CAPITULO 21.-
Salimos de la ciudad en su coche en dirección a Surrey
Hills. De vez en
cuando, lo sorprendo mirándome a mí en lugar de a la
carretera. Y cada vez
que lo hago me sonríe y me aprieta la rodilla, sobre la
que ha llevado la
mano durante la mayor parte del viaje. Empiezo a pensar
en lo poco que sé
de él. Es apasionado, bastante inestable, tremendamente
seguro de sí
mismo y exageradamente rico. Ah, y bestial en cuanto al
sexo. Pero eso es
todo lo que sé. Ni siquiera sé su edad.
—¿Cuánto hace que tienes La Mansión? —pregunto.
Me mira con una ceja enarcada y baja el volumen de la
música con los
mandos del volante.
—Desde que tenía veintiún años.
—¿Tan joven? —pregunto, y mi tono evidencia mi sorpresa.
Él me sonríe.
—Heredé La Mansión de mi tío Carmichael.
—¿Falleció?
Su sonrisa desaparece.
—Sí.
Vale, ahora quiero saber más.
—¿Cuántos años tienes, Tom?
—Veintisiete —responde totalmente impasible.
Suspiro.
—¿Por qué no quieres decirme tu edad?
Él me mira con una sonrisa burlona.
—Porque temo que creas que soy demasiado viejo para ti y
salgas
huyendo.
Lo miro con los ojos entornados desde el asiento del
copiloto. No
puede ser tan mayor. Quiero gritarle que no voy a irme a
ninguna parte.
—Vale, ¿cuántas veces voy a tener que preguntártelo hasta
que
lleguemos a tu verdadera edad? —Ya lo intenté en otra
ocasión y no sirvió
de nada.
Sonríe.
—Muchas.
—Yo tengo veintiséis. —Pruebo con un toma y daca mientras
lo
observo detenidamente.
Me mira.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Por tu carnet de conducir.
—¿Además del teléfono también has cotilleado en mi bolso?
—
pregunto indignada, pero él se limita a encogerse de
hombros. Yo sacudo la
cabeza consternada. Es una regla no escrita. Está claro
que este hombre no
tiene modales—. ¿Es que crees que eres demasiado mayor
para mí? —
Después de todo lo que me ha hecho, imagino que su
respuesta es negativa
pero, puesto que parece ser un problema tan grave, más me
vale preguntar.
—No, en absoluto —responde con la mirada fija en la
carretera—. El
único conflicto que tengo es que sea un problema para ti.
Frunzo el ceño.
—No me supone ningún problema.
Vuelve su atractivo rostro hacia mí, con esos ojos
ardientes y
maravillosos.
—Entonces deja de preguntármelo.
Apoyo la cabeza en el respaldo, indignada, y me dedico a
contemplar
el paisaje rural. Su edad no me importa lo más mínimo, al
menos de
momento. Y no creo que haya nada que pueda hacerme
cambiar de opinión
al respecto.
Me vuelvo hacia él una vez más.
—¿Y tus padres?
Al ver la línea recta en que se convierten sus labios me
arrepiento
inmediatamente de haber formulado la pregunta.
—No tenemos relación —responde con tono desdeñoso.
Vuelvo a recostarme y no insisto. Su actitud despectiva
despierta aún
más mi curiosidad, pero también me obliga a cerrar la
bocaza.
Nos detenemos al llegar a La Mansión y Tom pulsa un botón
del
salpicadero que hace que se abran las puertas. Al llegar
al patio veo a John,
el grandullón, que sale de su Range Rover con su traje
negro de siempre y
con sus enormes gafas de sol. Me saluda con la cabeza
cuando salgo del
coche y se acerca a Tom.
—¿Cómo va, John? —le pregunta. Después, me coge de la
mano y me
guía por los escalones hacia la entrada de La Mansión.
Me estremezco al recordar la última vez que estuve aquí.
Salí
huyendo y pensé que jamás volvería. Pero aquí estoy. Veo
que Tom
estrecha la mano al grandullón de John. Se ha
transformado en el
empresario que es.
—Todo bien —responde el otro con voz grave. Nos deja
pasar a Tom
y a mí primero. Después nos sigue hasta el restaurante.
Me sorprende lo
tranquilo que está para ser las diez de la mañana de un
sábado en un hotel.
¿No es la hora del desayuno?
Tom se detiene y me mira.
—¿Qué quieres comer? —Incluso a mí me habla con voz de
empresario.
—Cualquier cosa. —Me encojo de hombros. Me siento
incómoda y
empiezo a desear haberme quedado en el sofá tapada con el
edredón y con
una enorme taza de café. ¿Qué voy a hacer yo aquí
mientras él trabaja?
Su expresión se suaviza.
—Pero ¿qué te apetece?
Bueno, eso es fácil.
—Salmón ahumado.
—¿Un sándwich? —pregunta, y yo asiento—. ¿Y un café?
—Por favor.
—¿Cómo sueles tomarlo?
—Capuchino, con doble de café, sin chocolate ni azúcar.
—Desayunarás en mi despacho.
Me encojo de hombros.
—Como quieras. —En cuanto pronuncio esas palabras, lo
miro y veo
un brillo de satisfacción en sus ojos, acompañado de una
sonrisa victoriosa
—. Ni una palabra —le advierto.
—No era una pregunta, ______. John, dame veinte minutos.
Pete, ¿has
tomado nota?
—Sí, señor.
—Bien. Sírvele a ____ el desayuno en mi despacho —ordena
mientras
me mira con esos ojos cafeces y abrasadores.
Me coge de la mano y me arrastra por La Mansión hasta su
despacho.
Tengo que correr para ir a su paso y, en cuanto cierra la
puerta, tira mi
bolso al suelo y me empotra contra ella. Ya tengo el
vestido levantado
hasta la cintura.
«¡Joder!» ¿No había venido a trabajar? Hunde la cara en
mi cuello y
yo lo agarro de la camiseta. Sabía que esto iba a pasar.
En cuanto le he
visto los ojos he sabido lo que estaba pensando. Es la
ferocidad lo que me
ha cogido por sorpresa. Empiece despacio o de prisa, el
resultado es
siempre el mismo: jadeo como una loca y estoy lista para
suplicar.
—Sabía que no era buena idea traerte aquí. No voy a poder
trabajar.
—Su voz grave resuena contra mi garganta mientras la lame
con ansia. Me
recorre ambos lados del cuerpo con las manos hasta llegar
a los pechos
para amasarlos por encima del vestido.
—Si quieres me voy —exhalo—. ¡Mierda! —El abrupto
movimiento
de sus caderas me indica que no debería haber dicho eso.
Aumenta la presión de su cuerpo empujándome contra la
puerta y su
boca impacta contra la mía.
—Esa puta boca —me reprende entre rápidas e intensas
caricias con
la lengua—. No vas a ir a ninguna parte, señorita. —Me
muerde el labio—.
Nunca. ¿Estás mojada?
—Sí —jadeo mientras forcejeo con su camiseta. Me enciendo
con
sólo mirarlo.
Aparta las manos de mis pechos y las desliza hacia abajo.
Oigo que se
desabrocha la cremallera y entiendo de inmediato su
comentario sobre la
ausencia de obstrucciones. Me aparta las bragas a un
lado.
No me da tiempo a prepararme para la intensidad y la
velocidad que
se aproxima. Me levanta una pierna hasta la cintura, se
coloca y se hunde
en mí empotrándome contra la puerta con un bramido. Yo
grito.
—No grites —me ordena.
No me da tiempo a adaptarme. Me penetra repetidas veces,
con
fuerza, una y otra vez, y hace que toque el cielo de
placer. Aprieto los
labios para evitar gritar y dejo caer la cabeza sobre su
hombro con
delirante desesperación.
—¿La sientes, _____? —dice con los dientes apretados.
Señor, dame fuerzas, creo que voy a desmayarme. Me está
follando
con urgencia, como si estuviera loco, arremetiendo y
jadeando a gran
velocidad.
—¡Contesta a la pregunta! —grita. ¿Por qué él sí que
puede gritar?
—¡Sí! ¡La siento!
Continúa aporreándome más y más hasta que estoy a punto
de perder
la cabeza de desesperación. Me queda poco para estallar,
y la pierna sobre
la que me apoyaba ha dejado de tocar el suelo con el
ímpetu de los
embates.
—¿Te gusta?
—¡Joder, sí! —grito con todo el aire de mis pulmones, y
Tom me
toma la boca con ansia.
—Te he dicho que no grites. —Me muerde el labio, y la
presión me
resulta casi dolorosa.
El ardor que se apodera de mi sexo crepita y estalla, me
sume en un
éxtasis febril y alcanzo el clímax con un sonoro alarido.
Su boca atrapa mis
gritos y yo pierdo la razón.
Me agito de manera incontrolable contra él, pero él
continúa, grita con
su propia explosión y siento que su erección se agita y
se derrama dentro
de mí.
Joder, ha sido intenso e increíblemente rápido. La cabeza
me da mil
vueltas. No puedo creer lo que hace conmigo este hombre.
Es un puñetero
genio. ¡Y en su despacho!
—Creo que voy a traerte al trabajo todos los días
—suspira en mi
cuello mientras sale de mí lentamente y me deja resbalar
por la puerta—.
¿Estás bien?
—No me sueltes —resuello en su hombro. Soy incapaz de
mantener el
equilibrio.
Se echa a reír y me rodea la cintura con el brazo para
enderezarme.
Me aparto el pelo de la cara de un soplido y sus
magníficos ojos aparecen
en mi campo de visión.
Sonrío.
—Hola.
—Ha
vuelto. —Pega los labios a los míos, me levanta y me lleva
hasta el
sofá. Me deja junto a él, se guarda el miembro en los pantalones y
se abrocha
la cremallera.
Mientras
recoge mi bolso del suelo, me coloco bien el vestido y me
derrumbo
sobre el sofá con una sonrisa en la boca. Su capacidad para pasar
de ser
salvaje y dominante a tierno y atento me tiene hecha un lío. Pero
adoro
ambas personalidades. Es demasiado bueno para ser verdad.
Se acerca,
se sienta a mi lado y me cobija bajo su brazo.
—He
pensado que podrías acercarte a la nueva ala y empezar a
esbozar
algunas ideas.
—¿De
verdad quieres que me encargue del diseño? —Mi voz suena
confundida.
No me importa, porque lo estoy. Pero es que pensaba que lo
del diseño
no era más que un cebo para llevarme a la cama.
—Pues
claro que sí.
—Creía que
sólo me querías por mi cuerpo —bromeo, y él me
retuerce
un pezón en represalia.
—Te quiero
por muchas cosas, además de por tu cuerpo, señorita.
¿En serio?
¿Por qué más?
—Es
domingo —digo, y me aparto de su abrazo—. No trabajo los
domingos.
Y, además, no tengo aquí mi equipo de trabajo.
Arruga la
frente, me agarra y me sienta sobre su regazo refunfuñando.
—¿Papel y
lápiz? —dice, y me mordisquea juguetonamente la oreja
—. Podemos
proporcionártelo, pero te lo descontaré de tus honorarios.
Lo cierto
es que sí, unas hojas de papel y un lápiz me bastan de
momento,
pero es domingo. Se me ocurren mil cosas que podría estar
haciendo y
que preferiría hacer. Además, no es necesario que me desplace
a la nueva
ala para empezar a plasmar ideas.
Pero
entonces pienso que a lo mejor quiere que me vaya de su
despacho.
Ya ha conseguido lo que quería y ahora le molesto. Y ni siquiera
puedo
coger mi coche y largarme. Llaman a la puerta y me bajo de su
regazo.—Adelante
—ordena mientras me observa con una mirada inquisitiva
que decido
obviar.
El tío de
pelo cano del restaurante entra con una bandeja y la deja
sobre la
mesita.
—Gracias,
Pete —dice Tom sin apartar la mirada de mí.
—Señor.
—Inclina la cabeza ante él y me sonríe amigablemente antes
de marcharse.
—¿Me das
unas hojas de papel? —pregunto mientras cojo la bandeja
y me
cuelgo el bolso al hombro.
—¿No vas a
desayunar? —Se pone de pie con el ceño todavía
fruncido.
—Me lo
tomaré arriba. —«No quiero molestarte.»
—Ah, de
acuerdo. —Se acerca a su mesa.
Hago todo
lo posible por ignorar ese culo perfecto que se esconde bajo
el
pantalón vaquero cuando se agacha y abre un cajón para sacar un bloc de
dibujo y
un estuche de lápices de colores. ¿Para qué tiene eso? No es algo
que uno
tenga porque sí. Se acerca y me los entrega. Yo los cojo, los meto
debajo de
la bandeja y me dirijo hacia la puerta.
—Oye, ¿no
se te olvida algo?
Me vuelvo
y veo que su mirada curiosa se ha transformado en asesina.
—¿El qué?
—pregunto. Sé a qué se refiere, pero no estoy de humor
para
alimentar su ego.
—Mueve el
culo hasta aquí —dice reforzando la orden con un
movimiento
de cabeza.
Dejo caer
los hombros ligeramente. Acabaremos antes si le doy lo que
quiere y
desaparezco de su vista. Llego hasta él y me esfuerzo al máximo
por no
poner buena cara, aunque fracaso estrepitosamente.
—Dame un
beso —ordena con las manos en los bolsillos. Me pongo de puntillas, acerco los
labios a los suyos y me aseguro de que no sea un
simple
pico. Él no responde—. Bésame de verdad, ______.
Mi tibio
intento por satisfacerlo no ha colado. Suspiro. Tengo una
bandeja en
las manos, el bolso colgado del hombro y un cuaderno y un
lápiz
debajo de la bandeja. Esto no está siendo fácil, sobre todo porque él
no
colabora. Dejo la bandeja y el material de dibujo sobre la mesa, hundo
las manos
en su pelo y acerco su rostro al mío. No tarda ni un nanosegundo
en
reaccionar. Cuando nuestros labios se encuentran, me toma por
completo.
Me rodea la cintura con los brazos y se inclina ligeramente para
compensar
la diferencia de altura. No quiero disfrutarlo, pero lo hago, y
demasiado.
—Mucho
mejor —dice pegado a mi boca—. No me niegues nunca lo
que te
pido, ______. —Me suelta y me deja ligeramente mareada y
desorientada.
Alguien llama a la puerta—. Vete —ordena señalando a la
puerta con
la cabeza.
Recojo mis
cosas y me marcho sin mediar palabra. Me ha cabreado.
Estoy
pisando un terreno muy peligroso, y lo sé. Este hombre tiene la
palabra
«rompecorazones» escrita por todo el cuerpo.
Abro la
puerta del despacho y me encuentro al grandullón de John
esperándome.
Me saluda con la cabeza y se coloca detrás de mí para
escoltarme
hasta el piso de arriba.
—Conozco
el camino, John —le digo. No es necesario que me
acompañe
hasta allí.
—Tranquila,
mujer —truena, y continúa avanzando con pasos largos.
Me sigue
por la escalera.
Cuando
llegamos a la vidriera que hay en la parte baja del tramo que
lleva a la
tercera planta, me paro a observar la amplia escalera. En la parte
de arriba
hay unas puertas de madera con unos preciosos símbolos
circulares
grabados en ellas. Están cerradas e intimidan bastante.
¿Qué habrá
ahí arriba? Podría ser un salón de actos. Una puerta que se
abre
desvía mi atención de las inmensas e imponentes hojas de madera.
Miro hacia
el descansillo y veo a un hombre que sale de una habitación
subiéndose
la cremallera. Alza la vista y me pilla contemplándolo. Me
pongo como
un tomate y miro a John, que observa al tipo y sacude la
cabeza de
manera amenazadora. El hombre parece un tanto atemorizado, y
yo acelero
por el pasillo que da a la ampliación para escapar de esa
situación
tan incómoda. A John no parece afectarle. Nunca entenderé por
qué los
hombres creen que es aceptable salir de los aseos y de las
habitaciones
de los hoteles sin haber acabado de vestirse.
Entro en
la última habitación. No hay muebles, así que me siento en el
suelo y me
apoyo contra la pared.
John asoma
la cabeza por la puerta.
—Llama a
Tom si necesitas algo —gruñe.
—Iré
directamente.
—No,
llámalo —insiste, y cierra la puerta.
Vale, y si
necesito ir al baño ¿también tengo que llamar a Tom?
Debería
haberme quedado en casa.
Miro en
torno a mí hacia la enorme habitación vacía y empiezo a dar
bocados al
sándwich de salmón. Aunque me cueste admitirlo, está
delicioso.
Intento recordar las especificaciones. ¿Qué dijo? Ah, sí, que
tenía que
ser sensual, estimulante y reconstituyente. No es lo que suelen
pedirme,
pero me las apañaré. Cojo el bloc, saco un lápiz del estuche y
empiezo a
dibujar camas grandes y lujosas y suntuosas cortinas para las
ventanas.
Concentrarme en el boceto es la mejor manera de que olvide de
las
preocupaciones que asedian últimamente mi pobre mente.
Unas horas
después, tengo el culo dormido y un diseño de una
habitación
maravillosa. Deslizo el lápiz sobre el papel, y aplico sombras y
retoques
por aquí y por allá. Ha quedado muy sensual. Dijo que era
fundamental
que hubiese una cama grande, y el enorme lecho con dosel
que he
colocado en medio de la habitación transpira lujuria y sensualidad.
Analizo el
dibujo y me sonrojo ante mi propio trabajo. Joder, es casi
erótico.
¿De dónde ha salido esto? Tal vez me haya influido todo el
magnífico
sexo que he practicado últimamente. La cama que domina la
habitación
es una réplica de una que vi en una tienda de artículos de
segunda
mano hace unos meses. Tiene unos postes gruesos de madera y un
dosel
reticular, y quedará fantástica con unas cortinas de seda dorada. No
sé cómo decorar
las paredes porque Tom sólo dijo que quería elementos
decorativos
grandes y de madera, probablemente algo parecido a lo que
había en
la suite en la que me acorraló.
La puerta
se abre e interrumpe el hilo de mis pensamientos. Me
encuentro
con la cara de fastidio de Sarah en el umbral. Refunfuño para
mis
adentros. Esta mujer está en todas partes... en cualquier parte donde
esté Tom.
—______, qué
agradable sorpresa.
«¡Mentira!»
Cierra la
puerta suavemente a sus espaldas y se dirige al centro de la
habitación.
Mi maldad me hace desear que tropiece con esos ridículos
tacones.
No me gusta nada esta mujer. Saca la zorra interior que hay en mí
más que
ninguna otra persona que haya conocido.
—Sarah. Yo
también me alegro de verte. —Me agarro un mechón de
pelo y
empiezo a juguetear con él mientras me planteo los motivos de su
visita. Me
mira mientras sigo sentada en el suelo y veo que hoy tiene los
labios
rojos superhinchados. Sin duda acaba de hacerse algunos retoques.
Mi
posición, sentada en el suelo, en contraste con la suya, hace que me
sienta
inferior a ella. Me levantaría si no tuviera el culo tan dormido y
supiese
que no voy a caerme de nuevo al hacerlo.
—Trabajando
un domingo —comenta mientras observa la habitación
vacía—.
¿Reciben todos tus clientes el mismo trato especial que le das a
Tom?
¡Menuda
zorra! De repente sus motivos están muy claros.
—No
—sonrío—. Sólo Tom.
Mis malos
pensamientos hacia ella están más que justificados. No
sólo no le
caigo bien, sino que me detesta con todas sus fuerzas. Puede que
incluso
llegue a odiarme. ¿Por qué?
—Es un
poco mayor para ti, ¿no te parece? —Cruza los brazos por
debajo de
su generoso pecho y llego a la conclusión de que también se lo
ha
operado.
No quiero
que sepa que no sé la edad de Tom. Seguro que ella sí la
sabe. Y
ese hecho me cabrea sobremanera.
—A mí no
me lo parece —respondo con dulzura. Quiero levantarme
del suelo
para que esta barbie recauchutada deje de mirarme como si fuera
superior a
mí. ¿A ella qué le importa?
Su cara
hinchada refleja la poca gracia que le hace mi presencia y eso,
por
extraño que parezca, hace que yo también me sienta incómoda por
estar
aquí. Debería haberme quedado en casa. No tengo por qué aguantar
esto.
—Bueno, ¿y
qué tiene mi Tom para hacer que renuncies a tu tiempo
libre para
trabajar?
«¿Mi Tom?»
—No creo
que eso sea asunto tuyo.
—Tal vez.
¿Es por su dinero? —dice al tiempo que enarca una ceja
que ya
estaba ridículamente levantada. ¡Bótox!
—No me
interesa la riqueza de Tom —respondo tajantemente. ¡Estoy
enamorada
de él!
—No, claro
que no. —Se acerca a la ventana, con aire relajado y
arrogante,
y se vuelve hacia mí de nuevo, con una cara igual de fría que su
voz—. Te
lo advierto, _____. Tom no es la clase de hombre con el que una
deba
plantearse un futuro.
La miro
directamente a los ojos e intento imitar su expresión y su
tono
gélido. No es difícil, siempre me sale de manera natural con esta
mujer tan
desagradable.
—Gracias
por la advertencia, pero creo que soy lo bastante mayorcita
para saber
lo que me hago. —El corazón se me hunde hasta el estómago.
Ella se
echa a reír con condescendencia. Es una risa de lástima que
hace que
me sienta fatal.
—Pequeña,
sal de tu cuento de hadas y abre los o...
De repente,
la puerta se abre y Tom entra a toda prisa. Me ve a mí
tirada en
el suelo y a Sarah junto a la ventana.
—¿Todo
bien? —le pregunta a Sarah.
Yo me
cabreo. ¿Por qué coño le pregunta a ella? Ella está
perfectamente
ahí de pie lanzándome sus advertencias. Es a mí, que estoy
aquí
sentada con el culo dormido, a la que debería preguntarle. Me quedo
todavía
más estupefacta cuando ella le regala una ridícula sonrisa falsa y se
acerca a
él, toda tiesa y sacando pecho.
—Sí, cariño.
_____ y yo sólo estábamos hablando sobre las habitaciones
nuevas.
Tiene unas ideas fantásticas —dice, y le frota el hombro.
Quiero
arrancarle las uñas postizas de los dedos. ¡Menuda perra
mentirosa!
Espero que él no se lo trague. Pero la sonrisa de satisfacción
con la que
le responde antes de volverse hacia mí me indica que sí lo ha
hecho.
¿Está ciego o qué le pasa?
—Es muy
buena —dice con orgullo. Está haciendo que me sienta
como si
fuera una puta cría.
—Sí, tiene
mucho talento —ronronea Sarah sonriéndome con malicia
—. Os
dejo. —Se pone de puntillas y lo besa en la mejilla mientras yo ardo
de rabia—.
_____, ha sido un placer volver a verte.
Reúno la
educación suficiente para sonreír a esa bestia.
—Lo mismo
digo, Sarah.
Espero que
note mi tono falso. No había sido menos sincero en mi
vida. Se
marcha de la habitación y me deja a solas con Tom. ¿Qué hago
aquí y qué
papel desempeña esa mujer en la vida de Tom? Ha estado aquí
todas las
veces que he venido. Y también estaba en la inauguración del
Lusso. ¿Conseguiré
librarme alguna vez de esa víbora? Quiere que
desaparezca,
y sólo puede haber una razón: quiere a Tom. Me duele el
corazón
sólo de imaginármelo con otra persona y me entran ganas de matar
a alguien.
Nunca he sido celosa, ni insegura, ni dependiente. Pero siento
que todos
estos nuevos sentimientos afloran en mí y se apoderan de todo
mi ser. Ha
dicho que Tom no es la clase de hombre con el que una deba
soñar. Y
creo que eso ya lo sé yo.
—A ver qué
has hecho, señorita. —Se sienta a mi lado y me coge el
bloc—.
¡Vaya! Me encanta esa cama.
—A mí
también —admito con hosquedad. El entusiasmo que sentía
por mi
idea se ha esfumado.
—¿Qué es
todo esto? —dice señalando el dosel.
—Es un
diseño reticular. Todas las vigas de madera se superponen y
crean ese efecto.
—¿Y se
pueden colgar cosas de él? —pregunta con curiosidad.
—Sí, como
telas o luces —respondo, y me encojo de hombros.
Abre la
boca fascinado al captar el concepto.
—¿En qué
colores habías pensado?
—Negro y
dorado.
—Me
encanta. —Pasa la mano por el dibujo—. ¿Cuándo podemos
empezar?
¿Eh?
—Esto es
sólo un boceto. Tengo que considerar varias ideas, hacer
dibujos a
escala, planes de iluminación y esas cosas. —No sé si voy a
poder
hacer todo eso. He entrado en un profundo estado de depresión
después de
que me haya echado de su despacho y de las advertencias de
Sarah.
Tengo que replantearme muy en serio qué hago aquí—. ¿Te
importaría
llevarme a casa?
Levanta la
mirada bruscamente con los ojos cargados de
preocupación.
—¿Estás
bien?
Levanto el
culo dormido del suelo y reúno las pocas fuerzas que tengo
para
fingir una sonrisa tan falsa como la de Sarah.
—Sí. Es
que tengo que preparar unas cosas para mañana —digo
mientras
me aliso el vestido.
—¿No has
dicho que no trabajabas los fines de semana?
—No es
trabajo propiamente dicho.
—Ah. —Me
mira con una medio sonrisa y me entran ganas de llorar.
«Llévame a
mi casa para que pueda pensar sin que estés delante
distrayéndome
con esa cara y ese cuerpo tan hermosos.»
—Está
bien. —Se levanta también del suelo y me devuelve el bloc—.
¿Estás
segura? —insiste.
Yo
mantengo mi sonrisa falsa.
—Estoy
bien, ¿por qué no iba a estarlo? —Me esfuerzo por mantener
la mano
abajo al ver que la levanto de manera involuntaria para llevármela
al pelo.
Me mira
con recelo.
—Vamos,
entonces. —Coge mi bolso y me agarra de la mano.
—La
bandeja.
—Ya la
recogerá Pete —dice, y me conduce fuera de la habitación y
hacia el
piso inferior.
Me
gustaría soltarle la mano, pero no quiero darle motivos para que
piense que
no estoy bien. Es difícil, porque no lo estoy en absoluto. Cuanto
más lo
toco, más me encariño con él.
Cuando
llegamos al vestíbulo, Tom echa un vistazo a su alrededor;
parece
agitado.
—Espérame
aquí, voy a por las llaves y el móvil. Bueno, ve hacia el
coche.
Está abierto.
Frunzo el
ceño cuando me acompaña hasta la puerta y se marcha
corriendo
en dirección a su despacho.
Bajo los
escalones de La Mansión y recorro el suelo de gravilla de
camino al
DBS. Antes de llegar al coche, oigo las carcajadas de cierta
bestia de
morros hinchados y lengua viperina. Me pongo tensa de los pies a
la cabeza,
me vuelvo y la veo de pie en lo alto de los escalones junto a
Tom.
—Vale, cariño. Luego nos vemos. —Y vuelve a besarlo en la mejilla.
Me entran
arcadas—. ¡Espero volver a verte, _____! —grita.
Su mirada gélida
me fulmina. Tom se acerca, me devuelve el bolso y
me coge de
la mano de nuevo. Me siento en el coche y, en cuanto el motor
arranca,
Creep, de Radiohead, me inunda los oídos. Yo sonrío para mis
adentros.
Eso, como dice la canción, ¿qué coño hago aquí? Es una buena
pregunta.
CAPITULO 22.-
Me despido
de Tom con un beso casto y lo dejo con una expresión de
inquietud
en su maravilloso rostro.
—Te
llamaré —digo con tono de indiferencia, y salgo de su coche.
Tengo
prisa por marcharme. Cierro la portezuela del vehículo y me
apresuro a
recorrer el camino hasta casa de Kate. No me vuelvo. Cierro la
puerta
rápidamente al entrar y me dejo caer contra ella.
—¡Hola!
—Kate aparece en lo alto de la escalera envuelta en una
toalla—.
¿Estás bien?
Ya no
puedo seguir fingiendo.
—No
—admito. No estoy bien para nada.
Ella me
mira con una mezcla de confusión y compasión.
—¿Quieres
un té?
Asiento y
me despego de la puerta.
—Por
favor, no seas demasiado amable conmigo —le advierto.
Las
lágrimas amenazan con brotar, pero estoy decidida a controlarlas.
Sabía que
esto iba a pasar. No creía que tan pronto, pero este
desagradable
dolor de corazón era algo inevitable. Ella sonríe con
complicidad
y me indica con la cabeza que la siga. Me arrastro hasta el
piso de
arriba y la encuentro en la cocina preparando el té.
Me dejo
caer en una de las sillas dispares.
—¿Se ha
ido Georg?
Se echa
tres cucharadas de azúcar en su taza y, aunque me da la
espalda,
sé que está sonriendo.
—Sí
—responde con demasiada naturalidad.
—¿Qué tal
la noche?
Se vuelve,
entrecierra los ojos azules y sonríe ampliamente.
—¡Ese tío
es una bestia!
Yo resoplo
ante su descripción de Georg Sé de otro que también encaja
en esa
definición.
—¿Bien,
entonces?
Vierte
agua hirviendo en las tazas y añade leche.
—No está
mal. —Se encoge de hombros—. Pero basta de hablar de
mí. ¿Por
qué te has ido esta mañana con aspecto de haber tenido una noche
similar a
la mía y vuelves unas horas después como si te hubieran pegado
una
paliza? —Se sienta y me pasa mi té.
Suspiro.
—No voy a
volver a verlo.
—¿Por qué?
—grita.
Su rostro
pálido refleja estupefacción. ¿Por qué le sorprende tanto mi
decisión?
—Porque sé
que voy a salir escaldada de esto, Kate. Tom no es bueno
para mí.
—¿Cómo lo
sabes? —pregunta con incredulidad.
Muy
sencillo.
—Es un
hombre de negocios, maduro, rico a más no poder y muy
seguro de
sí mismo. No soy más que un juguete para él. Se aburrirá, me
tirará a
la basura y se buscará a otra. —Resoplo con sarcasmo—. Y
créeme...
no faltarán mujeres que se le echen a los pies. He visto las
pasiones
que despierta. Las he experimentado. Es increíblemente salvaje
en la
cama, y tremendamente bueno, lo que significa que tiene a sus
espaldas
un buen número de conquistas sexuales. —Respiro hondo
mientras
Kate me mira con la boca abierta—. Es un imán para las mujeres,
y es
probable que un mujeriego. Ya he tenido que soportar la reacción de
Sarah. —Me
dejo caer en la silla y cojo mi taza de té.
—¿Quién es
Sarah?
—Una
amiga, la que confundí con su novia. No me tiene ningún
aprecio, y
me lo ha dejado bien claro.
—¿En serio
piensas saltar del barco sólo por unas cuantas palabras
resentidas
de una zorra despechada? ¡Mándala a la mierda!
—No, no es
sólo eso, aunque no me apetece nada que me clave las
garras en
la espalda.
Pone los
ojos en blanco.
—Querida
amiga, ¡estás cegata!
—No, no lo
estoy. Soy sensata —me defiendo—. Y tú no eres
imparcial
—le espeto. Ha dejado muy claro que le gusta Tom para mí,
pero lo
cierto es que no sé por qué es así—. ¿Por qué te gusta tanto?
—No lo sé.
—Se encoge de hombros—. Porque tiene algo.
—Sí, que
es peligroso.
—No, es
por cómo te mira, como si fueras el centro de su universo o
algo así.
—¡No seas
idiota! Soy el centro de su vida sexual —la corrijo, y de
repente
pienso en el hecho de que probablemente no sea más que una de
tantas
mujeres a las que sólo les hace pasar un buen rato. La idea me
resulta
dolorosa, y es una razón más para alejarme mientras todavía siga
medio
intacta. ¿A quién quiero engañar? Ya estoy destrozada, pero, cuanto
más tiempo
deje que continúe esto, peor será.
—____,
vives negándote a admitir la realidad —me reprocha sin mala
intención.
—No me
niego a admitir nada.
—Claro que
sí —dice con firmeza—. Te has enamorado de él. Y salta
a la vista
el porqué.
—No me
niego a admitir nada —repito. No sé de qué otra manera
responder
a eso. ¿Tanto se nota? Claro que lo hago. Puede que así el dolor
sea más
fácil de soportar—. Voy a echarme un rato. —Aparto la silla de la
mesa y
ésta chirría contra el suelo de madera. El sonido agudo me obliga a
hacer una
mueca. La resaca ha vuelto a apoderarse de mí.
—Vale
—suspira Kate.
La dejo en
la cocina y me retiro al santuario de mi habitación. Me
dejo caer
sobre la cama y me tapo la cabeza con la almohada. Detesto
admitirlo,
pero esa zorra de morros gordos tiene razón. No debo
plantearme
un futuro con Tom Kaulitz. Y ese pensamiento me rasga el
corazón
como si de un cuchillo se tratase.
Llego a la
oficina para enfrentarme a una nueva semana. Me siento de
todo menos
bien. No he dormido nada, y sé perfectamente por qué.
—Buenos
días, flor —me saluda Patrick desde su despacho. Parece
que está
mucho mejor.
—Hola.
—Intento sonar alegre, pero fracaso estrepitosamente. No
puedo ni
reunir las fuerzas necesarias para fingir un poco de ánimo. Tiro el
bolso bajo
la mesa, me siento y enciendo el ordenador.
Al cabo de
cinco segundos, mi escritorio empieza a protestar cuando
Patrick lo
usa de banco, como de costumbre. Tiene mucho mejor aspecto
que el
otro día.
—¿Cómo van
las cosas con Van Der Haus? —pregunta. Patrick tiene
especial
interés en ese proyecto.
Meto la
mano bajo la mesa y saco la cajita de muestras de telas que
dejé ahí
el viernes.
—Esto
llegó el viernes —digo, y coloco unas cuantas sobre el
escritorio—.
Me ha mandado por correo electrónico las especificaciones y
ya me
había enviado los planos.
Patrick
echa un vistazo a las telas. Todas tienen tonos neutros de beige
y crema,
algunas tienen textura y otras no.
—Son un
poco aburridas, ¿no? —protesta con un dejo de
desaprobación.
—A mí no
me lo parece —repongo, y saco una preciosa muestra con
rayas
gruesas—. Mira ésta.
La mira
con desdén.
—No me
gusta.
—No tiene
por qué gustarte a ti —le recuerdo. Él no se va a comprar
un
apartamento pijo en la Torre Vida—. Van Der Haus vuelve hoy de
Dinamarca.
Dijo que me llamaría para enseñarme el edificio. Y ahora voy
a
trabajar, si no te importa.
Patrick se
pone de pie y yo adopto mi típico gesto de dolor cuando
oigo
crujir la mesa.
—Claro,
continúa. —Me mira con recelo—. Tal vez no sea asunto
mío, pero
no pareces tú misma. ¿Te ocurre algo?
—No, estoy
bien, de verdad —miento.
—¿Seguro?
«¡No!»
—Que sí,
Patrick —digo, pero no consigo transmitir seguridad.
Mi
teléfono empieza a brincar por el escritorio y Black and Gold, de
Sam
Sparro, inunda la oficina. Arrugo la frente y, al cogerlo, veo el
nombre de Tom
parpadeando en la pantalla. Ha vuelto a manipular mi
teléfono.
Mi corazón se acelera, y no de una forma agradable. No puedo
hablar con
él.
—Te dejo
para que contestes, flor. ¡Y arriba ese ánimo, guapa! ¡Es
una orden!
Patrick se
marcha y yo silencio la llamada, pero, en cuanto se
interrumpe,
vuelve a sonar otra vez. La silencio de nuevo, dejo el móvil en
la mesa y
me pongo a trabajar. Abro el correo de Mikael. Es breve, pero
contiene
la suficiente información como para que empiece a elaborar mis
diseños.
Quince
minutos después, el teléfono aún sigue sonando, y yo estoy
empezando
a hartarme de la musiquita y de alargar la mano para silenciar
el maldito
aparato. Qué ilusa he sido al pensar que me lo pondría fácil. La
alerta de
mensaje de texto empieza a vibrar, pero en lugar de eliminarlo
directamente
—que habría sido lo más sensato— lo leo.
¡COGE EL TELÉFONO!
Ya
estamos. Sam Sparro empieza a entonar de nuevo su canción y yo
vuelvo a
darle a silenciar. A este paso no voy a conseguir hacer nada hoy.
Al momento,
llega otro mensaje.
____, dime algo, por favor. ¿Qué he
hecho?
Meto el
móvil en el primer cajón de mi mesa e intento olvidarme de
él. ¿Que
qué ha hecho? En realidad nada, pero estoy segura de que lo hará
si le doy
la oportunidad. ¿O no? Ay, no lo sé. Pero mi instinto me dice que
me aleje
de él.
—Sal, si
alguien me llama a la oficina dile que me llame al móvil, ¿de
acuerdo?
—Sé que probablemente ése será su próximo movimiento.
—De
acuerdo, _____.
Empiezo a
recoger unas cuantas ideas y a elaborar bocetos para
Mikael.
Todavía no he visto los apartamentos, pero sé más o menos lo que
quiero
hacer y, para mi sorpresa, estoy bastante emocionada.
A la hora
de comer me acerco un momento al indio para comprar un
sándwich y
me lo como en la oficina.
Sally me
informa de que me ha llamado un hombre mientras estaba
fuera,
pero no ha dejado ningún mensaje. Claro, ya sé quién ha sido, pero
estoy
teniendo un día muy productivo y no pienso dejar que interrumpa mi
ritmo, así
que ignoro su persistencia. Victoria y Ken estarán fuera de la
oficina
todo el día visitando a clientes. Sin los dramas de la una ni las
historias
sórdidas del otro puedo trabajar sin distracciones, así que no voy
a permitir
que Tom se convierta en una.
Sigo
haciendo caso omiso del teléfono, menos cuando Mikael llama
para fijar
una reunión para mañana. Finalmente estará en Dinamarca toda
la semana,
así que me reuniré con su asistente personal en la Torre Vida a
las nueve
de la mañana. Cuando dan las seis en punto, estoy satisfecha con
la
productiva jornada que he tenido y feliz de haberme puesto las pilas. Se
me ha
pasado el día volando.
Entro por
la puerta casi a rastras y me encuentro la casa vacía. Estoy
totalmente
destrozada. Todavía siento los efectos del sábado por la noche,
y de todo
lo que pasó con Tom ayer. Odio las resacas. Suelen durarme más
de lo
normal. Esta noche no me tomaré la copa de vino de los lunes por la
noche. Me
voy a mi cuarto y me desnudo para ducharme. El teléfono vuelve a
sonar y
alzo la vista al cielo para rogar que me dé fuerzas. No me lo va a
poner nada
fácil. Lo sé. Pero entonces me doy cuenta de que no suena
Black and
Gold. He estado soportando la dichosa canción todo el puñetero
día y he
silenciado el teléfono cada vez que sonaba. Me sorprendo
gratamente
cuando veo «Mamá móvil» parpadeando en la pantalla.
La escucho
durante veinte minutos mientras me narra el itinerario
completo
del viaje de Dan desde Australia hasta Heathrow. Resumiendo:
llegará el
próximo lunes por la mañana, pasará la semana en Newquay y
volverá a
Londres el sábado. Tras comprobar que todo va bien por
Newquay,
me dirijo a la ducha. Sam Sparro empieza a sonar de nuevo y yo
silencio
el teléfono... otra vez. Si no lo oigo, no tendré la tentación de
contestar.
Después de
ducharme, me desplomo en la cama y me quedo dormida
en cuanto
toco la almohada.
—¡Despierta,
dormilona! —La voz aguda de Kate me perfora los
tímpanos.
Me doy la vuelta y miro el reloj.
Presa del
pánico, salto de la cama e intento serenarme un poco. ¡Son
las ocho
en punto! He dormido trece horas. Joder, creo que lo necesitaba.
—¿Por qué
no me has despertado? —grito mientras me apresuro de
camino a
la ducha por el descansillo. Tengo que estar en la Torre Vida
dentro de
una hora para reunirme con la asistente personal de Mikael.
—Yo
también me he dormido —responde Kate, alegre y pizpireta.
¿Por qué
está tan contenta? No tardo en descubrirlo cuando me topo con el
cuerpo
medio desnudo de Georg saliendo del baño.
—¡Cuidado,
mujer! —dice riendo, y me frena con las manos.
Aparto la
vista de su magnífico físico.
—¡Perdón!
—digo totalmente avergonzada. ¿Le gusta pasearse
semidesnudo
por apartamentos de mujeres?
Su sonrisa
contagiosa revela su bonito hoyuelo mientras se aparta y
me hace
una reverencia.
—Todo
tuyo.
Entro
corriendo y cierro la puerta para ocultar mi rubor, pero no tengo
tiempo de
mortificarme con mi vergüenza. Me meto en la ducha, me lavo
el pelo,
corro por el descansillo enrollada en la toalla hasta la seguridad de
mi
dormitorio y me visto a toda prisa. Me alegro de haber arreglado la
habitación.
Ahora encuentro todo lo que necesito a la primera. Me pongo el
vestido
rosa palo y unos zapatos de color carne, me seco el pelo a toda
prisa y me
lo recojo. Me doy un toque de polvos, colorete y máscara de
pestañas y
ya estoy lista. No me había arreglado tan rápido en la vida.
Desconecto
el teléfono del cargador y borro las cuarenta y dos
llamadas
perdidas de Tom antes de meterlo en el bolso. Vuelo hacia la
cocina.
Georg y Kate están sentados a la mesa. ¿Es que hoy no trabaja nadie?
Georg alza
la vista de su cuenco de cereales y sonríe.
—¿Has
visto a Tom? —pregunta.
Me paro en
seco y lo miro. Aún me está sonriendo.
—No, ¿por
qué me lo preguntas?
—¿Has
estado en tu leonera toda la noche? —pregunta Kate
totalmente
confundida.
—Sí,
llegué de trabajar sobre las seis y media y me fui directa a la
cama. Y ya
no es una leonera —la corrijo con orgullo—. ¿Por qué?
Kate mira
a Georg, Georg mira a Kate y luego ambos me miran a mí. Los
dos
parecen confundidos y un poco preocupados.
—¿No lo
has visto ni has hablado con él? —pregunta Georg con la
cuchara a
medio camino del cuenco y su boca.
—¡No!
—contesto con tono de impaciencia. Pero ¿qué coño les pasa?
No pienso
volver a verlo ni a hablar con él en toda mi vida—. No estoy
atada a su
cintura —les espeto fríamente.
—Es que
anoche me llamó cinco veces preguntando por ti —explica
Kate.
—¡A mí
diez! —interviene Georg
Kate
parece muy alarmada.
—Llegamos
sobre las ocho y media y dimos por hecho que todavía
estarías
trabajando. Estaba muy nervioso, _____. Intentamos llamarte.
No tengo
tiempo para estas tonterías. ¿Qué se cree que me ha pasado?
Ese tío es
un neurótico, y lo que yo haga con mi vida no es asunto suyo.
—Tenía el
teléfono en silencio. Pero bueno, como veis, estoy vivita y
coleando,
así que si vuelve a llamar, decidle eso —resoplo—. Me voy, que
llego
tarde. —Doy media vuelta para salir de la cocina.
—Como dejó
de llamar supuse que estabas con él —añade Kate
cuando ya
me marcho.
—¡Pues ya
ves que no! —grito mientras bajo por la escalera.
Llego a la
Torre Vida con el tiempo justo y algo aturullada. Me
encuentro
con una mujer menuda y rubia en el vestíbulo. Es de mediana
edad y
parece un duendecillo, tiene unas facciones muy afiladas y el pelo
corto. El
traje negro no pega con la palidez de su piel.
—Usted
debe de ser la señorita O’Shea —dice al tenderme una mano
macilenta—.
Soy Ingrid. Mikael le dijo que vendría yo, ¿verdad? —Tiene
un acento
muy danés.
—Ingrid,
llámame _____, por favor. —Le acepto la mano y se la
estrecho
suavemente. Parece muy frágil.
—Claro,
_____. —Sonríe y asiente.
—Mikael me
llamó ayer y me dijo que tenía que quedarse unos días
más en
Dinamarca.
—Sí, así
es. Yo te enseñaré el edificio. Aún no han terminado las
obras, así
que será mejor que te pongas esto. —Me entrega un casco duro y
amarillo y
un chaleco de alta visibilidad.
Me pongo
el equipo de seguridad y empiezo a pensar en el aspecto
que debo
de tener con mi vestidito rosa y con esto puesto. Por un momento
temo que
me haga ponerme también unas botas de punta de acero, pero
cuando la
veo pulsar el botón del ascensor mis preocupaciones
desaparecen.
—Empezaremos
por el ático. La disposición es muy parecida a la del
Lusso.
—Llega el ascensor y subimos en él—. Imagino que conoces ese
edificio.
—Sonríe y revela una boca llena de dientes perfectos.
Me cae
bien.
—Sí, lo conozco.
—Le devuelvo la sonrisa amistosa. «¡Mejor de lo
que
crees!» Me obligo a bloquear esos pensamientos de inmediato. «No
debo
pensar en él. No debo pensar en él», me repito una y otra vez mientras
nos
dirigimos al ático e Ingrid me explica las pequeñas diferencias entre el
Lusso y la
Torre Vida. No hay muchas.
El
ascensor llega directamente al interior del ático. Ésa es una de las
diferencias.
En el Lusso hay un pequeño vestíbulo. El aparcamiento
subterráneo
es la otra.
—Ya hemos
llegado. Tú primero, _____.
Sigo la
dirección que me indica y entro en un espacio enorme que me
resulta
familiar. El tamaño de este ático debe de ser idéntico al del Lusso.
Al estar
vacío parece más grande, pero recuerdo que con el otro edificio
me pasó lo
mismo.
—Como ves
hemos usado madera de roble. Todas las ventanas y las
puertas
están fabricadas a medida con madera sostenible. Seguro que
Mikael ya
te lo ha comentado en las especificaciones que te mandó. —La
miro. Debe
de haber captado mi expresión de no saber de qué me habla,
porque se
echa a reír y sacude la cabeza—. ¿No te lo mencionó en su
correo
electrónico?
—No
—contesto, y rezo por haberlo leído entero y bien.
—Discúlpalo.
Anda un poco despistado con lo del divorcio.
¿Divorcio?
Vaya, ¿es eso lo que lo retiene en Dinamarca? Me parece
algo
inapropiado que me revele algo tan privado de la vida de Mikael.
Todo el
mundo parece demasiado abierto y sincero últimamente. ¿O acaso
me estoy
mostrando yo excesivamente cerrada y recelosa?
—Lo tendré
en cuenta —sonrío.
Durante
las horas siguientes, Ingrid me enseña todo el edificio. Yo
hago
fotografías de los espacios y voy tomando notas. La Torre Vida posee
los mismos
lujos que el Lusso ofrece a sus residentes: un gimnasio
pomposo,
conserje las veinticuatro horas y lo último en sistemas de
seguridad.
La lista continúa. Mikael y su socio saben cómo crear viviendas
de lujo y
modernas. Las vistas de Holland Park y de la ciudad son
increíbles.
Regresamos
al vestíbulo principal.
—Gracias
por la visita, Ingrid. —Me quito el casco y el chaleco.
—Ha sido
un placer, _____. ¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí.
Esperaré noticias de Mikael.
—Dijo que
te llamaría el lunes —comenta, y me estrecha la mano.
Nos
despedimos y me marcho de la Torre Vida rumbo a la oficina. Por
el camino
llamo a mi médico de cabecera. Necesito que me recete más
píldoras.
No tengo ni idea de dónde las he metido. Me dan cita para las
cuatro en
punto de hoy mismo, lo cual es un alivio. No es que espere tener
muchas
relaciones sexuales en los próximos días. Ya he disfrutado de
bastantes
para una buena temporada.
—Buenas
—saludo a Ken y a Victoria al entrar en la oficina.
Ken frunce
el ceño y mira la hora.
—¡Ups!
Llego tarde a mi cita con la señora Baines. ¡Se va a poner
hecha una
furia! —Se levanta de su asiento, se coloca la corbata de rayas
azules y
amarillas (que no quedaría tan mal si no la hubiese combinado con
una camisa
naranja), y se atusa el rubio tupé—. Volveré cuando haya
amansado a
esa vieja chalada. —Recoge su bandolera y se marcha
danzando
de la oficina.
—¡Adiós!
—grito al llegar a mi mesa—. ¿Estás bien, Victoria? —
pregunto.
Está absorta—. ¡Victoria! —grito.
—¿Eh? Ah,
perdón. Tenía la mente en otro sitio. ¿Qué decías?
—Que si
estás bien —repito.
Ella
sonríe alegremente y juguetea con su melena rizada y rubia por
encima del
hombro.
—Mejor que
nunca.
Claro. Me
pregunto si su buen humor tendrá algo que ver con cierto
personaje engreído
y elegante llamado Gustav. No la he visto desde el
sábado
pero, por lo que recuerdo —antes de acabar como una cuba—,
Gustav y
ella parecían estar haciendo buenas migas. ¿Es que a todo el mundo
le ha dado
por follar ahora?
—¿Y eso
por qué? —pregunto con una ceja enarcada.
Ella
suelta unas risitas como de niña pequeña.
—He
quedado con Gustav el viernes por la noche.
Lo sabía,
aunque sigo sin ver lo de la simple de Victoria y el serio de
Gustav.
—¿Adónde iréis? —pregunto.
Se encoge
de hombros.
—No me lo
ha dicho. Sólo me ha preguntado si quería salir con él. —
Su móvil
suena y se disculpa agitando el aparato.
Centro la
atención en mi ordenador y silencio el teléfono cuando
empieza a
sonar otra vez Black and Gold. Lo de estirar la mano y apretar el
botón de
la izquierda sin ni siquiera mirar se está convirtiendo en un gesto
automático.
Después de que suene tres veces seguidas, decido silenciar el
teléfono del
todo. Desde luego, no cabe duda de que es persistente.
—Me voy
—anuncia Victoria al tiempo que se levanta de su asiento
—. Volveré
sobre las cuatro.
—Ya no te
veré. Tengo cita en el médico a esa hora.
—¿Y eso?
—Se vuelve mientras se marcha.
—He
perdido las píldoras anticonceptivas —explico. Ella pone cara
de saber
lo que es eso y hace que me sienta mejor por ser tan descuidada.
Empiezo a
ojear el correo electrónico y hago copias de algunos
bocetos
para enviárselas a mis contratistas.
A las tres en punto me levanto para preparar café.
Siempre lo hace
Sally, pero necesito apartar la vista de la pantalla del
ordenador un rato.
—¿_____? —me llama Sally. Asomo la cabeza por la puerta
de la
cocina y la veo agitando el teléfono de la oficina—. Te
llama un hombre,
pero no me ha dicho quién es.
El corazón se me sale por la garganta. Sé perfectamente
quién es.
—¿Está en espera?
—Sí, ¿te lo paso?
—¡No! —grito, y la pobre e insegura Sally se estremece—.
Perdona.
Dile que no estoy.
—Ah, vale. —Confundida y con los ojos abiertos de par en
par,
aprieta el botón para recuperar la llamada de Tom—.
Disculpe, señor. ____
no est... —Da un brinco. El teléfono se le cae sobre la
mesa con un fuerte
estrépito y se apresura en cogerlo de nuevo—. Lo... lo...
lo siento, señor...
—No para de tartamudear, lo que indica que Tom está
gritándole al otro
lado de la línea. Me siento muy culpable por hacerla
pasar por esto—.
Señor, por favor..., le... le... le aseguro que no... no
está.
Se encuentra en su mesa, aterrorizada y mirándome con los
ojos
abiertos, mientras don Neurótico la agrede verbalmente.
Le sonrío a modo
de disculpa. Le compraré unas flores.
Deja el teléfono en la base y me mira consternada.
—¿Quién era ése? —pregunta. Va a echarse a llorar.
—Sally, lo siento muchísimo. —Cojo los cafés de la cocina
(la única
ofrenda de paz que tengo a mano en estos momentos), dejo
el de Patrick en
su mesa y salgo corriendo de su despacho antes de que
pueda iniciar una
conversación. Le llevo el café a ella y lo dejo sobre su
posavasos—. Lo
siento muchísimo —repito, y espero que mi voz refleje lo
culpable que me
siento.
Ella deja escapar un largo suspiro de exasperación.
—Me temo que alguien necesita un abrazo —dice entre
risitas.
Me quedo de piedra. Esperaba que se echara a llorar toda
nerviosa y,
en lugar de eso, la aburrida de Sally acaba de hacer una
broma. La chica
tímida y del montón se parte de risa, y yo empiezo a
reírme también a
carcajadas y con lágrimas en los ojos hasta que me duele
el estómago.
Sally se une a mi histeria y ambas nos desternillamos en
medio de la
oficina.
—¿Qué pasa? —grita Patrick desde su mesa.
Agito la mano en el aire para restarle importancia. Pone
los ojos en
blanco y vuelve a centrarse en su pantalla mientras
sacude la cabeza con
resignación. No podría contárselo ni aunque estuviera en
disposición de
hablar. Dejo a Sally llorando de risa y me dirijo a los
aseos para
recomponerme. Ha sido buenísimo. Acabo de ver a esa chica
desde una
nueva perspectiva. Me gusta la Sally sarcástica.
Tras recobrar la compostura y retocarme el rímel corrido,
aviso a
Patrick de que me voy al médico.
—Lo siento, Sally, no puedo mirarte a la cara —le digo
entre risas
cuando paso por delante de su mesa para salir de la
oficina, y oigo que ella
se echa a reír de nuevo.
Me sereno
y me dirijo a la estación de metro.
Guaooo q cap tan buenooo virgi me encanto pobre (Tn) lo que le espera si se lega a encontrar con Tom xq estoy segura de que se volverán a ver.. estoy intrigada virgi espero los próximos caps!!!!!
ResponderBorrarQue se joda Tom!
ResponderBorrarSiguela
Sigueeeeeee
ResponderBorrarSiguela!!!
ResponderBorrarSiguela pronto *.*
ResponderBorrarSiguela pronto *.*
ResponderBorrarSiguela!!
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