantarse de una de las tumbonas. ¿Es que he vivido
con los
ojos cerrados durante las últimas semanas? No me he enterado de
nada.
Lleva una
toalla a la cintura y una botella de vodka en una mano. La
agarra con
fuerza mientras intenta apoyarse en la otra mano para
levantarse.
Maldice como un poseso.
Me quedo
petrificada. Este hombre del que me he enamorado, una
fuerza de
la naturaleza, apasionado y cautivador, ha quedado reducido a un
borracho
asqueroso. ¿Cómo he podido no verlo? Aún no me he hecho a la
idea de
todo lo que ha pasado hoy. ¿Esto qué es, la guinda del pastel? ¿Qué
he hecho
yo para merecer esto?
Cuando
consigue ponerse de pie, se vuelve para tenerme cara a cara.
Tiene la
mirada perdida y está pálido. No parece él.
—Demasiado
tarde, señorita. —Arrastra las palabras con odio, sin
quitarme
la vista de encima. Nunca me había mirado así. Nunca me había
hablado
así, ni siquiera cuando estaba cabreado conmigo. ¿Qué le ha
pasado?
—Estás
borracho. —Menuda estupidez acabo de decir, pero es que las
demás palabras
han huido, gritando como locas, de mi cerebro. Mis ojos
nunca se
repondrán de todo lo que han visto hoy.
—Qué
observadora. —Levanta la botella y se bebe el resto. Después,
se seca la
boca con el dorso de la mano—. Aunque no lo bastante borracho.
—Se acerca
y, de forma instintiva, me aparto de su camino. Me haría daño
si
tropezara conmigo.
—¿Adónde
vas? —le pregunto.
—A ti qué
te importa —escupe sin mirarme siquiera.
Lo sigo a
la cocina y lo veo sacar otra botella de vodka del congelador
y tirar la
que está vacía en la pila. Desenrosca el tapón de la nueva.
—¡Mierda!
—murmura al tiempo que sacude la mano. Entonces veo
que la
tiene hinchada y llena de cortes. No ceja en su empeño de
desenroscar
el tapón hasta que lo consigue y le da un buen trago a la
botella.
—Tom, alguien
tiene que mirarte esa mano.
Se mira la
mano y le da otro trago a la botella.
—Pues
mírala. Pero tú has causado un daño mayor —gruñe. ¿Es culpa
mía? ¿Qué
intenta decirme? ¿Que, junto con todo lo demás, lo he
empujado a
la bebida?— Sí, quédate ahí parada... ahí pasmada... y... y...
confusa.
¡Te lo dije! —grita—. ¿Acaso no te lo advertí? Te... ¡Te lo
advertí!
—Está histérico.
—¿Qué me
advertiste? —pregunto con calma, aunque ya sé lo que me
va a
decir. Éste es el daño aún mayor que iba a causar si lo dejaba. De esto
era de lo
que no iba a recuperarse. Las cosas eran más llevaderas conmigo
porque
entonces no bebía. ¿Por qué?
Engulle
más vodka. Intento calcular cuánto habrá bebido. Es la tercera
botella
que he visto, pero ¿y las que no habré visto? ¿Puede beber tanto una
persona?
—¡Qué
típico! —grita mirando al techo.
—No lo
sabía —susurro.
Se echa a
reír.
—¿Cómo que
no lo sabías? —Me señala con la botella—. Te dije que
causarías
más daño si me dejabas y aun así lo hiciste. Ahora mira cómo
estoy.
Sus
palabras hacen que me estremezca. Quiero llorar. Lo veo así y me
entran
ganas de sollozar sin parar, pero el aturdimiento controla las
lágrimas.
Éste no es el Tom que yo conozco. Este hombre es un extraño,
cruel,
hiriente y despiadado, y yo no siento nada por él. No necesito a este
hombre.
Se me
acerca y me aparto. No quiero estar cerca de él.
—Eso es,
echa a correr. —Sigue avanzando, acortando la distancia a
cada
paso—. Eres una calientabraguetas, _____. Te tengo y no te tengo,
luego te
tengo otra vez. ¡Decídete de una puta vez!
—¿Por qué
no me dijiste que eras alcohólico? —pregunto cuando mi
espalda
choca contra la pared. No puedo retroceder más. «¿Por qué no me
lo
contaste todo?»
—¿Y darte
otra razón para no quererme? —espeta. Luego parece darle
vueltas a
algo—. ¡No soy alcohólico!
«¡Negación!»
¿Hasta qué punto es grave la situación? Nunca lo he
visto
borracho.
Está
delante de mí, mirándome desde arriba. Tan de cerca, sus ojos
parecen
aún más oscuros y vacíos.
—Necesitas
ayuda. —Se me quiebra la voz. Yo también voy a
necesitar
ayuda.
—Te
necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste. —Su aliento es cálido,
pero no
huele a menta, como siempre. Lo único que percibo son los
efluvios
del alcohol. Los que dicen que el vodka no huele mienten.
Le planto
las manos en el pecho para echarlo atrás, pero aplico una
presión
mínima porque me da miedo tirarlo al suelo. Es increíble. Este
hombre
alto, fuerte y musculoso no se tiene en pie. El tacto de su pecho es
el de
siempre, el que yo conozco, pero es lo único de él que me resulta
familiar
en este momento.
Da un paso
atrás y vuelve a llevarse la botella a los labios. Quiero
quitársela
y tirarla al suelo.
—Perdona,
¿estoy invadiendo tu espacio? —Se ríe—. Antes no te
molestaba.
—Antes no
estabas borracho. —Se la devuelvo.
—No...
cierto. Estaba demasiado ocupado follándote como para beber.
—Me mira
asqueado y se inclina hacia mí—. Estaba demasiado ocupado
follándote
como para pensar en nada. Y a ti te encantaba. —Suelta una risa
burlona—.
Eras buena. De hecho, la mejor que he tenido. Y he tenido
muchas.
La ira se
apodera de mí tan rápido que ni me doy cuenta de que mi
mano ha
cobrado vida y le ha dado un bofetón. No hasta que empieza a
dolerme.
¡Joder, qué daño me hecho!
Permanece
con la cara ladeada, tal y como se la ha dejado mi mano
iracunda.
Luego la vuelve para mirarme, muy despacio.
—Ha sido
divertido, ¿verdad?
Lo miro
con desdén y niego con la cabeza. Es como si estuviera en
una
película sin sentido. Estas cosas no pasan en la vida real. A mí no me
pasan.
Clubs de sexo, locura desenfrenada y capullos alcohólicos. ¿Cómo
he acabado
en este circo?
—Estás
hecho una puta mierda.
—Cuidado
con esa boca —dice arrastrando las palabras.
—¡No me
digas cómo tengo que hablar! —le grito—. No tienes
derecho a
decirme cómo debo hacer nada. ¡Ya no!
—Estoy-hecho-una-puta-mierda-por-tu-culpa
—subraya. Arrastra
cada
palabra y me hunde el índice en la cara. Me temo que voy a pegarle
un
puñetazo en ese careto de borracho si no salgo de aquí ahora mismo.
Pero todas
mis cosas están aquí y necesito cogerlas. No quiero tener que
volver
nunca más.
Le doy un
empellón y corro hacia la escalera. Con suerte, estará
demasiado
borracho como para subirlas y podré recogerlo todo sin más
discusiones
violentas. Subo lo más rápido que puedo, entro en el
dormitorio
y vacilo unos instantes preguntándome dónde habrá puesto mi
maleta.
Encuentro
mi bolsa de viaje guardada con pulcritud en el vestidor,
detrás de
unas cajas de zapatos. Tiro de ella, descuelgo mi ropa de las
perchas y
recojo mis cosas del suelo al mismo tiempo. Vuelvo al
dormitorio
y me encuentro a Tom en la puerta. Ha tardado más que de
costumbre,
pero ha conseguido subir la escalera. Lo ignoro y me dirijo al
baño a
toda prisa. Meto mis pertenencias en la bolsa sin comprobar si están
cerradas.
Es probable que acabe con una pila de ropa manchada de champú,
pero me
importa un pimiento. Necesito salir de aquí cuanto antes.
—¿Te trae
recuerdos, _____?
Tom está
acariciando la superficie de mármol del lavabo doble, muy
serio.
Intento olvidar nuestro encuentro de la noche de la inauguración. Fue
en esta
habitación donde finalmente me rendí a este hombre. En este cuarto
de baño
hicimos el amor por primera vez. No, follamos por primera vez. Y
ahora todo
va a acabar también aquí.
Me cierra
el paso con su cuerpo tambaleante. No lleva consigo la
botella de
vodka y la toalla está demasiado suelta. Intento salir pero me lo
impide. No
hay manera de escapar.
—¿Te vas
de verdad? —pregunta en voz baja.
—¿Creías
que iba a quedarme? —pregunto exasperada. ¿Después de
todo lo que he visto hoy? Creía que podía
sobreponerme a lo de La
Mansión y toda la mierda
asociada a ella y ahora me encuentro con esto.
Mi mundo, que ya de por
sí estaba hecho añicos, acaba de quedar reducido
a cenizas. Ni todo el
amor del mundo podría arreglar este desastre. Me ha
montado en una montaña
rusa. Me ha engañado y me ha manipulado a
propósito.
—Así que ¿se acabó? ¿Me
has puesto la vida patas arriba, has causado
todo este daño y ahora te
vas sin arreglarlo?
Lo miro estupefacta. ¿Se
cree que es el único afectado por todo esto?
¿Me dice que yo le he
puesto la vida patas arriba? Este hombre alucina
incluso borracho.
—Adiós, Tom. —Lo dejo y
corro hacia la escalera luchando contra el
impulso de mirar atrás.
El hombre arrebatador del que me había
enamorado, el hombre al
que creía que iba a amar el resto de mi vida, ha
sido cruelmente
reemplazado por una criatura borracha y asquerosa.
—¡Quería decírtelo, pero
te empeñaste en ser tan difícil como
siempre! —ruge a mi
espalda—. ¿Cómo puedes irte? —Su crueldad me
provoca escalofríos, pero
sigo andando—. ¡____, nena, por favor!
Mientras bajo la
escalera, oigo un estrépito seguido de una colección
de golpes y objetos que
caen. Corro aún más rápido. Cualquier sueño de
lanzarme a sus brazos
fuertes y cariñosos se ha desvanecido por completo.
Mi final feliz con mi
hombre arrebatador ha quedado reducido a la nada.
Podría haberme metido en
una relación seria con Tom sin tener la más
remota idea de sus
oscuros secretos. ¿Cuándo los habría descubierto?
Debería dar las gracias.
Al menos me he enterado antes de que fuera
demasiado tarde.
¿Antes de que fuera
demasiado tarde?
Ya es demasiado tarde.
Me acerco a la puerta de
casa de Kate como una zombi. Se abre antes
de que meta la llave en
la cerradura.
Me mira con el rostro
desfigurado por la confusión.
—¿Qué ha pasado? —me
pregunta. Tiene los ojos abiertos como
platos y llenos de
preocupación. Georg aparece detrás de ella. Una mirada
me basta para darme
cuenta de que él sabe con exactitud lo que ha
ocurrido.
Mis doloridos músculos se
rinden, incluso el corazón, y me desplomo
en el suelo sollozando
incontroladamente. Soy a duras penas consciente de
que Kate me abraza y me
acuna entre sus brazos, pero no me consuelan.
No son los de Tom.
FIN
... hasta una semana
después, cuando _____ se encontrará... Debajo
de este hombre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)