martes, 21 de abril de 2015

CAPITULOS 33 Y 34

—Despierta, señorita.
Cuando abro los ojos, tiene la nariz pegada a la mía.
Doy a mi cerebro unos momentos para ponerse en marcha y a mis ojos
tiempo para adaptarse a la luz del día. Cuando al fin veo algo, resulta que
distingo un brillo de alegría en sus ojos marrones. Yo, por mi parte, quiero
seguir durmiendo. Es sábado y ni siquiera mi necesidad de arrancarle la
piel a tiras va a hacer que me mueva de esta cama en un buen rato.
Lo aparto y le doy la espalda.
—No te hablo —murmuro, y me acurruco otra vez en mi almohada.
Me da una palmada en el culo y a continuación me coloca panza arriba y
me sujeta por las muñecas—. ¡Me ha dolido! —le grito.
Las comisuras de sus labios se curvan, pero no estoy de humor para el
Tom arrebatador esta mañana. ¿Por qué está tan contento? Ah, sí. Claro
que sé por qué. Ha hecho pedazos el vestido tabú y me tiene para él antes
de las ocho de la mañana.
Estoy envuelta en él de pies a cabeza y me mira. ¡Debería levantar la
rodilla y darle donde duele!
—Hoy pueden ocurrir dos cosas —me informa—: puedes ser
razonable y pasaremos un día encantador, o puedes seguir siendo una
seductora rebelde y entonces me veré obligado a esposarte a la cama y
hacerte cosquillas hasta dejarte inconsciente. ¿Qué prefieres, nena?
¿Que sea razonable? ¿Más? La mandíbula me llega al suelo y él me
mira con interés. ¿De verdad cree que no voy a discutir esa propuesta suya?
Levanto la cabeza para estar lo más cerca posible de su cara sin afeitar
y tan atractiva que casi me molesta.
—Que te jodan —digo despacio y con claridad.
Retrocede con los ojos como platos ante mi osadía. Yo también estoy
bastante avergonzada de mí misma, pero Tom y sus exigencias
desmedidas sacan lo peor de mí.
—¡Cuidado con esa puta boca!
—¡No! ¿Por qué demonios tienes porteros que te informan de mis
movimientos? —Ese pequeño detalle acaba de aterrizar en mi cerebro
medio dormido. Pero, si estoy en lo cierto y está pagando a los porteros
para que me vigilen, voy a entrar en erupción.
—_____, lo único que quiero es asegurarme de que estás a salvo. —Deja
caer la cabeza y empieza a morderse el labio—. Me preocupo, eso es todo.
¿Que se preocupa? ¿No hace ni un mes que me conoce y ya se ha
puesto en plan protector y posesivo? Pisotea a quien haga falta, me
desbarata los planes, corta mis vestidos y me prohíbe beber.«¡Que yo sea razonable!»
—Tengo veintiséis años, Tom.
Me mira a los ojos. Se le han oscurecido de nuevo.
—¿Por qué te pusiste ese vestido?
—Porque quería cabrearte —respondo con sinceridad. Me retuerzo un
poco en vano. No voy a ninguna parte.
—Pero pensabas que no ibas a verme. —Frunce el ceño.
¿Cree que me lo puse para otro?
—Lo hice por principios —digo entre dientes. Quería tener la última
palabra aunque él no se enterara—. Me debes un vestido.
Sonríe y casi me deslumbra.
—Lo pondremos en la lista de cosas que hacer hoy.
¿Qué hay en esa lista? Ahora mismo, lo único que quiero es dormir. O
que me despierte de otra manera. Me contoneo debajo de él y arquea las
cejas sorprendido.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta intentando descaradamente ocultar
una sonrisa.
Vale, sé a la perfección a qué está jugando. No va a tocarme, igual que
hizo anoche e igual que hizo ayer antes de que saliera. Ése va a ser mi
castigo por haberle plantado cara. Es lo peor que podía hacerme.
—No es necesario que me protejas —rezongo; me agito debajo de él y
consigo liberarme. Puede retarme todo lo que quiera.
—Es señal de lo mucho que me importas —dice cuando ya me he ido
y lo he dejado en la cama.
¿Que le importo? No quiero importarle, quiero que me quiera. Cruzo
el dormitorio, entro en el baño y cierro la puerta. Le importo. ¿Como a un
hermano o algo así? Noto que el corazón se me parte lentamente.
Utilizo el retrete y me lavo las manos antes de colocarme frente al
enorme espejo que hay detrás del lavabo doble. Suspiro, agotada. ¿Qué voy
a hacer? Le importo. Si importarle significa tener que aguantar todo esto,
entonces que se lo meta por donde le quepa.
Me lavo la cara y hago ademán de coger el cepillo de dientes de Tom,
pero entonces me doy cuenta de que justo ahí está mi cepillo de dientes.
¿Perdona? Le pongo pasta con cara de no comprender nada y empiezo a
cepillarme los dientes. Miro el reflejo de la ducha en el espejo y veo mi
champú y mi acondicionador, junto con mi cuchilla y mi gel de ducha. ¿Me
ha mudado aquí? Continúo cepillándome los dientes, abro la puerta que
conduce al dormitorio y me encuentro a Tom despatarrado boca abajo en
la cama con la cabeza enterrada en la almohada. Paso junto a él de camino
al vestidor y casi me atraganto con la pasta de dientes cuando veo colgada
una selección de mi ropa.
¡Me ha mudado a su apartamento! Esto es pasarse tres pueblos, ¿no?
¿Es que yo no tengo ni voz ni voto? Puede que lo quiera, pero sólo lo
conozco desde hace unas semanas. ¿Mudarme a vivir con él? ¿Qué
significa esto? ¿Quiere tenerme aquí para protegerme? Si es así, que le
den, y mucho. Más bien me quiere aquí para controlarme.
—¿Algún problema?
Me vuelvo con el cepillo de dientes colgando de la boca y ahí está
Tom, en la puerta del vestidor, un tanto nervioso. Es una expresión que no
le había visto nunca. Mi mirada desciende por su torso y se deleita en el
movimiento de sus músculos cuando se coge al umbral del vestidor con las
dos manos. Pero rápidamente desvío la atención de la distracción de su
pecho y de repente recuerdo por qué estoy en el vestidor. Farfullo una
ráfaga de palabras ininteligibles con el cepillo y la pasta de dientes en la
boca.
—Perdona, vas a tener que repetírmelo. —Las comisuras curvadas de
los labios le delatan, y yo me saco el cepillo de dientes de la boca de un
tirón.
Sabe perfectamente lo que me pasa. Vuelvo a farfullar. Mis palabras
resultan algo más comprensibles sin el cepillo, pero la pasta sigue
impidiéndome hablar con claridad.
Pone los ojos en blanco, me coge en brazos y me lleva al cuarto de
baño.
—Escupe —me ordena cuando me deja en tierra.
Me vacío la boca de pasta y vuelvo la cara para mirar a mi controlador
exigente.
—¿Qué es todo esto?
Trazo un círculo con el brazo para señalar mis cosas.
Tom aprieta los labios para reprimir una sonrisa y se inclina hacia
adelante y lame los restos de pasta de dientes de mis labios. Se toma su
tiempo en mi labio inferior.
—Ya está. ¿Qué es qué?
Me pasa la lengua por la sien y me suelta en el oído su aliento suave y
tibio. Me tenso cuando me toma el sexo con la mano y los escalofríos de
placer me recorren en todas direcciones.
—¡No! —Lo aparto de mí de un empujón—. ¡No vas a manipularme
con tus deliciosas habilidades divinas!
Sonríe. Es su sonrisa arrebatadora.
—¿Crees que soy un dios?
Resoplo y vuelvo a mirar al espejo. Si su arrogancia sigue
aumentando a este ritmo, voy a tener que saltar por la ventana del cuarto de
baño para no morir aplastada.
Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí. Apoya la barbilla
en mi hombro y estudia mi reflejo en el espejo. Presiona su erección contra
mis muslos y mueve las caderas en círculo. Tengo que agarrarme al lavabo
con las manos.
—No me importa ser tu dios —susurra con voz ronca.
—¿Por qué están mis cosas aquí? —pregunto a su reflejo. Obligo a mi
cuerpo a comportarse y a no caer en la tentación de su encantadora
divinidad.
—Las he recogido antes de casa de Kate. Pensé que podrías quedarte
aquí unos días.
—¿Puedo opinar?
Vuelve a mover las malditas caderas y me saca un gritito.
—¿Te he permitido hacerlo alguna vez?
Niego con la cabeza mientras observo su reflejo. Esboza una media
sonrisa traviesa y vuelve a mover las caderas. No voy a reaccionar a sus
malditos contoneos porque sé que va a volver a dejarme con las ganas. ¿Y
a qué está jugando Kate dejando que cualquiera curiosee entre mis cosas?
Hay ropa para más de dos días en el vestidor. ¿Qué se propone este
hombre?
—Arréglate, señorita. —Me besa el cuello y me da un azote en el culo
—. Vamos a salir. ¿Adónde te gustaría ir?
Lo miro, pasmada.
—¿Me dejas decidirlo a mí?
Se encoge de hombros.
—Tengo que dejar que te salgas con la tuya alguna vez.
Lo dice impasible. Está muy serio.
Debería aceptar su oferta con los brazos abiertos y aprovechar que
está siendo razonable, pero experimento cierto recelo. Después de su
reacción de anoche, de la masacre del vestido tabú y de que se negara a
hablarme, no entiendo por qué se ha levantado tan equilibrado y tolerante.
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta.
—Vamos a Camden —sugiero, y me preparo para recibir un no por
respuesta. Todos los hombres odian el ajetreo y el ir de un lado para otro
mirando puestos y tiendas.
—Vale.
Se vuelve para meterse en la ducha y me deja en el lavabo
preguntándome dónde está don Controlador. Ahora sí que sospecho que
trama algo.

Llego al pie de la escalera y oigo que Tom está hablando con alguien
por el móvil. Voy a la cocina y babeo un poco. Está magnífico con unos
vaqueros gastados y un polo azul marino con el cuello levantado, al estilo
Tom. Se ha afeitado y se ha puesto fijador en el pelo. Es guapo más allá de
lo razonable y nada razonable en todo lo demás.
—Iré mañana, ¿va todo bien? —Se vuelve en el taburete y me da un
repaso con la mirada—. Gracias, John. Llámame si me necesitas.
Guarda el móvil sin quitarme los ojos de encima y se cruza de brazos.
—Me gusta tu vestido. —Su voz es grave y ronca.
Miro mi vestido de estampado floral. Me llega a la rodilla, así que
probablemente apruebe el largo. Me sorprende que Kate lo haya escogido,
es un tanto veraniego, con la espalda al aire y sin mangas. Sonrío para mis
adentros. Aún no ha visto la espalda y tampoco voy a enseñársela. Me
obligaría a cambiarme. Lo sé.
Me pongo un cárdigan fino de color crema y luego me cuelgo,
cruzado, el bolso de terciopelo.
—¿Estás listo? —pregunto.
Salta del taburete y se me acerca de mala gana. Espero un buen
morreo, pero nada. En vez de eso, se pone las Wayfarer, me coge de la
mano y me lleva hacia la puerta. ¿Voy a pasar todo el día con él y no va a
darme ni un beso?
—No vas a tocarme en todo el día, ¿verdad?
Mira nuestras manos entrelazadas.
—Te estoy tocando.
—Ya me entiendes. Me estás castigando.
—¿Por qué iba a hacerlo, ____? —Me mete en el ascensor. Sabe
perfectamente a qué me refiero.
Lo miro.
—Quiero que me toques.
—Ya lo sé.
Introduce el código.
—Pero ¿no vas a hacerlo?
—Dame lo que quiero y lo haré. —No me mira.
No me lo puedo creer.
—¿Una disculpa?
—No lo sé, _____. ¿Tienes que disculparte? —Sigue mirando al frente.
Ni siquiera me mira en el reflejo de las puertas.
—Lo siento —escupo. No doy crédito a lo que está haciendo y
tampoco a lo desesperada que estoy por sus caricias.
—Oye, si vas a disculparte, que al menos parezca que lo sientes.
—Lo siento.
Su mirada se encuentra con la mía en el espejo.
—¿De verdad?
—Sí. Lo siento.
—¿Quieres que te toque?
—Sí.
Se vuelve hacia mí de prisa, me empuja contra la pared de espejos y
me cubre por completo con su cuerpo. Me siento mejor al instante. No ha
sido tan difícil.
—Empiezas a entenderlo, ¿verdad? —Sus labios están a punto de
rozar los míos y sus caderas me presionan la parte baja del vientre.
—Lo entiendo —jadeo.
Me toma la boca, encuentro sus hombros con las manos y le clavo las
uñas en los músculos. Sí, esto está mucho mejor. Doy con su lengua y me
fundo en él por completo.
—¿Contenta? —pregunta cuando pone fin a nuestro beso.
—Sí.
—Yo también. Vámonos.

Paramos a desayunar en Camden después de que Tom se haya salido
con la suya y hayamos ido en coche. Hace un día precioso y estoy pasando
calor con el cárdigan, pero lo soportaré un ratito más. Todavía es capaz de
llevarme a casa, caída en desgracia, y obligarme a cambiarme.
Me espera junto a la portezuela del coche y cruzamos la calle en
dirección a un café pequeño, adorable y singular.
—Te va a encantar. Nos sentaremos fuera. —Aparta un sillón grande
de mimbre para que me siente.
—¿Por qué me va a encantar? —pregunto ya sentada en el cojín con
estampado de lunares.
—Hacen los mejores huevos a la benedictina. —Me dedica una
sonrisa resplandeciente cuando ve que se me iluminan los ojos.
La camarera se acerca babeando al ver a Tom en toda su divina
masculinidad, pero él no se da ni cuenta.
—Dos de huevos a la benedictina —dice señalando el menú—. Un
café solo y un capuchino con extra de café, sin azúcar y sin chocolate, por
favor. —Mira a la camarera y la destroza con una de sus sonrisas
reservadas sólo para mujeres—. Gracias.
Da la impresión de que la mujer se tambalea un poco. Me río para mis
adentros. Sí, tuvo ese mismo efecto en mí la primera vez que lo vi. Al final
consigue encontrar la voz.
—¿Van a querer salmón o jamón con los huevos?
Tom le pasa el menú y se quita las Wayfarer para que reciba de lleno
el impacto de su impresionante rostro.
—Salmón, por favor.
Sacudo la cabeza, alucinada, y miro el teléfono mientras la camarera
se toma su tiempo para tomar nota de nuestro pedido, que es bien sencillo.
Me pregunto si Victoria y Gustav habrán congeniado. Ken no me preocupa
tanto, seguro que está enamorado otra vez de su alma gemela más reciente.
—¿Pan blanco o integral?
—¿Perdona? —Levanto la vista del móvil y veo que la camarera sigue
ahí.
—¿Quieres pan blanco o integral? —me repite Tom con una sonrisa.
—Ah, integral, por favor.
Vuelve a mirar a la camarera languideciente con sus gloriosos ojos
marrones. —Integral para los dos, gracias.
Ella le lanza su sonrisa más dispuesta antes de marcharse al fin. La
reacción que ha tenido con Tom me recuerda la cantidad de mujeres que
debe de haber habido antes de que me conociera. Se me revuelve el
estómago. ¿Era igual de controlador y exigente con todas las demás? Dios
bendito, apuesto a que ha estado con unas cuantas. Dejo mi móvil en la
mesa y miro a Tom, que me observa con atención y se muerde el labio.
¿Qué estará tramando?
—¿Qué tal las piernas? —pregunta, pero sé que ése no es el motivo de
que se muerda el labio.
—Bien. ¿Sueles correr a menudo? —Ya me sé la respuesta. Nadie se
levanta en plena noche para correr veinticuatro kilómetros si no es una
práctica habitual.
—Me distrae. —Se encoge de hombros y se reclina contra su asiento,
pensativo.
—¿De qué?
No me quita ojo.
—De ti.
Me río. Está claro que últimamente no sale mucho a correr, porque se
pasa casi todo el tiempo pasando por encima de mis planes.
—¿Por qué necesitas distraerte de mí?
—_____, porque... —Suspira—. No puedo estar lejos de ti y, lo que es
aún más preocupante, no quiero. —Su tono transmite frustración. ¿Está
frustrado conmigo o consigo mismo?
La camarera nos sirve los cafés y se queda un momento a la espera,
pero no recibe otra sonrisa devastadora como premio. Tom sólo tiene ojos
para mí. Su afirmación es agridulce. Me encanta que no pueda estar lejos
de mí, pero me ofende un poco que parezca resultarle molesto.
—¿Y por qué es preocupante? —pregunto como si no me importara
mientras remuevo mi capuchino y rezo mentalmente para que me dé una
respuesta satisfactoria. Pasan unos instantes y no hay respuesta, así que
levanto la mirada y me doy cuenta de que sus engranajes mentales están
trabajando a toda velocidad y de que su labio inferior está recibiendo
mordiscos a diestro y siniestro.
Al rato, exhala con fuerza y baja la vista.
—Me preocupa porque siento que no lo controlo. —Vuelve a
levantarla y me penetra con su mirada marron e implacable—. No llevo bien
lo de no tener el control, ____. No en lo que a ti respecta.
¡Ja! ¿Está reconociendo que es un controlador y exigente más allá de
lo razonable? Es obvio que no le gusta nada que le lleven la contraria, lo he
visto con mis propios ojos.
—Si fueras más razonable no tendrías la sensación de no tener el
control. ¿Eres así con todas tus mujeres?
Abre los ojos como platos y luego los entorna.
—Nunca me ha importado nadie lo suficiente como para hacerme
sentir así. —Coge la taza de café—. Es típico que vaya y me busque a la
mujer más rebelde del planeta para...
—¿Intentar controlarla? —Arqueo las cejas y Tom me pone mala
cara—. ¿Y tus relaciones pasadas?
—No tengo relaciones. No me interesa comprometerme con nadie.
Además, no tengo tiempo.
—Has dedicado bastante tiempo a pasar sobre mí y a fastidiarme —
contesto rápidamente por encima de mi taza de café. Si esto no es ir en
serio, yo no sé lo que es.
Sacude la cabeza.
—Tú eres distinta. Te lo he dicho, _____. Pasaré por encima de quien
intente interponerse en mi camino. Incluso de ti.
Lo sé. Ya lo hizo cuando me negué a quedarme. Me alegro de que el
ritual sea distinto al de otros que hayan tenido el placer de sufrirlo. Me
viene a la cabeza el pobre Petulante. ¿No le interesan las relaciones?
Entonces ¿adónde va esto?
Nuestro desayuno aterriza en la mesa y huele a gloria. Lo ataco con el
tenedor y medito sobre lo que ha dicho acerca de no tener el control. La
solución es muy sencilla: deja de ser tan exigente y tan difícil. Va a darle
un infarto por culpa del estrés si sigue por ese camino.
—¿Por qué soy distinta? —pregunto, casi sin atreverme.
Está con el salmón.
—No lo sé, _____ —responde con calma.
—No sabes gran cosa, ¿no? —Es lo único que me dice, el muy
capullo, cuando intento encontrar una razón para su manía de controlarlo
todo. Despierto «toda clase de sentimientos». ¿Cómo se supone que debo
tomarme esta situación?
—Sé que nunca he querido follarme a una mujer más de una vez. De
ti, sin embargo, no me canso.
Me echo hacia atrás, horrorizada, y casi me atraganto con un trozo de
tostada.
Tiene la decencia de parecer arrepentido.
—Eso no ha sonado bien. —Deja el tenedor en el plato, cierra los ojos
y se masajea las sienes—. Lo que intentaba decir es que... en fin... nunca
me ha importado una mujer lo suficiente como para querer algo más que
sexo. No hasta que te conocí. —Se frota las sienes con más fuerza—. No
puedo explicarlo pero tú también lo sentiste, ¿verdad? —Me mira y creo
que desea con desesperación que se lo confirme—. Cuando nos conocimos,
lo sentiste.
Sonrío.
—Sí, lo sentí.
No lo olvidaré nunca.
Su expresión cambia al instante: vuelve a sonreír.
—Tómate el desayuno. —Señala mi plato con el tenedor y me resigno
a vivir ignorando lo que tanto ansío saber. Si él no lo sabe, no es muy
probable que yo llegue a enterarme. ¿Sería más fácil aguantarlo si supiera
qué hace que se ponga en marcha su compleja cabecita?
En cualquier caso, me ha dicho, aunque no con esas palabras, que
quiere algo más que sexo, ¿no? Así que le importo. ¿Que le importe
equivale a que me controle? ¿Y nunca ha tenido una relación? No me lo
creo ni de coña. Las mujeres se le echan encima. No es posible que se las
tire sólo una vez, ¿no? Jesús, si nunca se ha follado a una mujer más de una
vez, ¿con cuántas se habrá acostado? Estoy a punto de preguntárselo, pero
me freno en cuanto abro la boca. ¿Quiero saberlo? He estado acostándome
con este hombre sin protección y, aunque me ha dicho que nunca lo ha
hecho sin condón —excepto conmigo—, ¿debería creerlo?
—Tenemos que comprarte un vestido para la fiesta de aniversario de
La Mansión —me dice. Está claro que es una táctica para distraerme y
hacer que me olvide de mis preguntas y cavilaciones. Estoy segura de que
sabe lo que estoy pensando.
—Tengo muchos vestidos. —No podría haberlo dicho con menos
entusiasmo, lo cual es bueno, porque es como me siento. Sólo me consuela
un poco saber que Kate estará allí para ayudarme a sobrevivir a la velada
con Sarah observándome y lanzándome pullas. ¿Se habrá tirado a Sarah?
Supongo que es posible, ya que sólo se las folla una vez. La idea hace que
clave el tenedor a mi desayuno con demasiada violencia.
Frunce el ceño.
—Necesitas uno nuevo.
Es ese tono de voz que me reta a desafiarlo.
Suspiro ante la idea de otra discusión sobre ropa. Tengo muchas
prendas entre las que elegir sin necesidad de comprarme un vestido nuevo
y, aunque no las tuviera, encontraría cualquier cosa con tal de evitar ir de
compras con Tom.
—Además, te debo un vestido. —Estira el brazo por encima de la
mesa y me sujeta un mechón rebelde detrás de la oreja.
Sí, me debe un vestido, pero no lo quiero porque dudo que me deje
elegirlo u opinar sobre el que me compre.
—¿Puedo elegirlo yo?
—Por supuesto. —Deja el tenedor en el plato—. Tampoco soy tan
controlador.
Casi se me caen los cubiertos. ¿Me está tomando el pelo?
—Tom, eres verdaderamente muy especial. —Pongo en mi voz toda
la dulzura que la frase merece.
—No tanto como tú. —Me guiña el ojo—. ¿Lista para Camden?
Asiento y cojo el bolso de la silla. Me observa desconcertado. Pongo
un billete de veinte bajo el salero de la mesa y él lanza un resoplido
exagerado, se saca la cartera del bolsillo y sustituye mi dinero por el suyo.
Me quita el monedero de las manos y vuelve a meter el billete dentro.
«¡Don Controlador!»
Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa, pero antes de que pueda
decirle a mi cerebro que lo coja, Tom me lo birla delante de las narices.
—¿Hola? —saluda al interlocutor misterioso. Lo miro sin poder
creérmelo. No tiene modales en lo que a los teléfonos se refiere. ¿Quién
será?—. ¿Señora O’Shea? —dice tan tranquilo. Abro la boca todo lo que
me da de sí. ¡No! ¡Que no sea mi madre! Intento que me devuelva el
teléfono, pero se aparta de mí con una sonrisa pérfida plasmada en ese
rostro tan endiabladamente atractivo—. Tengo el placer de estar en
compañía de su preciosa hija —informa a mi madre. Me revuelvo en la
mesa y él se vuelve en dirección contraria, mirándome con el ceño
fruncido. Aprieto los dientes y hago gestos desesperados con la mano para
que me devuelva el teléfono, pero se limita a levantar las cejas y a sacudir
la cabeza—. Sí, _____ me ha hablado mucho de usted. Tengo muchas ganas
de conocerla. —¡Cretino metomentodo! No le he contado gran cosa sobre
mis padres y, desde luego, ellos ni siquiera saben de su existencia. Por
Dios, esto es lo que me faltaba. Lo miro con odio, me levanto y estiro el
brazo para quitarle el móvil, pero él da un salto hacia atrás—. Sí, se la
paso. Ha sido un placer hablar con usted.
Me pasa el teléfono y se lo quito con un tirón furibundo.
—¿Mamá?
—¿____, quién era ése? —Mi madre parece desconcertada, como me
imaginaba. Se supone que soy joven, libre y soltera en Londres, y ahora un
hombre desconocido contesta mi móvil. Entorno los ojos y miro a Tom,
que parece estar muy orgulloso de sí mismo.
—Sólo es un amigo, mamá. ¿Qué pasa?
Tom se lleva las manos al corazón e imita a un soldado herido, pero
su expresión de enfado no casa para nada con su juguetona pantomima. Mi
madre emite un bufido de desaprobación. No me puedo creer lo que el
cabrón arrogante acaba de hacer. Y con todo lo que tengo que aguantar
ahora mismo, sólo me faltaba el bonus añadido de mi madre ensañándose
con que me haya metido en otra relación demasiado pronto.
—Me ha llamado Matt —me dice impasible.
Doy la espalda a Tom para intentar ocultar mi cara de sorpresa. ¿Por
qué habrá llamado Matt a mi madre? ¡Mierda! No puedo hablar de esto
ahora mismo, no con Tom delante.
—Mamá, ¿podemos hablar luego? Estoy en Camden y hay mucho
follón. —Los hombros me llegan a las orejas cuando noto la mirada de
acero de Tom clavada en la espalda.
—Claro. Sólo quería que lo supieras. Fue muy cortés, no me gustó. —
Parece furiosa.
—Vale, te llamo luego.
—Bien, y recuerda: diversión sin compromiso —añade sin tapujos al
final para recordarme mi estatus, sea el que sea.
Me vuelvo para mirar a Tom y lo encuentro tal y como era de esperar:
nada contento.
—¿Por qué has hecho eso? —le grito.
—¿Sólo es un amigo? ¿Sueles permitir que tus amigos te follen hasta
partirte en dos?
Dejo caer los hombros en señal de derrota. Me está dejando el cerebro
frito con tanto cambiar el modo en que habla de nuestra relación. Me folla;
le importo; me controla...
—¿Es que el objetivo de tu misión es complicarme la vida todo lo
posible?
Su mirada se suaviza.
—No —dice en voz baja—. Lo siento.
Dios mío, ¿hemos hecho progresos? ¿Acaba de disculparse por ser un
capullo? Me ha dejado más a cuadros que cuando me ha robado el teléfono
y ha saludado a mi madre como si la conociera de toda la vida. Él mismo
ha dicho que no se disculpa a menudo pero, teniendo en cuenta que no le
gusta hacerlo, comete un montón de locuras que merecen disculpas.
—Olvídalo —suspiro, y guardo el móvil en el bolso. Empiezo a
caminar por la calle hacia el canal. Me pasa el brazo por los hombros en
cuestión de segundos. Mi pobre madre estará provocándole a mi padre un
buen dolor de cabeza en este instante. Sé que me va a someter a un tercer
grado. En cuanto a Matt... Sé a qué está jugando. Ese gusano taimado está
intentando ganarse a mis padres. Se va a llevar una gran decepción. Ahora
mis padres ya no se molestan en ocultar que lo detestan; antes lo
aguantaban por mí.
Pasamos el resto de la mañana y buena parte de la tarde vagando por
Camden. Me encanta, la diversidad es uno de los mayores atractivos de
Londres. Podría pasarme horas en las callejuelas adoquinadas de los
mercados. Tom me sigue cuando me paro a mirar los puestos, no se separa
de mí y no me quita las manos de encima. Me alegro mucho de haberme
disculpado.
Caminamos por la zona de restaurantes y ya no puedo aguantar más el
calor. No es un día especialmente caluroso, pero, con tanta gente y tanto
turista, estoy agobiada. Me quito el bolso y luego la chaqueta para atármela
a la cintura.
—¡_____, a tu vestido le falta un buen trozo!
Me vuelvo con una sonrisa y lo veo mirándome atónito la espalda
descubierta. ¿Qué va a hacer? ¿Desnudarme y cortarlo a tiras?
—No, está diseñado así —lo informo tras anudarme el cárdigan a la
cintura y ponerme de nuevo el bolso. Me da la vuelta y me sube la
chaqueta todo lo que puede para intentar ocultar la piel expuesta.
—¿Quieres parar? —Me río y me aparto.
—¿Lo haces a propósito? —salta. Me coloca la palma de la mano en
la espalda.
—Si quieres faldas largas y jerseys de cuello alto, te sugiero que te
busques a alguien de tu edad —murmuro cuando empieza a guiarme entre
la multitud. Me gano unas cosquillas por descarada. Lo siguiente que hará
será ponerme un burka.
—¿Cuántos años crees que tengo? —pregunta con incredulidad.
—Resulta que no lo sé, ¿recuerdas? —contraataco—. ¿Quieres
sacarme de la ignorancia?
Resopla.
—No.
—Me lo imaginaba —murmuro. Algo me llama la atención. Me
desvío hacia un puesto lleno de velas aromáticas y cosas hippies. Tom
maldice detrás de mí y se abre paso entre la gente para no perderme.
Consigo acercarme y el hippy new age me saluda. Luce unas rastas
indómitas y muchos piercings.
—Hola. —Sonrío y estiro el brazo para coger una bolsa de tela de un
estante.
—Buenas tardes —responde—. ¿Te ayudo con eso?
Se acerca y me ayuda a sacar la bolsa.
—Gracias. —Noto la palma tibia de Tom en la espalda, abro la bolsa
de tela y saco el contenido.
—¿Qué es eso? —me pregunta Tom mirando por encima de mi
hombro.
—Son unos pantalones tailandeses —le digo mientras los estiro.
—Creo que necesitas unas tallas menos. —Frunce el ceño y mira el
enorme trozo de tela negra que tengo en las manos.
—Son talla única.
Se ríe.
—_____, ahí dentro caben diez como tú.
—Te los enrollas a la cintura. Le valen a todo el mundo. —Hace
meses que quiero cambiar los míos, ya gastados, por unos nuevos.
Se aparta sin quitarme la mano de la espalda y mira los pantalones; no
está del todo convencido. La verdad es que parecen unos pantalones hechos
para el hombre más obeso del mundo, pero cuando les coges el truco son lo
más cómodo que hay para estar por casa en un día perezoso.
—Se lo enseñaré. —El dueño del puesto me coge los pantalones y se
arrodilla delante de mí.
Noto que la mano de Tom se tensa en mi espalda.
—Nos los llevamos —escupe a toda velocidad.
Vaya, empieza la estampida.
—Necesita una demostración —dice Rastas alegremente. Sonríe y
abre los pantalones a mis pies.
Levanto un pie para meterlo en los pantalones, pero Tom tira de mí
hacia atrás. Levanto la vista y le lanzo una mirada de advertencia. Está
haciendo el tonto. El hombre sólo intenta ser amable.
—Tiene unas piernas estupendas, señorita —comenta Rastas con
alegría.
Me da un poco de vergüenza.
—Gracias. —«¡No lo provoques!»
—Dame eso. —Tom le quita los pantalones a Rastas antes de
colocarme contra un estante lleno de velas. Menea la cabeza y farfulla algo
incomprensible, hinca una rodilla en tierra y abre los pantalones. Sonrío
con dulzura a Rastas, que no parece haberse dado cuenta del numerito a lo
apisonadora de Tom. Probablemente esté demasiado colocado como para
eso. Me meto en los pantalones y me los subo mientras Tom sujeta las dos
mitades, con la arruga muy marcada en la frente. ¡Dios, cómo lo quiero!
Rápidamente, me hago con las cintas por miedo a que Rastas intente
cogerlas.
—Así, ¿lo ves? —Doblo los pantalones por encima y las ato a un lado.
—Maravilloso —se burla Tom, que los mira confuso. Su mirada
encuentra la mía y sonrío de oreja a oreja. Sacude la cabeza, le brillan los
ojos.
—¿Los quieres?
Empiezo a desatármelos y a bajármelos bajo la atenta mirada de Tom.
—Los pago yo —lo aviso.
Pone los ojos en blanco y se ríe con sorna mientras saca un fajo de
billetes del bolsillo.
—¿Cuánto cuestan los pantalones extragrandes? —le pregunta a
Rastas
—Sólo diez libras, amigo mío.
Los doblo y los meto en la bolsa.
—Voy a pagarlos yo, Tom.
—¿Sólo? —Jesse se encoge de hombros y le da el billete a Rastas.
—Gracias. —Rastas se lo guarda en la riñonera.
—Vamos —dice, y coloca de nuevo la mano sobre la piel expuesta de
mi espalda.
—No tenías que pasar por encima del pobre hombre —gimoteo—. Y
yo quería pagar los pantalones.
Me sitúa a su lado y me besa en la sien.
—Calla.
—Eres imposible.
—Y tú preciosa. ¿Puedo llevarte ya a casa?
Hago un gesto de negación con la cabeza. Qué difícil es este hombre.
—Sí. —Los pies me están matando y tengo que felicitarlo por lo
tolerante que ha sido con mi vagabundeo ocioso de hoy. Se ha mostrado
bastante razonable.
Dejo que me guíe entre la multitud hasta la salida del bullicioso
callejón, donde el sonido de los altavoces y la música tecno me asalta los
oídos. Levanto la vista y veo luces de neón destellando entre la oscuridad
del edificio de una fábrica y un montón de gente en la puerta. Nunca he
estado en ese sitio, pero es famoso por la ropa de club estrafalaria y los
accesorios extremos.
—¿Te apetece ir a verlo?
Miro a Tom, que ha seguido mi mirada hasta la entrada de la fábrica.
—Pensé que querías irte a casa.
—Podemos echar un vistazo. —Cambia el rumbo hacia la entrada y
me conduce hacia ese lugar poco iluminado.
La música me taladra los oídos al entrar. Lo primero que veo es a dos
gogós en un balcón suspendido en el aire, vestidas con ropa interior
reflectante y realizando movimientos para quedarse con la boca abierta. No
puedo evitar mirarlas embobada. Cualquiera pensaría que estamos en un
club nocturno a primera hora. Tom me lleva a una escalera mecánica y
bajamos a las entrañas de la fábrica. Al llegar al fondo, mis ojos sufren el
ataque del brillo de prendas fluorescentes de todos los tipos y colores. ¿De
verdad que la gente se pone eso?
—No es precisamente encaje —musita cuando me ve mirando
patidifusa una minifalda amarillo chillón con pinchos de metal en el bajo.
—No es encaje —asiento. Es horroroso—. ¿De verdad la gente se
pone eso?
Se ríe y saluda a un grupo de personas que parecen a punto de
desmayarse de la emoción. Deben de llevar como un millón de piercings
entre todos. Me guía por el laberinto de pasillos. Estoy alucinada con lo
que veo. Es ropa de noche de infarto para los amantes de la noche cañeros.
Vagamos por los pasillos de acero y bajamos más escalones. De
repente estamos rodeados por todas partes de... juguetes para adultos. Me
pongo roja. La música es muy ruidosa y absolutamente vulgar. Flipo al
escuchar a una demente gritando algo sobre chupar pollas en la pista de
baile mientras una dominatrix embutida en cuero restriega la entrepierna
arriba y abajo por una barra de metal negra. No soy una mojigata, pero esto
escapa a mi comprensión. Vale, estamos en la sección de adultos y me
siento muy, muy incómoda. Nerviosa, levanto la vista hacia Tom.
Le brillan los ojos y parece estar divirtiéndose mucho.
—¿Sorprendida? —me pregunta.
—Más o menos —confieso. No es tanto por los productos como por la
chica llena de piercings, tatuajes y semidesnuda que hay en el rincón.
Lleva plataformas de dieciséis centímetros y ejecuta movimientos que se
pasan de descarados. Eso es lo que me tiene con la mandíbula tocando el
suelo.«¡Madre de Dios, joder!» ¿A Tom le mola esta mierda?
—Es un poco exagerado, ¿no? —musita, y me lleva a una vitrina de
cristal. Respiro de alivio al oírle decir eso.
—¡Vaya! —exclamo cuando me encuentro cara a cara con un vibrador
enorme cubierto de diamantes.
—No te emociones —me susurra Tom al oído—. Tú no necesitas de
eso.
Trago saliva y se ríe con ganas en mi oído.
—No lo sé. Parece divertido —respondo pensativa.
Esta vez es él quien traga saliva con dificultad, sorprendido.
—_____, antes muerto que dejarte usar uno de ésos. —Mira con asco el
objeto ofensivo—. No voy a compartirte con nadie ni con nada. —Me
aparta—. Ni siquiera con aparatos a pilas. —Me río. ¿Pasaría por encima
de un vibrador? Sus exigencias escapan a toda razón. Me mira y me dedica
su sonrisa arrebatadora. Me derrito—. Aunque es posible que acepte unas
esposas —añade.
«¿Sí?» ¿Esposas?
—Esto no te pone, ¿verdad? —Señalo la habitación que nos rodea
antes de levantar la cabeza hacia él.
Me mira con ternura, me atrae hacia sí y me da un besito en la frente.
—Sólo hay una cosa en el mundo que me pone, y me gusta cuando
lleva encaje.
Me derrito de alivio y miro al hombre al que amo tanto que me duele.
—Llévame a casa.
Me dedica una media sonrisa y me planta un beso de devoción en los
labios. —¿Me estás dando órdenes? —pregunta pegado a mis labios.
—Sí. Llevas demasiado tiempo sin estar dentro de mí. Es inaceptable.
Se aparta y me observa detenidamente; los engranajes de su cabeza se
disparan y aprieta los dientes.
—Tienes razón, es inaceptable. —Vuelve a morderse el labio y a
centrarse en el camino que tenemos por delante. Me saca de la mazmorra y
me lleva de vuelta a su coche.

CAPITULO 34.-
Entramos por la puerta del ático fundidos en un apasionado abrazo. Llevo
todo el día esperándolo. Estoy a punto de explotar de deseo. Lo necesito
dentro de mí, ya.
Me quita el bolso del hombro y lo tira al suelo, me coge por la cintura
y me levanta para que rodee la suya con las piernas. Camina hacia la
cocina, pulsa un par de botones del mando a distancia y Running up that
Hill de Placebo inunda mis oídos rápidamente y aumenta la desesperación
con la que lo necesito. Es un hombre de palabra.
—Te quiero en la cama —me dice con urgencia, y sube la escalera a
una velocidad alarmante.
Me quito las bailarinas por el camino para que, al llegar arriba,
tardemos menos en librarnos de la ropa. Abre la puerta del dormitorio
principal de una patada y me deja a los pies de la cama.
—Date la vuelta —dice con ternura. Hago lo que me dice y le doy
acceso a la espalda de mi vestido—. Por favor, dime que llevas ropa
interior de encaje —suplica mientras me lo desabrocho—. Te necesito
vestida de encaje.
—Es de encaje —confirmo con tranquilidad. Últimamente no me
pongo otra cosa. Suelta un largo suspiro de alivio, me quita el vestido por
la cabeza y lo deja caer al suelo.
Me vuelvo para verle la cara. Tiene la boca relajada y los ojos
entrecerrados. Está tan desesperado como yo. Acerca la mano y, despacio,
me baja una copa del sujetador rozando el pezón con los nudillos. El
corazón se me dispara en el pecho. Está cariñoso, me encanta el Tom
cariñoso.
Se lleva las manos a la espalda, agarra su camiseta y se la quita por la
cabeza. Está en tan buena forma que cada vez que veo su cuerpo jadeo. No
tiene un gramo de grasa.
—¿Lo has pasado bien hoy? —me pregunta. No me toca, se limita a
quedarse ahí, delante de mí, quitándose los zapatos. Mentalmente le
suplico que se dé prisa. ¿Quiere ponerse a charlar ahora?
—Ha sido un día encantador —le digo, e intento ignorar lo mejor que
puedo el ritmo apasionado de la música que nos envuelve, especialmente si
ha decidido que vamos a pasar un ratito charlando.
—Yo también lo he disfrutado mucho. —Está serio y pensativo. No sé
cómo tomármelo—. ¿Quieres que lo hagamos aún mejor?
Ay, Dios.
—Sí —jadeo.
—Ven aquí.
Esta vez no va a ser necesaria una cuenta atrás. Doy un paso adelante,
le pongo las manos en el pecho de acero y levanto la cabeza para buscar su
mirada. Pasamos unos instantes en silencio, contemplándolos, antes de que
sus labios tomen los míos y me catapulten al instante al séptimo cielo de
Tom, mi lugar favorito del universo.
Gimo y traslado las manos hacia su pelo. Me agarro a él cuando me
levanta y me apoya contra su cuerpo. Nuestras lenguas enredadas se
acarician despacio. Me lleva a la cama, se tumba encima de mí y me
coloca las manos por encima de la cabeza. No me las sujeta, pero sé que es
donde tienen que quedarse.
Abandona mi boca y se sienta. Me deja acalorada, aturdida y jadeante.
Me mira y veo los engranajes de su maravillosa mente trabajando a
toda máquina. Quiero saber qué está pensando. Hace días que se pone
pensativo de repente.
—Podría quedarme aquí sentado todo el día viendo cómo te arqueas y
revuelves con mis caricias —murmura mientras juega con mi pecho.
Después baja la otra copa y le dedica a éste las mismas atenciones que al
primero.
Se me endurecen los pezones. Los pellizca y estira con los dedos,
atento a sus movimientos, que me están volviendo loca. Tiene los labios
húmedos, la boca entreabierta. ¡La quiero en mi cuerpo ya!
—No te muevas. —Se levanta de la cama y, ya de paso, me quita las
bragas.
Gimoteo un poco al dejar de sentir su peso sobre mí. ¿Adónde va? Lo
veo desabrocharse la bragueta de los vaqueros, bajárselos y quitárselos de
un puntapié, sin prisa. Luego se saca los bóxeres. Aprieto las piernas con
fuerza para controlar el pálpito sordo de mi vientre, que al verlo desnudo
ha aumentado en intensidad y frecuencia. Tiene un cuerpo espectacular.
Vuelve a la cama, me abre las piernas y me pasa la lengua directamente
por el centro del sexo.
—¡Dios, Dios, Dios! —Me cubro la cara con las palmas de las manos
y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza
lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla. Creo que
voy a desmayarme.
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más
fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que
me arquee debajo de él. ¿Por qué iba a salir huyendo de él? De todas las
estupideces que podría hacer, huir de este hombre se llevaría la medalla de
oro.
Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes
de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a
mover la cabeza de un lado a otro e intento cogerlo del pelo, aumenta la
presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo
y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona
literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y
arqueo la espalda todo lo que da de sí.
Tom gime de pura satisfacción.
—Hummm, noto cómo palpitas contra mi lengua, nena.
No puedo ni hablar. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es
extraordinaria. No creo que yo sea débil, creo que él es demasiado
poderoso, está claro que es él quien tiene el poder.
Mi pobre corazón empieza a calmarse y yo le paso los dedos por el
pelo mientrasdisfruto de las atenciones de su boca, que me besa con
ternura, me muerde y me chupa la cara interior de los muslos. Estamos
haciendo el amor con ternura, pero es imposible saber lo que va a durar. No
voy a intentar engañarme a mí misma y convencerme de que no va a
decirme nada más de la desobediencia de anoche. Pero ahora mismo me
doy por satisfecha con estar aquí tumbada, con Tom acariciándome y
besándome entre las piernas, hasta que él quiera. Y ésa es otra cosa que se
hace siempre de acuerdo con sus condiciones.
Cierra los dientes con suavidad sobre mi clítoris y me estremezco.
Oigo su risa y traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta
que encuentra mis labios y comparte conmigo mi orgasmo. Aprieta sus
labios suaves contra los míos sin dejar de mirarme. Le pongo los brazos
sobre los hombros y acepto su peso cuando entierra la cara en mi cuello y
suspira. Su excitación es tremenda y palpita contra mi muslo. Muevo la
cadera para que quede justo en mi abertura.
—Me cabreas hasta la locura, señorita —susurra en mi cuello.
Levanta las caderas introduciéndose despacio en mí, con un gemido
ahogado. Yo también gimo y aprieto todos y cada uno de mis músculos a
su alrededor—. Por favor, no vuelvas a hacerlo.
Me busca la pierna y desliza el brazo bajo mi rodilla. Tira de ella para
colocársela encima del hombro y luego apoya la parte superior del torso en
los antebrazos. Lentamente, se retira y vuelve a entrar mientras me mira
fijamente.
—Lo siento —susurro con los dedos enredados en su pelo.
Vuelve a salir y a continuación empuja con un gemido.
—_____, todo lo que hago, lo hago para protegerte y mantenerme
cuerdo. Por favor, hazme caso.
Gimo al recibir otra embestida deliciosa y profunda.
—Lo haré —confirmo, pero soy consciente de que estoy desbordada
de placer y de que, una vez más, puede hacerme decir lo que quiera. No
necesito que me protejan, excepto de él, tal vez.
Me mira.
—Te necesito. —Parece abatido, y eso me deja fuera de juego—. Te
necesito de verdad, nena.
Estoy atontada de placer, me ha engullido por completo, pero no
puede seguir diciendo esas cosas así como así, al menos no sin
aclarármelas. Me tiene hecha un lío con tanto mensaje en clave. ¿Es que
confunde necesitar con desear? Yo he ido más allá del deseo y me da un
poco de miedo haberme adentrado en el territorio de necesitar de verdad a
este hombre.
—¿Por qué me necesitas? —Tengo la voz ronca y áspera.
—Te necesito y ya está. No me dejes, por favor. —Vuelve a
sumergirse en mí, lo que provoca un gemido mutuo.
—Dímelo —gruño, y aprieto sus hombros con fuerza, aunque me
aseguro de sostenerle la mirada. Quiero algo más que sus acertijos liosos.
Las aguas superficiales se están enturbiando.
—Acéptalo y bésame. —Lo miro, dividida entre mi cuerpo, que lo
necesita, y mi mente, que lo que necesita es información. Entra y sale de
mí sin prisa, a un ritmo de ensueño que hace que la exquisita presión
vuelva a acumularse gradualmente. No puedo controlarlo—. Bésame, ____.
Mi cuerpo gana, acerco su cara a la mía y lo beso, venero su
maravillosa boca mientras él se hunde en mí y vuelve a salir rotando las
caderas. La tensión mecánica de mi cuerpo entra en acción cuando alcanzo
el punto álgido del placer y empiezo a temblar al borde de la liberación. Se
me escapa el aire en jadeos cortos y punzantes, pero intento controlar mi
inminente orgasmo.
—Aún no, nena —me advierte con dulzura, y aprieta con fuerza en su
embestida.
¿Cómo lo sabe? Me concentro todo lo que puedo, pero con esta
música y con Tom besándome con tanta delicadeza la verdad es que va a
costarme. Le clavo los dedos en la espalda, una señal sin palabras de que
estoy al borde del precipicio. Gruñe, me muerde el labio y empuja hacia
adelante.
—Juntos —masculla contra mi boca. Asiento y aumenta la intensidad
de sus arremetidas para acercarnos a ambos al éxtasis supremo. Mantiene
el control y la precisión de sus embestidas.
—Ya casi estoy, nena —gime.
—¡Tom!
—Aguanta, aguanta un poco —dice con suavidad, y me la clava una
vez más ejecutando una rotación tan profunda con las caderas que me
resulta deliciosamente dolorosa. Se adentra en mí cuanto puede.
Los dos gritamos.
—Ahora, _____.
Sale y vuelve a entrar, más fuerte.
Me libero. Noto que palpita y tiembla dentro de mí mientras ambos
engullimos losgemidos del otro y nos entregamos al placer. Descendemos
en una caída apacible y pausada hacia la nada. Mis músculos se estremecen
en torno a su pene palpitante y el corazón me late con fuerza en el pecho.
Lo beso con adoración mientras se relaja, aún con mi pierna por
encima del hombro y apretándose contra mí, soltando todo lo que tiene,
gimiendo de placer puro y duro.
Una molesta invasión de lágrimas se apodera de mis ojos y lucho con
todas mis fuerzas para evitar que se derramen y estropeen el momento. Él
sigue aceptando mis besos devotos y devuelve a mi lengua, lenta y ávida,
una caricia con otra. Estoy intentando decirle algo con este beso. Necesito
desesperadamente que lo entienda.
«¡Te quiero!»
Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre, ____? —me pregunta con cariño y la voz llena de
preocupación.
—Nada —respondo demasiado de prisa. Maldigo mentalmente a mi
dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo
escapar un suspiro—. ¿Qué es esto? —le pregunto. Sigue moviéndose
lentamente dentro de mí.
—¿Qué es qué? —Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo
misma por haber abierto la bocaza.
—Me refiero a ti y a mí. —De repente, me siento idiota y quiero
esconderme bajo las sábanas.
Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.
—Somos sólo tú y yo —dice tan tranquilo, como si fuera algo muy
sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—. ¿Estás bien?
«No, estoy hecha una mierda.»
—Sí —contesto con un tono más cortante del que pretendía. ¿Es tan
insensible este hombre que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene
debajo? Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No veo a nadie
más en la cama con nosotros. Me retuerzo debajo de él y entrecierra sus
ojos pantanosos—. Necesito hacer pis. —Intento decirlo como si no
estuviera cabreada. Fracaso estrepitosamente.
Se muerde el labio inferior y me mira con recelo, pero se aparta y, con
no mucho entusiasmo, me libera de su peso. Me llevo la mano a la espalda
para desabrocharme el sujetador de camino al cuarto de baño y cierro la
puerta al entrar.
¿Por qué no soy capaz de decirlo? Necesito liberar a mi boca de las
palabras que me causan esta maldita agonía. Mentalmente, me pego
patadas en mi patético culo por todo el baño de lujo, meto la cabeza en el
retrete y tiro de la cisterna. Me siento para hacer pis. Soy una perdedora.
Seguro que sabe cómo me siento. Me echo a los pies de este hombre como
una esclava, le entrego mi mente y mi cuerpo en cuanto chasquea los
dedos. No me creo, ni por un segundo, que no haya visto todas las señales.
Termino y me coloco desnuda delante del espejo. Contemplo mi
reflejo. Tengo los ojos marrones brillantes otra vez y la piel aceitunada
fresca y limpia. Me apoyo en el lavabo doble y dejo escapar un largo
suspiro. No tenía planeado estar en esta situación, pero aquí estoy. Este
hombre ha arrasado conmigo en todos los sentidos y estoy peligrosamente
cerca de que me rompa el corazón. La idea de vivir sin él... Me llevo la
mano al pecho. La sola idea de vivir sin él me constriñe el corazón. A pesar
de lo difícil que es, estoy enamorada sin remedio. Así son las cosas.
Me sobresalto cuando se abre la puerta y entra, desnudo,
impresionante y glorioso. Se pone detrás de mí y me coloca las manos en
la cintura y la barbilla en el hombro. Nuestras miradas no se separan en
una eternidad.
—¿No habíamos hecho las paces? —pregunta frunciendo un poco sus
hermosas cejas.
—Sí. —Me encojo de hombros.
Esperaba una retribución mayor que la que acabo de recibir. Sí, cortó
en pedacitos el vestido tabú pero, con todo y con eso, hoy ha sido bastante
razonable. Es curioso que pueda reducir la masacre de prendas a algo
«bastante razonable».
—Entonces ¿por qué estás enfurruñada?
«¡Porque eres un insensible!»
—No estoy enfurruñada —digo un pelín demasiado ofendida. Joder,
está claro que sí.
Sacude la cabeza y suelta un largo suspiro de cansancio. ¿De qué está
tan cansado?Menea las caderas contra mi trasero. Se ha puesto duro otra
vez. Va a distraerme de mis cavilaciones con su manipulación sexual y
exigente. Lo sé.
—____, eres la mujer más frustrante que he conocido —gruñe. Abro
los ojos como platos. Pero ¡qué morro tiene! ¿Considera que yo soy
frustrante? Cierra la boca en mi cuello y su calor penetra en mí—. ¿Me
estás ocultando algo a propósito, señorita?
—No —susurro.
¿De qué habla? Nunca me he guardado nada con él. Me entrego a él
sin reservas y siempre de buena gana. A veces hace falta un poco de dulce
persuasión, pero al final consigue lo que quiere una y otra vez. ¿Que qué
me estoy guardando?
Empieza a pasarme la palma de la mano, arriba y abajo, entre los
muslos. Es la fricción perfecta al ritmo perfecto. Le sostengo la mirada en
el espejo. Mierda, lo estoy deseando otra vez. Echo la cabeza hacia atrás y
le ofrezco mi cuello. Su boca traza un sendero por la columna de mi
garganta y me rodea el nacimiento de la oreja, esa zona tan sensible.
—¿Lo deseas de nuevo? —me tienta mientras me lame la oreja sin
parar de acariciarme el sexo.
—Te necesito.
—Nena, no sabes lo feliz que me hacen esas palabras. ¿Siempre?
—Siempre —confirmo.
Gruñe de aprobación.
—Joder, necesito estar dentro de ti.
Tira de mis caderas hacia él y se coloca en mi entrada antes de
clavarse en mi interior con un grito ensordecedor que resuena en el amplio
cuarto de baño.
—Ah, ¡mierda, Tom! —Me sujeto al lavabo doble preparándome para
el ataque.
Me embiste.
—¡Esa... boca!
Me somete a una ráfaga desesperada e incesante de estocadas de
castigo y grita como un poseso mientras tira de mí y me penetra hasta
profundidades insoportables. La cabeza me da vueltas, mi cuerpo no puede
más y estoy fuera de mí, colocada con la droga más placentera, intensa y
poderosa: don Difícil en persona. Dejo caer la cabeza.
«¡Dios, coño, jodeeeer!»
Me coge de los hombros.
—¡Mírame! —me grita, y se clava en mí para enfatizar su orden.
Cojo aire con dificultad, consigo levantar la cabeza y miro su reflejo,
pero me cuesta enfocarlo. Me empuja con mucha fuerza hacia adelante, y
mis brazos a duras penas me sostienen cuando me golpea el culo con las
caderas entre continuos rugidos. La arruga de su frente es muy profunda y
tiene los músculos del cuello tensos. El señor del sexo, brutal y exigente,
ha vuelto.
—Nunca vas a guardarte nada, ¿verdad, ____? —me ladra con esfuerzo
entre dientes.
—¡No!
—Porque no vas a dejarme nunca, ¿verdad?
Ya estamos otra vez. Tanto hablar en clave mientras lo hacemos me
machaca el cerebro más que el asalto que está soportando mi cuerpo.
—¿Y adónde coño iba a irme? —grito de frustración al recibir otra
estocada despiadada.
—¡Esa boca! —ruge—. ¡Dilo, ____!
—¡Dios! —grito. Me fallan las rodillas y él mueve rápidamente las
manos hacia mi cintura para sujetarme.
Mi mundo se queda en silencio cuando cabalgo la vibración de olas de
placer que se han disparado en mí con tanta fuerza que creo que el corazón
ha dejado de latirme del susto.
—¡Jesús! —Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que
pueda echarme sobre él, yo con la espalda apoyada en su pecho y él con los
brazos en cruz.
Me hace ascender y descender al respirar.
Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se
pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en
razón por antonomasia. Pero ¿con qué propósito?
—Estoy jo... —me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun
así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas.
—¡Eh! —protesto. He suprimido el impulso. Vamos mejorando.
Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.
—No lo has dicho.
—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contento?
—Sí, pero no me refería a eso.
—¿Y a qué te referías?
Resopla con fuerza en mi oreja.
—No importa. ¿Quieres repetir?
Se me entrecorta la respiración. Está de broma, ¿no? Sé que no voy a
ser capaz de decir que no, para empezar porque él no va a dejarme, pero
¿va en serio? Noto la leve sacudida de una carcajada ahogada debajo de mí.
—Por supuesto. No me canso de ti —digo con la voz seria y firme.
Se queda petrificado debajo de mí, pero me abraza con más fuerza.
—Me alegro, a mí me pasa lo mismo. Pero mi corazón ya ha sufrido
bastante las últimas veinticuatro horas con tu desobediencia y tu rebeldía.
No sé si podrá resistir mucho más.
Ya estamos otra vez: desobediencia. ¡Don Controlador!
—Debe de ser la edad —murmuro.
—Oiga, señorita. —Se da la vuelta y yo acabo sobre el suelo del
cuarto de baño y él encima de mí. Me muerde la oreja y susurra—: Mi
edad no tiene nada que ver. —Vuelve a morderme la oreja y me revuelvo
debajo de él—. ¡Eres tú! —dice con tono acusador y haciéndome
cosquillas.
—¡No! —grito y hago un intento inútil por escapar—. ¡Vale, me
rindo!
—Ya me gustaría —refunfuña, y me suelta.
—Vejestorio —digo con una sonrisa.
Me pone de pie a la velocidad de la luz y me empuja contra la pared.
Me sujeta los brazos por encima de la cabeza. Me muerdo los labios para
contener la risa. Entorna los ojos, fiero.
—Prefiero que me llames dios —me notifica con un beso de los que te
paran el corazón, y me presiona con el cuerpo para hacerme subir por la
pared.
—Puedes ser mi dios.
—Señorita,de verdad que no me canso de ti.
Sonrío.
—Eso está bien.
—Eres mi seductora suprema.
Me recorre la cara con los labios y suspiro contra su piel.
—¿Tienes hambre? —pregunta.
—Sí. —Estoy famélica.
Me coge en brazos, camina hacia el lavabo doble y me sienta en él.
—Ya te he follado y ahora voy a alimentarte.
Frunzo el ceño ante su falta de tacto. ¿Por qué no dice que me ha
hecho el amor y que ahora va a prepararme la cena?
Me deja en el lavabo y abre el grifo de la ducha. Empiezo a soñar
despierta al ver cómo se tensan y relajan con sus movimientos los
músculos de su espalda.
—Adentro. —Me tiende la mano.
Me bajo del lavabo, le cojo la mano y dejo que me meta en la ducha.
—Esto me mata —suspira al agarrar la esponja natural.
—¿Qué? —Me agarro a su hombro cuando se arrodilla delante de mí
para enjabonarme las rodillas y la cara interior de los muslos con círculos
lentos y resbaladizos.
—Odio lavarme y dejar de oler a ti —dice con cara de pena.
¿Lo dice en serio?
Sigo de pie, permitiéndole que limpie los restos que ha dejado en mí,
con cuidado, con cariño, y lanzándome sonrisas fugaces cuando me pilla
mirándolo. Me pone champú y acondicionador en el pelo y le quito la
esponja para devolverle el favor. Tardo bastante más porque su cuerpo es
mucho más grande que el mío. Además, siento la necesidad de besar cada
centímetro cuadrado de su piel. Me deja salirme con la mía, me sonríe y
echa más gel de ducha en la esponja cuando se lo indico. Como de
costumbre, me entretengo en su cicatriz con la esperanza de que se abra a
mí pero, de nuevo, no lo hace. Un día lo hará, me digo a mí misma, aunque
no sé cuándo. Quizá todo haya terminado antes de que me lo cuente. Sólo
de pensarlo me deprimo. No quiero que esto se acabe nunca.
Me envuelve en una toalla blanca y suave y me cubre la cara de besos
pequeños antes de pasarme el brazo por los hombros y llevarme al
dormitorio.
—Ponte algo de encaje —me susurra y se va al vestidor. Reaparece a
los pocos minutos con unos pantalones de pijama verdes a rayas. Sonrío.
Me encanta verlo vestido de verde pardusco—. Te veo en la cocina, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo —le confirmo en voz baja.
Me guiña el ojo antes de salir del dormitorio y me deja buscando un
conjunto de encaje. Yo estaba más bien pensando en unas bragas grandes y
una sudadera, pero está de tan buen humor que no me apetece fastidiarla
por un detalle insignificante. ¿Dónde estará mi ropa interior? ¿Habrá
metido Kate en mi maleta lencería de encaje?
Miro alrededor en busca de mis cosas, pero no veo nada. Entro en el
vestidor, pero solo hay vestidos y zapatos. Ha dicho que me quede unos
cuantos días. Aquí hay ropa para más de unos cuantos días, perfectamente
colgada en su pequeño rincón. Sonrío al pensar en Tom haciendo sitio para
mi ropa en su amplio vestidor. ¿Habrá deshecho él mi maleta?
Busco en una de las dos cómodas que encargué en Italia. Abro el
primer cajón y encuentro tres pilas perfectas de bóxeres en blanco, negro y
gris, todos de Armani. Parecen nuevos. Abro otro y encuentro cinturones,
muy bien enrollados, en todos los tonos de cuero negro y marrón que
puedan imaginarse.
Es un fanático del orden. ¡Qué mal! Yo soy un desastre en casa. Cierro
el cajón y abro el último, pero sólo encuentro calcetines de deporte y varias
gorras. A continuación, abro todos los cajones de la otra cómoda: están
llenos de una amplia selección de pantalones cortos de correr y camisetas
deportivas.
Me rindo y, todavía envuelta en la toalla, bajo a la cocina, donde Tom
tiene la cabeza metida en la nevera.
—No encuentro mis cosas —le digo a la puerta de la nevera.
Saca la cabeza de la nevera y me recorre con la mirada el cuerpo
envuelto en una toalla.
—Desnuda me vale —dice, y cierra la puerta. Pasa junto a mí con un
tarro de mantequilla de cacahuete—. Cathy tiene el día libre y la nevera
está vacía. Voy a encargar comida; ¿qué te apetece?
—Tú —sonrío.
Sonríe, me arranca la toalla, la tira al suelo y admira mi cuerpo
desnudo.
—Tu dios debe alimentar a su seductora. —Su mirada danzante se
centra en mis ojos—. El resto de tus cosas está en ese enorme arcón de
madera que metiste en mi dormitorio. ¿Qué te apetece comer?
Paso de su comentario y me encojo de hombros. Podría comer
cualquier cosa.
—Soy fácil.
—Lo sé, pero ¿qué quieres comer?
Tengo que dejar de decir eso.
—Sólo soy fácil contigo —refunfuño. ¿Cree que soy una chica fácil?
—Más te vale. Ahora, dime, ¿qué te apetece comer?
—Me gusta todo. Elige tú. ¿Qué hora es?
He perdido la noción del tiempo. De hecho, pierdo la noción de todo
cuando estoy con él.
—Las siete. Ve a secarte el pelo antes de que me olvide de la cena y
vuelva a por ti. —Me da la vuelta y me propina un azote en el culo antes de
dejarme ir.
Subo escaleras arriba, desnuda, para seguir sus instrucciones. Cuando
llego a lo alto, giro a la izquierda en dirección al dormitorio principal y
miro hacia la cocina. Tom está en la puerta observándome en silencio. Le
mando un beso y desaparezco en el dormitorio. Antes de perderlo de vista,
veo que me lanza una sonrisa de esas que hacen que me tiemblen las
rodillas.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, me he secado el pelo como Dios
manda, me he limpiado la cara, la he tonificado y he aplicado la crema
hidratante que necesitaba, y llevo puesto un conjunto de encaje limpio.
Kate se ha olvidado de meter mi ropa de estar por casa —casualmente, sólo
ha olvidado eso—. Pero también es verdad que Tom la ha secuestrado
antes de que pusieran las calles esta mañana, así que es probable que
simplemente metiera lo que había más a mano. Tengo mis nuevos
pantalones tailandeses, pero no tengo camiseta.
Voy al armario a coger una camiseta blanca. Esta vez no elijo la más
cara, aunque estoy segura de que todas valen un dineral.
—Iba a ir a buscarte —dice mientras vacía el contenido de varios
envases en dos platos—. Me gusta tu camiseta.
—Kate no me ha metido ropa de estar por casa en la maleta.
—¿Ah, no? —Levanta una ceja y lo entiendo al instante.
O bien Kate sí que metió esa ropa en la maleta, o bien no es Kate
quien ha hecho la maleta. Sospecho que se trata de lo segundo.
—¿Dónde quieres comer?
—Soy f... —Cierro la boca y me encojo de hombros.
—Sólo conmigo, ¿sí? —Sonríe, se mete una botella de agua debajo
del brazo y coge los platos—. Vamos a apoltronarnos en el sofá.
Me lleva al imponente espacio abierto y señala con la cabeza el sofá
gigante. Me siento en la rinconera y cojo el plato que me ofrece. Es comida
china y huele de maravilla. Perfecto.
Las puertas del tremendo mueble del salón se abren y aparece la tele
de pantalla plana más grande que haya visto en toda mi vida.
—¿Quieres ver la tele o prefieres música y conversación? —Me mira
sonriente.
El tenedor me cuelga de la boca. No me había dado cuenta de lo
hambrienta que estaba.
Mastico y trago lo más rápido que puedo.
—Música y conversación, por favor.
Era una elección fácil. Asiente como si supiera que ésa iba a ser mi
respuesta. A continuación la habitación se llena del sonido relajante de
Mumford&Sons. Sorpresa. Cruzo las piernas y me reclino contra el
respaldo. Este sofá fue una buena elección.
—¿Está bueno?
Me está observando, con una rodilla en alto y el brazo apoyado en el
respaldo del sofá para sostener el plato.
—Muy bueno; ¿tú no cocinas?
—No.
Sonrío con el tenedor en la boca.
—¡Señor Kaulitz! ¿Acaso hay algo que no se le da bien?
—No puedo ser excepcional en todo —dice muy serio y
observándome con atención.
Es un capullo engreído.
—¿La asistenta te hace la comida?
—Cuando se lo pido, pero casi siempre como en La Mansión.
Imagino que es lógico que aproveche que tiene una comida deliciosa a
su disposición. Si pudiera, yo haría lo mismo.
—¿Cuántos años tienes?
Se queda quieto con el tenedor a medio camino de la boca.
—Alrededor de treinta, más o menos. —Se mete en la boca el tenedor
cargado hasta arriba y me observa mientras mastica.
—Más o menos —repito.
—Sí, más o menos. —En la comisura de sus labios aparece una
sonrisa.
Vuelvo a mi comida. Su respuesta vaga no me molesta. Seguiré
preguntando y él seguirá dándome evasivas. Quizá debería probar a
persuadirlo a mi manera, ¿tal vez con un polvo de la verdad o con una
cuenta atrás? ¿Qué le haría al llegar a cero? Me pierdo en mis
pensamientos al respecto mientras le doy un bocado tras a otro a mi
comida china. Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna que pudiera
ejecutar con facilidad. Tiene más fuerza que yo. La cuenta atrás queda
descartada, así que sólo me queda el polvo de la verdad. Tengo que
inventar el polvo de la verdad. ¿Qué podría hacer?
— ¿____?
Levanto la vista y Tom y su arruga en la frente me están observando.
—¿Sí?
—¿Soñando despierta? —pregunta con un dejo de preocupación.
—Perdona. —Dejo el tenedor en el plato—. Estaba muy lejos de aquí.
—Ya me había dado cuenta. —Recoge mi plato y lo deja en la mesita
de café—. ¿Dónde estabas?
Estira el brazo para atraerme hacia él.
Me acurruco a su lado, feliz.
—En ninguna parte.
Cambia de postura, ocupa mi sitio en el rincón y me coloca bajo su
brazo. Apoyo la mejilla sobre su pecho desnudo y le paso las piernas por el
regazo. Inhalo para percibir todo su esplendor de agua fresca. Suspiro y
dejo que la música suave y el calor de Tom me llenen de paz.
—Me encanta tenerte aquí —dice mientras juega con un mechón de
mi pelo.
A mí también me encanta estar aquí, pero no como una marioneta.
¿Será siempre así? Podría hacer esto todos los días, ha sido un día
fantástico. Pero ¿podría vivir con su lado controlador y exigente? Le paso
el dedo por la cicatriz.
—A mí también me encanta estar aquí —susurro.
Es verdad, sobre todo cuando se porta así.
—Bien. Entonces ¿te quedas?
¿Cuándo? ¿Esta noche?
—Sí. Dime cómo te la hiciste.
Se lleva la mano al estómago y coge la mía para impedir que siga
tocando esa zona.
—_____, de verdad que no me gusta hablar del tema.
Ah.
—Perdona. —Me siento mal.
Eso ha sido una súplica. Le ocurrió algo terrible y me pone enferma
saber que le hicieron daño.
Se acerca mi mano a la cara y me besa la palma.
—Por favor, no me pidas perdón. No es nada que importe aquí y
ahora. Desenterrar mi pasado no sirve más que para recordármelo.
¿Su pasado? ¿Así que tiene un pasado? Bueno, todos tenemos un
pasado, pero la forma en que lo ha dicho y el hecho de que estemos
hablando de una cicatriz horrible me ponen muy nerviosa.
—¿A qué te referías cuando dijiste que las cosas son más llevaderas
cuando estoy aquí?
Baja la mirada y me pone una mano en la nuca para apretar mi mejilla
contra su pecho.
—Significa que me gusta tenerte cerca —dice quitándole importancia.
No le creo ni de coña, pero lo dejo estar. ¿Acaso importa?
Lo beso en el canal que se abre entre sus pectorales y me acurruco
junto a él mientras me echo una bronca mental. Estoy tomando el sol en el
séptimo cielo de Tom y disfrutando como una enana de cada minuto, hasta
que sienta la necesidad de otra cuenta atrás o de un polvo de hacerme
entrar en razón.

Y eso llegará. No me cabe duda.



HOLA!!! 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA .... ADIOS :))

6 comentarios:

  1. Tom es un celoso de lo peor! Ni siquiera quiere compartirla con un consolador! Hahahahahaba
    Me encantoo el capitulo. Esta buenisimoo
    Siguelaa :)

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  2. Esto se pone cada vez mas bueno, me encanto virgi y para mi que Tom ya esta enamorado de (Tn) y ya quiero que (Tn) le diga a Tom que lo quiere a ver como reaccionara el me muero xq llegue ese momento..

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  3. se pone cada dia mas buena ajajajajaj
    Que estara tramando tom uhhh

    Sube pronto. :)

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