CAPITULO 31.-
Entro descalza en el
dormitorio y veo el vestido entallado de color crema
sobre la cama, al lado de
mis tacones nude y un
conjunto de ropa interior
de encaje que no me suena
de nada. Frunzo el ceño y cojo la lencería
desconocida. Me ha
comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi
talla? De verdad cree que
puede decirme cómo vestir.
Paso los dedos por el
delicado encaje de color crema claro. Es
precioso, pero un pelín
excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo
otra cosa en la bolsa del
gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador
ni tampoco otro vestido.
No hay ropa. Es un capullo astuto.
Me resigno y acepto mi
destino. Me preparo para ponerme la ropa
interior y el vestido que
Tom ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo
que debería estarle
agradecida por no haber elegido un jersey grande y
grueso. La verdad, es un
gran alivio que haya tenido la iniciativa de
dejarme un secador. Me
maquillo, me seco el pelo —que me queda un
poco enmarañado—, me lo
recojo y voy al piso de abajo.
Tom está en la isla de la
cocina hablando por el móvil y metiendo el
dedo en un bote de
mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de
culo por culpa de su
arrebatadora sonrisa. Sí, está supersatisfecho consigo
mismo.
Le recorro el cuerpo con
la mirada: va vestido con traje gris y camisa
negra. Suspiro de
admiración. Se ha puesto gel fijador en el pelo castaño
ceniza y lo lleva peinado
a un lado, un poco alborotado. Me encanta que no
se haya afeitado. Tiene
un aspecto muy masculino y está guapo a rabiar.
¿Por qué habré insistido
tanto en ir a trabajar?
—Iré en cuanto deje a
_____ en el trabajo. —Se vuelve en el taburete y
ladea la cabeza—. Sí,
dile a Sarah que lo quiero en mi mesa cuando llegue.
Se da unas palmaditas en
el regazo y me acerco intentando no poner
mala cara tras haber oído
el nombre de esa arpía.
—Anulamos su carnet de
socio, así de sencillo. —Me siento en sus
rodillas y sonrío cuando
hunde la cara en mi cuello y me huele—. Puede
protestar todo lo que
quiera, queda expulsado. Punto —espeta con
brusquedad. —¿De qué
habla?—. Que Sarah lo cancele... sí... muy bien... te
veo pronto.
Cuelga, tira el teléfono
sobre la encimera y serpentea con las manos
debajo de mis rodillas
para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un
beso glotón y generoso.
Gime en mi boca de pura satisfacción.
—Me gusta tu vestido
—musita contra mis labios. Huele mucho a
menta, mezclada con un
poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la
mantequilla de cacahuete,
pero a él lo adoro y me encanta que sea tan
atento, así que me olvido
de la mantequilla.
—Claro que te gusta, ¡lo
has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
Me da un pico y me
suelta.
—Ya te lo he dicho:
siempre encaje. —Me recorre con la mirada.
No discuto, no tiene
ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y
además ya la llevo
puesta.
—¿Quieres desayunar?
—pregunta.
Miro el reloj de la
cocina.
—Me tomaré algo en la
oficina. —No puedo llegar tarde.
Cojo el bolso para sacar
mis píldoras.
—¿Puedo servirme un vaso
de agua?
—Toda la que quieras,
nena.
Vuelve a su bote de
mantequilla de cacahuete.
Voy al gigantesco
frigorífico y rebusco en las profundidades de mi
bolso. ¿Dónde están?
Suelto el bolso en la encimera, junto a la nevera, y lo
vacío. Mis píldoras
anticonceptivas no están. Otra vez no, por favor. No
tengo remedio.
—¿Qué ocurre? —me
pregunta.
—Nada —farfullo mientras
lo meto todo de nuevo en el bolso—.
Joder —maldigo en voz
baja. Pero entonces me dedico un aplauso mental
por haber guardado por
separado los blísteres y haber dejado algunos en mi
cajón de la ropa
interior.
—Vigila esa boca, _____
—me regaña—. Venga, vas a llegar tarde.
—Lo siento —murmuro—. Es
culpa tuya, Kaulitz.
Me cuelgo la bandolera
del hombro.
—¿Mía? —pregunta con los
ojos muy abiertos—. ¿Qué es culpa mía?
—Nada, pero me retraso
porque me estás distrayendo —lo acuso.
Me mira y tuerce el
gesto.
—Te encanta que te
distraiga.
Pues sí. No puedo negarlo.
Me deja en Berkeley
Square en un tiempo récord. Son un peligro
sobre ruedas, él y su
estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una
zona prohibida en la
esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo
el labio inferior, lleva
haciéndolo casi todo el trayecto. ¿Qué estará
pensando?
—Me encanta despertarme a
tu lado —dice con dulzura, y se acerca
para acariciarme el labio
con el pulgar.
Yo también me vuelvo para
mirarlo a la cara.
—Y a mí. Pero no me gusta
que me dejen hecha polvo por llevarme a
correr a las cinco de la
mañana.
Mis piernas ya están
resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de
correr porque don Difícil
y su manía de llevarme la contraria me
distrajeron. Voy a estar
muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los
tacones para rematarlo.
—¿Preferirías que te
follara hasta dejarte hecha polvo? —Me dedica
su sonrisa arrebatadora y
me pasa la mano por la parte delantera del
vestido.
«Ah, no, ¡de eso nada!»
—No. Prefiero el sexo
soñoliento —lo corrijo. Me acerco, le planto un
beso casto en los labios,
me bajo del coche y lo dejo solo con su ceño
fruncido. Vuelvo a
entrar—. Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta
antes de ir a trabajar.
Cierro la puerta y
empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el
par zapatos más incómodo que
tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el
día en la oficina, porque
no podría patearme Londres con estos taconcitos.
El teléfono me grita
desde el bolso. Lo saco.
Estás
increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, T.
Me vuelvo y veo que me
está mirando. Doy una vueltecita sobre mí
misma y diviso su
deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural
de su coche, que
desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha
sido bastante razonable
esta mañana.
Entro en la oficina y me
encuentro a Ken consolando a Victoria, que
está sentada a su
escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente.
¿Qué drama se ha montado
a las ocho y media de un viernes por la
mañana?
—Ve a que te la arreglen
—le dice Ken con cariño pasándole la mano
por la espalda para
calmarla. Me fijo y veo que Victoria se está mirando la
uña del pulgar. Vuelvo a
poner los ojos en blanco.
—¡Hoy no tengo tiempo
—lloriquea—. ¡Esto es un desastre!
¿Se ha roto una puñetera
uña? Esta chica debería haber estudiado arte
dramático. Entonces me acuerdo...
Tiene una cita con Gustav esta noche. Sí,
esto es un verdadero
desastre para Victoria. Voy hacia mi mesa y me
planta delante la uña
rota. Ken sigue pasándole la mano por la espalda. Mi
compañero me mira con
dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes
de venir corriendo a mi
lado de la oficina. Sé lo que toca ahora.
Apoya las palmas de las
manos en mi mesa y se inclina hacia
adelante.
—Quiero saberlo todo.
—Chitón. —Lo miro con el
ceño fruncido y echo la vista atrás para
ver si Patrick está en su
despacho. No está, pero puede que se encuentre en
la cocina o en la sala de
reuniones. Debería haber sabido que mi amigo,
gay y muy curioso,
querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Tom
hizo ayer a la oficina.
De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a
esta mañana.
Ken hace un gesto con la
mano para quitarle importancia.
—No está. ¡Desembucha!
Centro la atención en el
ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin
ningún propósito
concreto. ¿Qué le digo? ¿Que me he enamorado de un
hombre mandón, exigente,
neurótico, irracional, que pasa por encima de
quien haga falta, que
casualmente es un cliente y que me folla hasta
hacerme perder el
sentido? Ah, y que también me amenaza con iniciar la
cuenta atrás si lo
desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y
veo que Victoria se ha
unido al interrogatorio.
—Está como un queso, el
h. de p. —canturrea.
—¿H. de p.?
—Hijo de perra —responden
al unísono.
Ah. Sí, eso también.
Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo
la mesa con un suspiro.
Qué gusto.
—¡Queremos saberlo todo!
—Me acuesto con él. —Me
encojo de hombros. «¡Estoy enamorada de
él!»
Me miran como si me
hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno
a la otra y ponen los
ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de
pie, delante de mí. Ken
me estudia a través de sus gafas de moderno y yo
bajo la vista para ver si
también están dando golpecitos en el suelo con el
pie.
—_____, eso ya lo sabemos
—bufa Ken, impaciente—. Lo que
queremos saber es si el
sexo de recuperación se ha convertido en algo más
interesante.
Acerca aún más la cabeza
a mí y me siento observada en un
microscopio. Eso están
haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
—Podría preguntárselo a
Gustav —interviene Victoria con voz
chillona.
—¿Qué? —Le lanzo una
mirada furiosa al darme cuenta de lo que
quiere decir—. Victoria,
no estamos en el instituto. No necesito que
preguntes a sus amigos.
¡Mantén la boca cerrada! —He sido muy borde,
pero es que realmente me
cuesta creer que haya sugerido algo tan patético
e inmaduro.
Me mira con expresión
dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su
uña rota. Ken me observa
con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza.
Esta chica a veces es
tonta de remate.
—Es sexo, nada más —lo
informo—. ¡Ahora, déjame en paz!
Cojo el ratón y lo muevo
sin rumbo por la pantalla.
—Ajá —farfulla antes de
irse y dejarme tranquila—. Y una mierda es
sólo sexo —lo oigo
murmurar.
Paso la mañana llamando a
mis clientes y revisando plazos. Estoy
satisfecha. Todo va como
la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni
contratistas perezosos a
los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la
semana que viene y sonrío
al escribir entre las diagonales trazadas con
rotulador permanente.
Tengo que cambiar de agenda antes de que Patrick
vea la infinidad de citas
diarias con el señor de La Mansión.
Acepto gustosa el
capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa,
cortesía de Sally, y
frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de
la oficina. Miro y veo
una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Kate
saludando con la mano
como una loca en mi dirección. Intenta llamar mi
atención. Salto de la
silla y gruño ante el grito de protesta de mis
músculos. Resoplo con
cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y
sonrío con afecto al ver
el rostro emocionado de mi amiga.
—¿Verdad que es una
belleza? —Kate acaricia con amor el volante de
Margo
Junior.
—Es preciosa —le digo,
pero entonces me acuerdo de otra cosa—. ¿A
qué juegas dejando que
Georg escarbe en mi cajón de la ropa interior?
—¡No pude impedírselo!
—dice con una voz dos tonos más aguda de
lo habitual y a la
defensiva. Como debe de ser—. Es un cabroncete picarón
—sonríe.
No me cabe la menor duda.
Lo que me recuerda la tontería esa de
tener a Kate atada a la
cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en
seguida decido que
prefiero no saberlo.
—¿Qué tal está Tom? —La
sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
—Bien. —La miro recelosa.
—Has dormido con él —dice
en tono sugerente—. ¿Lo has pasado
bien?
Me atraganto.
—Bueno, me llevó de paquete
en una supermoto Ducati 1098, hizo
que Sarah me lanzara
miradas como cuchillos y me ha obligado a correr
catorce kilómetros esta
mañana. —Me agacho para masajearme los muslos
doloridos.
—Joder, ¿sigue dándote el
coñazo? Dile que se vaya a paseo. —
Frunce el ceño—. ¿Has
corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué
diablos es eso de una
Ducati?
—Una supermoto. —Me
encojo de hombros. Yo tampoco habría
sabido lo que era hace
unos días—. Ha ingresado cien mil libras en la
cuenta de Rococo Union.
—¿Qué? —chilla.
—Lo que oyes.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Para que Patrick esté
tranquilo mientras él dispone de mí. No quiere
compartirme.
—¡Guau! Ese hombre está
loco.
Me río. Sí, es un loco;
un loco que alucina; un loco rico; un loco
difícil; un loco adorable...
—¿Salimos esta noche?
—pregunto. He rechazado al loco porque
daba por sentando que
Kate estaría disponible. Es él quien no puede dar por
sentado que yo estaré
disponible para que me folle siempre que le
apetezca. Aunque resulta
tentador.
—¡Desde luego! ¡Avisa a
Victoria y al gay!
Me relajo, aliviada.
—Victoria tiene una cita
con Gustav, pero avisaré a Ken. ¿No vas a ver
a Georg esta noche?
Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso. —
Arqueo una ceja. En
realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros,
pero eso me lo callo.
Va a decirme que sólo
está pasando un buen rato.
—Sólo estamos pasando un
buen rato —responde altanera.
Me río de su
indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando
de la chica que no ha
tenido una segunda cita desde hace años. Georg es muy
mono. Entiendo que le
guste.
Alguien empieza a tocar
la bocina detrás de Margo Junior.
—¡Que te den! —grita
Kate—. Me voy. Te veo luego en casa. Te toca
a ti comprar el vino.
Sube la ventanilla con
una amplia sonrisa dibujada en la cara. No
puedo creerme que le haya
comprado una furgoneta.
De repente, recuerdo el
trato que he hecho a cambio de mi ropa... No
puedo beber esta noche.
Bueno, a la porra. Estoy deseando tomarme una o
dos copas. No se enterará
nunca. Kate desaparece por la calzada y yo
regreso a la oficina.
—Ha llamado Patrick —me
dice Sally cuando paso junto a su mesa—.
No va a venir en todo el
día. Está jugando al golf.
—Gracias, Sal.
Me siento en mi silla y
estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen.
Me levanto y me llevo el
talón al culo. Respiro con gusto cuando los
músculos de mis muslos se
estiran como es debido. Mi móvil empieza a
saltar sobre la mesa y
Placebo canta Running up that Hill. No
tengo ni que
mirar la pantalla para
saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
—Me gusta —lo saludo.
—A mí también. Luego la
pondremos para hacer el amor.
—No vas a verme luego.
—Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo
a propósito.
—Te echo de menos.
No puedo verlo, pero sé
que está poniendo un mohín. En cuanto a lo
de hacer el amor...
Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón
me da saltitos en el
pecho.
—¿Me echas de menos?
—Mucho —refunfuña. Miro
el ordenador. Es la una. No han pasado ni
cinco horas desde que nos
despedimos—. No salgas esta noche —me dice.
No es una súplica, es una
orden.
Vuelvo a sentarme. Sabía
que esto iba a pasar.
—No te atrevas —le
advierto con toda la asertividad que soy capaz de
reunir—. He hecho planes.
—¿Sabes?, puede que estés
en la oficina, pero no creas que no voy a ir
allí a follarte hasta que
entres en razón. —Lo dice muy en serio, incluso un
poco enfadado.
No será capaz. ¿O sí?
Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
—Sírvete tú mismo
—respondo sin tomármelo en serio.
Se ríe.
—Lo decía en serio,
señorita.
—Lo sé. —No me cabe la
menor duda, pero tendrá que esperar hasta
mañana para follarme como
prefiera.
—¿Tienes agujetas en las
piernas? —pregunta justo cuando las estoy
estirando bajo la mesa
otra vez.
—Más o menos. —No voy a
darle el gusto de confesar que me duelen
un montón. Me daré un
baño con sales Radox antes de salir. Un momento...
¿Habrá intentado lisiarme
para que no pueda salir esta noche?
—Más o menos —repite, y
su voz áspera está cargada de burla—.
¿Recuerdas nuestro trato?
Me cabreo conmigo misma.
Me he estado engañando al pensar que iba
a olvidarse de su trato.
Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una
maratón al amanecer con
la intención de dejarme inmovilizada.
«¡Don Controlador!»
—No hace falta que me
eches un polvo de recordatorio —mascullo.
Nunca se enterará. No voy
a emborracharme hasta el punto de tener una
resaca espantosa, tengo
la última aún demasiado reciente.
—Cuidado con esa boca,
_____ —suspira con cansancio—. Y yo
decidiré cuándo y si es
necesario un polvo de recordatorio.
¿Lo dice en serio? Me
quedo un poco boquiabierta al teléfono. ¿Acaso
no tiene sentido del
humor? Me levanto y estiro el muslo con un gemido
satisfecho. Malditos sean
él y su carrerita al amanecer.
—Recibido —confirmo con
todo el sarcasmo que se merece.
—¿Te veo esta noche?
—suspira.
—¿Mañana? —La verdad es
que quiero verlo, a pesar de que es un
hombre difícil.
—Te recojo a las ocho.
¿A las ocho? Es sábado y
quiero dormir hasta tarde. ¿A las ocho? Así
no voy a emborracharme,
no con Tom dando la lata a las ocho.
—Al mediodía
—contraataco.
—A las ocho.
—A las once.
—A las ocho —ladra.
—¡Se supone que tienes
que ceder un poco! —Este hombre es
imposible.
—Te veo a las ocho.
—Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono
en la oreja. Miro mi
móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si
quiere, no estaré
despierta para abrirle, y dudo mucho que Kate lo esté.
Dejo caer mi cuerpo
dolorido en la silla con un par de resoplidos. No
pienso volver a ir a
correr.
—Ken —lo llamo—, vamos a
salir esta noche. ¿Te vienes?
Me mira con una sonrisa
pícara y enorme en su cara de bebé.
—Debo rechazar la
invitación con elegancia. —Me hace una pequeña
reverencia, como el buen
caballero que sé que no es—. ¡Tengo una cita!
—¿Otra?
—Yo no puedo ir. Imagino
que ibas a invitarme —suelta Victoria sin
levantar la vista de sus
dibujos. No voy a dignificar su sarcasmo con una
respuesta, así que opto
por hacerle una mueca a sus espaldas.
—¡Sí! Éste es el hombre
de mi vida —asiente Ken con la sonrisa de
satisfacción más grande
del mundo.
Dejo a Ken con su sonrisa
y vuelvo a mi ordenador. Todos son el
hombre de su vida.
Salgo de trabajar a las
seis y voy directa a la tienda a comprar Radox
y una botella de vino.
Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la
tentación de descorchar
la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme
al día con Kate esta
noche y a pasar el día siguiente con mi controlador de
carácter difícil.
Perfecto.
Cruzo la puerta principal
y me encuentro a Georg, medio desnudo,
saliendo del taller de
Kate. Ella lo sigue con una enorme sonrisa de
satisfacción en la cara.
—¿Estáis de coña? —les
suelto, e intento mirar a cualquier parte
menos al cuerpazo de
Georg.
Me ciega con su sonrisa
más picarona y se vuelve para mirar a Kate,
lo cual me deja con un
primer plano de su espalda desnuda y su culo
embutido en unos vaqueros
bombacho. Es entonces cuando veo que lleva
masa para tartas en la
nuca.
—Te has dejado un poco.
—Señalo con el dedo el goterón delator.
Kate vuelve a Georg para
que quede encarado a mí y le lame la parte
central de la espalda
hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me
echo a reír. Vaya par de
exhibicionistas.
Subo al apartamento
resoplando por las punzadas de dolor que me
recorren las piernas a
cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar
la bañera y añado la
mitad del relajante muscular en forma de sales. A
continuación, me dirijo a
la cocina para encargarme del requisito especial
número dos: lleno una
copa de vino para mí y otra para Kate. Hago un
gesto de apreciación con
el primer sorbo.
A los cinco minutos,
estoy lanzando por encima de mi hombro todas
las prendas de mi cajón
de la ropa interior, presa del pánico.
—¡Kate! —Sé que las puse
aquí, así que ¿dónde coño están?
¡Si es una broma de
Georg, voy a partirle el cuello!
Kate aparece al instante
en mi cuarto.
—He cerrado el grifo de
la bañera. ¿Qué pasa?
—Mis píldoras.
—¿Qué les pasa?
—Han desaparecido. —La
acuso con la mirada—. No puedo creerme
que dejaras a Georg
entrar en mi habitación.
Me mira con los ojos como
platos.
—Yo no lo dejé entrar.
Además, si tus píldoras hubieran estado ahí,
yo las habría visto.
Dejo escapar un grito de
frustración y procedo a rebuscar en los
demás cajones, por dentro
y por fuera. Sé que las guardé aquí.
—¡Mierda!
—Relájate, puedes comprar
más. ¿Se vienen Ken y Victoria?
Hago una bola con los
contenidos del cajón de la ropa interior y la
meto en el cajón.
—Ya lo hice. Y no, los
dos tienen citas.
—Te organizas fatal
—protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un
desastre, pero me las
apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se
resiente—. ¡Anda! ¿Es
esta noche cuando Victoria sale con Gustav? —Kate
me mira con sus dos
enormes ojos azules.
—¡Sí! —Los míos le devuelven la mirada.
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
Cojo mi vino y me voy al baño.
El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y
acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la
bañera antes de
beberme el vino y cepillarme los dientes.
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto
crema
por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la
puerta de mi
habitación y aparece Kate.
—¿Cuánto te queda?
—Media hora —confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa
interior.
—Guay. —Cierra la puerta.
La vuelve a abrir.
—¿Qué? —pregunto sin levantar la vista. Estoy buscando el
conjunto
adecuado.
Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un
tirón y me
encuentro en la cama con un hombre gigantesco encima de mí.
¡Un momento! Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en
la
mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de
verle bien
la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la
boca con
ansia. Pero ¿qué coño pasa? No puedo ni intentar soltarme ni
preguntarle
qué hace aquí. Me pone a cuatro patas y desliza los dedos por
mi entrada
—sin duda para ver si estoy lista— antes de desabrocharse la
bragueta y
empotrarse en mí con un grito entrecortado.
Chillo y, como premio, una mano me tapa la boca.
—Silencio —masculla entre una y otra arremetida.
¡Joder! Estoy indefensa mientras él entra y sale de mí con
energía y
decisión. La profundidad a la que llega hace que la vista se
me nuble de
inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de
placer. Me aparta
la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia
él para que
reciba cada uno de sus duros avances.
—¡Tom! —grito desesperada. No tiene piedad.
—¡Silencio he dicho! —ruge.
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al
encuentro
de sus embestidas. Gime con cada envite y se adentra en mí a
un ritmo
trepidante. Choca contra mi útero y me envía a una neblina de
euforia
inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan
desorientada
que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir
las fuerzas
necesarias para levantar la cabeza y mirar. Estoy totalmente
indefensa.
Siento que me agarra con más fuerza, que se tensa y se hincha
en mi
interior penetrándome más allá de lo imaginable. Es un polvo
posesivo.
Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a
merced de su
voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
La velocidad a la que entra y sale de mí aumenta. Me la clava
una vez
más, profunda y lentamente, y me parto por la mitad, acometida
por un
orgasmo explosivo que me obliga a enterrar la cara en el colchón
para
ahogar un grito de alivio. Su rugido de semental retumba en la
habitación
cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona
sobre mí,
jadeando con fuerza en mi oído. Tiembla y da sacudidas dentro
de mí, y
por todo mi ser.
Ha sido toda una sorpresa. Estoy agotada e intento inhalar
todo el aire
posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han
trabajado duro.
—Por favor, dime que eres tú —jadeo con los ojos cerrados y
absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje. No se
ha quitado ni
la chaqueta.
—Soy yo —dice sin aliento, y me aparta el pelo de la espalda y
me
lame la piel desnuda con la lengua.
Suspiro feliz y lo dejo morderme y lamerme a gusto.
—No te duches —me ordena entre lametones.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo
de
todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me da la vuelta, me agarra de las muñecas y las
aplasta una
a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo
repeinado de esta
mañana ahora es un caos, pero no lo afea ni una pizca.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas. —Deja caer
los
labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima. Yo tenía razón. Debería
haberlo
sabido. Es un loco.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la
lengua,
gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo
completamente
distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que acaban
de
follar? —pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca. —Se aparta y me mira con desaprobación—. Has
bebido.
«¡Mierda!»
—No. —Mi tono es de culpabilidad.
Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo
natural.
Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
—Ni una más —me ordena con dulzura, y me da otro beso
espléndido
—. Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema
—susurra en
nuestras bocas unidas.
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos
en el
suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos,
puede que
en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el
dedo por el
costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se
unen mis
muslos.
—Lo habrías destrozado —jadeo cuando me mete dos dedos. Aún no
me he recuperado del último clímax de locura y ya está en
marcha el
siguiente. Este hombre tiene mucho talento.
—Es probable —confirma mientras mueve los dedos en círculo,
muy
adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
—Hummm —suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas
debajo de él.
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
Estiro el brazo para cogerlo del hombro y atraerlo a mi boca
pero no
me deja. Me mira expectante y me doy cuenta... de que está
esperando que
le confirme que he entendido sus órdenes.
—¡No lo haré! —grito desesperadamente cuando me ataca con una
deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
—_____, ¿vas a correrte?
—¡Sí! —le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener
un bis
de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de
alucinante—.
¡Por favor!
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar
de los
míos sin tocarlos.
—Hummm, ¿te gusta, nena? —Los mete más y empuja hacia arriba
para acariciarme la pared frontal.
—¡Dios! —grito—. Por favor, Tom.
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los
aparta.
—¿Me deseas?
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia
entre
los labios hinchados.
—Sí.
—¿Quieres complacerme, _____?
—Sí. ¡Tom, por favor! —gimoteo.
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la
cama.
«¿Qué? ¡No!»
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi
gran
orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una
bomba
sin explotar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto; sigo de piedra.
—¿Quieres que termine? —Echa la cabeza a un lado y se abrocha
los
pantalones.
—¡Sí!
Su mirada se clava en la mía.
—No salgas esta noche.
—¡No!
Se encoge de hombros.
—Mi trabajo aquí está hecho. —Me lanza un beso mientras me
mira
con sus ojos marrones de párpados pesados, y luego da media
vuelta y se
marcha.
Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me
hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo
creerme
lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo
para
hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación
fallida. Es
una táctica de manipulación absoluta.
—¡Ya lo terminaré yo! —grito cuando la puerta se cierra detrás
de él.
No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago
yo.
Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la
ropa
interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje
rosa servirá.
Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al
apartar el papel de
seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido
tabú por
excelencia. «El que ríe el último, señor Kaulitz...»
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje
a medio
terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido
tabú de seda
de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco
bronceada, los
ojos oscuros y ahumados y mi pelo es una masa de ondas
chocolate. Me
calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me
echo unas gotas
de Eternity de Calvin Klein.
—¡Me cago en la leche! —chilla Kate. Me vuelvo y la veo
mirando de
arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—. ¡Va a volverse loco!
—El señor de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
Kate se ríe.
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta! —Entra, tan
despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y
tacones
azul marino—. ¿Qué ha hecho para merecerse esto?
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme
para
que entrara en razón. —Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo
que
acabo de admitir.
Kate se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No
puedo
evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
—Dios, me encanta —farfulla entre carcajadas—. Me alegro de no
ser
la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
Se seca las lágrimas de risa de los ojos.
No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Georg no se pasea
por
el apartamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en
la cara porque
Kate le esté haciendo muchas tartas.
—Me tiene hecha un lío. —Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme
en el
espejo para ponerme el pintalabios nude.
—¿Ya sabemos cuántos años
tiene? —Kate coge mis polvos
bronceadores para dar una
pasada extra a sus mejillas pálidas.
—Ni idea. Es un tema
tabú, igual que la cicatriz del estómago.
Se pellizca las mejillas.
—¿Es importante? ¿Qué
cicatriz?
—No, no lo es. La
cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí. —Me
paso el dedo desde la
parte baja del estómago hasta la cadera.
Mira mi reflejo en el
espejo.
—Estás enamorada de él.
—Con locura —admito.
CAPITULO 32.-
Pasamos
junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No estamos
borrachas,
pero esta noche nos ha dado por reírnos.
—¿Qué vas
a tomar? —pregunta Kate cuando se nos acerca un
camarero.
—Vino
—contesto, y me río para mis adentros. Ha sido fácil.
Kate coge
las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes
por la
noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con
cuidado en
el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.
—Bueno,
cuéntame cosas. ¿Qué tal Georg? —pregunto como si nada.
Sé que es
más que sexo. Creo que los dos han encontrado la horma de su
zapato. No
conozco a Georg, pero sí a Kate, y para que dedique tanto tiempo
a un
hombre tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Georg es que
tiene una
sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnudo. Kate no
ha pasado
tanto tiempo con un hombre desde que estuvo con mi hermano.
Sonrío
ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no
me apetece
hablar de Dan esta noche, no con Kate.
Se encoge
de hombros.
—Divertido.
—¡Venga
ya! Te he contado mucho más sobre Tom, ¡dame más!
Da un
sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con
tranquilidad.
—_____, no
es la clase de hombre con la que una sienta la cabeza. Lo
pasaré
bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
Por
dentro, miro mal a Kate por recordarme lo me que dijo Sarah
acerca de
plantearse un futuro con Tom.
—¿Cómo lo
sabes? —Intento poner orden en mis pensamientos
dispersos.
—Lo sé —me
dice con media carcajada.
Si soy
sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida
con calma
y no tiene inhibiciones... Todo lo que Georg parece ser. Al menos,
por lo que
yo he visto, y he visto bastante. ¿Qué problema hay?
—Me cae
bien —admito. Es posible que sea un exhibicionista y un
pesado,
pero es adorable.
—Bueno, a
mí también me cae bien Tom.
Me río.
Claro que sí: le ha comprador una furgoneta. Pero me callo.
—Pero te
gusta en plan amigo, ¿no? —Ay Dios, no se me había
ocurrido
pensar que Kate pudiera sentirse atraída por él. Aunque todo el
mundo se
siente atraído por él. Me han mirado mal infinidad de
admiradoras,
pero jamás pensé, ni por un instante, que Kate pudiera sentir
algo por
él.
—¡Claro!
—Me mira toda ofendida—. Me gusta porque es evidente lo
mucho que
te quiere.
—¿Qué?
Kate, no me quiere. Lo que le gusta es follarme. —Doy un
buen trago
de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme
Kate. ¿O
es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo? ¿Lo
mucho que
me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
—______,
eres la reina de la negación.
—¿Cuántos
años crees que tiene? —pregunto.
Kate se encoge
de hombros.
—Unos
treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo. —Se baja del
taburete y
coge el paquete de tabaco del bolso—. Espérame aquí, no quiero
que nos
quiten la mesa.
Se va a la
zona de fumadores y me deja meditando sobre mi
endiablada
situación. Estoy enamorada de un hombre que pisotea, que es
controlador
y exigente más allá de lo razonable. Sabía que debía
mantenerme
lejos de él. No puedo evitar pensar que podría haber
rechazado
con facilidad a cualquier otro hombre, haberlo evitado y huido.
Pero Tom
es otra historia. Soy adicta, estoy enganchada a él y no sé si es
sano.
—¿_____?
Una voz
muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones.
Además, es
una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el
vestido de
seda.
—Hola,
Matt. —Suena como si de verdad tuviera ganas de verlo.
—Joder,
_____. Estás estupenda. —Me da un repaso con una mirada
obscena,
cosa que me hace sentir muy incómoda. ¿Cómo puede darme
tanto
repelús ahora? Lo quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que
sentía por
Matt palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que
siento por
cierto don Controlador de edad desconocida.
—Gracias;
¿cómo estás? —pregunto educadamente, y reparo en su
camisa y
sus vaqueros negros. Odio esos vaqueros, y la camisa parece mala
y barata.
—Muy bien,
gracias. ¿Qué es de tu vida?
«Sexo
¡Sexo del bueno y en abundancia!»
—No gran
cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso.
—Es
mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia
inmobiliaria.
Matt no se percata de que me estoy retorciendo el pelo.
Nunca se
dio cuenta de lo que significa ese tic. ¿Una señal, tal vez?
—¿Qué tal
el trabajo?
Apoya los
codos en el borde de la mesa e invade por completo mi
espacio
personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de él mientras
rezo para
que Kate vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.
—Muy bien,
gracias. —Medito sobre si debo preguntarle lo mismo.
Después de
que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en
su
empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho
la
conversación.
Sonríe
radiante, es su sonrisa falsa.
—Genial.
Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te
culparía
si me mandaras a la mierda.
«¡Vete a
la mierda!»
—Tranquilo,
Matt. No te preocupes.
—Genial.
Vomito
para mis adentros cuando James se acerca para unirse a
nosotros y me mira con el mismo desprecio que yo
siento hacia él. ¡Que se
vaya a tomar viento!
Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con
cuidado. Este vestido es
ridículo, y aunque me sentía perfectamente
cómoda antes de ver a
Matt, ahora creo que enseño demasiado y me siento
expuesta y vulnerable
bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su
amigo.
—James. —Lo saludo con
una inclinación de cabeza.
—_____ —replica. La
frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de
haberle contado a Matt que
me vio con un tipo alto, castaño y agresivo, así
que ¿por qué se está
comportando Matt de una forma tan agradable?
—¿Puedo invitarte a una
copa por los viejos tiempos? —se ofrece mi
ex.
—No, de veras, no hace
falta.
Levanto mi copa de vino
medio llena. ¿Por los viejos tiempos?
¿Cómo? ¿Para celebrar lo
estúpido que era? ¡Por favor!
No la veo, pero sé que
está cerca. La corriente helada que de repente
emana del cuerpo de Matt
es muy poderosa. James no le da una bienvenida
mejor. Kate y él tampoco
se entienden.
—¿Qué coño haces tú aquí?
—le grita al aproximarse.
Se me tensan los hombros.
—No pasa nada, Kate
—apaciguo a la fiera de mi amiga pelirroja.
—Ya me iba —sisea Matt.
—¡Pues ya estás tardando!
Él se vuelve hacia mí.
—Me alegro de verte,
______.
—Igualmente, Matt.
—Sonrío. ¿Qué gano siendo hostil? El tipo está
arrepentido, o eso creo.
Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no
puedo continuar con el
drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi
vida es una gran obra
dramática en estos momentos.
Matt y James me dejan en
paz, pero la calma sólo dura hasta que Kate
se desata.
—¿Qué haces hablando con
esa serpiente? —me suelta desde el otro
lado de la mesa mientras
se encarama a su taburete.
—Ha venido a saludar, sólo
estaba siendo educado. —Mi tono de
aburrimiento la irritará
aún más. ¡Está como una moto!
—¡Me importa una mierda!
Arrugo la cara.
—Hablas igual que Tom.
Dios, no necesito que la
fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera
de mi hombre. Resopla un
poco antes de beberse el vino de un trago. Hago
lo mismo y me termino la
copa.
—¿Otra? —Saco dinero de
la cartera—. Vigílame el bolso.
Me dirijo a la barra para
pedir otra ronda de bebidas y espero
pacientemente a que el
camarero me atienda.
—¿Todo bien, preciosa?
Pongo los ojos en blanco
y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido,
baboso y creído mirándome
de arriba abajo.
—Hola —digo cortésmente,
y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El
camarero trae nuestras
copas—. Gracias. —Le doy un billete de veinte y
echo un trago. El baboso
no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado,
salivando sobre su pinta.
Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico
mentalmente al camarero
que se dé prisa con el cambio e incluso considero
la posibilidad de
renunciar a mi dinero y huir de aquí.
—¿Bailamos?
—No, gracias. —Sonrío,
cojo el cambio de la mano del camarero y
hago una maniobra de fuga
veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a
probar suerte.
Ésta es mi tercera copa
de vino. Soy una rebelde. Al diablo. Después
del numerito que me ha
montado Tom en casa, estoy en una misión secreta
de resistencia: tener la
última palabra.
Unas cuantas horas
después ya no hay tanta gente en el bar y vamos,
probablemente, por la
tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja
como a un par de
adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.
—¿De verdad estabas atada
a la cama? —pregunto descaradamente.
La sonrisa que se dibuja
en su cara me dice que Georg no me estaba tomando
el pelo. Ni siquiera me
sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea
consecuencia del sexo
ardiente del que he estado disfrutando últimamente
—. Lo sabía. —Me echo a
reír—. Tienes que decirle que se ponga algo
encima cuando se pasea
por el piso. No sé adónde mirar.
—¿Estás loca? —Me mira
escandalizada—. ¡Qué desperdicio de
cuerpo!
Su mirada se pierde en la
distancia, obviamente está pensando en el
cuerpo de Georg. Sí, es
bastante atractivo, pero eso no significa que me
interese verlo. Yo ya
tengo otro cuerpazo que admirar. Hablando del
cuerpazo, estoy borracha
y tengo ganas de verlo. Puede que lo llame.
Entonces me acuerdo... Se
supone que no debería estar bebiendo. ¡Bah! Me
tomo otro trago de vino.
—Entonces ¿a qué se
dedica? —pregunto.
Conduce un Porsche y no
parece que vaya nunca a trabajar.
Se encoge de hombros.
—Es un huérfano rico.
—¿Huérfano?
—Al parecer —dice
pensativa—, sus padres murieron en un accidente
de coche cuando él tenía
diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni
nada. Vive de su herencia
y le va la marcha. —Sonríe de satisfacción otra
vez.
Dios, ¿Georg es huérfano?
No me puedo imaginar perder a mis padres a
esa edad. A ninguna edad,
de hecho. Tuvo que ser horrible. ¿Y nadie se
hizo cargo de él? De
repente ya no veo a ese chico descarado de la misma
manera. Nadie se
imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre
está sonriendo y
bromeando.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta —responde casi
de mala gana, como si se sintiera culpable
por saber la edad del
hombre al que se está tirando.
Lo dejo estar. No es
culpa de Kate que a mí me tengan a oscuras.
—¿Qué opinas de Gustav?
Levanta las cejas.
—Es un poco frío y
cuadriculado, ¿no crees?
—¡Sí! —Me alegra no ser
la única que lo piensa—. No es para nada el
tipo de Victoria.
—Dos citas, como mucho.
—Kate me apunta con su copa y derrama
un poco de vino sobre la
mesa—. Lo aburrirá hasta la muerte con un
informe detallado de su
última visita al salón de bronceado.
—Cada semana está más
naranja. —Me río.
—Eso no es naranja, tía.
—Otro salpicón de vino sobre la mesa—. Eso
es caoba. Jamás podrá encontrarla
en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a
oscuras.
—¡No!
—Sí. Es por no sé qué
rollo de la celulitis y el pelo de recién follada.
Un coñazo. Con el último
tío con el que estuvo decía que se levantaba una
hora antes que él para
ducharse, peinarse y maquillarse para estar
presentable cuando él se
despertara.
—¡Eso es ridículo!
Asiente.
—Oye, ¿te ha mencionado
Tom algo sobre una fiesta en La Mansión?
—¡Sí! —Me planteo
seriamente si decirle que me ha sobornado para
que vaya. Por favor, que
Georg haya pedido a Kate que lo acompañe. Eso
haría mucho más
soportable la velada—. ¿Tú vas a ir?
—¡Pues claro que sí! Me
muero por ver el sitio. —Le brillan los ojos
de emoción—. Creo que se
avecina una sesión de compras.
—Probablemente yo me las
apañe con lo que ya tengo en el armario.
—Me encojo de hombros. Me
he gastado quinientas libras en este estúpido
y minúsculo vestido. Me
reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta
de que no tiene respaldo,
así que tengo que agarrarme al borde de la mesa.
El vino sale volando por
los aires.
—¡Mierda! —grito mientras
intento no caerme al suelo de culo.
Me uno a las inevitables
carcajadas de Kate, y nuestras copas se
tambalean peligrosamente
mientras nos reímos a mandíbula batiente como
un par de adolescentes
borrachas que se han pasado con la sidra. Necesito
parar de beber ya. Estoy
a punto de sobrepasar el umbral de la diversión
para caer en el terreno
de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como
una borracha. Mi señor de
La Mansión, exigente y nada razonable,
aparecerá mañana a las
ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener
resaca.
—Creo que va siendo hora
de retirarse —dejo caer con toda la
diplomacia posible.
Kate asiente con la copa
de vino en los labios.
—Sí, yo ya estoy. —Se
escurre de la banqueta y se me acerca a
trompicones. Vale, parece
que Kate ya está en el territorio de las eses—.
Huy, me encanta esta
canción. ¡Vamos a bailar! —chilla, y me empuja
hacia la pista de baile.
—¡Kate, no hay nadie en
la pista! —protesto. Tampoco hay casi nadie
en el bar.
—¿Y qué más da? —responde
al tiempo que avanza dando tumbos
hacia la música. Me
arrastra con ella—. Nos iremos después de es... ¡Ay!
—Se precipita al suelo y
tira de mí con un aullido—. ¡Perdón! —Se echa a
reír.
Estamos las dos
despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y
mirando las tenues luces
del local. Me avergonzaría... si no estuviera tan
pedo. ¿Cómo se nos verá
desde fuera? Ninguna de las dos hace siquiera un
intento rápido de ponerse
en pie.
—¿Crees que los de
seguridad vendrán a ayudarnos? —balbuceo entre
carcajadas.
Kate se enjuga una lágrima.
—No lo sé. ¿Gritamos? —Busca
mi brazo para apoyarse en él y poder
sentarse—. ¡Mierda! —exclama
con un tono que ha pasado del cachondeo
a la seriedad.
—¿Qué? —Yo también me
incorporo para averiguar a qué ha venido
eso, y resulta que
tenemos a Tom mirándonos desde arriba, con los brazos
cruzados y una expresión
de cabreo extremo en su bonito rostro.
Mierda, eso digo yo.
Aprieto los labios por temor a echarme a reír y
hacerlo enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un
mes castigada —susurro para que sólo
Kate pueda oírme. Mi
amiga escupe a diestro y siniestro al intentar
contener la risa, y yo no
consigo reprimir la mía.
Estamos las dos sentadas
en el suelo del bar como un par de hienas
borrachas. La cara de Tom
se pone más roja a cada segundo que pasa. Kate
se ríe todavía más cuando
Georg aparece junto a Tom, con la desaprobación
reflejada en la cara. ¿Por
qué mi chico no puede mirarme con cara de
desaprobación en vez de
quedarse ahí plantado como si fuera a entrar en
combustión espontánea?
Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es sólo
cortesía de la
delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal
camino.
Un portero cachas con la
cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene
cara de malo. Doy un
codazo a Kate para indicarle que van a echarnos del
bar.
—Kate, si no nos dejan
entrar más para comer, tendré que darme a la
bebida. —Me encanta el sándwich
de beicon, lechuga y tomate del
Baroque.
—Pero si ya lo has hecho —resopla
mientras intenta levantarse otra
vez apoyándose en mí.
—Tom, encárgate de tu
chica —gruñe el portero, que lo saluda con un
apretón de manos.
—Descuida. —Me lanza su
mirada más amenazadora—. Yo me
encargo. Gracias por la
llamada, Jay.
«¿Qué?»
—Vamos, pesada —le dice
Georg a Kate en tono de burla mientras la
levanta.
Kate le echa los brazos
al cuello y se ríe en su cara.
—Llévame a la cama, Jorge.
Dejaré que me ates otra vez. —Se
desploma sobre él como un
saco de patatas.
Georg intenta reprimir
una carcajada ante el numerito de Kate, pero no
lo hace porque esté
enfadado con ella. En absoluto. Se contiene por Tom,
que ha vuelto a
fastidiarme la noche. No esperaba verlo hasta las ocho de la
mañana, así que no iba a
enterarse nunca de que me había emborrachado un
poco. ¿Y qué es todo ese
rollo de que el portero lo ha llamado?
Vuelvo a dirigir mi
mirada achispada hacia don Exigente y pongo mi
mejor cara de ofendida. Se
le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado
en el vestido tabú. Ay,
madre, he desobedecido dos órdenes. Va a
castigarme de verdad. Y
me vuelve a entrar la risa floja.
—Vamos, levanta —gruñe
con los dientes apretados.
—¡Relájate, plasta! —lo
riño con más seguridad de la que siento. Le
tiendo la mano para que
me ayude, sé que no me va a dejar tirada.
Suspira y sacude la
cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha
para levantarme. Abre aún
más los ojos cuando recibe de pleno el impacto
frontal del vestido tabú.
Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al
tinte después de haberme
revolcado con él por el suelo sucio del bar.
Me tranquilizo.
—¿Estás enfadado conmigo?
—Lo miro, achispada, sin dejar de
pestañear y aferrada a la
solapa de su traje gris. ¿Es que no ha pasado por
casa en todo el día?
—Muchísimo, _____ —dice
amenazadoramente. Me agarra del codo y
me saca del bar. Localizo
al portero que me ha delatado y lo miro con
desdén cuando pasamos
junto a él. Estrecha la mano a Tom y me muestra
su desaprobación
sacudiendo la cabeza.
«Que te jodan.»
Georg está ayudando a
Kate a meterse en el asiento delantero del
Porsche. Le sujeta la
cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue
con la risa floja y me la
contagia otra vez.
—¡Jorge, hoy es tu noche
de suerte! —canturrea mientras Georg
cierra la puerta del
coche. Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá
acción en el dormitorio
de Kate.
Tom y Georg se despiden;
el primero me tiene bien sujeta del codo.
—Hasta luego, bonita. —Georg
me da un beso en la mejilla y me lanza
una sonrisa sólo para mis
ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no
echarme a reír y cabrear
más de lo necesario a mi hombre exigente e
irracional.
Tom me lleva a su coche y
me mete en el asiento delantero con
suavidad y firmeza, todo
en el más absoluto silencio. Parece muy cabreado,
pero estoy borracha y
envalentonada, así que me da igual.
Se estira por encima de mí
para ponerme el cinturón y lo rechazo de
un manotazo.
—Puedo ponérmelo sola —gruño
enfurruñada.
Me lanza una mirada para
avisarme de que no me pase, así que —y
probablemente sea lo más
sensato— me pongo las manos en el regazo y
dejo que me abroche el
cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.
—Hueles a gloria —lo
informo en voz baja.
Se aparta. Sigue con cara
larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no
dice ni una palabra. No
me habla. ¡Qué maduro! Cierra de un portazo y se
coloca tras el volante,
arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la
menor consideración para
con los demás usuarios.
—La casa de Kate está por
ahí —señalo cuando el vehículo avanza
rugiendo en otra dirección.
—¿Y? —Es la única palabra
tensa que me escupe.
Venga, hombre, por el
amor de Dios.
—Y es donde vivo —digo
con firmeza. No va a chafarme la noche por
completo. Kate y yo
tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones
con una taza de té en la
mano después de haber bebido hasta hartarnos.
—Duermes en mi casa. —Ni
siquiera me mira.
—No, eso no formaba parte
del trato —le recuerdo—. Tengo hasta las
ocho de la mañana antes
de que vuelvas a distraerme.
—He cambiado el trato.
—¡No puedes cambiarlo!
Se vuelve muy despacio
para tenerme cara a cara.
—Tú lo has hecho.
Retrocedo y lo miro con
enfado, pero no se me ocurre nada que decir.
Tiene razón, he roto las
condiciones del trato. ¡Pero sólo porque eran
irracionales! Me reclino
contra la tapicería de cuero suave. De todas
formas, sólo faltan, más
o menos, ocho horas para las ocho.
Llegamos al Lusso y lanzo
un gemido de protesta. Parece que Clive
sólo me ve cuando estoy
borracha o cuando estoy tan agotada que tienen
que llevarme en brazos.
Abro la portezuela y me muevo con cuidado para
intentar ponerme de pie.
Tom me mira con atención, sin duda con la
esperanza de que me caiga
para poder recogerme y dar a Clive la impresión
de que estoy pedo otra
vez.
Pues se va a llevar una
decepción. Cierro la puerta, con suavidad, y
echo a andar hacia el
vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego
al vestíbulo, todavía en
vertical, y saludo educadamente a Clive con la
cabeza al pasar ante él,
pero el conserje no dice nada. Me devuelve el
saludo con la cabeza y
mira a Tom. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin
haber dicho ni hola, sé
que ha visto la cara de cabreo de Tom. Resoplo
para mis adentros, entro
en el ascensor y espero cortésmente a que Tom
haga lo propio.
—Tienes que cambiar el código
—murmuro mientras introduzco el
código del constructor.
No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se
encargarán en seguida.
No dice ni una palabra.
Se está esforzando por no hablarme. Levanto
la cabeza y veo que me
mira fijamente, estudiándome con atención, con
cara de póquer. Estoy
segura de que está a punto de saltar sobre mí y
echarme uno de los polvos
de Tom. ¿Me follará para hacerme entrar en
razón o será un polvo de
recordatorio? Ah, ¡seguro que me echa un polvo
de disculpa! Mi cerebro
ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren
las puertas del ascensor
y él sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría
apostado la vida a que
iba a follarme. En fin, aún no estamos en su
apartamento.
Abre la puerta y entra
sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y
lo sigo a la cocina,
donde lo veo sacar una botella de agua de la nevera. Le
da un par de tragos y me
la pasa bruscamente.
No me molesto en
rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del
dolor de cabeza que tenía
al despertar son motivo más que suficiente para
aceptar su oferta. Bebo
agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía
en la encimera.
—Date la vuelta —ordena.
¡Allá vamos! Un millón de
fuegos artificiales entran en combustión
en mi interior cuando
obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido
gritando y un cosquilleo
en la piel. La sensación de sus manos cálidas
sobre mis hombros me hace
apretar los dientes y me acelera la respiración.
Coge la cremallera del
vestido y la baja muy despacio, deslizando las
manos por mi cuerpo en su
descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un
golpecito en el tobillo y
levanto los pies por turnos para salir de la maraña
de seda. Me vuelvo y miro
hacia abajo para verlo arrodillado delante de
mí.
Me devuelve la mirada, se
levanta despacio y frota la nariz entre mis
pechos mientras asciende
hacia mi garganta. Me huele el cuello. ¡Sí! Estoy
suplicando por él
mentalmente, como siempre.
Me succiona con los
labios y me mordisquea y lame la delicada piel,
que arde en deseos de que
me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es él quien
pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma,
______? —me pregunta en voz baja. El aire se
me queda atrapado en la
garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto
un largo e intenso
suspiro—. Tienes que decir la palabra mágica. —Me
roza la oreja con los
labios. Me tiemblan las rodillas.
—Sí —jadeo.
—¿Quieres que te folle,
nena?
—Tom. —Me estremezco
cuando me acaricia entre los muslos.
—Lo sé. Me deseas. —Me
muerde el lóbulo de la oreja y el metal del
cierre de mis pendientes
de plata tintinea contra sus dientes.
Tiemblo y jadeo,
desesperada por él. Pero entonces se aparta y me
deja hecha un saco de
hormonas y de deseo.
—Quédate ahí —me ordena
con firmeza, y después se va.
Todavía lleva puesto el
traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo
abre y saca algo. ¿Crema
de cacao? Se me acelera el pulso.
Vuelve a mí con calma.
Recorro su cuerpazo con la mirada y me
deleito con el bulto rígido
que tiene en la entrepierna. Lo espero sin
protestar, aceptando que
se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se
me acerca a la cara y
exhala su aliento caliente y mentolado contra mí
cuando me roza las
mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de
posarlos suavemente sobre
los míos.
Gimo de puro placer. Abro
la boca pero él deshace el beso y empieza
a descender por mi
cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi
respiración, ya
superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa.
Me mira y sigue bajando,
toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace
que mis manos se aferren
a sus hombros en busca de un lugar donde
apoyarse. Me dedica una
sonrisa de complicidad y empieza a ascender
apretando el cuerpo al mío.
—Te pongo a mil —me
susurra al oído.
—Sí —digo con un escalofrío
y tratando de recobrar el aliento.
—Lo sé. Y eso me...
pone... muchísimo..., joder. —Se aparta de mí.
Pero ¿qué hace? Levanta
las manos y me doy cuenta de que lleva mi
vestido en una... Y unas
tijeras en la otra.
No será capaz. Abre las
tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces,
muy despacio, lo corta
por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta.
Ha sido capaz. ¿Un
vestido de quinientas libras? Ni siquiera tengo
capacidad para gritarle o
detenerlo. Estoy estupefacta.
No contento con haber
cortado en dos mi vestido tabú de quinientas
libras, procede a
seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar,
tranquilo y sin expresar
emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto
con las tijeras. Me mira.
Encuentro mi voz.
—No puedo creerme lo que
acabas de hacer.
—No juegues conmigo,
______ —me avisa, sereno, controlado. Se mete
las manos en los
bolsillos del pantalón y me observa con atención mientras
yo sigo de pie delante de
él, pasmada. La embriaguez ha desaparecido.
Estoy despabilada, sobria
y perpleja ante su demostración de eso que él
llama poder.
—¡Tú! —Le planto el dedo
en la cara—. ¡Estás loco!
Sus labios forman una línea
recta.
—Así es como me siento. ¡Ahora
lleva ese culo a la cama!
¿Cómo? ¿Que lleve mi culo
a la cama? Este hombre es increíble: no
es exigente, es imposible
del todo. Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto
más a su lado, necesitaré
bótox antes de cumplir los veintisiete.
—¡No voy a meterme en la
cama contigo!
Me quito los tacones de
una patada, doy media vuelta, salgo de la
cocina y dejo a don
Controlador allí, rabiando. Voy en ropa interior y ha
hecho pedazos mi vestido,
así que estoy jodida.
Subo los peldaños de la
escalera con furia, pisando fuerte y
resoplando. ¡Quiero
gritar! ¡Se le va la olla, está loco de atar! Entro en el
dormitorio y veo mi bolsa
del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé
que ahí no hay nada de
ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó
encima de la cama el
vestido que me tenía que poner. Pues no pienso
quedarme aquí. ¡De
ninguna manera!
Bajo la escalera a toda
prisa, cruzo el descansillo y entro en el
dormitorio más lejano.
Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi
favorito y el que está más
lejos de él! Cierro de un portazo y me meto en la
cama. Las sábanas son
maravillosas. Todavía está igual que la noche de la
inauguración. Tiro todos
los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza
frustrada en la almohada.
No huele a agua fresca y a menta y no es ni de
lejos tan cómoda como la
de Tom, pero servirá para esta noche. Mañana
me marcharé. ¡Este hombre
está trastornado! No tiene sentido que intente
salirme con la mía:
aunque tenga la gentileza de darme la razón, a
continuación pasa por
encima de mí como una apisonadora.
«¡Gilipollas!»
La puerta se abre de par
en par y la luz del descansillo entra en la
habitación. Su silueta
crece a medida que se acerca a mí. ¿Qué va a hacer
ahora? ¿Lavarme el estómago?
Se agacha y me coge en
brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba
a servir de algo, me
resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su
dormitorio y me acueste
en su cama.
Me pongo boca abajo y
entierro la cara en una almohada. Cierro los
ojos y finjo no disfrutar
del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy
mentalmente agotada y
agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir
hasta el lunes. Escucho
las idas y venidas de Tom. Se está desvistiendo.
¡Más le vale no moverse
de su lado de la cama!
La cama se hunde, me coge
de la cintura y tira de mí. Sin apenas
esfuerzo, estoy sobre su
pecho. Intento apartarlo y hago caso omiso del
gruñido que brota de su
garganta.
—¡Suéltame! —grito
mientras intento quitarme sus dedos de encima.
—_____... —Su tono me
dice que se le está agotando la paciencia. Eso
me cabrea aún más.
—Mañana... me largaré de
aquí —le espeto, y me alejo de él.
—Ya veremos. —Casi se ríe
cuando vuelve a atraerme hacia su pecho
y me aprieta contra su
cuerpo.
Dejo de resistirme. Es un
esfuerzo inútil. Además, no puedo evitar la
inmensa alegría que
siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto
su aliento tibio en el pelo.
Aunque sigo estando hecha
una furia.
HOLA!! AQUI ESTAN LOS CAPS SIG. YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))
HOLA!!! A
Guaooooo tremendo cap virgi Tom definitivamente no tiene remedio y para mi que ya esta enamorado de (Tn), es un controlador jeje me encanto espero los próximos caps y ya me muero x saber que pasara!!!
ResponderBorrarWoo o.O
ResponderBorrarSube pronto :)
Siguela!!
ResponderBorrarSigueeeee
ResponderBorrarWoo o.O
ResponderBorrarSube pronto :)
Tom se pasio!! Vamos rayita mas coraje no siempre salirse con la suya!!
ResponderBorrarSiguela
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