CAPITULO
3.-
Después de
dos reuniones de seguimiento con clientes y de parar en la
nueva casa
del señor Muller en Holland Park para dejarle unas cuantas
muestras,
estoy de vuelta en la oficina escuchando cómo Patrick despotrica
de Irene.
Es lo habitual los lunes por la mañana después de que haya
soportado
todo el fin de semana con su mujer y lejos de la oficina. La
verdad es
que no sé cómo el pobre hombre la aguanta.
Ken entra
con una sonrisa de oreja a oreja y de inmediato sé que ha
ligado
durante el fin de semana.
—Cielo,
¡cuánto te he echado de menos! —Me da un beso sin llegar a
tocarme y
se vuelve hacia Patrick, que se protege con las manos en un
gesto que
dice: «¡Ni se te ocurra!» Ken pone los ojos en blanco, sin
ofenderse
ni un ápice, y baila hasta llegar a su mesa.
—Buenos
días, Ken —lo saludo con alegría.
—Esta
mañana ha sido de lo más estresante. El señor y la señora
Baines han
cambiado de opinión por enésima vez. He debido cancelar
todos los
pedidos y reorganizar a una docena de obreros. —Mueve la
mano,
frustrado—. Me han puesto una maldita multa por no colocar la
tarjeta de
aparcamiento de residentes y, además, me he enganchado el
jersey
nuevo en uno de esos horrendos pasamanos que hay a la salida del
Starbucks.
—Se pone a tirar de la lana desgarrada del dobladillo de su
jersey
rosa fucsia con cuello en V—. ¡Míralo, jolines! Menos mal que eché
un polvo
anoche, porque si no estaría en el pozo de la desesperación. —Me
sonríe.
Lo sabía.
Patrick se
va negando con la cabeza. Todos sus intentos por disminuir
el
amaneramiento de Ken hasta niveles más tolerables han fracasado.
Ahora ya
se ha rendido.
—¿Una
buena noche? —pregunto.
—Maravillosa.
He conocido a un hombre divino. Va a llevarme al
Museo de
Historia Natural el fin de semana que viene. Es científico.
Somos
almas gemelas, estoy seguro.
—¿Qué ha
pasado con el entrenador personal? —vuelvo a preguntar.
Era su
alma gemela de la semana pasada.
—Olvídalo,
un desastre. Apareció el viernes en mi apartamento con
un DVD de
Dirty Dancing y comida india para dos. ¿Te lo puedes creer?
—Me dejas
de piedra —me burlo.
—Lo peor.
No hace falta que te diga que no voy a volver a verlo. ¿Y
qué hay de
ti, cielo? ¿Qué tal ese guapísimo ex novio tuyo? —Me guiña el
ojo. Ken
no oculta que Matt lo atrae, cosa que a mí me hace gracia pero
que
incomoda a Matt.
—Está
bien. Sigue siendo mi ex y sigue siendo hetero.
—Qué
lástima. Avísame cuando entre en razón. —Ken se marcha
tranquilamente,
retocándose el tupé rubio y perfecto.
—Sally, te
mando por correo electrónico la factura por una consulta
de diseño
para el señor Kaulitz. ¿Podrías asegurarte de que se envía hoy
mismo?
—Así lo
haré, ____. ¿Pago a siete días?
—Sí,
gracias. —Regreso a mi mesa y continúo casando colores.
Alargo el
brazo para coger el móvil cuando empieza a bailar por mi mesa.
Miro la
pantalla y casi me caigo de la silla al ver en ella el nombre de
«Tom». Lo
miro durante unos segundos, hasta que mi cerebro se repone
del susto
y el corazón se me acelera en el pecho. Pero ¿qué demonios...?
Yo no
guardé su número, Patrick no me lo dio y, tras pasarle el
proyecto
el viernes, ya no lo necesitaba. Decía en serio lo de que no iba a
volver. Y,
en cualquier caso, no lo habría grabado con su nombre de pila.
Sostengo
el teléfono en la mano, echo un vistazo a la oficina para ver si el
ruido ha
llamado la atención de alguno de mis compañeros. No lo ha
hecho. Lo
dejo sonar. ¿Qué querrá?
Voy al
despacho de Patrick a preguntarle si ha informado al señor
Kaulitz
del cambio de planes, pero entonces vuelve a sonar y me frena en
seco.
Respiro hondo y contesto.
Si Patrick
no ha hablado aún con él, lo haré yo. Y si no le gusta, mala
suerte. A
duras penas he logrado convencerme a mí misma de que le he
pasado el
contrato a Patrick porque él es más apto que yo para el proyecto.
Sé muy
bien que ésa no es toda la verdad.
—Hola
—respondo. Pataleo ligeramente en el suelo porque el saludo
suena un
tanto receloso. Quería sonar segura y llena de confianza en mí
misma.
—¿____?
—Su voz ronca tiene el mismo impacto que el viernes en
mis
débiles sentidos, pero al menos por teléfono no puede ver cómo
tiemblo.
—¿Quién
es? —Muy bien. Mucho mejor. Profesional y tranquila.
Se ríe y
me hace bajar la guardia.
—Sé que
sabes la respuesta a esa pregunta porque mi nombre aparece
en tu
teléfono. —Tierra trágame—. ¿Estás intentando hacerte la
interesante?
¡Será
arrogante! ¿Cómo lo sabe? Pero entonces caigo en la cuenta.
—Metió su
teléfono en mi lista de contactos. —Ya lo entiendo.
¿Cuándo lo
hizo? Repaso mentalmente nuestra reunión y decido que fue
durante mi
visita al baño, porque dejé el portafolio y el móvil en la mesa.
¡No puedo
creer que curioseara en mi móvil!
—Necesito
poder localizarte.
Oh, no.
Está claro que Patrick no se lo ha dicho. De todos modos, uno
no va por
ahí tocando móviles ajenos. Se lo tiene muy creído. ¿Y lo de
grabarse
como «Tom»? Es un pelín demasiado familiar.
—Patrick
debería haber contactado con usted —lo informo con
frialdad—.
Me temo que no puedo ayudarlo, pero él estará encantado de
hacerlo.
—Patrick
ya ha hablado conmigo —responde. Suspiro de alivio, pero
en seguida
frunzo el ceño. Entonces ¿por qué me llama?—. Estoy seguro
de que
Patrick estará encantado de ayudarme, pero yo no tanto.
Me quedo
boquiabierta. ¿Quién se cree que es? ¿Me ha llamado para
decirme
que no le gusta? Este hombre se pasa de arrogante. Cierro la boca.
—Siento
mucho oírlo. —No parece que lo sienta; parece que estoy
enfadada.
—¿De
verdad?
Y vuelve a
pillarme por sorpresa. No, no lo siento, pero eso no voy a
decírselo.
—Sí
—miento. Quiero añadir que nunca podría trabajar con un cerdo
guapo y
arrogante como él, pero me contengo. No sería muy profesional.
Lo oigo
suspirar.
—No creo
que lo sientas, _____. —Mi nombre suena a terciopelo en sus
labios, y
me provoca un estremecimiento familiar. ¿Cómo sabe que no lo
siento?—.
Creo que me estás evitando —añade.
Como esto
siga así, voy a dislocarme la mandíbula. Provoca
sentimientos
nada deseables en mí, y el hecho de saber que tiene una
relación
con alguien no ayuda nada.
—¿Por qué
iba a hacer yo algo así? —digo con atrevimiento. Eso
debería
obligarlo a callar.
—Pues
porque te sientes atraída hacia mí.
—¿Perdone?
—le espeto. Su soberbia no tiene límites. ¿Es que no
tiene
vergüenza? El hecho de que haya dado en el clavo no es relevante.
Habría que
estar ciega, sorda y tonta para no sentirse atraída por aquel
hombre. Es
la perfección personificada, y está claro que lo sabe.
Suspira.
—He dicho
que...
—Ya, le he
oído —lo interrumpo—. Es que no puedo creerme que lo
haya
dicho. —Me desplomo sobre mi silla.
Nunca he
visto nada parecido. Me deja pasmada. ¿El tipo tiene a una
persona
especial en su vida y está flirteando por teléfono conmigo?
¡Menudo
donjuán! Tengo que volver a centrar la conversación en lo
profesional
y colgar cuanto antes.
—Le pido
disculpas por no estar disponible para su proyecto —suelto
de un
tirón, y cuelgo. Me quedo mirando el teléfono.
Ha sido
una falta de educación y nada profesional, pero es tan lanzado
que me ha
dejado estupefacta. Cada minuto que transcurre tengo más claro
que
pasarle el contrato a Patrick ha sido lo más sensato. Me llega un
mensaje de
texto.
No lo has negado. Que sepas que el
sentimiento es mutuo. Bs, T
«¡Me cago
en la hostia!» Me llevo la mano a la boca y aprieto con
fuerza
para evitar que las palabrotas mentales salgan de mis labios. No, no
lo he
negado. ¿Y él se siente atraído por mí? ¿Soy un pelín joven para él o
él es
demasiado mayor para mí? ¿Besos? Cabrón engreído. No contesto; no
tengo ni
idea de cómo responder. En vez de eso, meto el móvil en el bolso
y me voy a
comer con Kate.
—¡Madre
mía! —exclama Kate al mirar mi móvil. Su pelo rojo,
recogido
en una cola de caballo, ondea de un lado a otro cuando menea la
cabeza—.
¿Le has contestado? —Me mira expectante.
—Dios, no
—me río. ¿Qué me aconsejaría que le dijese? Me tiene
pasmada.
—¿Y tiene
novia?
—Sí
—asiento al tiempo que enarco las cejas.
Deja el
teléfono encima de la mesa.
—Qué pena.
¿Sí? La verdad
es que simplifica bastante las cosas. Eso supera sin
duda las
reacciones que provoca en mí. Kate es mucho más atrevida que
yo. Le
habría contestado algo sorprendente y sugerente, y es probable que
lo hubiese
dejado boquiabierto. Esta chica podría competir con cualquier
devoradora
de hombres. Como es muy lanzada, los espanta a casi todos en
la primera
cita; sólo los más fuertes sobreviven. El pelo rojo y largo de
Kate tiene
tanta personalidad como ella. Es una mujer segura de sí misma,
independiente
y decidida.
—La verdad
es que no —musito, y cojo mi vaso de vino de la hora de
comer para
darle un sorbo—. Además, sólo hace cuatro semanas que Matt
y yo hemos
roto. No quiero hombres en mi vida, de ninguna clase. —Me
gusta
sonar decidida—. Estoy disfrutando de estar soltera y sin ataduras
por
primera vez en mi vida —añado. Así es como me siento. Estuve cuatro
años con
Matt y, antes de eso, mantuve una relación de tres años con
Adam.
—¿Has
visto al capullo? —Kate pone cara de asco cuando menciono
el nombre
de mi ex.
No soporta
a Matt, y se alegró de que rompiera con él. Que Kate lo
pillara in
fraganti con una compañera de trabajo en un taxi sólo confirmó
lo que yo
ya sabía. No sé por qué hice la vista gorda durante tanto tiempo.
Cuando
hablé con él, con calma, se deshizo en disculpas y casi se desmaya
cuando le
dije que no me importaba. Era verdad, y yo también estaba
sorprendida.
La relación se había terminado y él opinaba lo mismo. Todo
fue muy
amistoso, para disgusto de Kate. Ella quería vajillas rotas e
intervenciones
policiales.
—No
—respondo.
—Nos lo
estamos pasando bien, ¿verdad? —Me sonríe, y entonces
llega la
camarera con nuestra comida.
—Voy al
servicio. —Me levanto y dejo a Kate comiendo patatas fritas
con
mayonesa.
Después de
entrar en el baño, me miro al espejo, me retoco el brillo de
labios y
me atuso el pelo.
Hoy se
está portando bien, así que lo llevo suelto sobre los hombros.
Me aliso
los pantalones capri negros y me quito un par de pelos de la blusa
de color
crema. El teléfono suena cuando voy de camino al bar. Lo saco de
bolso y
pongo los ojos en blanco al ver que es él otra vez. Probablemente
se esté
preguntando dónde está mi respuesta a su nada apropiado mensaje
de texto.
No voy a entrar en ese juego.
—Rechazar
—le digo al teléfono. Aprieto con decisión el botón rojo y
vuelvo a
guardarlo en el bolso mientras avanzo por el pasillo—. Uy, lo
siento
mucho —farfullo al darme de bruces contra un tórax.
Es un
torso firme, y el embriagador perfume a agua fresca que me
inunda me
resulta muy familiar. Mis piernas se niegan a moverse y no sé
qué voy a
ver si levanto la vista. Sus brazos ya están alrededor de mi
cintura,
sujetándome, y mis ojos quedan a la altura de la parte superior de
su pecho.
Veo cómo
le late el corazón a través de la camisa.
—¿Rechazar?
—dice en voz baja—. Eso me ha dolido.
Me aparto
de su abrazo e intento recobrar la compostura. Está
impresionante,
con un traje gris marengo y una camisa blanca y planchada.
Mi
incapacidad para apartar la vista de su pecho por miedo a quedar
hipnotizada
por sus potentes ojos cafeces hace que me entre la risa.
—¿Qué te
hace tanta gracia? —me pregunta. Sospecho que frunce el
ceño ante mis
carcajadas, aunque, como me niego a mirarlo, no puedo
confirmarlo.
—Lo
siento. No miraba por dónde iba. —Lo esquivo, pero me coge
del codo y
detiene mi huida.
—Antes de
irte, dime una cosa, ____. —Su voz despierta mis sentidos
y mis ojos
viajan por su cuerpo esbelto hasta que nuestras miradas se
encuentran.
Está serio, pero sigue siendo impresionante—. ¿Cuánto crees
que vas a
gritar cuando te folle?
«¿QUÉ?»
—¿Perdone?
—consigo espetarle pese a que mi lengua parece de
trapo.Medio
sonríe ante mi sorpresa. Me levanta la barbilla con el índice y
la empuja
hacia arriba para hacerme callar.
—Piénsalo.
—Me suelta el codo.
Le lanzo
una mirada furibunda antes de volver a nuestra mesa con el
paso más
firme que mis temblorosas piernas me permiten. ¿Lo he oído
bien? Me
siento en la silla y me bebo todo el vino intentando humedecer
mi boca
seca.
Cuando
miro a Kate, está boquiabierta. Sobre su lengua veo los trozos
a medio
masticar de patatas fritas y de pan. No es nada bonito.
—¿Quién
coño es ése? —balbucea con la boca llena.
—¿Quién?
—Miro alrededor haciéndome la loca.
—Ése.
—Kate señala con el tenedor—. ¡Mira!
—Lo he
visto, pero no lo conozco —respondo molesta.
«¡Déjalo
ya!»
—Viene
hacia aquí. ¿Seguro que no lo conoces? Joder, está
buenísimo.
—Me mira. Me encojo de hombros.
Vete, por
favor. Vete. ¡Vete! Cojo un solitario trozo de lechuga de mi
sándwich
de beicon, lechuga y tomate y empiezo a mordisquear los bordes.
Me pongo
tensa y sé que se está acercando porque Kate levanta la vista
para
adaptarla a su altura. ¡Ojalá cerrase la dichosa boca de una vez!
—Señoritas.
—Su voz grave y profunda me hace cosquillas en la piel.
No me
ayuda a relajarme, precisamente.
—Hola
—escupe Kate, y mastica a toda velocidad para librar a su
boca de la
obstrucción que le impide hablar.
—¿____?
—me saluda. Muevo mi hoja de lechuga en dirección a él
para
indicarle que sé que está ahí sin tener que mirarlo. Se ríe un poco.
Con el
rabillo del ojo, veo que se agacha hasta ponerse en cuclillas a
mi lado,
pero aun así me niego a mirarlo. Apoya un brazo en la mesa y
oigo a
Kate toser y escupir los restos de comida.
—Así está
mejor —dice. Puedo sentir su aliento en la mejilla.
De mala
gana, levanto la vista y bajo las pestañas veo que Kate me
está mirando
boquiabierta, con los ojos como platos y en plan: «¡Sigue
aquí!
¡Habla con él, idiota!» No se me ocurre nada que decir. Este hombre
me ha
dejado inútil otra vez.
Lo oigo
suspirar.
—Soy Tom
Kaulitz, encantado de conocerte. —Tiende la mano hacia el
otro lado
de la mesa.
Kate la
coge encantada.
—¿Tom?
—farfulla—. ¡Ah, Tom! —Me mira de forma acusadora—.
Yo soy
Kate. ____ me ha dicho que tienes un hotel pijo.
Le lanzo
una mirada furibunda.
—¿Me ha
mencionado? —pregunta con suavidad. No tengo que
mirarlo para
saber que ha puesto cara de engreído satisfecho ante la noticia
—. Me
gustaría saber qué más te habrá dicho.
—Nada.
Poco más —dice Kate intentando arreglarlo, pero ya es
demasiado
tarde para retractarse de la última frase. Le lanzo mi peor
mirada
asesina.
—Poco más
—contraataca él.
—Sí, poco
más —sostiene Kate.
Harta del
pequeño intercambio estéril con el que los dos parecen estar
disfrutando,
me hago cargo de la situación y lo miro.
—Ha sido
agradable volver a verlo. Adiós.
Nuestras
miradas se cruzan de inmediato y sus ojos cafeces, con los
párpados
pesados, oscuros y exigentes, acaban conmigo. Siento su
respiración
vacilante y aparto la mirada de la suya, pero sólo para llevarla
a su boca.
Tiene los labios húmedos, entreabiertos, y, lentamente, saca un
poco la
lengua y se la pasa muy despacio por el labio inferior. No puedo
dejar de
mirarlo. Sin que nadie se lo ordene, mi lengua responde con una
feliz
expedición por mi labio inferior. Traiciona mis intentos por aparentar
frialdad,
como si aquello no me afectara... Pero más bien ocurre todo lo
contrario.
Esto es
una locura. Esto... lo que sea que es... es una locura. Tiene
demasiada
confianza en sí mismo y es un arrogante, pero probablemente
tenga
motivos para serlo. Deseo desesperadamente que este hombre deje de
afectarme.
—¿Agradable?
—Se inclina hacia adelante, me coge el muslo y la
lava
líquida me inunda las ingles. Muevo las piernas y junto los muslos
para
controlar la pulsación que amenaza con convertirse en una palpitación
tremenda—.
Se me ocurren muchas palabras, ____. «Agradable» no es una
de ellas.
Te dejo para que medites sobre mi pregunta.
¡Por el
amor de Dios! Trago saliva cuando se inclina hacia mí a media
altura y
me posa los labios húmedos en la mejilla prolongando el beso toda
una
eternidad. Aprieto los dientes intentando no volverme hacia él.
—Hasta
pronto —susurra. Es una promesa. Suelta mi muslo tenso y se
levanta—.
Encantado de conocerte, Kate.
—Mmm, lo
mismo digo —responde pensativa.
Se marcha
hacia la parte de atrás del bar. Ay, Dios, camina con
decisión y
es de lo más sexy. Cierro los ojos para recuperar mis
habilidades
mentales, que ahora mismo están hechas pedazos por el suelo
del bar.
No tiene remedio. Me vuelvo hacia Kate y me encuentro con unos
acusadores
ojos azules abiertos como platos y que me miran como si me
hubieran
salido colmillos.
Las cejas
le llegan a la línea de nacimiento del pelo.
—Joder,
eso ha sido intenso —escupe hacia mi lado de la mesa.
—¿Tú
crees? —Empiezo a juguetear con mi sándwich por el plato.
—Corta el
rollo del bla-bla-bla ahora mismo o te meto el tenedor por
el culo,
tan adentro que vas a masticar metal. ¿Sobre qué pregunta tienes
que
meditar? —Su tono es fiero.
—No lo sé.
—Me la quito de encima—. Es atractivo, arrogante y tiene
novia. —Le
doy datos vagos.
Kate
suelta un silbido largo y amplificado.
—Nunca
había sentido nada parecido. Había oído hablar de ello, pero
nunca lo había presenciado.
—¿A qué te refieres? —le
espeto.
Se inclina sobre la mesa,
muy seria.
—¡_____, la tensión
sexual entre ese hombre y tú era tan fuerte que
hasta yo me he puesto
cachonda! —ríe—. Te desea con ganas. No podría
haberlo dejado más claro
ni aunque te hubiera abierto de piernas sobre la
mesa de billar. —Señala
con el dedo, y voy yo y miro.
—Eso son imaginaciones
tuyas —resoplo. Sé que no se inventa nada,
pero ¿qué puedo decirle?
—He visto el mensaje de
texto y ahora al hombre en carne y hueso.
Está muy bueno... para
ser mayor. —Se encoge de hombros.
—No me interesa.
—¡Ja! No te lo crees ni tú.
Le lanzo una mirada
furibunda a mi mejor amiga.
—Me lo creeré.
—Ya me dirás qué tal te
va. —Me la devuelve, más bien
entusiasmada.
Vuelvo a la oficina y me
paso el resto del día sin hacer absolutamente
nada. Jugueteo con el
boli, voy al baño quince veces y finjo escuchar a
Ken hablar sin cesar del
Orgullo Gay y todo lo demás. Mi teléfono suena
cuatro veces —y las
cuatro resulta ser Tom Kaulitz— y rechazo todas y cada
una de las llamadas. Me
asombra la persistencia de ese hombre, y la
confianza que tiene en sí
mismo.
¿Cuánto gritaría?
¡Estoy perpleja!
Soy feliz, estoy
disfrutando de mi libertad y no tengo intención de
modificar mis planes de
seguir soltera y sin compromiso. No voy a
liarme con un extraño,
por muy guapo que sea. Y lo cierto es que está para
chuparse los dedos. Además,
es demasiado mayor para mí y, todavía más
importante, está claro
que ya está pillado, lo que hace aún más evidente el
hecho de que es todo un
donjuán. No es la clase de hombre por la que me
conviene sentir atracción,
caramba, y menos después de Matt y sus
infidelidades. Necesito
un hombre que sea fiel, protector y que cuide de
mí. Y a ser posible que
tenga mi edad. ¿Cuántos años tendrá?
El teléfono me informa de
que tengo un mensaje de texto y doy un
salto que me saca de mis
cavilaciones. Sé de quién es antes de verlo.
No
es agradable que te rechacen. ¿Por qué no me coges el teléfono? Bs, T
Me río sola, lo que llama
la atención de Victoria, que está rebuscando
en el archivador que hay
cerca de mi mesa. Sus cejas perfectamente
depiladas se arquean. No
creo que ese tío esté acostumbrado al rechazo.
—Es Kate —digo a modo de
explicación, y ella vuelve a rebuscar en
el archivador.
Debería ser obvio por qué
no le cojo el dichoso teléfono. No quiero
hablar con él. Me pone de
los nervios, me provoca demasiadas reacciones
y, para ser sincera, no
confío en mi cuerpo cuando lo tengo cerca. Parece
que responde a su
presencia sin que ni mi cerebro ni yo le digamos nada, y
eso puede ser muy peligroso.
Mi móvil vuelve a sonar y
rechazo la llamada rápidamente. ¡Dame un
minuto para que responda!
¿Acaso voy a responder? No voy a librarme
nunca de él. Necesito
mostrarme implacable.
Si tiene que hablar de las
especificaciones, debería llamar a Patrick, no a mí.
Toma. Sin firma y, desde
luego, sin beso. No se lo he deletreado, pero
debería captar el
mensaje. Dejo el móvil en la mesa, decidida a hacer algo
productivo, pero vuelve a
sonar. Lo levanto de inmediato y, con la mano
libre, cojo el café.
Mis especificaciones son
hacerte gritar. No creo que Patrick
pueda ayudarme con eso.
Me
muero de ganas. ¿Crees que tendré que amordazarte? Bs, T
Me atraganto y escupo el
café sobre la mesa. ¡Será descarado! ¿Hasta
dónde llega la
desfachatez y la desvergüenza de un hombre? ¿Me ha
tomado por una chica fácil
o algo así?
Pongo el móvil en
silencio y lo aprieto asqueada contra la mesa. No
tengo intención de
contestarle. Si lo hago, lo estaré animando. Existe una
línea muy fina entre la
confianza en uno mismo y la arrogancia, y Tom
Kaulitz la supera con
creces. Siento lástima por la pobre morritos carnosos.
¿Sabe que su hombre se
dedica a perseguir a mujeres jóvenes?
La pantalla del móvil se
ilumina de nuevo. Lo cojo y lo apago antes de
que nadie se dé cuenta.
Abro un cajón, lo meto dentro y cierro de golpe.
Captará el mensaje.
Intento sacar adelante
algo de trabajo, pero estoy demasiado distraída.
En mis correos electrónicos
aparecen palabras extrañas —que no tienen
cabida en la
correspondencia profesional— mientras tecleo en el
ordenador, ausente. Suena
el teléfono de la oficina.
Levanto la vista y veo
que Sally no está en su mesa, así que lo cojo yo.
—Buenas tardes. Rococo
Union.
—¡No cuelgues! —dice a
toda velocidad.
Me yergo en la silla.
Incluso su tono de urgencia me pone la piel de
gallina. No va a ceder.
Está muy curtido.
—_____, lo siento. Lo
siento mucho.
—¿De verdad? —No puedo
ocultar la sorpresa de mi voz. Tom Kaulitz
no parece la clase de
hombre que se disculpa porque sí.
—Sí, de verdad. Te he
hecho sentir incómoda. Me he pasado de la
raya. —Parece sincero—.
Te he molestado. Por favor, acepta mis
disculpas.
Yo no diría que su
atrevimiento y sus comentarios me hayan
molestado. Me han dejado
a cuadros, más bien. Supongo que
hay quien incluso admiraría
la confianza en sí mismo que tiene.
—De acuerdo —digo
vacilante—. ¿Así que ya no quiere hacerme
gritar ni amordazarme?
—Pareces decepcionada,
_____.
—Para nada —le suelto.
Hay un breve silencio
antes de que él vuelva a hablar.
—¿Podemos empezar de
cero? Nos centraremos en lo profesional, por
supuesto.
Ah, no. Quizá lo sienta
de verdad, pero eso no elimina el efecto que
tiene sobre mí. Y tampoco
se me quita de la cabeza que todo podría ser un
plan para camelarme y así
poder perseguirme a gusto.
—Señor Kaulitz, de verdad
que no soy la persona adecuada para este
trabajo. —Me doy la
vuelta en la silla para ver si Patrick está en su
despacho. Así es—. Señor
Kaulitz, ¿le paso con Patrick? —Rezo
mentalmente para que
pille la indirecta.
—Llámame Tom. Me haces
sentir mayor cuando me llamas «señor
Kaulitz» —gruñe. Cierro
el pico cuando mis labios se abren y casi se me
escapa la pregunta. Todavía
siento curiosidad, pero no voy a volver a
preguntárselo—. _____, si
te hace sentir mejor, puedes tratar con John. ¿Cuál
es el siguiente paso?
¿Sí? ¿Me haría sentir
mejor? Todo lo que Kaulitz tiene de atrevido, lo
tiene el grandullón de
intimidatorio. No estoy segura de que me sintiese
más cómoda con su oferta
de tratar con John en vez de con él, pero el
hecho de que esté
dispuesto a hacerlo me dice que de verdad quiere que yo
me encargue del diseño.
Me imagino que es un cumplido. La Mansión
quedaría genial en mi
portafolio.
—Necesito medir las
habitaciones y hacer algunos bocetos. —Escupo
las palabras
impulsivamente.
—Perfecto. —Parece
aliviado—. Haré que John te acompañe por las
habitaciones. Puede
aguantarte la cinta métrica. ¿Qué tal mañana?
¿Mañana? Sí que está
impaciente. Resulta que no puedo. Tengo varias
citas a lo largo del día.
Y el miércoles tampoco
puede ser.
—No puedo ni mañana ni el
miércoles. Lo siento.
—Vaya —dice en voz baja—.
¿Trabajas por las noches?
¿Trabajo por las noches?
Bueno, no me gusta en especial, pero
muchos de mis clientes
están en sus despachos de nueve a cinco y no
pueden quedar en horas de
oficina. Prefiero trabajar hasta última hora los
fines de semana. Nunca
dejo que me convenzan para visitas en fin de
semana.
—Podría ir mañana por la
tarde —digo pasando la página de mi
agenda para ver lo que
tengo al día siguiente. Mi última cita es a las cinco,
con la señora Kent—. ¿A
eso de las siete? —pregunto mientras anoto su
nombre a lápiz.
—Perfecto. Me gustaría
decir que me hace mucha ilusión, pero no
puede ser porque no te
veré. —No lo veo, pero sé que, seguramente, está
sonriendo. Su tono de voz
lo delata. No puede evitarlo—. Avisaré a John de
que llegarás a las siete.
—Alrededor de las siete —añado.
No sé cuánto tardaré en salir de la
ciudad a esa hora.
—Alrededor de las siete —confirma—.
Gracias, _____.
—De nada, señor Kaulitz.
Adiós. —Cuelgo y empiezo a darme
golpecitos con la uña en uno
de los dientes de arriba.
—¿____? —Patrick me llama
desde su despacho.
—¿Sí? —Giro la silla para
verlo.
—La Mansión. Te quieren a
ti, flor. —Se encoge de hombros y vuelve
a la pantalla de su
ordenador.
No, Kaulitz me quiere a mí.
HEY!!!! BUENO AQUI ESTA EL 3 CAPS ... ESPERO Y LES GUSTE ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS :))
Ayyyy!! Pero porque lo rechaza tantooooooooo , pobresito de tom jajajaja , buenisimaa fic sube pronto bye cuidate
ResponderBorrarEse Tom es un mandadooo!!
ResponderBorrarSiguelaaa.. Me encantaaa!!
Sigueeeee
ResponderBorrar:O Tom es simplemente directo y sincero con (Tn), me encanto virgi espero el próximo cap..
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