CAPITULO 7.-
No tengo ni una gota de
sueño y el despertador ni siquiera ha sonado
todavía. Con un
prolongado suspiro, me obligo a salir de la cama y me
dirijo al cuarto de baño
para darme una ducha. Me espera un día largo en el
Lusso, así que más me
vale ponerme las pilas. No he dormido una mierda y
he decidido ignorar el
motivo.
Voy a estar todo el día
de pie, deambulando por el complejo para
asegurarme de que todo
está bien, de modo que me pongo unos vaqueros
anchos gastados (me niego
a tirarlos), una camiseta blanca amarillenta y
unas chanclas. Me recojo
el pelo en una coleta desenfadada y ruego para
que se comporte después,
cuando me peine para la inauguración. Dudo que
tenga tiempo de venir a
casa, así que me preparo una minimaleta con todo
lo que necesito para ducharme
en el Lusso después. Saco una funda para
trajes, meto en ella mi
vestido rojo cereza hasta la rodilla y lo estiro bien
con la esperanza de que
no se arrugue. Por último, cojo los tacones negros
de ante, los pendientes
de ónice negro, y compruebo que en el maletín de
trabajo tengo todo lo que
voy a necesitar en el edificio. Va a ser una
pesadilla cargarlo en el
metro, pero no hay más opción, ya que un tipo
impetuoso y arrogante
sigue teniendo mi coche secuestrado. Kate deberá
llevarse a Margo
a
Yorkshire.
Cuando bajo la escalera,
veo las llaves de mi coche en el felpudo de la
entrada. Parece que el
tipo ha entrado en razón y ha liberado mi Mini.
¿Habrá decidido al fin
dejar de perseguirme a mí también? ¿Habrá captado
ya el mensaje? Es posible
que sí, porque no ha vuelto a llamarme ni a
escribirme desde que
anoche se fue echando humo. ¿Estoy decepcionada?
No tengo tiempo de planteármelo.
—¡Me voy! —le grito a
Kate—. Ya tengo el coche.
Ella asoma la cabeza por
la puerta de su taller.
—Genial. Que vaya bien.
Me pasaré después para beberme todo ese
prosecco tan caro.
—Perfecto. Hasta luego.
Me apresuro hacia el
coche y me detengo al ver un móvil barato hecho
pedazos en medio de la
acera. Sé quién lo ha tirado ahí. Lo meto de una
patada en la alcantarilla
y continúo hasta mi vehículo. ¡Qué alegría haberlo
recuperado! Guardo las
cosas en el maletero, me meto en el asiento del
conductor y me encuentro
sentada a kilómetros del volante.
Me río y echo el asiento
hacia adelante para llegar a los pedales con
los pies. Arranco el
motor y casi muero de un infarto cuando Blur empieza
a sonar a todo volumen
por los altavoces. Joder, ¿es que ha empezado a
quedarse sordo por la
edad? Bajo la radio y vacilo al asimilar la letra de la
canción. Es Country
House. Lucho contra la parte de mí que quiere reírle la
broma y extraigo el CD.
Creo que no me había cruzado con nadie tan
presuntuoso en la vida.
Cambio el disco por una sesión «chillout» de
Ministry of Sound y parto
hacia los muelles de Santa Catalina.
Al llegar al Lusso, muestro
el rostro a la cámara y las puertas se abren
de inmediato. Aparco y,
mientras saco mi cartera de trabajo del maletero y
me dirijo al edificio,
veo que el servicio de catering está
descargando
vajillas y copas. He
estado aquí miles de veces, pero me sigue fascinando
su lujosa magnificencia.
Al entrar en el vestíbulo
diviso a Clive, uno de los conserjes,
jugueteando con el nuevo
sistema informático. Forma parte de un equipo
que proporcionará un
servicio similar al de un hotel de seis estrellas, se
encargará de cosas como
hacer la compra, adquirir entradas para el teatro,
alquilar helicópteros o
reservar mesas en restaurantes. Avanzo por el suelo
de mármol, pulido hasta
la perfección, y me dirijo hacia el mostrador
curvo de la conserjería
de Clive.
Veo decenas de floreros
negros y cientos de rosas rojas colocados con
esmero a un lado. Al
menos no tendré que estar pendiente de esa entrega.
—Buenos días, Clive —digo
cuando me aproximo al mostrador.
Él levanta la mirada de
una de las pantallas, y percibo el pánico
reflejado en su rostro
amistoso.
—______, me he leído este
manual cuatro veces en una semana y sigo sin
entender nada. En el
Dorchester jamás usamos nada parecido.
—No puede ser tan difícil
—le digo para tranquilizarlo—. ¿Has
preguntado al equipo de
vigilancia?
El hombre lanza las gafas
encima del mostrador y se frota los ojos con
frustración.
—Sí, tres veces ya. Deben
de pensar que soy idiota.
—Lo harás bien —le
aseguro—. ¿Cuándo empezarán las mudanzas?
—Mañana. ¿Estás lista
para esta noche?
—Vuelve a preguntármelo
esta tarde. Te veo dentro de un rato.
Me sonríe.
—Muy bien, guapa —responde,
y vuelve a consultar el manual de
instrucciones mientras
farfulla entre dientes.
Llego hasta el otro lado
de la planta e introduzco el código del
ascensor que lleva al ático.
Es privado, y el único que sube hasta el último
piso.
Me dispongo a subir para
distribuir los floreros y las flores entre los
quince pisos del
edificio. Eso me llevará un rato.
A las diez y media vuelvo
al vestíbulo y coloco las últimas flores en
las consolas de las
paredes.
—Traigo unas flores para
una tal señorita O’Shea.
Alzo la vista y veo a una
joven que observa el impresionante recibidor
con la boca abierta.
—¿Disculpa?
Ella señala su
portapapeles.
—Tengo una entrega para
la señorita O’Shea.
Pongo los ojos en blanco.
No me puedo creer que hayan duplicado un
pedido de más de
cuatrocientas rosas rojas italianas. Es imposible que sean
tan incompetentes.
—Ya hemos recibido las
flores —digo con voz cansada mientras me
acerco a ella.
Entonces veo una furgoneta
de reparto estacionada fuera, pero no es
de la floristería que yo
había contratado.
—¿Ah, sí? —dice algo
nerviosa mientras consulta sus papeles.
—¿Qué traes? —pregunto.
—Un ramo de calas para la
señorita... —la chica vuelve a consultar el
portapapeles—... _____ O’Shea.
—______ O’Shea soy yo.
—Genial, ahora mismo
vuelvo.
Se aleja corriendo y
regresa al instante
—¡Este sitio es como el
Fort Knox! —exclama, y me entrega el ramo
de calas más grande que
haya visto en mi vida: unas flores impresionantes,
blancas y frescas,
rodeadas de un abundante verde ornamental de tono
oscuro.
Elegancia sencilla.
Siento mariposas en el
estómago al firmar la entrega, aceptar las
flores y leer la tarjeta
que se esconde entre el follaje.
Lo
siento mucho. Por favor, perdóname. Un beso.
¿Lo siente? Ya se disculpó
por su inapropiado comportamiento y mira
cómo acabó todo. Empiezo
a preguntarme cómo sabía que estaría aquí,
pero entonces recuerdo
que vio el Lusso en mi portafolio. No le habrá
resultado difícil
averiguar la fecha de la inauguración e imaginarse que
vendría. La satisfacción
que sentí ayer por la tarde después de que Tom se
marchara empieza a
desvanecerse lentamente. No va a rendirse nunca,
¿verdad? Pues ya puede
insistir. Sonrío para mí misma. ¿Insistir? De dónde
me he... Bloqueo ese
pensamiento de inmediato.
Coloco las flores en el
mostrador del conserje.
—Mira, Clive. Vamos a
adornar un poco este mármol negro.
Él alza la vista sólo un
momento y vuelve a centrarse en sus
quebraderos de cabeza.
Parece agobiado. Lo dejo tranquilo y sigo dando
una vuelta para comprobar
que todo se encuentra como y donde tiene que
estar.
Victoria aparece a las
cinco y media, tan perfecta como siempre, con
su pelo rubio, sus ojos
azules y exageradamente arreglada.
—Siento llegar tarde. Había
un montón de tráfico y no encontraba
aparcamiento —dice, y
empieza a mirar a su alrededor—.Todas las plazas
están reservadas para los
invitados. ¿Qué hago? ¡Estoy superemocionada!
—canturrea mientras pasa
la mano por las paredes del ático.
—Ya he terminado. Sólo
necesito que te des una vuelta para
comprobar que no se me
haya pasado nada.
La acompaño hasta la sala
principal.
—Madre mía, _____, ¡vaya
pasada!
—¿A que es fantástico?
Nunca había tenido un presupuesto tan
enorme. Ha sido divertido
poder gastar un montón de dinero ajeno —digo,
y soltamos unas risitas—.
¿Has visto la cocina? —le pregunto.
—No la he visto
terminada. Seguro que es increíble.
—Sí, ve a verla. Voy a ir
a prepararme al spa. En
los demás
apartamentos está todo
listo, así que céntrate en éste. Aquí es donde tendrá
lugar toda la acción.
Asegúrate de que todos los almohadones estén
mullidos y en su sitio.
Quiero que brillen hasta los pimientos sobre las
tablas de cortar. ¡Usa
abrillantador! La mini Dyson está aquí. Aspira
cualquier mota que pueda
haber quedado en las alfombras de la habitación.
—Le paso la aspiradora de
mano totalmente cargada—. Haz lo que
consideres necesario, y
si hay algo de lo que no estás segura, anótalo. ¿De
acuerdo?
Victoria coge la
aspiradora.
—Me encantan estas cosas —dice,
y enciende la Dyson para posar
como un vaquero en un
duelo.
—¿Cuántos años dices que
tienes? —le digo con fingida
desaprobación.
Ella arruga la cara, sonríe
y se dispone a seguir mis instrucciones.
Una hora después, tras
haber hecho uso de todos los sofisticados
servicios del spa,
estoy lista. El vestido no tiene ni una arruga y mi pelo
está bastante decente. Me
doy una vuelta por ahí. Ésta será la última vez
que pise este edificio.
Pronto estará atestado de gente de negocios y de la
alta sociedad, así que
aprovecho la última ocasión que tengo para saborear
su magnificencia. Es
impresionante. Todavía no puedo creerme que lo haya
decorado yo. De pie en el
inmenso espacio diáfano de la primera planta,
sonrío para mis adentros.
Unas puertas plegables dan a una terraza con
forma de L con suelo de
piedra caliza y una zona con tarima de madera,
tumbonas y un enorme jacuzzi.
Cuenta con un estudio, un comedor, un
enorme pasillo que da a
una cocina de dimensiones absurdas y una escalera
de ónice retroiluminada
que asciende hasta las cuatro habitaciones con
baño incluido y hasta un
inmenso dormitorio principal. El spa, la
sala de
fitness
y
la piscina, en la planta baja del edificio, son de uso exclusivo para
los residentes del Lusso,
pero el ático cuenta con gimnasio propio. Es
extraordinario. No cabe
duda de que quienquiera que haya adquirido ese
piso disfruta de las
cosas más exquisitas de la vida, y se ha hecho con una
de ellas por la friolera
de diez millones de libras.
Regreso a la cocina,
donde me encuentro a Victoria aún armada con la
Dyson.
—Ya está —dice mientras
aspira de la encimera de mármol una
miguita que se le había
escapado.
—Bueno, echemos un trago.
—Sonrío, cojo dos copas y le paso una a
Victoria.
—Por ti, ____. Estilosa
en cuerpo y mente —dice entre risitas mientras
levanta la copa para
brindar.
Ambas damos un sorbo y
suspiramos.
—¡Vaya! ¡Qué bueno está! —Mira
la botella.
—Ca’Del Bosco, Cuvée
Annamaria Clementi, de 1993. Es italiano,
por supuesto. —Arqueo una
ceja y Victoria se echa a reír de nuevo.
Oigo unas voces en el
vestíbulo, así que salgo de la cocina y me
encuentro a Ken con la boca abierta como un pez de colores y a
Patrick
sonriendo con orgullo.
—¡____, esto es una auténtica
maravilla, cielo! —exclama Ken
mientras corre hacia mí y
me rodea con los brazos. Se aparta un poco y me
mira de arriba abajo—. Me
encanta ese vestido. Es muy ceñido.
Ojalá pudiera decirle lo
mismo, pero se empeña en llevar el contraste
de colores a un nivel
extremo. Entorno los ojos, cegada por su camisa azul
eléctrico combinada con
una corbata roja.
—Deja a la chica, Tom.
Vas a arrugarle la ropa —gruñe Patrick
mientras lo aparta
suavemente y se inclina para darme un beso en la
mejilla—. Estoy muy
orgulloso de ti, flor. Has hecho un trabajo increíble
y, entre tú y yo... —dice,
y se inclina para susurrarme al oído—: la
promotora ha dejado caer
que te quieren a ti para su próximo proyecto en
Holland Park. —Me guiña
un ojo y su cara arrugada se arruga todavía más
—. Bueno, ¿dónde está el
prosecco?
—Por aquí.
Los guío hasta la enorme
cocina y oigo más elogios por parte de Ken.
La verdad es que el piso
es una pasada.
—¡Chin, chin! —digo, y
les paso una copa de prosecco.
—¡Chin, chin! —brindan
todos.
Me paso unas cuantas
horas conociendo a gente de la alta sociedad y
explicándoles en qué me
he inspirado para el diseño. Los periodistas de
revistas de arquitectura
y diseño interior revolotean tomando fotografías y
curioseando en general.
Para mi desgracia, me obligan a tumbarme sobre el
diván de terciopelo para
hacerme una foto. Patrick me arrastra de un lado a
otro proclamando el
orgullo que siente y asegurándole a todo el que quiera
escucharlo que yo solita
he metido a Rococo Union en el mapa de los
diseñadores. Yo me pongo
como un tomate y no paro de restarles
importancia a sus declaraciones.
Doy gracias al cielo
cuando aparece Kate. La guío hasta la cocina, le
pongo una copa de
prosecco en la mano y yo me bebo otra.
—Un poquito pijo, ¿no? —comenta
mientras observa la ostentosa
cocina—. Hace que mi casa
parezca una chabola.
Me río ante el comentario
sobre su precioso y acogedor hogar, que
tiene el mismo aspecto
que si la célebre diseñadora Cath Kidston hubiese
vomitado, estornudado y
tosido sobre él todas sus flores.
—Sé que has querido decir
que es impresionante.
—Sí, eso también. Aunque
yo no podría vivir aquí —afirma sin
ningún pudor.
No me ofendo. Aunque
estoy muy orgullosa del resultado, la
inmensidad del lugar me
intimida.
—Ni yo —coincido.
—Me he encontrado con
Matt. —Apura el prosecco e inmediatamente
coge otra copa de la bandeja
de un camarero que pasa por allí.
—Vaya, seguro que te ha
encantado verlo —bromeo; me imagino a
Kate bufando y escupiendo
como un gato enfurecido contra el pobre Matt.
Tampoco se merece otra
cosa.
—La verdad es que no. Y
lo que menos me ha gustado ha sido que me
diga que has quedado con él
para ir a cenar —me espeta frunciendo los
labios—. _____, ¿en qué
estás pensando? He venido a amenazarte.
—Vaya, y yo que creía que
habías venido a apoyar a tu amiga en su
triunfo laboral —digo
arqueando las cejas.
—¡Bah! Tú no necesitas
apoyo en tu vida laboral. Por el contrario, tu
vida personal es muy
interesante últimamente. —Suelta una risita mientras
sube y baja las cejas,
como insinuando algo.
Imagino adónde quiere
llegar, y eso que no sabe ni la mitad. Y ya le
vale también a Matt. Ya
ni siquiera estamos juntos, pero todavía no puede
evitar tomarle el pelo.
La miro fingiendo
sentirme herida.
—No te preocupes. Te
aseguro que no voy a volver a caer en eso.
Estoy disfrutando de mi
soltería y no tengo intención de cambiar mi
situación a corto plazo.
De todos modos, para que quede claro, Matt te está
tomando el pelo. —Doy un
sorbo de prosecco.
—¿Ni siquiera por un
moreno alto, atractivo y algo mayor? —dice con
una sonrisa burlona.
La miro con recelo.
—Ni siquiera por él —confirmo.
—Mira que eres aburrida.
—¿Perdona?
Esta vez mi expresión
herida no es fingida. ¿Aburrida? Yo no soy
aburrida, ¡Kate está
loca! La miro con desconcierto, realmente dolida por
su cruel comentario.
Espero que lo retire, pero no lo hace. En lugar de eso,
mira por encima de mi
hombro con una gran sonrisa malévola dibujada en
el rostro.
Impaciente y bastante
enfadada con ella, me vuelvo para ver qué le
hace tanta gracia.
«¡Mierda, no!»
—Está
hasta en la sopa, ¿eh? —replica Kate con sorna.HOLA!!!! BUENO AQUI ESTA EL CAPS 7 ESPERO Y LES GUSTE .... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS
Me encantaaa , subeee prontoo , cuidatee byeee
ResponderBorrarTom vuelve al ataquee!!!
ResponderBorrarSiguelaaaa Virgiii.. Me encantaa :D
Sigueeeeee
ResponderBorrarY tom vuelve Ajajajajaj
ResponderBorrarSube pronto :)
Sube pronto
ResponderBorrarSera tom ajajja como que si
Jajaja ese Tom si me hace reír no se rinde vale, insiste e insiste y (Tn) haciéndose la dura con el, me encanto virgi espero el próximo cap!!!
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