miércoles, 15 de abril de 2015

CAPITULOS 31 Y 32

CAPITULO 31.-
Entro descalza en el dormitorio y veo el vestido entallado de color crema
sobre la cama, al lado de mis tacones nude y un conjunto de ropa interior
de encaje que no me suena de nada. Frunzo el ceño y cojo la lencería
desconocida. Me ha comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi
talla? De verdad cree que puede decirme cómo vestir.
Paso los dedos por el delicado encaje de color crema claro. Es
precioso, pero un pelín excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo
otra cosa en la bolsa del gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador
ni tampoco otro vestido. No hay ropa. Es un capullo astuto.
Me resigno y acepto mi destino. Me preparo para ponerme la ropa
interior y el vestido que Tom ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo
que debería estarle agradecida por no haber elegido un jersey grande y
grueso. La verdad, es un gran alivio que haya tenido la iniciativa de
dejarme un secador. Me maquillo, me seco el pelo —que me queda un
poco enmarañado—, me lo recojo y voy al piso de abajo.
Tom está en la isla de la cocina hablando por el móvil y metiendo el
dedo en un bote de mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de
culo por culpa de su arrebatadora sonrisa. Sí, está supersatisfecho consigo
mismo.
Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris y camisa
negra. Suspiro de admiración. Se ha puesto gel fijador en el pelo castaño
ceniza y lo lleva peinado a un lado, un poco alborotado. Me encanta que no
se haya afeitado. Tiene un aspecto muy masculino y está guapo a rabiar.
¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?
—Iré en cuanto deje a _____ en el trabajo. —Se vuelve en el taburete y
ladea la cabeza—. Sí, dile a Sarah que lo quiero en mi mesa cuando llegue.
Se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner
mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía.
—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo. —Me siento en sus
rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—. Puede
protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto —espeta con
brusquedad. —¿De qué habla?—. Que Sarah lo cancele... sí... muy bien... te
veo pronto.
Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos
debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un
beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.
—Me gusta tu vestido —musita contra mis labios. Huele mucho a
menta, mezclada con un poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la
mantequilla de cacahuete, pero a él lo adoro y me encanta que sea tan
atento, así que me olvido de la mantequilla.
—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
Me da un pico y me suelta.
—Ya te lo he dicho: siempre encaje. —Me recorre con la mirada.
No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y
además ya la llevo puesta.
—¿Quieres desayunar? —pregunta.
Miro el reloj de la cocina.
—Me tomaré algo en la oficina. —No puedo llegar tarde.
Cojo el bolso para sacar mis píldoras.
—¿Puedo servirme un vaso de agua?
—Toda la que quieras, nena.
Vuelve a su bote de mantequilla de cacahuete.
Voy al gigantesco frigorífico y rebusco en las profundidades de mi
bolso. ¿Dónde están? Suelto el bolso en la encimera, junto a la nevera, y lo
vacío. Mis píldoras anticonceptivas no están. Otra vez no, por favor. No
tengo remedio.
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
—Nada —farfullo mientras lo meto todo de nuevo en el bolso—.
Joder —maldigo en voz baja. Pero entonces me dedico un aplauso mental
por haber guardado por separado los blísteres y haber dejado algunos en mi
cajón de la ropa interior.
—Vigila esa boca, _____ —me regaña—. Venga, vas a llegar tarde.
—Lo siento —murmuro—. Es culpa tuya, Kaulitz.
Me cuelgo la bandolera del hombro.
—¿Mía? —pregunta con los ojos muy abiertos—. ¿Qué es culpa mía?
—Nada, pero me retraso porque me estás distrayendo —lo acuso.
Me mira y tuerce el gesto.
—Te encanta que te distraiga.
Pues sí. No puedo negarlo.

Me deja en Berkeley Square en un tiempo récord. Son un peligro
sobre ruedas, él y su estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una
zona prohibida en la esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo
el labio inferior, lleva haciéndolo casi todo el trayecto. ¿Qué estará
pensando?
—Me encanta despertarme a tu lado —dice con dulzura, y se acerca
para acariciarme el labio con el pulgar.
Yo también me vuelvo para mirarlo a la cara.
—Y a mí. Pero no me gusta que me dejen hecha polvo por llevarme a
correr a las cinco de la mañana.
Mis piernas ya están resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de
correr porque don Difícil y su manía de llevarme la contraria me
distrajeron. Voy a estar muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los
tacones para rematarlo.
—¿Preferirías que te follara hasta dejarte hecha polvo? —Me dedica
su sonrisa arrebatadora y me pasa la mano por la parte delantera del
vestido.
«Ah, no, ¡de eso nada!»
—No. Prefiero el sexo soñoliento —lo corrijo. Me acerco, le planto un
beso casto en los labios, me bajo del coche y lo dejo solo con su ceño
fruncido. Vuelvo a entrar—. Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta
antes de ir a trabajar.
Cierro la puerta y empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el
par zapatos más incómodo que tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el
día en la oficina, porque no podría patearme Londres con estos taconcitos.
El teléfono me grita desde el bolso. Lo saco.
Estás increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, T.
Me vuelvo y veo que me está mirando. Doy una vueltecita sobre mí
misma y diviso su deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural
de su coche, que desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha
sido bastante razonable esta mañana.
Entro en la oficina y me encuentro a Ken consolando a Victoria, que
está sentada a su escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente.
¿Qué drama se ha montado a las ocho y media de un viernes por la
mañana?
—Ve a que te la arreglen —le dice Ken con cariño pasándole la mano
por la espalda para calmarla. Me fijo y veo que Victoria se está mirando la
uña del pulgar. Vuelvo a poner los ojos en blanco.
—¡Hoy no tengo tiempo —lloriquea—. ¡Esto es un desastre!
¿Se ha roto una puñetera uña? Esta chica debería haber estudiado arte
dramático. Entonces me acuerdo... Tiene una cita con Gustav esta noche. Sí,
esto es un verdadero desastre para Victoria. Voy hacia mi mesa y me
planta delante la uña rota. Ken sigue pasándole la mano por la espalda. Mi
compañero me mira con dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes
de venir corriendo a mi lado de la oficina. Sé lo que toca ahora.
Apoya las palmas de las manos en mi mesa y se inclina hacia
adelante.
—Quiero saberlo todo.
—Chitón. —Lo miro con el ceño fruncido y echo la vista atrás para
ver si Patrick está en su despacho. No está, pero puede que se encuentre en
la cocina o en la sala de reuniones. Debería haber sabido que mi amigo,
gay y muy curioso, querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Tom
hizo ayer a la oficina. De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a
esta mañana.
Ken hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No está. ¡Desembucha!
Centro la atención en el ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin
ningún propósito concreto. ¿Qué le digo? ¿Que me he enamorado de un
hombre mandón, exigente, neurótico, irracional, que pasa por encima de
quien haga falta, que casualmente es un cliente y que me folla hasta
hacerme perder el sentido? Ah, y que también me amenaza con iniciar la
cuenta atrás si lo desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y
veo que Victoria se ha unido al interrogatorio.
—Está como un queso, el h. de p. —canturrea.
—¿H. de p.?
—Hijo de perra —responden al unísono.
Ah. Sí, eso también. Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo
la mesa con un suspiro. Qué gusto.
—¡Queremos saberlo todo!
—Me acuesto con él. —Me encojo de hombros. «¡Estoy enamorada de
él!»
Me miran como si me hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno
a la otra y ponen los ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de
pie, delante de mí. Ken me estudia a través de sus gafas de moderno y yo
bajo la vista para ver si también están dando golpecitos en el suelo con el
pie.
—_____, eso ya lo sabemos —bufa Ken, impaciente—. Lo que
queremos saber es si el sexo de recuperación se ha convertido en algo más
interesante.
Acerca aún más la cabeza a mí y me siento observada en un
microscopio. Eso están haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
—Podría preguntárselo a Gustav —interviene Victoria con voz
chillona.
—¿Qué? —Le lanzo una mirada furiosa al darme cuenta de lo que
quiere decir—. Victoria, no estamos en el instituto. No necesito que
preguntes a sus amigos. ¡Mantén la boca cerrada! —He sido muy borde,
pero es que realmente me cuesta creer que haya sugerido algo tan patético
e inmaduro.
Me mira con expresión dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su
uña rota. Ken me observa con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza.
Esta chica a veces es tonta de remate.
—Es sexo, nada más —lo informo—. ¡Ahora, déjame en paz!
Cojo el ratón y lo muevo sin rumbo por la pantalla.
—Ajá —farfulla antes de irse y dejarme tranquila—. Y una mierda es
sólo sexo —lo oigo murmurar.
Paso la mañana llamando a mis clientes y revisando plazos. Estoy
satisfecha. Todo va como la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni
contratistas perezosos a los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la
semana que viene y sonrío al escribir entre las diagonales trazadas con
rotulador permanente. Tengo que cambiar de agenda antes de que Patrick
vea la infinidad de citas diarias con el señor de La Mansión.
Acepto gustosa el capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa,
cortesía de Sally, y frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de
la oficina. Miro y veo una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Kate
saludando con la mano como una loca en mi dirección. Intenta llamar mi
atención. Salto de la silla y gruño ante el grito de protesta de mis
músculos. Resoplo con cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y
sonrío con afecto al ver el rostro emocionado de mi amiga.
—¿Verdad que es una belleza? —Kate acaricia con amor el volante de
Margo Junior.
—Es preciosa —le digo, pero entonces me acuerdo de otra cosa—. ¿A
qué juegas dejando que Georg escarbe en mi cajón de la ropa interior?
—¡No pude impedírselo! —dice con una voz dos tonos más aguda de
lo habitual y a la defensiva. Como debe de ser—. Es un cabroncete picarón
—sonríe.
No me cabe la menor duda. Lo que me recuerda la tontería esa de
tener a Kate atada a la cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en
seguida decido que prefiero no saberlo.
—¿Qué tal está Tom? —La sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
—Bien. —La miro recelosa.
—Has dormido con él —dice en tono sugerente—. ¿Lo has pasado
bien?
Me atraganto.
—Bueno, me llevó de paquete en una supermoto Ducati 1098, hizo
que Sarah me lanzara miradas como cuchillos y me ha obligado a correr
catorce kilómetros esta mañana. —Me agacho para masajearme los muslos
doloridos.
—Joder, ¿sigue dándote el coñazo? Dile que se vaya a paseo. —
Frunce el ceño—. ¿Has corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué
diablos es eso de una Ducati?
—Una supermoto. —Me encojo de hombros. Yo tampoco habría
sabido lo que era hace unos días—. Ha ingresado cien mil libras en la
cuenta de Rococo Union.
—¿Qué? —chilla.
—Lo que oyes.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Para que Patrick esté tranquilo mientras él dispone de mí. No quiere
compartirme.
—¡Guau! Ese hombre está loco.
Me río. Sí, es un loco; un loco que alucina; un loco rico; un loco
difícil; un loco adorable...
—¿Salimos esta noche? —pregunto. He rechazado al loco porque
daba por sentando que Kate estaría disponible. Es él quien no puede dar por
sentado que yo estaré disponible para que me folle siempre que le
apetezca. Aunque resulta tentador.
—¡Desde luego! ¡Avisa a Victoria y al gay!
Me relajo, aliviada.
—Victoria tiene una cita con Gustav, pero avisaré a Ken. ¿No vas a ver
a Georg esta noche? Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso. —
Arqueo una ceja. En realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros,
pero eso me lo callo.
Va a decirme que sólo está pasando un buen rato.
—Sólo estamos pasando un buen rato —responde altanera.
Me río de su indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando
de la chica que no ha tenido una segunda cita desde hace años. Georg es muy
mono. Entiendo que le guste.
Alguien empieza a tocar la bocina detrás de Margo Junior.
—¡Que te den! —grita Kate—. Me voy. Te veo luego en casa. Te toca
a ti comprar el vino.
Sube la ventanilla con una amplia sonrisa dibujada en la cara. No
puedo creerme que le haya comprado una furgoneta.
De repente, recuerdo el trato que he hecho a cambio de mi ropa... No
puedo beber esta noche. Bueno, a la porra. Estoy deseando tomarme una o
dos copas. No se enterará nunca. Kate desaparece por la calzada y yo
regreso a la oficina.
—Ha llamado Patrick —me dice Sally cuando paso junto a su mesa—.
No va a venir en todo el día. Está jugando al golf.
—Gracias, Sal.
Me siento en mi silla y estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen.
Me levanto y me llevo el talón al culo. Respiro con gusto cuando los
músculos de mis muslos se estiran como es debido. Mi móvil empieza a
saltar sobre la mesa y Placebo canta Running up that Hill. No tengo ni que
mirar la pantalla para saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
—Me gusta —lo saludo.
—A mí también. Luego la pondremos para hacer el amor.
—No vas a verme luego. —Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo
a propósito.
—Te echo de menos.
No puedo verlo, pero sé que está poniendo un mohín. En cuanto a lo
de hacer el amor... Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón
me da saltitos en el pecho.
—¿Me echas de menos?
—Mucho —refunfuña. Miro el ordenador. Es la una. No han pasado ni
cinco horas desde que nos despedimos—. No salgas esta noche —me dice.
No es una súplica, es una orden.
Vuelvo a sentarme. Sabía que esto iba a pasar.
—No te atrevas —le advierto con toda la asertividad que soy capaz de
reunir—. He hecho planes.
—¿Sabes?, puede que estés en la oficina, pero no creas que no voy a ir
allí a follarte hasta que entres en razón. —Lo dice muy en serio, incluso un
poco enfadado.
No será capaz. ¿O sí? Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
—Sírvete tú mismo —respondo sin tomármelo en serio.
Se ríe.
—Lo decía en serio, señorita.
—Lo sé. —No me cabe la menor duda, pero tendrá que esperar hasta
mañana para follarme como prefiera.
—¿Tienes agujetas en las piernas? —pregunta justo cuando las estoy
estirando bajo la mesa otra vez.
—Más o menos. —No voy a darle el gusto de confesar que me duelen
un montón. Me daré un baño con sales Radox antes de salir. Un momento...
¿Habrá intentado lisiarme para que no pueda salir esta noche?
—Más o menos —repite, y su voz áspera está cargada de burla—.
¿Recuerdas nuestro trato?
Me cabreo conmigo misma. Me he estado engañando al pensar que iba
a olvidarse de su trato. Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una
maratón al amanecer con la intención de dejarme inmovilizada.
«¡Don Controlador!»
—No hace falta que me eches un polvo de recordatorio —mascullo.
Nunca se enterará. No voy a emborracharme hasta el punto de tener una
resaca espantosa, tengo la última aún demasiado reciente.
—Cuidado con esa boca, _____ —suspira con cansancio—. Y yo
decidiré cuándo y si es necesario un polvo de recordatorio.
¿Lo dice en serio? Me quedo un poco boquiabierta al teléfono. ¿Acaso
no tiene sentido del humor? Me levanto y estiro el muslo con un gemido
satisfecho. Malditos sean él y su carrerita al amanecer.
—Recibido —confirmo con todo el sarcasmo que se merece.
—¿Te veo esta noche? —suspira.
—¿Mañana? —La verdad es que quiero verlo, a pesar de que es un
hombre difícil.
—Te recojo a las ocho.
¿A las ocho? Es sábado y quiero dormir hasta tarde. ¿A las ocho? Así
no voy a emborracharme, no con Tom dando la lata a las ocho.
—Al mediodía —contraataco.
—A las ocho.
—A las once.
—A las ocho —ladra.
—¡Se supone que tienes que ceder un poco! —Este hombre es
imposible.
—Te veo a las ocho. —Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono
en la oreja. Miro mi móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si
quiere, no estaré despierta para abrirle, y dudo mucho que Kate lo esté.
Dejo caer mi cuerpo dolorido en la silla con un par de resoplidos. No
pienso volver a ir a correr.
—Ken —lo llamo—, vamos a salir esta noche. ¿Te vienes?
Me mira con una sonrisa pícara y enorme en su cara de bebé.
—Debo rechazar la invitación con elegancia. —Me hace una pequeña
reverencia, como el buen caballero que sé que no es—. ¡Tengo una cita!
—¿Otra?
—Yo no puedo ir. Imagino que ibas a invitarme —suelta Victoria sin
levantar la vista de sus dibujos. No voy a dignificar su sarcasmo con una
respuesta, así que opto por hacerle una mueca a sus espaldas.
—¡Sí! Éste es el hombre de mi vida —asiente Ken con la sonrisa de
satisfacción más grande del mundo.
Dejo a Ken con su sonrisa y vuelvo a mi ordenador. Todos son el
hombre de su vida.

Salgo de trabajar a las seis y voy directa a la tienda a comprar Radox
y una botella de vino. Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la
tentación de descorchar la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme
al día con Kate esta noche y a pasar el día siguiente con mi controlador de
carácter difícil. Perfecto.
Cruzo la puerta principal y me encuentro a Georg, medio desnudo,
saliendo del taller de Kate. Ella lo sigue con una enorme sonrisa de
satisfacción en la cara.
—¿Estáis de coña? —les suelto, e intento mirar a cualquier parte
menos al cuerpazo de Georg.
Me ciega con su sonrisa más picarona y se vuelve para mirar a Kate,
lo cual me deja con un primer plano de su espalda desnuda y su culo
embutido en unos vaqueros bombacho. Es entonces cuando veo que lleva
masa para tartas en la nuca.
—Te has dejado un poco. —Señalo con el dedo el goterón delator.
Kate vuelve a Georg para que quede encarado a mí y le lame la parte
central de la espalda hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me
echo a reír. Vaya par de exhibicionistas.
Subo al apartamento resoplando por las punzadas de dolor que me
recorren las piernas a cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar
la bañera y añado la mitad del relajante muscular en forma de sales. A
continuación, me dirijo a la cocina para encargarme del requisito especial
número dos: lleno una copa de vino para mí y otra para Kate. Hago un
gesto de apreciación con el primer sorbo.
A los cinco minutos, estoy lanzando por encima de mi hombro todas
las prendas de mi cajón de la ropa interior, presa del pánico.
—¡Kate! —Sé que las puse aquí, así que ¿dónde coño están?
¡Si es una broma de Georg, voy a partirle el cuello!
Kate aparece al instante en mi cuarto.
—He cerrado el grifo de la bañera. ¿Qué pasa?
—Mis píldoras.
—¿Qué les pasa?
—Han desaparecido. —La acuso con la mirada—. No puedo creerme
que dejaras a Georg entrar en mi habitación.
Me mira con los ojos como platos.
—Yo no lo dejé entrar. Además, si tus píldoras hubieran estado ahí,
yo las habría visto.
Dejo escapar un grito de frustración y procedo a rebuscar en los
demás cajones, por dentro y por fuera. Sé que las guardé aquí.
—¡Mierda!
—Relájate, puedes comprar más. ¿Se vienen Ken y Victoria?
Hago una bola con los contenidos del cajón de la ropa interior y la
meto en el cajón.
—Ya lo hice. Y no, los dos tienen citas.
—Te organizas fatal —protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un
desastre, pero me las apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se
resiente—. ¡Anda! ¿Es esta noche cuando Victoria sale con Gustav? —Kate
me mira con sus dos enormes ojos azules.
—¡Sí! —Los míos le devuelven la mirada.
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
Cojo mi vino y me voy al baño.
El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y
acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la bañera antes de
beberme el vino y cepillarme los dientes.
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto crema
por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la puerta de mi
habitación y aparece Kate.
—¿Cuánto te queda?
—Media hora —confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa
interior.
—Guay. —Cierra la puerta.
La vuelve a abrir.
—¿Qué? —pregunto sin levantar la vista. Estoy buscando el conjunto
adecuado.
Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un tirón y me
encuentro en la cama con un hombre gigantesco encima de mí.
¡Un momento! Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en la
mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de verle bien
la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la boca con
ansia. Pero ¿qué coño pasa? No puedo ni intentar soltarme ni preguntarle
qué hace aquí. Me pone a cuatro patas y desliza los dedos por mi entrada
—sin duda para ver si estoy lista— antes de desabrocharse la bragueta y
empotrarse en mí con un grito entrecortado.
Chillo y, como premio, una mano me tapa la boca.
—Silencio —masculla entre una y otra arremetida.
¡Joder! Estoy indefensa mientras él entra y sale de mí con energía y
decisión. La profundidad a la que llega hace que la vista se me nuble de
inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de placer. Me aparta
la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia él para que
reciba cada uno de sus duros avances.
—¡Tom! —grito desesperada. No tiene piedad.
—¡Silencio he dicho! —ruge.
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al encuentro
de sus embestidas. Gime con cada envite y se adentra en mí a un ritmo
trepidante. Choca contra mi útero y me envía a una neblina de euforia
inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan desorientada
que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir las fuerzas
necesarias para levantar la cabeza y mirar. Estoy totalmente indefensa.
Siento que me agarra con más fuerza, que se tensa y se hincha en mi
interior penetrándome más allá de lo imaginable. Es un polvo posesivo.
Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a merced de su
voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
La velocidad a la que entra y sale de mí aumenta. Me la clava una vez
más, profunda y lentamente, y me parto por la mitad, acometida por un
orgasmo explosivo que me obliga a enterrar la cara en el colchón para
ahogar un grito de alivio. Su rugido de semental retumba en la habitación
cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona sobre mí,
jadeando con fuerza en mi oído. Tiembla y da sacudidas dentro de mí, y
por todo mi ser.
Ha sido toda una sorpresa. Estoy agotada e intento inhalar todo el aire
posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han trabajado duro.
—Por favor, dime que eres tú —jadeo con los ojos cerrados y
absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje. No se ha quitado ni
la chaqueta.
—Soy yo —dice sin aliento, y me aparta el pelo de la espalda y me
lame la piel desnuda con la lengua.
Suspiro feliz y lo dejo morderme y lamerme a gusto.
—No te duches —me ordena entre lametones.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de
todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me da la vuelta, me agarra de las muñecas y las aplasta una
a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo repeinado de esta
mañana ahora es un caos, pero no lo afea ni una pizca.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas. —Deja caer los
labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima. Yo tenía razón. Debería haberlo
sabido. Es un loco.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua,
gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente
distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que acaban de
follar? —pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca. —Se aparta y me mira con desaprobación—. Has bebido.
«¡Mierda!»
—No. —Mi tono es de culpabilidad.
Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo natural.
Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
—Ni una más —me ordena con dulzura, y me da otro beso espléndido
—. Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema —susurra en
nuestras bocas unidas.
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos en el
suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos, puede que
en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el dedo por el
costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se unen mis
muslos.
—Lo habrías destrozado —jadeo cuando me mete dos dedos. Aún no
me he recuperado del último clímax de locura y ya está en marcha el
siguiente. Este hombre tiene mucho talento.
—Es probable —confirma mientras mueve los dedos en círculo, muy
adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
—Hummm —suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas
debajo de él.
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
Estiro el brazo para cogerlo del hombro y atraerlo a mi boca pero no
me deja. Me mira expectante y me doy cuenta... de que está esperando que
le confirme que he entendido sus órdenes.
—¡No lo haré! —grito desesperadamente cuando me ataca con una
deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
—_____, ¿vas a correrte?
—¡Sí! —le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener un bis
de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de alucinante—.
¡Por favor!
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar de los
míos sin tocarlos.
—Hummm, ¿te gusta, nena? —Los mete más y empuja hacia arriba
para acariciarme la pared frontal.
—¡Dios! —grito—. Por favor, Tom.
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los aparta.
—¿Me deseas?
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia entre
los labios hinchados.
—Sí.
—¿Quieres complacerme, _____?
—Sí. ¡Tom, por favor! —gimoteo.
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la cama.
«¿Qué? ¡No!»
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi gran
orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una bomba
sin explotar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto; sigo de piedra.
—¿Quieres que termine? —Echa la cabeza a un lado y se abrocha los
pantalones.
—¡Sí!
Su mirada se clava en la mía.
—No salgas esta noche.
—¡No!
Se encoge de hombros.
—Mi trabajo aquí está hecho. —Me lanza un beso mientras me mira
con sus ojos marrones de párpados pesados, y luego da media vuelta y se
marcha.
Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me
hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo creerme
lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo para
hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación fallida. Es
una táctica de manipulación absoluta.
—¡Ya lo terminaré yo! —grito cuando la puerta se cierra detrás de él.
No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago yo.
Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la ropa
interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje rosa servirá.
Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al apartar el papel de
seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido tabú por
excelencia. «El que ríe el último, señor Kaulitz...»
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje a medio
terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido tabú de seda
de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco bronceada, los
ojos oscuros y ahumados y mi pelo es una masa de ondas chocolate. Me
calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me echo unas gotas
de Eternity de Calvin Klein.
—¡Me cago en la leche! —chilla Kate. Me vuelvo y la veo mirando de
arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—. ¡Va a volverse loco!
—El señor de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
Kate se ríe.
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta! —Entra, tan
despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y tacones
azul marino—. ¿Qué ha hecho para merecerse esto?
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme para
que entrara en razón. —Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo que
acabo de admitir.
Kate se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No puedo
evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
—Dios, me encanta —farfulla entre carcajadas—. Me alegro de no ser
la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
Se seca las lágrimas de risa de los ojos.
No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Georg no se pasea por
el apartamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en la cara porque
Kate le esté haciendo muchas tartas.
—Me tiene hecha un lío. —Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme en el
espejo para ponerme el pintalabios nude.
—¿Ya sabemos cuántos años tiene? —Kate coge mis polvos
bronceadores para dar una pasada extra a sus mejillas pálidas.
—Ni idea. Es un tema tabú, igual que la cicatriz del estómago.
Se pellizca las mejillas.
—¿Es importante? ¿Qué cicatriz?
—No, no lo es. La cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí. —Me
paso el dedo desde la parte baja del estómago hasta la cadera.
Mira mi reflejo en el espejo.
—Estás enamorada de él.
—Con locura —admito.

CAPITULO 32.-
Pasamos junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No estamos
borrachas, pero esta noche nos ha dado por reírnos.
—¿Qué vas a tomar? —pregunta Kate cuando se nos acerca un
camarero.
—Vino —contesto, y me río para mis adentros. Ha sido fácil.
Kate coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes
por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con
cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.
—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Georg? —pregunto como si nada.
Sé que es más que sexo. Creo que los dos han encontrado la horma de su
zapato. No conozco a Georg, pero sí a Kate, y para que dedique tanto tiempo
a un hombre tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Georg es que
tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnudo. Kate no
ha pasado tanto tiempo con un hombre desde que estuvo con mi hermano.
Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no
me apetece hablar de Dan esta noche, no con Kate.
Se encoge de hombros.
—Divertido.
—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre Tom, ¡dame más!
Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con
tranquilidad.
—_____, no es la clase de hombre con la que una sienta la cabeza. Lo
pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
Por dentro, miro mal a Kate por recordarme lo me que dijo Sarah
acerca de plantearse un futuro con Tom.
—¿Cómo lo sabes? —Intento poner orden en mis pensamientos
dispersos.
—Lo sé —me dice con media carcajada.
Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida
con calma y no tiene inhibiciones... Todo lo que Georg parece ser. Al menos,
por lo que yo he visto, y he visto bastante. ¿Qué problema hay?
—Me cae bien —admito. Es posible que sea un exhibicionista y un
pesado, pero es adorable.
—Bueno, a mí también me cae bien Tom.
Me río. Claro que sí: le ha comprador una furgoneta. Pero me callo.
—Pero te gusta en plan amigo, ¿no? —Ay Dios, no se me había
ocurrido pensar que Kate pudiera sentirse atraída por él. Aunque todo el
mundo se siente atraído por él. Me han mirado mal infinidad de
admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Kate pudiera sentir
algo por él.
—¡Claro! —Me mira toda ofendida—. Me gusta porque es evidente lo
mucho que te quiere.
—¿Qué? Kate, no me quiere. Lo que le gusta es follarme. —Doy un
buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme
Kate. ¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo? ¿Lo
mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
—______, eres la reina de la negación.
—¿Cuántos años crees que tiene? —pregunto.
Kate se encoge de hombros.
—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo. —Se baja del
taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—. Espérame aquí, no quiero
que nos quiten la mesa.
Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi
endiablada situación. Estoy enamorada de un hombre que pisotea, que es
controlador y exigente más allá de lo razonable. Sabía que debía
mantenerme lejos de él. No puedo evitar pensar que podría haber
rechazado con facilidad a cualquier otro hombre, haberlo evitado y huido.
Pero Tom es otra historia. Soy adicta, estoy enganchada a él y no sé si es
sano.
—¿_____?
Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones.
Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el
vestido de seda.
—Hola, Matt. —Suena como si de verdad tuviera ganas de verlo.
—Joder, _____. Estás estupenda. —Me da un repaso con una mirada
obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda. ¿Cómo puede darme
tanto repelús ahora? Lo quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que
sentía por Matt palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que
siento por cierto don Controlador de edad desconocida.
—Gracias; ¿cómo estás? —pregunto educadamente, y reparo en su
camisa y sus vaqueros negros. Odio esos vaqueros, y la camisa parece mala
y barata.
—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?
«Sexo ¡Sexo del bueno y en abundancia!»
—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso.
—Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia
inmobiliaria. Matt no se percata de que me estoy retorciendo el pelo.
Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic. ¿Una señal, tal vez?
—¿Qué tal el trabajo?
Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi
espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de él mientras
rezo para que Kate vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.
—Muy bien, gracias. —Medito sobre si debo preguntarle lo mismo.
Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en
su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho
la conversación.
Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.
—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te
culparía si me mandaras a la mierda.
«¡Vete a la mierda!»
—Tranquilo, Matt. No te preocupes.
—Genial.
Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a
nosotros y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él. ¡Que se
vaya a tomar viento! Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con
cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía perfectamente
cómoda antes de ver a Matt, ahora creo que enseño demasiado y me siento
expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su
amigo.
—James. —Lo saludo con una inclinación de cabeza.
—_____ —replica. La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de
haberle contado a Matt que me vio con un tipo alto, castaño y agresivo, así
que ¿por qué se está comportando Matt de una forma tan agradable?
—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos? —se ofrece mi
ex.
—No, de veras, no hace falta.
Levanto mi copa de vino medio llena. ¿Por los viejos tiempos?
¿Cómo? ¿Para celebrar lo estúpido que era? ¡Por favor!
No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de repente
emana del cuerpo de Matt es muy poderosa. James no le da una bienvenida
mejor. Kate y él tampoco se entienden.
—¿Qué coño haces tú aquí? —le grita al aproximarse.
Se me tensan los hombros.
—No pasa nada, Kate —apaciguo a la fiera de mi amiga pelirroja.
—Ya me iba —sisea Matt.
—¡Pues ya estás tardando!
Él se vuelve hacia mí.
—Me alegro de verte, ______.
—Igualmente, Matt. —Sonrío. ¿Qué gano siendo hostil? El tipo está
arrepentido, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no
puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi
vida es una gran obra dramática en estos momentos.
Matt y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que Kate
se desata.
—¿Qué haces hablando con esa serpiente? —me suelta desde el otro
lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.
—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educado. —Mi tono de
aburrimiento la irritará aún más. ¡Está como una moto!
—¡Me importa una mierda!
Arrugo la cara.
—Hablas igual que Tom.
Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera
de mi hombre. Resopla un poco antes de beberse el vino de un trago. Hago
lo mismo y me termino la copa.
—¿Otra? —Saco dinero de la cartera—. Vigílame el bolso.
Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero
pacientemente a que el camarero me atienda.
—¿Todo bien, preciosa?
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido,
baboso y creído mirándome de arriba abajo.
—Hola —digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El
camarero trae nuestras copas—. Gracias. —Le doy un billete de veinte y
echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado,
salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico
mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso considero
la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.
—¿Bailamos?
—No, gracias. —Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y
hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a
probar suerte.
Ésta es mi tercera copa de vino. Soy una rebelde. Al diablo. Después
del numerito que me ha montado Tom en casa, estoy en una misión secreta
de resistencia: tener la última palabra.
Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y vamos,
probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja
como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.
—¿De verdad estabas atada a la cama? —pregunto descaradamente.
La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Georg no me estaba tomando
el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea
consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando últimamente
—. Lo sabía. —Me echo a reír—. Tienes que decirle que se ponga algo
encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.
—¿Estás loca? —Me mira escandalizada—. ¡Qué desperdicio de
cuerpo!
Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en el
cuerpo de Georg. Sí, es bastante atractivo, pero eso no significa que me
interese verlo. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar. Hablando del
cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verlo. Puede que lo llame.
Entonces me acuerdo... Se supone que no debería estar bebiendo. ¡Bah! Me
tomo otro trago de vino.
—Entonces ¿a qué se dedica? —pregunto.
Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar.
Se encoge de hombros.
—Es un huérfano rico.
—¿Huérfano?
—Al parecer —dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente
de coche cuando él tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni
nada. Vive de su herencia y le va la marcha. —Sonríe de satisfacción otra
vez.
Dios, ¿Georg es huérfano? No me puedo imaginar perder a mis padres a
esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible. ¿Y nadie se
hizo cargo de él? De repente ya no veo a ese chico descarado de la misma
manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre
está sonriendo y bromeando.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta —responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable
por saber la edad del hombre al que se está tirando.
Lo dejo estar. No es culpa de Kate que a mí me tengan a oscuras.
—¿Qué opinas de Gustav?
Levanta las cejas.
—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?
—¡Sí! —Me alegra no ser la única que lo piensa—. No es para nada el
tipo de Victoria.
—Dos citas, como mucho. —Kate me apunta con su copa y derrama
un poco de vino sobre la mesa—. Lo aburrirá hasta la muerte con un
informe detallado de su última visita al salón de bronceado.
—Cada semana está más naranja. —Me río.
—Eso no es naranja, tía. —Otro salpicón de vino sobre la mesa—. Eso
es caoba. Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a
oscuras.
—¡No!
—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién follada.
Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se levantaba una
hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar
presentable cuando él se despertara.
—¡Eso es ridículo!
Asiente.
—Oye, ¿te ha mencionado Tom algo sobre una fiesta en La Mansión?
—¡Sí! —Me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para
que vaya. Por favor, que Georg haya pedido a Kate que lo acompañe. Eso
haría mucho más soportable la velada—. ¿Tú vas a ir?
—¡Pues claro que sí! Me muero por ver el sitio. —Le brillan los ojos
de emoción—. Creo que se avecina una sesión de compras.
—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario.
—Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este estúpido
y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta
de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa.
El vino sale volando por los aires.
—¡Mierda! —grito mientras intento no caerme al suelo de culo.
Me uno a las inevitables carcajadas de Kate, y nuestras copas se
tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente como
un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra. Necesito
parar de beber ya. Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la diversión
para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como
una borracha. Mi señor de La Mansión, exigente y nada razonable,
aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener
resaca.
—Creo que va siendo hora de retirarse —dejo caer con toda la
diplomacia posible.
Kate asiente con la copa de vino en los labios.
—Sí, yo ya estoy. —Se escurre de la banqueta y se me acerca a
trompicones. Vale, parece que Kate ya está en el territorio de las eses—.
Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar! —chilla, y me empuja
hacia la pista de baile.
—¡Kate, no hay nadie en la pista! —protesto. Tampoco hay casi nadie
en el bar.
—¿Y qué más da? —responde al tiempo que avanza dando tumbos
hacia la música. Me arrastra con ella—. Nos iremos después de es... ¡Ay!
—Se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—. ¡Perdón! —Se echa a
reír.
Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y
mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría... si no estuviera tan
pedo. ¿Cómo se nos verá desde fuera? Ninguna de las dos hace siquiera un
intento rápido de ponerse en pie.
—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos? —balbuceo entre
carcajadas.
Kate se enjuga una lágrima.
—No lo sé. ¿Gritamos? —Busca mi brazo para apoyarse en él y poder
sentarse—. ¡Mierda! —exclama con un tono que ha pasado del cachondeo
a la seriedad.
—¿Qué? —Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido
eso, y resulta que tenemos a Tom mirándonos desde arriba, con los brazos
cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.
Mierda, eso digo yo. Aprieto los labios por temor a echarme a reír y
hacerlo enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada —susurro para que sólo
Kate pueda oírme. Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar
contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía.
Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas
borrachas. La cara de Tom se pone más roja a cada segundo que pasa. Kate
se ríe todavía más cuando Georg aparece junto a Tom, con la desaprobación
reflejada en la cara. ¿Por qué mi chico no puede mirarme con cara de
desaprobación en vez de quedarse ahí plantado como si fuera a entrar en
combustión espontánea? Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es sólo
cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal
camino.
Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene
cara de malo. Doy un codazo a Kate para indicarle que van a echarnos del
bar.
—Kate, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la
bebida. —Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del
Baroque.
—Pero si ya lo has hecho —resopla mientras intenta levantarse otra
vez apoyándose en mí.
—Tom, encárgate de tu chica —gruñe el portero, que lo saluda con un
apretón de manos.
—Descuida. —Me lanza su mirada más amenazadora—. Yo me
encargo. Gracias por la llamada, Jay.
«¿Qué?»
—Vamos, pesada —le dice Georg a Kate en tono de burla mientras la
levanta.
Kate le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.
—Llévame a la cama, Jorge. Dejaré que me ates otra vez. —Se
desploma sobre él como un saco de patatas.
Georg intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Kate, pero no
lo hace porque esté enfadado con ella. En absoluto. Se contiene por Tom,
que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verlo hasta las ocho de la
mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había emborrachado un
poco. ¿Y qué es todo ese rollo de que el portero lo ha llamado?
Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia don Exigente y pongo mi
mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado
en el vestido tabú. Ay, madre, he desobedecido dos órdenes. Va a
castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.
—Vamos, levanta —gruñe con los dientes apretados.
—¡Relájate, plasta! —lo riño con más seguridad de la que siento. Le
tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada.
Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha
para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el impacto
frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al
tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del bar.
Me tranquilizo.
—¿Estás enfadado conmigo? —Lo miro, achispada, sin dejar de
pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris. ¿Es que no ha pasado por
casa en todo el día?
—Muchísimo, _____ —dice amenazadoramente. Me agarra del codo y
me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro con
desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Tom y me muestra
su desaprobación sacudiendo la cabeza.
«Que te jodan.»
Georg está ayudando a Kate a meterse en el asiento delantero del
Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue
con la risa floja y me la contagia otra vez.
—¡Jorge, hoy es tu noche de suerte! —canturrea mientras Georg
cierra la puerta del coche. Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá
acción en el dormitorio de Kate.
Tom y Georg se despiden; el primero me tiene bien sujeta del codo.
—Hasta luego, bonita. —Georg me da un beso en la mejilla y me lanza
una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no
echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi hombre exigente e
irracional.
Tom me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con
suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy cabreado,
pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual.
Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y lo rechazo de
un manotazo.
—Puedo ponérmelo sola —gruño enfurruñada.
Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y
probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo y
dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.
—Hueles a gloria —lo informo en voz baja.
Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no
dice ni una palabra. No me habla. ¡Qué maduro! Cierra de un portazo y se
coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la
menor consideración para con los demás usuarios.
—La casa de Kate está por ahí —señalo cuando el vehículo avanza
rugiendo en otra dirección.
—¿Y? —Es la única palabra tensa que me escupe.
Venga, hombre, por el amor de Dios.
—Y es donde vivo —digo con firmeza. No va a chafarme la noche por
completo. Kate y yo tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones
con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta hartarnos.
—Duermes en mi casa. —Ni siquiera me mira.
—No, eso no formaba parte del trato —le recuerdo—. Tengo hasta las
ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.
—He cambiado el trato.
—¡No puedes cambiarlo!
Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.
—Tú lo has hecho.
Retrocedo y lo miro con enfado, pero no se me ocurre nada que decir.
Tiene razón, he roto las condiciones del trato. ¡Pero sólo porque eran
irracionales! Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De todas
formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.
Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive
sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que tienen
que llevarme en brazos. Abro la portezuela y me muevo con cuidado para
intentar ponerme de pie. Tom me mira con atención, sin duda con la
esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la impresión
de que estoy pedo otra vez.
Pues se va a llevar una decepción. Cierro la puerta, con suavidad, y
echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego
al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive con la
cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me devuelve el
saludo con la cabeza y mira a Tom. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin
haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Tom. Resoplo
para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que Tom
haga lo propio.
—Tienes que cambiar el código —murmuro mientras introduzco el
código del constructor. No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se
encargarán en seguida.
No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme. Levanto
la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención, con
cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre mí y
echarme uno de los polvos de Tom. ¿Me follará para hacerme entrar en
razón o será un polvo de recordatorio? Ah, ¡seguro que me echa un polvo
de disculpa! Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren
las puertas del ascensor y él sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría
apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en su
apartamento.
Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y
lo sigo a la cocina, donde lo veo sacar una botella de agua de la nevera. Le
da un par de tragos y me la pasa bruscamente.
No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del
dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que suficiente para
aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía
en la encimera.
—Date la vuelta —ordena.
¡Allá vamos! Un millón de fuegos artificiales entran en combustión
en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido
gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas
sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración.
Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las
manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un
golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña
de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de
mí.
Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis
pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello. ¡Sí! Estoy
suplicando por él mentalmente, como siempre.
Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel,
que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es él quien
pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma, ______? —me pregunta en voz baja. El aire se
me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto
un largo e intenso suspiro—. Tienes que decir la palabra mágica. —Me
roza la oreja con los labios. Me tiemblan las rodillas.
—Sí —jadeo.
—¿Quieres que te folle, nena?
—Tom. —Me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.
—Lo sé. Me deseas. —Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del
cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes.
Tiemblo y jadeo, desesperada por él. Pero entonces se aparta y me
deja hecha un saco de hormonas y de deseo.
—Quédate ahí —me ordena con firmeza, y después se va.
Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo
abre y saca algo. ¿Crema de cacao? Se me acelera el pulso.
Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me
deleito con el bulto rígido que tiene en la entrepierna. Lo espero sin
protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se
me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado contra mí
cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de
posarlos suavemente sobre los míos.
Gimo de puro placer. Abro la boca pero él deshace el beso y empieza
a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi
respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa.
Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace
que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde
apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a ascender
apretando el cuerpo al mío.
—Te pongo a mil —me susurra al oído.
—Sí —digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.
—Lo sé. Y eso me... pone... muchísimo..., joder. —Se aparta de mí.
Pero ¿qué hace? Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi
vestido en una... Y unas tijeras en la otra.
No será capaz. Abre las tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces,
muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta.
Ha sido capaz. ¿Un vestido de quinientas libras? Ni siquiera tengo
capacidad para gritarle o detenerlo. Estoy estupefacta.
No contento con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas
libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar,
tranquilo y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto
con las tijeras. Me mira.
Encuentro mi voz.
—No puedo creerme lo que acabas de hacer.
—No juegues conmigo, ______ —me avisa, sereno, controlado. Se mete
las manos en los bolsillos del pantalón y me observa con atención mientras
yo sigo de pie delante de él, pasmada. La embriaguez ha desaparecido.
Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso que él
llama poder.
—¡Tú! —Le planto el dedo en la cara—. ¡Estás loco!
Sus labios forman una línea recta.
—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!
¿Cómo? ¿Que lleve mi culo a la cama? Este hombre es increíble: no
es exigente, es imposible del todo. Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto
más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.
—¡No voy a meterme en la cama contigo!
Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la
cocina y dejo a don Controlador allí, rabiando. Voy en ropa interior y ha
hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida.
Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y
resoplando. ¡Quiero gritar! ¡Se le va la olla, está loco de atar! Entro en el
dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé
que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó
encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Pues no pienso
quedarme aquí. ¡De ninguna manera!
Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el
dormitorio más lejano. Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi
favorito y el que está más lejos de él! Cierro de un portazo y me meto en la
cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la noche de la
inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza
frustrada en la almohada. No huele a agua fresca y a menta y no es ni de
lejos tan cómoda como la de Tom, pero servirá para esta noche. Mañana
me marcharé. ¡Este hombre está trastornado! No tiene sentido que intente
salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a
continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.
«¡Gilipollas!»
La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en la
habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí. ¿Qué va a hacer
ahora? ¿Lavarme el estómago?
Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba
a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su
dormitorio y me acueste en su cama.
Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los
ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy
mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir
hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Tom. Se está desvistiendo.
¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!
La cama se hunde, me coge de la cintura y tira de mí. Sin apenas
esfuerzo, estoy sobre su pecho. Intento apartarlo y hago caso omiso del
gruñido que brota de su garganta.
—¡Suéltame! —grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.
—_____... —Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso
me cabrea aún más.
—Mañana... me largaré de aquí —le espeto, y me alejo de él.
—Ya veremos. —Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho
y me aprieta contra su cuerpo.
Dejo de resistirme. Es un esfuerzo inútil. Además, no puedo evitar la
inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto
su aliento tibio en el pelo.

Aunque sigo estando hecha una furia.

HOLA!! AQUI ESTAN LOS CAPS SIG. YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))

HOLA!!! A

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