jueves, 30 de abril de 2015

CAPITULOS 35 Y 36

HOLA!!! BUENO ESTAN BUENISIMOS E3STOS CAPS ... LA PROXIMA PUBLICACION ES EL FINAL DEL PRIMER LIBRO ... Y ESE MISMO DIA AGREGO EL PROLOGO JUNTO CON EL ADELANTO DEL SEGUNDO LIBRO ... CUIDENSE MUCHO Y DISFRUTEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))

CAPITULO 35.-
Me despierto de golpe y me incorporo en la cama. Me siento renovada,
revitalizada y descansada. Esta cama es tremendamente cómoda. Volver a
la mía después de haber dormido aquí varias noches va a suponer un bajón.
Lo único que falta es Tom.
Miro bajo las sábanas y veo que sigo en ropa interior, pero la camiseta
ha desaparecido. No recuerdo cómo he llegado a la cama. Me siento en
silencio un momento y oigo un zumbido constante acompañado de unos
golpes sordos a lo lejos.
¿Qué es eso?
Recorro el largo camino hasta los pies de la cama y salgo al
descansillo, donde los ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen
sonando amortiguados. Miro a mi alrededor. No hay ninguna señal de
Tom. Deduzco que debe de estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero
al acercarme a la cocina, me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la
puerta de cristal del gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la
cocina, y veo a Tom con unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla
en la cinta de correr. Eso explica el extraño golpeteo distante. Está
corriendo de espaldas a mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias
a las gotas de sudor mientras ve las noticias deportivas en un televisor
colgado frente a él.
Le dejo hacer. Ya le he fastidiado una carrera. Voy a la cocina a llenar
la cafetera y a prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá.
El sonido familiar del tono de mi móvil invade la habitación y lo
busco por la cocina. Está cargándose en la encimera. Lo cojo y lo
desconecto del cargador. Es mi madre. De repente me acuerdo de su
llamada de ayer, esa que no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas
ganas, pero ningunas, de devolver. Mi buen humor se desvanece al
instante.
—Hola, mamá —saludo alegremente pero con una mueca de
aprensión en la cara. Aquí viene el interrogatorio.
—¡Estás viva! Joseph, cancela la partida de búsqueda. ¡La he
encontrado!
La idea de chiste de mi madre hace que ponga los ojos en blanco.
Obviamente, esperaba que ya le hubiera devuelto la llamada.
—Vale, mamá. ¿Qué quería Matt?
—No tengo ni idea. No nos llamó ni una sola vez mientras estuvisteis
juntos. Me preguntó cómo estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes.
Todo muy raro. ¿Por qué nos llamó, ____?
—No lo sé, mamá. —Bostezo de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé.
Está intentando ganárselos.
—Mencionó que estabas con otro.
—¿Ah, sí? —Mi tono agudo deja claro que me ha pillado por
sorpresa, y también que soy culpable. Maldito seas, Tom Kaulitz, por
interceptar mi móvil. Habría sido más fácil restar importancia a los
chismes de Matt si no tuviera que justificar también lo del hombre
misterioso que cogió mi móvil ayer.
—Sí, dijo que estabas saliendo con alguien. Es muy pronto, _____.
—No estoy saliendo con nadie, mamá. —Miro por encima del hombro
para asegurarme de que todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que
salir con alguien. Estoy enamorada.
—¿Quién era el hombre que contestó al móvil?
—Ya te lo dije: es sólo un amigo.
«¡Déjalo estar, por favor!»
—Mejor. Eres joven, estás en Londres y recién salida de una relación
de mierda. No caigas en los brazos del primero que te preste un poco de
atención.
Me pongo roja hasta la coronilla aunque no puede verme. No creo que
lo que me da este hombre pueda describirse como «un poco de atención».
Con tan sólo cuarenta y siete años y habiendo tenido a Dan a los dieciocho
y a mí a los veintiuno, mi madre se perdió todas las ventajas de ser joven
en Londres. Aún no ha cumplido los cincuenta y ya está jubilada y
viviendo en Newquay. Sé que no le gustaría saber que me están atrapando
por medio de la lujuria.
—No lo haré, mamá. Sólo me estoy divirtiendo un montón —la
tranquilizo. Me lo estoy pasando bomba, aunque que no como ella se
imagina—. ¿Qué tal está papá?
—Ya sabes, loco por el golf, loco por el bádminton, loco por el
cricket. Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las
paredes.
—Es mejor que pasarse el día con el culo pegado al sillón sin dar ni
golpe —digo, y cojo una taza del armario. Me acerco al frigorífico.
—Montó un escándalo por tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que
se moriría al cabo de unos años si no lo sacaba de allí. Ahora no para
quieto. Siempre está metido en algo.
Abro el frigorífico. No hay leche.
—Es bueno que se mantenga activo, ¿no? —Me siento en el taburete
sin ese café que tanta falta me hace.
—No me quejo. También ha perdido unos kilos.
—¿Cuántos?
Son buenas noticias. Todo el mundo decía que papá tenía todas las
papeletas para sufrir un infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un
trabajo estresante. Resultó que todo el mundo tenía razón.
—Casi siete kilos.
—Vaya, estoy impresionada.
—No más que yo, ____. Entonces ¿hay novedades?
«¡A manta!»
—Pocas. Estoy hasta arriba de trabajo. He conseguido el siguiente
proyecto del promotor del Lusso. —Tengo que hablar de trabajo. Se me va
a caer el pelo si empieza a cotillear en mi vida social.
—¡Genial! Le enseñé a Sue las fotos en internet. ¡El ático! —suspira.
«Sí, ahí estoy en este momento.»
—Ya. —Necesito vino.
—¿Te imaginas vivir con tanto lujo? Tu padre y yo no estamos mal,
pero no tiene nada que ver con esos niveles de riqueza.
—Es verdad. —De acuerdo, lo de hablar de trabajo no ha ido como yo
planeaba—. ¿A qué hora llega Dan mañana? —Tengo que cambiar de
tema.
—A las nueve de la mañana. ¿Vendrás con él?
Me desplomo sobre la encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de
Dan. No he tenido oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento
culpable. Llevo seis meses sin verlo.
—No creo, mamá. Estoy muy ocupada —lloriqueo mientras le suplico
mentalmente que lo entienda.
—Es una pena, pero lo comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a
verte cuando ya tengas piso. —Me están dando a entender que tengo que
mover el culo. No he hecho nada al respecto.
—Eso sería genial —lo digo de corazón. Me encantaría que mis
padres volvieran a Londres a visitarme. No se han acercado desde que se
mudaron, y sé que es porque en el fondo los dos tienen miedo de querer
volver a vivir en el ajetreo y el bullicio de la ciudad.
—Estupendo. Se lo comentaré a tu padre. He de dejarte. Dale
recuerdos a Kate.
—Lo haré, llamaré la semana que viene cuando Dan esté allí —añado
rápidamente antes de que cuelgue.
—Perfecto. Cuídate mucho, cariño.
—Adiós, mamá. —Doy un empujón al móvil por la encimera y hundo
la cabeza entre las manos.
Si ella supiera. A mi padre le daría otro infarto si se enterase del
estado actual de mis asuntos, y mi madre me obligaría a mudarme a
Newquay. La única razón por la que mi padre no vino conduciendo hasta
Londres cuando Matt y yo rompimos fue porque mamá llamó a Kate para
averiguar si era verdad que yo estaba bien. ¿Qué pensarían si supieran que
estoy liada con un hombre controlador, arrogante y neurótico que, según
sus propias palabras, me está follando hasta hacerme perder el sentido? El
hecho de que sea superrico y el dueño del ático del Lusso no amortiguaría
el golpe. Por Dios, si mi madre tiene una edad más cercana a la de Tom
que yo.
Me doy la vuelta sobre el taburete cuando oigo un alboroto fuera de la
cocina. Me levanto a investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver
el pecho desnudo de Tom volando hacia mí.
«¡Guau!»
—Joder, estás aquí. —Me levanta del suelo y me pega a su pecho
bañado en sudor—. No estabas en la cama.
—No, estaba en la cocina —farfullo aturdida. Me está abrazando tan
fuerte que me cuesta respirar—. He visto que estabas corriendo y no he
querido molestarte. —Me revuelvo un poco para indicarle que me está
ahogando. Me suelta y me deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante y
sin afeitar, me da un repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada.
Me coge de los hombros y me mira a la cara—. Sólo estaba en la cocina —
repito. Me mira como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Pero
¿qué le pasa?
Sacude un poco la cabeza, como si estuviera intentando borrar un
pensamiento horrible, me coge en brazos, me lleva a la encimera y me
sienta sobre el frío granito. Se abre camino entre mis muslos.
—¿Has dormido bien?
—Genial.
¿Por qué tiene cara de haber recibido muy malas noticias?
—¿Te encuentras bien?
Me regala una sonrisa de las que detienen el corazón. Me tranquilizo
al instante.
—Me he despertado en mi cama contigo vestida de encaje. Es
domingo, son las diez y media de la mañana y estás conmigo en mi cocina
—me mira de arriba abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto. —Me levanta la barbilla y me planta un pico en los
labios—. Podría despertarme así todos los días. Eres preciosa, señorita.
—Tú también.
Me aparta el pelo de la cara y me mira con cariño.
—Bésame.
Satisfago su petición de inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo
las caricias lentas y delicadas de su lengua. Los dos gemimos de gusto a la
vez. Esto es la gloria. Pero el estridente chirrido del móvil de Tom pone
fin a nuestro momento íntimo.
Gruñe y alarga el brazo por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de
besarme. Lo sujeta por encima de mi cabeza y mira la pantalla.
—No, ahora no... —protesta contra mis labios—. Nena, tengo que
cogerlo.
Se aparta de mí y contesta entre mis muslos. Deja la mano que le
queda libre en mi cintura.
—¿Qué pasa, John? —Empieza a morderse el labio—. ¿Y qué hace
ahí?
Me da un beso casto en los labios.
—No, voy para allá... sí... te veo dentro de un rato. —Cuelga y me
estudia con atención unos segundos—. Tengo que ir a La Mansión. Te
vienes conmigo.
Retrocedo.
—¡No! —protesto. ¡No voy a dejar que sea ella quien me baje del
séptimo cielo de Tom!
Frunce el ceño.
—Quiero que vengas.
¡De ninguna manera! Es domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy
a ir a La Mansión.
—Pero vas a estar trabajando. —Busco una buena excusa en mi
cerebro para no tener que ir—. Haz lo que tengas que hacer y nos vemos
luego. —Intento que entre en razón.
—No. Te vienes —insiste con firmeza.
—No, no voy. —Trato de soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a
ninguna parte.
—¿Por qué no?
—Porque no —le espeto, y me gano una mirada furibunda. No voy a
empezar a despotricar contra Sarah y a aburrirlo con celos triviales.
Rebusca en mi mirada.
—_____, por favor. ¿Vas a hacer lo que te digo?
—¡No! —grito.
Cierra los ojos con el objetivo de no perder la paciencia, pero me da
igual. Puede obligarme a muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión.
Sigo sentada en la encimera, esperando a que Tom se desintegre ante mi
desobediencia.
—_____, ¿por qué te empeñas en complicar las cosas?
—¿Que yo complico las cosas? —Lo miro boquiabierta.
Es él quien necesita un polvo para hacerlo entrar en razón. El tío
alucina.
—Sí. Yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
—¿Qué es lo que estás intentando? ¿Volverme loca? ¡Pues lo estás
consiguiendo! —Le doy un empellón y me voy como un rayo de la cocina
mientras él maldice y me sigue escaleras arriba.
—¡Está bien! —grita desde atrás—. Me esperarás aquí. Volveré en
cuanto pueda.
—¡Me voy a casa! —grito sin dejar de andar.
Me encierro en el cuarto de baño. No voy a quedarme aquí esperando
a que vuelva. Ha sido razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarlo,
pero sólo para rematarlo con un «Me esperarás aquí» y punto. ¡No pienso
esperarlo! Me echo agua fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de
muy mal humor. ¿Por qué no me ha hecho la cuenta atrás? Es lo que suele
hacer cuando no me someto a sus órdenes. Lo oigo hablar por teléfono en
el dormitorio. Me pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
—Hasta ahora. —Cuelga y tira el móvil encima de la cama.
¿A quién le ha dicho «Hasta ahora»? Se queda de pie dándome la
espalda un buen rato, con la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de
repente me siento una impostora.
Al cabo de un rato, respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un
instante y se mete en el baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de
la habitación sin saber qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño.
No hay cuenta atrás ni manipulación. ¿Qué está pasando? Ayer fue un día
perfecto y ahora ha regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no
ha hecho falta que apareciera Sarah para bajarme del séptimo cielo de
Tom. Me las he apañado yo solita.

Diez minutos después sigo jugueteando con los pulgares mientras
intento decidir qué debo hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha.
Sale del baño y se mete en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me
preocupa su expresión de derrota, que también arrastra una nota de tristeza.
Creo que quiero que explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea
de lo que le pasa por la cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
Aparece en la puerta del vestidor.
—Tengo que irme —se lamenta. Parece muy atormentado—. Kate
viene para acá.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelve al vestidor y yo lo sigo a toda prisa.
Se pone unos vaqueros y me mira un segundo, pero no me aclara nada.
Descuelga una camiseta negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a
continuación se calza unas Converse.
—Me voy a casa —le digo, pero no me mira.
¿Qué le pasa? Noto que mi mal genio se desinfla ante su pasotismo y,
como no sé qué otra cosa hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las
perchas y a colocármela entre los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —Me quita la ropa y vuelve a colgarla—. ¡No
vas a marcharte! —ruge.
—¡Claro que me marcho! —le grito, y vuelvo a descolgar las prendas
de un tirón.
—¡Pon la puta ropa en su sitio, _____! —me grita.
Oigo el sonido de la tela al rasgarse cuando lucho por quitármelo de
encima. Unos segundos después ya no tengo ropa en los brazos y me han
echado del vestidor. Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a él,
desafiándolo abiertamente, pero no consigo soltarme. ¡Como intente
follarme gritaré!
—¡Cálmate, joder! —me grita, y me coge de la barbilla para
obligarme a mirarlo. Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un
galgo de carreras. No voy a dejar que se sirva del sexo para manipularme
—. Abre los ojos, _____.
—¡No! —Me comporto de manera infantil, pero sé que si lo obedezco
me consumirá la lujuria.
—¡Que los abras! —Me sacude la barbilla.
—¡No!
—¡Vale! —grita mientras sigo intentando soltarme—. Escúchame,
señorita. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que
empieza a metértelo en la cabeza!
Cambia de postura para poder sujetarme con más fuerza.
—Me voy a La Mansión y, cuando vuelva, vamos a sentarnos y a
hablar sobre nosotros. —Dejo de resistirme. ¿Hablar sobre nosotros?
¿Qué? ¿Una conversación como Dios manda sobre qué tipo de relación hay
entre nosotros? Me muero por saberlo—. Las cartas sobre la mesa, ____. Se
acabaron las estupideces, las confesiones de borracha y el guardarte cosas
para ti. ¿Lo has entendido? —Tiene la respiración pesada y habla con
decisión.
Es lo que he querido desde el principio: las cosas claras, poder
entender nuestra relación. Joder, estoy muy confusa. Necesito saber qué es
esto y luego, tal vez, pueda decidir si necesito poner distancia.
¿Y qué es eso de las confesiones de borracha y lo de que me guardo
cosas? Abro los ojos, y me recibe su mirada marron. Me aprieta un
poco menos la barbilla.
—Ven conmigo, te necesito conmigo. —Casi me lo suplica.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Por qué no quieres venir?
Respiro hondo.
—No me siento cómoda en La Mansión. —Ahí la tiene, es la verdad.
Debería ser capaz de adivinar el porqué. No puede ser tan tonto.
—¿Por qué no te sientes cómoda?
Vale. Es así de tonto.
—Porque no —respondo.
Frunce el entrecejo y se mordisquea el labio.
—Por favor, ____.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
Suspira.
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar
esta mierda.
—Estaré aquí —le aseguro.
Estoy desesperada por aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna
parte.
—Gracias —susurra y apoya la frente en la mía y cierra los ojos.
La esperanza florece en mi interior. Quiere «aclarar esta mierda». Se
levanta y, sin besarme siquiera, sale del dormitorio.
Me quedo en la cama recuperándome de mi ridícula batalla física,
preguntándome qué resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar
esta mierda. No me decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver
qué tiene que decirme él. ¿Qué dirá? Hay tanto que aclarar... ¿Qué es
«nosotros»? ¿Una aventura de alto voltaje o algo más? Necesito que sea
algo más, pero no puedo soportar sus exigencias y su manía de
comportarse irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador.
La mirada de puro tormento que oscurecía su hermoso rostro es
innegable. ¿Qué le rondará por esa mente tan compleja? ¿Por qué me
necesita? Tengo tantas preguntas...
Cierro los ojos e intento recobrar el aliento. Entro en una especie de
coma por agotamiento.
El teléfono que hay junto a la cama empieza a sonar y abro los ojos de
golpe. «¡Kate!» Me arrastro hasta el cabezal y contesto:
—Déjala subir, Clive.
Me pongo una camiseta y corro escaleras abajo. Abro la puerta justo
cuando Kate sale del ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo
por qué Tom piensa que necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo
con desesperación.
—¡Vaya! ¿Alguien se alegra de verme? —Me devuelve el efusivo
abrazo y hundo la cara entre sus rizos rojos. No me había dado cuenta de lo
mucho que necesitaba verla—. ¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o
nos quedamos aquí plantadas?
La suelto.
—Perdona. —Me aparto el pelo de la cara—. Estoy fatal, Kate. Y tú
has vuelto a dejar que un tío rebusque entre mis cosas —añado con mala
cara.
—_____, apareció a las seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta
hasta que Georg le abrió. Le he dejado hacer porque no había forma de
impedírselo. Ese hombre es un rinoceronte.
—Es aún peor.
Me mira con cara de pena, me da la mano y me lleva al ático.
—No puedo creerme que viva aquí —masculla mirando hacia la
cocina—. Siéntate. —Señala un taburete.
Tomo asiento y observo a Kate mientras refresca el recuerdo que tiene
de la impresionante cocina.
—No puedo ofrecerte té porque no tiene leche. La asistenta tiene el
día libre.
—¿Tiene asistenta? —musita—. Era de esperar.
Sacude la cabeza, va a la nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta
a mi lado.
—¿Qué pasa?
—¿Qué voy a hacer, Kate? —Apoyo la cabeza entre las manos—. No
puedo creer que te haya hecho venir sólo para que no me marche.
—¿Y eso no te dice nada?
—¡Que es un controlador! ¡Es demasiado intenso! —Miro a Kate, que
sonríe un poco. ¿Qué tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—. No sé qué
hago con él, en qué punto estamos.
—¿Se lo has dicho? —me pregunta, y arquea una ceja perfectamente
depilada.
—No, no puedo.
—¿Por qué? —me suelta totalmente sorprendida.
—Kate, no sé qué soy para él. Puede ser amable y cariñoso, decir
cosas que no entiendo y, al minuto, ser brutal y fiero, dominante y
exigente. ¡Intenta controlarme! —Abro la botella de agua y le doy un trago
para humedecerme la boca seca—. Me manipula con sexo cuando no
cumplo sus órdenes sin replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de
mí, para salirse con la suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
Kate me mira con los ojos azules y brillantes llenos de compasión.
—Georg me ha dicho que nunca había visto así a Tom. Por lo visto, es
famoso por su carácter despreocupado.
Me echo a reír. Podría describir a Tom de muchas maneras, pero
despreocupado no es una de ellas.
—Kate, no es así para nada, créeme.
—Está claro que sacas lo peor de él. —Sonríe.
—Está claro —repito. ¿Despreocupado? ¡Qué chiste!—. Él también
saca lo peor de mí. No le gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le
supone un problema que muestre mis encantos a alguien que no sea él, así
que me pongo vestidos más cortos de lo normal. Me dice que no me
emborrache, y yo voy y lo hago. No es sano, Kate. Tan pronto me dice que
le encanta tenerme aquí como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
—Pero sigues aquí —dice pensativa—. Y no vas a conseguir
respuestas si no haces las preguntas.
—Hago preguntas.
—¿Las correctas?
¿Cuáles son las preguntas correctas? Miro a mi mejor amiga y me
pregunto por qué no me saca del torreón y me esconde de Tom. Lo ha visto
en acción... No hay duda de que eso es más que suficiente para que
cualquier mejor amiga tome cartas en el asunto.
—¿Por qué no me dices que lo mande a la mierda? —pregunto
recelosa—. ¿Es porque te ha comprado una furgoneta?
—No seas idiota, _____. Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo
pidieras. Tú eres mucho más importante para mí. No te digo que lo mandes
a la mierda porque sé que no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es
decirle cómo te sientes y negociar niveles aceptables de «intensidad». —
Sonríe—. Pero en la cama bien, ¿verdad?
Sonrío.
—Dijo que iba a asegurarse de que lo necesitara siempre. Y lo ha
hecho. Lo necesito de verdad, Kate.
—Habla con él, _____. —Me da un empujoncito en el hombro—. No
puedes seguir así. —Sacude la cabeza.
Es cierto que no puedo seguir así. Me meterán en un manicomio
dentro de un mes. Mi corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al
otro a cada hora. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo.
Si tengo que servirle mi corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así
sea. Al menos sabré a qué atenerme. Lo superaré... algún día... creo.
Me levanto.
—¿Me llevas a La Mansión? —le pregunto. Necesito hacerlo ahora,
antes de que me raje. Tengo que decirle cómo me siento.
Kate salta del taburete.
—¡Sí! —exclama con entusiasmo—. ¡Me muero por ver ese sitio!
—Es un hotel, Kate. —Pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar
de su entusiasmo. Mi coche está en su casa, así que no puedo moverme sin
ella—. Dame cinco minutos. —Corro escaleras arriba para cambiarme y
ponerme unos vaqueros y unas bailarinas, y estoy con Kate en la puerta
principal en tiempo récord. Envío a Tom un mensaje de texto rápido para
decirle que voy para allá.
Es hora de poner las cartas sobre la mesa.

CAPITULO 36.-
Salimos al sol de la tarde del domingo, pero no veo a Margo Junior. Busco
la furgoneta rosa en el aparcamiento, a pesar de que no es fácil que el
enorme montón de metal pase desapercibido.
—Espero que no te importe. —Kate suelta una risita nerviosa justo
cuando veo mi Mini aparcado en una de las plazas de Tom con la capota
bajada.
—¡Serás zorra!
Pasa de mi insulto
—No me mires así, _____ O’Shea. Si no lo sacara yo, se pasaría la
eternidad aparcado en la puerta de casa. Qué desperdicio.
Las luces parpadean y extiendo la mano para que me dé las llaves,
cosa que hace de mala gana y con un bufido.
Conducimos hacia Surrey Hills debatiendo sobre las ventajas de los
hombres dominantes. Ambas llegamos a la misma conclusión: sí al sexo y
no a los demás aspectos de la relación.
El problema es que Tom se las ingenia para meter el sexo en todos los
aspectos de nuestra relación y lo usa, en general, para salirse con la suya. Y
da la sensación de que yo no soy capaz de decir que no, así que estoy
condenada. Puede que dentro de una hora todo haya terminado. Sólo de
pensarlo me duele el estómago como nunca, pero tengo que ser sensata. Ya
estoy metida hasta el cuello.
Salgo de la carretera principal y cojo el desvío hacia las puertas de
hierro. Se abren de inmediato para dejarme pasar.
—¡Madre mía! —exclama Kate cuando avanzamos por el camino de
grava flanqueado de árboles.
Ya está boquiabierta y ni siquiera ha visto la casa todavía. Llegamos
al patio. Hay mucha gente.
—¡La madre que me parió! —La mandíbula le llega al suelo al
descubrir la imponente casa. Se inclina hacia adelante en el asiento—.
¿Tom es el dueño de esto?
—Sí. Ahí está el coche de Georg. —Aparco junto al Porsche.
—No me puedo creer que venga a comer aquí —farfulla, y se acerca a
mi lado del coche—. ¡La madre que me parió!
Me río ante el asombro de Kate, que no suele sorprenderse fácilmente.
La llevo hacia los escalones de la entrada, donde me imagino que John
saldrá a recibirnos, pero no es así. Las puertas están entreabiertas y las
franqueo. Me vuelvo hacia Kate, que lo mira todo boquiabierta y pasmada.
Los ojos se le salen de las órbitas ante lo espléndido del lugar.
—Kate, te va a entrar una mosca en la boca —la regaño de broma.
—Lo siento. —La cierra—. Este lugar es muy elegante.
—Ya lo sé.
—Quiero que me lo enseñes —dice, y alza la cabeza para mirar a lo
alto de la escalera.
—Que te lo enseñe Georg —le contesto—, yo necesito ver a Tom.
Dejo atrás el restaurante y me dirijo hacia el bar, donde me encuentro
a Georg y a Gustav.
El primero de ellos me lanza una gran sonrisa picarona y le da un
trago a su cerveza, pero la escupe al ver a Kate detrás de mí.
—¡Joder! ¿Qué estás haciendo aquí?
Gustav se vuelve, ve a Kate y se echa a reír a carcajadas. Frunzo el
ceño.
A Kate no parece hacerle gracia.
—Yo también me alegro de verte, ¡capullo! —le escupe indignada a
un Georg estupefacto.
El chico deja de inmediato la cerveza en la barra y coge un taburete.
—Siéntate. —Da palmaditas sobre el asiento y mira a Gustav con
preocupación.
—¡No me des órdenes, Jorge! —Su cara de enfado da miedo.
Nunca he visto a Georg tan nervioso. ¿Estará ocultando algo? ¿A la
chica del Starbucks, tal vez?
Vuelve a darle golpecitos al asiento del taburete y sonríe a Kate con
nerviosismo.
—Por favor.
Mi amiga se acerca y pone el culo en el taburete. Georg se lo acerca aún
más. Pronto estará sentada en sus rodillas.
—Invítame a una copa —le ordena con una media sonrisa.
—Sólo una. —Hace un gesto a Mario. Jesús, si está sudando—. ¿____?
—No, gracias. Voy a buscar a Tom. —Miro por encima del hombro y
empiezo a caminar hacia atrás.
—¿Sabe que estás aquí? —pregunta Georg estupefacto.
¿Qué le pasa?
—Le he enviado un mensaje. —Miro en torno al bar y veo muchas
caras que me suenan de mi última visita a La Mansión. Me alegro de no
ver a Sarah, aunque eso no significa nada. Podría estar en cualquier rincón
del complejo—. Pero no me ha contestado —añado.
Sólo ahora me doy cuenta de que es muy raro.
Georg le dirige a Gustav una mirada muy inquieta, y él se ríe todavía
más.
—Esperad aquí. Iré a buscarlo.
—Sé dónde está su despacho —digo con el ceño fruncido.
—_____, tú espera aquí, ¿vale? —La expresión de Georg es de puro
pánico. Algo me huele muy mal. Lanza a Kate una mirada muy seria
cuando se levanta—. No te muevas.
—¿Cuánto has bebido? —le pregunta Kate mirando el botellín de
cerveza
¿Kate también ha notado lo incómodo que parece?
—Ésta es la primera, créeme. Voy a buscar a Tom y luego nos vamos.
—Estudia el bar con inquietud. Vale, ahora estoy convencida de que está
ocultando algo o a alguien. Empiezo a desear que Sarah estuviera aquí,
porque entonces sabría con total seguridad que no está con Tom. Se me
han puesto los pelos como escarpias.
Se va corriendo y nos deja a Kate y a mí intercambiando miradas de
perplejidad.
—Disculpen, señoritas. —Gustav se levanta—. La llamada de la
naturaleza.
Nos deja en el bar como si le sobrásemos.
—A la mierda —exclama Kate, y me coge de la mano—. Enséñame la
mansión.
Tira de mí en dirección a la entrada.
—Pero rápido. —Me adelanto y la llevo hacia la enorme escalinata—.
Te enseñaré las habitaciones en las que estoy trabajando.
Llegamos al descansillo y las exclamaciones de Kate se hacen más
frecuentes a medida que va asimilando la opulencia y el esplendor de La
Mansión.
—Esto es el no va más —masculla mirando a todas partes admirada.
—Lo sé. La heredó de su tío a los veintiún años.
—¿A los veintiuno?
—Ajá.
—¡Guau! —suelta Kate. Miró hacia atrás y la veo embobada con la
vidriera que hay al pie del segundo tramo de escalera.
—Por aquí —le indico. Atravieso el arco que lleva a las habitaciones
de la nueva ala y Kate corre tras de mí—. Hay diez en total.
Me sigue hasta el centro de la habitación sin dejar de mirar a todas
partes. No puedo negar que son realmente impresionantes, incluso vacías.
Cuando estén terminadas serán dignas de la realeza. ¿Conseguiré
acabarlas? Después de «aclarar esta mierda» puede que no vuelva a ver
este lugar. Tampoco es que me apene la idea. No me gusta venir aquí.
Me adentro más en la habitación y sigo la mirada de Kate hacia la
pared que hay detrás de la puerta. «Pero ¿qué diablos...?»
—¿Qué es eso? —Kate hace la pregunta que me ronda la cabeza.
—No lo sé, antes no estaba ahí. —Recorro con la mirada la enorme
cruz de madera que se apoya contra la pared. Tiene unos tornillos gigantes
de hierro forjado negro en las esquinas. Es un poco imponente, pero sigue
siendo una obra de arte—. Debe de ser uno de los apliques de buen tamaño
de los que hablaba Tom. —Me acerco a la pieza y paso la mano por la
madera pulida. Es espectacular, aunque un poco intimidante.
—Huy, perdón, señoritas. —Las dos nos volvemos a la vez y vemos a
un hombre de mediana edad con una lijadora en una mano y un café en la
otra—. Ha quedado bien, ¿verdad? —Señala la cruz con la lijadora y bebe
un sorbo de café—. Estoy comprobando el tamaño antes de hacer las
demás.
—¿Lo ha hecho usted? —pregunto con incredulidad.
—Sí. —Se ríe y se coloca junto a la cruz, a mi lado.
—Es impresionante —musito. Encajará a la perfección con la cama
que he diseñado y que tanto le gustó a Tom.
—Gracias, señorita —dice con orgullo. Me doy la vuelta y veo a Kate
observando la obra de arte con el ceño fruncido.
—Lo dejamos en paz. —Hago a Kate una señal con la cabeza para que
me siga y ella dedica una sonrisa al trabajador antes de salir de la
habitación.
Caminamos de nuevo por el descansillo.
—No lo pillo —refunfuña.
—Es arte, Kate. —Me río. No es rosa ni cursi, así que no me
sorprende que no le guste. Nuestros gustos son muy distintos.
—¿Qué hay ahí arriba?
Sigo su mirada hacia el tercer piso y me detengo junto a ella. Las
puertas intimidantes están entornadas.
—No lo sé. Puede que sea un salón para eventos.
Kate sube la escalera.
—Vamos a verlo.
—¡Kate! —Corro detrás de ella. Quiero encontrar a Tom. Cuanto más
tiempo tarde en hablar con él, más tiempo tendré para convencerme de no
hacerlo—. Vamos, Kate.
—Sólo quiero echar un vistazo —dice, y abre las puertas—. ¡Joder!
—chilla—. ____, mira esto.
Vale, me ha picado la curiosidad con ganas. Subo corriendo los
peldaños que me quedan y entro en el salón para eventos, derrapo y me
paro en seco junto a Kate. «Joder.»
—¡Perdonen!
Nos volvemos en dirección a una mujer con acento extranjero. Una
señora regordeta que lleva trapos y espray antibacterias en las manos se
bambolea hacia nosotras.
—No, no, no. Yo limpio. El salón comunitario está cerrado para
limpieza. —Nos empuja hacia la puerta.
—Relájese, señora. —Kate se ríe—. Su novio es el dueño.
La pobre mujer retrocede ante la brusquedad de Kate y me mira de
arriba abajo antes de hacerme una venia con la cabeza.
—Lo siento. —Se guarda el espray en el delantal y me coge las manos
entre los dedos arrugados y morenos—. El señor Kaulitz no dijo que usted
venir.
Me muevo con nerviosismo al ver el pánico que invade a la mujer y
lanzo a Kate una mirada de enfado, pero no se da cuenta. Está muy ocupada
curioseando la colosal habitación. Sonrío para tranquilizar a la limpiadora
española, a la que nuestra presencia ha puesto en un compromiso.
—No pasa nada —le aseguro. Me hace otra reverencia y se aparta a un
lado para que Kate y yo nos hagamos una idea de dónde estamos.
Lo primero que me llama la atención es lo hermoso que es el salón. Al
igual que el resto de la casa, los materiales y los muebles son una belleza.
El espacio es inmenso, más de la mitad de la planta y, cuando me fijo con
atención, veo que da la vuelta sobre sí mismo y rodea la escalera. Hemos
entrado por el centro del salón, así que es aún más grande de lo que
pensaba. El techo es alto y abovedado, con vigas de madera que lo cruzan
de principio a fin y elaborados candelabros de oro, que ofrecen una luz
difusa, entre ellas. Tres ventanas georgianas de guillotina dominan el
salón. Están vestidas de carmesí y tienen contraventanas austriacas
ribeteadas en yute dorado trenzado. Son kilómetros y kilómetros de seda
dorada envuelta en trenzas carmesí sujetas a los lados por degradados
dorados. Las paredes rojo profundo ofrecen un marcado contraste para las
camas vestidas con extravagancia que rodean el salón.
¿Camas?
—____, algo me dice que esto no es un salón para eventos —susurra
Kate.
Se mueve hacia la derecha, pero yo me quedo helada en el sitio
intentando comprender qué estoy viendo. Es un dormitorio inmenso y
superlujoso, el salón comunitario.
En las paredes no hay cuadros, por eso hay espacio para varios marcos
de metal, ganchos y estantes. Todos parecen objetos inocentes, como los
tapices extravagantes, pero, a medida que mi mente empieza a recuperarse
de la sorpresa, el significado del salón y sus contenidos empiezan a
filtrarse en mi cerebro. Un millón de razones intentan distraerme de la
conclusión a la que estoy llegando poco a poco, pero no hay otra
explicación para los artefactos y artilugios que me rodean.
La reacción llega con retraso, pero llega.
—Me cago en la puta —musito.
—Cuidado con esa boca. —Su voz suave me envuelve.
Me vuelvo y lo veo de pie detrás de mí, observándome en silencio con
las manos en los bolsillos de los vaqueros y el rostro inexpresivo. Tengo la
lengua bloqueada y busco en mi cerebro. ¿Qué puedo decir? Me invaden un
millón de recuerdos de las últimas semanas, de todas las veces que he
pasado cosas por alto, que he ignorado detalles o, para ser exactos, que me
han distraído de ellos. Cosas que ha dicho, cosas que otros han dicho, cosas
que me parecieron raras pero sobre las que no indagué porque él me
distraía. Ha hecho todo lo posible por ocultarme esto. ¿Qué más me oculta?
Kate aparece en mi visión periférica. No me hace falta mirarla para
saber que probablemente la expresión de su rostro es parecida a la mía,
pero no puedo apartar la mirada de Tom para comprobarlo.
Mira un instante a Kate y le sonríe, nervioso.
Georg entra corriendo en el salón.
—¡Mierda! ¡Te dije que no te movieras! —le grita a Kate con mirada
furibunda—. ¡Maldita seas, mujer!
—Creo que será mejor que nos vayamos —dice Kate con calma, se
acerca a Georg, lo coge de la mano y se lo lleva del salón.
—Gracias. —Tom les hace un gesto de agradecimiento con la cabeza
antes de volver a mirarme a mí. Tiene los hombros encogidos, señal de que
está tenso. Parece muy preocupado. Debería estarlo.
Oigo los susurros ahogados y enfadados de Kate y de Georg mientras
bajan la escalera. Nos dejan solos en el salón comunitario.
El salón comunitario. Ahora todo tiene sentido. El crucifijo que hay
abajo no es arte para colgar en la pared. Esa cosa que parece una cuadrícula
no es una antigüedad. Las mujeres que se contonean por el lugar como si
vivieran aquí no son mujeres de negocios. Bueno, tal vez lo sean, pero no
mientras están aquí.
«Ay, Dios, ayúdame.»
Los dientes de Tom empiezan a hacer de las suyas en su labio
inferior. El pulso se me acelera a cada segundo que pasa. Esto explica esos
ratos de humor pensativo que ha pasado estos últimos días. Debía de
imaginarse que iba a descubrirlo. ¿Pensaba contármelo alguna vez?
Baja la mirada al suelo.
—_____, ¿por qué no me has esperado en casa?
La sorpresa empieza a convertirse en ira cuando todas las piezas
encajan. ¡Soy una idiota!
—Tú querías que viniera —le recuerdo.
—Pero no así.
—Te he enviado un mensaje. Te decía que estaba de camino.
Frunce el ceño.
—____, no he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde está tú móvil?
—En mi despacho.
Voy a sacar mi móvil, pero entonces sus palabras de esta mañana
regresan a mi cerebro.
—¿De esto era de lo que querías hablar? —pregunto.
No quería hablar de nosotros. Quería hablar de esta mierda.
Levanta la mirada del suelo y la clava en mí. Está llena de
arrepentimiento.
—Era hora de que lo supieras.
Abro aún más los ojos.
—No, hace mucho tiempo que debía saberlo.
Hago un giro de trescientos sesenta grados parar recordar dónde estoy.
Sigo aquí, no cabe duda, y no estoy soñando.
—¡Joder!
—Cuidado con esa boca, _____ —me riñe con dulzura.
Me vuelvo otra vez para mirarlo a la cara, alucinada.
—¡No te atrevas! —grito, y me golpeo la frente con la palma de la
mano—. ¡Joder, joder, joder!
—Cuidado...
—¡No! —Lo paralizo con una mirada feroz—. ¡Tom, no te atrevas a
decirme que tenga cuidado con lo que digo! —Señalo el salón con un gesto
—. ¡Mira!
—Ya lo veo, ____. —Su voz es suave y tranquilizadora, pero no va a
calmarme. Estoy demasiado atónita.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Dios mío, es un chulo venido a más.
—Pensé que habrías comprendido el tipo de operaciones que se
realizan en La Mansión en nuestra primera reunión, _____. Cuando resultó
evidente que no era así, se me hizo cada vez más difícil decírtelo.
Me duele la cabeza. Esto es como un puzle de mil piezas: cada una va
encajando en su sitio, muy despacio. Yo le dije que tenía un hotel
encantador. Debe de pensar que soy medio tonta. Dejó caer bastantes pistas
con su lista de especificaciones, pero, como estaba tan distraída con él, no
pillé ni una. ¿Es el dueño de un club de sexo privado? Es horrible. ¿Y el
sexo? Dios, el dichoso sexo. Es todo un experto fuera de serie, y no es por
sus relaciones anteriores. Él mismo me dijo que no tenía tiempo para
relaciones. Ahora ya sé por qué.
—Voy a marcharme ahora mismo y vas a dejar que me vaya —digo
con toda la determinación que siento. Está claro que he sido un juguete
para él. Estoy más que espesa, he perdido por completo la razón.
Se muerde el labio con furia cuando paso junto a él y bajo la escalera
como una exhalación.
—_____, espera —me suplica pisándome los talones.
Recuerdo la última vez que salí huyendo de aquí. No debería haber
dejado de correr. Bloqueo su voz y me concentro en llegar a la entrada y en
no caerme y romperme una pierna. Paso por los dormitorios del segundo
piso y me doy otra bofetada mental.
—_____, por favor.
Llego al pie de la escalera y me doy la vuelta para mirarlo a la cara.
—¡Ni se te ocurra! —le grito. Retrocede, sorprendido—. Vas a dejar
que me vaya.
—Ni siquiera me has dado ocasión de explicarme. —Tiene los ojos
abiertos de par en par y llenos de miedo. No es una expresión que haya
visto nunca en él—. Por favor, deja que te lo explique.
—¿Explicarme el qué? ¡He visto todo lo que necesito ver! —grito—.
¡No es necesaria ninguna explicación! ¡Esto lo dice todo bien claro!
Se acerca a mí con la mano tendida.
—No tendrías que haberlo descubierto así.
De repente me doy cuenta de que hay público presenciando nuestra
pequeña pelea. Georg, Gustav, Kate y todos los que están en la entrada del bar
nos miran incómodos, incluso con cara de pena. John está muy serio y no
deja de mirar a Tom. Sarah está claramente satisfecha de sí misma. Ahora
sé que debe de haber interceptado mi mensaje en el teléfono de Tom. Ella
ha abierto las puertas de entrada y la puerta de La Mansión. Se ha salido
con la suya. Que se lo quede.
No reconozco al hombre con aspecto de chulo insidioso que hay a su
lado, pero me mira con cara de pocos amigos. Me doy cuenta de que se
vuelve hacia Tom con gesto de desdén.
—Eres un gilipollas —le escupe a Tom por la espalda y con tono de
verdadero odio. ¿Quién diablos es?
John lo coge del pescuezo y lo sacude un poco.
—Ya no eres miembro, hijo de puta. Te acompañaré a la salida.
La criatura altanera suelta una carcajada siniestra.
—Adelante. Parece que tu fulana ha visto la luz, Kaulitz —sisea.
Los ojos de Tom se tornan negros en un nanosegundo.
—Cierra la puta boca —ruge John.
—Anulamos su carnet de socio —musito—. A alguien se le ha ido de
las manos.
El hombre dirige su mirada fría de nuevo hacia mí.
—Coge lo que quiere y deja un reguero de mierda a su paso —gruñe.
Sus palabras me golpean hasta dejarme sin aliento. Tom se tensa de pies a
cabeza—. Folla con todas y las deja bien jodidas.
Vuelvo a mirar a Tom. Sus ojos siguen negros y parece que le pesa la
arruga de la frente.
—¿Por qué? —le pregunto.
No sé por qué se lo pregunto. No va a suponer ninguna diferencia.
Pero siento que me merezco una explicación. Folla con todas, una sola vez,
y las deja bien jodidas.
—No lo escuches, _____. —Tom da un paso al frente. Tiene la
mandíbula tan apretada que se la va a romper.
—Pregúntale cómo está mi mujer —escupe el desgraciado—. Le hizo
lo mismo que les hace a todas. Los maridos y la conciencia no se
interponen en su camino.
Y eso basta para que Tom pierda la paciencia. Se da la vuelta y se
lanza contra el hombre como una bala, se lo quita a John de entre las
manos y lo tira contra el suelo de parquet con gran estrépito. Georg aparta a
Kate y se oyen unos cuantos gritos ahogados, mientras todo el mundo ve a
Tom pegarle al tipo la paliza de su vida.
No me siento inclinada a gritarle que pare, a pesar de que parece que
podría matarlo. Salgo de La Mansión y me meto en el coche. Kate vuela
por los escalones y corre hacia mí. Se mete en el coche pero no dice nada.
Cuando llegamos a las puertas, se abren sin que tenga que pararme. Me
sorprende, estaba preparada para pisar el acelerador y echarlas abajo.
—Georg —dice Kate cuando la miro—. Dice que lo mejor será que nos
larguemos de aquí.
No me había parado a pensar, hasta ahora, que Kate tampoco sabía
nada de todo esto. Parece la Kate tranquila de siempre, la que se toma las
cosas como vienen.

Yo, sin embargo, voy en barrena hacia el infierno.