CAPITULO 5.-
Él
permanece callado mientras yo lo observo pasmada, a la espera de una
explicación.
No obtengo más que la intensa mirada de sus ojos cafeces
desde el
otro lado de la estancia. Me siento como si estuviera
analizándome
bajo la lente de un microscopio y la copa de vino empieza a
revolverse
en mi estómago, dando vueltas sin parar mientras me balanceo
nerviosa
sobre mis tacones.
—¿Qué es
esto, una broma? —digo medio riéndome.
Sigo
esperando a que me ilumine, pero no dice nada.
Intento
ignorar el magnífico cuerpo masculino que tengo delante y
busco
desesperadamente en mi cerebro algún tipo de guía o instrucción. No
sirve de
nada. No estoy ciega. Lo cierto es que me he imaginado su torso
más de una
vez, y he de decir que supera con creces mis mejores fantasías
y
expectativas. Este hombre es más que perfecto. ¿Qué se supone que
debería
hacer? Sigue ahí, de pie, con la cabeza ligeramente inclinada,
mirándome
con fijeza bajo sus larguísimas pestañas. Su mirada es
penetrante,
tiene la boca entreabierta y percibo el subir y bajar de su
increíble
pecho. Existe una definición muy acertada; no es excesivamente
musculoso,
es... simple y llanamente... perfecto. Si vestido me deja sin
palabras,
verlo así me arrastra al borde del infarto. Respiro hondo.
Madre mía,
tiene el vientre en V. Su respiración agitada hace que los
músculos
se tensen y se destensen, y la frecuencia de las inhalaciones hace
fracasar
su intento de aparentar impasibilidad. Está muy nervioso. ¿Qué
hace ahí y
así, sólo con unos vaqueros, recién afeitado, mostrando todavía
más su
belleza? Me abofeteo mentalmente. Salta a la vista a qué está
jugando.
Sabía que no debía confiar en él. Es tan irreal y tan
tremendamente
presuntuoso que casi pierde todo su atractivo... casi.
Me río
para mis adentros. No pierde nada de atractivo. Al contrario.
Me invade
el deseo.
¿Esperaba
verlo? Sí, lo admito. Pero ¿así? Sí, la verdad es que sí. Es
prácticamente
en lo único que he pensado desde que le puse los ojos
encima.
Tiene los
brazos caídos a ambos lados del cuerpo, pero su actitud es
segura y
decidida. Me observa con una determinación absoluta, y su
mirada me
dice que estoy a punto de morir de placer. Debería marcharme
pero, por
más que sepa que he de hacerlo, por más que mi sensatez me
obligue a
huir, no lo hago. En vez de eso, bajo la mirada hasta sus muslos,
cubiertos
por los vaqueros, y advierto un bulto a la altura de su entrepierna.
Está
completamente excitado y, a juzgar por la violenta sacudida de deseo
que acabo
de sentir en el estómago, yo también.
Mi cuerpo
se bloquea, presa del pánico, y tengo sentimientos
encontrados.
Mi lado prudente me insta a largarme de aquí, pero mi lado
temerario
me ruega que me quede y que acepte lo que quiere darme. Esto
está mal.
Acabo de charlar con su novia en el piso inferior. Bueno, charlar
exactamente
no. Eso implicaría que hubiera sido una conversación
amistosa,
y no es el caso.
Mi mente
en conflicto hace que cambie de postura mientras separo los
labios e
inspiro profundamente. Agacho la cabeza.
—Relájate,
____ —me tranquiliza con voz suave—. Sabes que lo estás
deseando.
Casi rompo
a reír. ¿Y quién no? Sólo hay que verlo. Me quedo quieta.
El único
movimiento visible es el de mi corazón golpeándome el pecho, y
su ritmo
se multiplica por diez cuando él empieza a caminar hacia mí
despacio,
con los ojos clavados en los míos.
Cuando se
encuentra a tan sólo unos centímetros de distancia, su
aroma
fresco me inunda la nariz y hace que el cuerpo se me tense de
manera
involuntaria. No sé cómo lo consigo, pero dejo la mirada fija en la
suya y
levanto la vista para mantener el contacto mientras se acerca hasta
que lo
tengo ante mí. Está lo más cerca que puede estarlo sin llegar a
tocarme
físicamente. Si existe un equivalente al DEFCON de alerta
máxima
para el cuerpo humano, acabo de alcanzarlo.
—Date la
vuelta —ordena con voz suave.
Yo
obedezco sin pensar y me vuelvo despacio mientras resoplo y
cierro los
ojos con fuerza.
¿Qué estoy
haciendo? Ni siquiera he vacilado. Mis hombros se tensan
a la
espera de su tacto, y mis esfuerzos mentales por obligarme a relajarme
no están
funcionando. El único sonido que interrumpe el ensordecedor
silencio
es el de las respiraciones agitadas de ambos. Permanezco así
durante
unos instantes y pronto me dispongo a volverme para tenerlo de
nuevo de
frente, pero él me detiene al posar sobre mis hombros sus dos
manos
firmes, cálidas y ligeramente temblorosas. Me estremezco con su
roce, y él
levanta una mano lentamente, como para asegurarse de que no
voy a
moverme. Me recoge el pelo suelto y lo deja caer sobre mi rostro.
En mi
oscuridad privada, oigo que mi cerebro me grita que huya, pero
mi cuerpo
tiene otros planes completamente diferentes y, desafiante,
desoye
cualquier orden procedente de mi interior. Tom vuelve a colocarme
la mano
sobre el hombro y empieza a masajearme muy despacio los
músculos
tensos. La sensación es maravillosa. Balanceo la cabeza en un
gesto de
agradecimiento y mis labios dejan escapar un leve suspiro. La
presión
aumenta y me deleito en los deliciosos movimientos de sus manos
al mismo
tiempo que siento cómo su aliento caliente y fresco se aproxima
a mi oído.
Me estremezco y acerco la cara a la suya. Sé que lo estoy
incitando,
pero a estas alturas ya he perdido el sentido por completo.
Quiero
más.
—No pares
—susurra, y las vibraciones de su voz provocan oleadas de
placer por
todo mi cuerpo. Estoy temblando. Se me ha ido totalmente de
las manos.
Tengo un
nudo en la garganta.
—No quiero
hacerlo.
Apenas
reconozco mi voz. No puedo creer que me haya atrapado de
esta
manera; no puedo creer que esté accediendo a esto.
—Me
alegro. Porque no creo que te lo permitiese —dice, y presiona
toda la
parte delantera de su cuerpo contra mi espalda mientras su boca se
abre junto
a mi oído—. Voy a quitarte el vestido.
Apenas
consigo asentir, pero él capta mi respuesta y empieza a
mordisquearme
el lóbulo, lo que aumenta la implacable presión que ya
siento en
mi vibrante interior.
—Eres
demasiado guapa, _____ —ronronea mientras me roza la oreja
con sus
labios.
—Oh,
Dios... —Me apoyo en él y siento su erección palpitante contra
mi trasero a través de los vaqueros.
—¿Notas eso? —Comienza a
trazar círculos con sus caderas y yo
lanzo un gemido—. Voy a
poseerte.
Sus palabras están
cargadas de un convencimiento absoluto.
Me siento completamente
esclava de ellas. Sé que debe de tener
mucha práctica en estos
menesteres; debe de haber pulido el don de la
seducción hasta
convertirlo en un arte. No me estoy engañando a mí
misma. Las mujeres deben
de caer rendidas a sus pies día sí, día también.
Tiene mucha experiencia
en el tema y siempre consigue lo que quiere, pero
no me importa lo más
mínimo. En estos momentos estoy aquí para él, sin
conciencia ni indecisión.
He dejado a un lado cualquier resquicio de
cautela. ¿Qué daño puede
hacerme algo así?
Siento que su dedo índice
comienza a ascender lentamente desde el
final de mi espalda hasta
el centro de mi columna y la cabeza empieza a
darme vueltas sin
control.
Imploro a mis manos que
permanezcan a ambos lados de mi cuerpo,
pero lo que en realidad
deseo es volverme y devorarlo, aunque él ya ha
impedido que lo haga en
una ocasión. Es evidente que le gusta tener el
control.
Cuando alcanza la parte
superior de mi vestido, coge la cremallera y
me apoya la otra mano en
la cadera. Yo doy un respingo. Tengo muchas
cosquillas ahí, y
cualquier roce en la cadera o en el hueco que tengo justo
encima me hace saltar.
Cierro los ojos con fuerza y me esfuerzo cuanto
puedo por ignorar su
caricia. Es difícil, pero su propia mano, que ocupa
toda mi cadera, me
retiene y me mantiene inmóvil.
Me baja la cremallera del
vestido con lentitud y oigo cómo suspira al
ver mi piel desnuda. Aparta
la mano de mi cadera y yo me sorprendo
añorando su calor al
instante. Pero entonces noto que sus dos manos se
deslizan bajo la tela de
mi vestido hasta detenerse sobre mis hombros
descubiertos. Flexiona
los dedos y me aparta el vestido por delante antes
de arrastrarlo muy
despacio por mi cuerpo hasta dejarlo caer al suelo.
Él se queda sin aliento,
y yo doy gracias a todos los santos por
haberme puesto ropa
interior decente. Estoy de pie en sujetador, bragas y
tacones, a merced del
Adonis que se yergue tras de mí. ¿Qué diablos estoy
haciendo?
—Mmm, encaje —susurra.
Me agarra de la cintura,
me levanta para sacarme del vestido arrugado
que ya descansa sobre el
suelo y me da la vuelta para ponerme de cara a él.
Con estos tacones mis
ojos quedan a la altura de su barbilla. Con sólo
levantar ligeramente la
vista me encuentro con sus preciosos labios
carnosos y deseo que los
pegue a los míos. Estoy perdiendo mi capacidad
de autocontrol a pasos
agigantados, y mi conciencia hace ya rato que me ha
abandonado. Estoy muy
excitada, y con este hombre no es de extrañar.
Acerca una mano a mi
pecho y con el pulgar me dibuja círculos
alrededor del pezón por
encima del sujetador. Mantiene la mirada fija en
sus movimientos. Se me
erizan los pezones con el contacto, y se endurecen
bajo la tela de la prenda
interior. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios. Es consciente del
efecto que está teniendo en mí. Acerca también el
dedo índice, me pellizca
la rígida protuberancia y hace que mis pechos
palpiten y se transformen
en pesados y ansiosos montículos. Me extasía
por completo que este
hombre me estudie tan de cerca, que me esté
provocando hasta hacerme
temblar de desesperación. Todavía no puedo
creerme que esté haciendo
esto, pero ¿acaso puedo pararlo?
Observo que eleva la otra
mano hasta cubrirme el otro pecho. Las
mías se niegan a seguir
alejadas de él. Levanto los brazos y apoyo las
palmas sobre su tórax. Es
tan cálido y firme que me quedo sin aliento.
Empiezo a recorrer con un
dedo el hueco que se forma entre sus pectorales
y sonrío para mis
adentros al sentir cómo se estremece bajo mi tacto. Deja
escapar un leve gruñido
gutural. Pero antes de que pueda empezar a
disfrutar del acceso a su
cuerpo, él me da la vuelta otra vez y siento ganas
de gritar.
—Quiero verte —suspiro.
—Chis —me ordena mientras
me desabrocha el sujetador y pasa las
manos por debajo de los
tirantes.
Los desliza por mis
brazos y deja caer la prenda al suelo antes de
cubrirme de nuevo los
pechos con las manos, y empieza a amasarlos de
manera deliberada, sin
dejar de exhalar su respiración caliente e intensa
junto a mi oído.
—Tú y yo —ruge.
Entonces me da la vuelta
y pega sus labios contra los míos hasta
dejarme sin aliento.
Vuelvo a estar donde
quiero estar. Me roza el labio inferior con la
lengua y busca con ella
una entrada que no le niego. Lo acepto en mi boca
y nuestras lenguas se
baten en duelo. Tiene la boca caliente, y su lengua es
laxa pero intensa. Le
rodeo los hombros con los brazos para acercarlo más
mientras él presiona la
entrepierna contra mi vientre. Su erección es dura
como el acero, y lucha
por librarse del encierro al que la someten los
vaqueros que la cubren.
Todas las partes de su cuerpo son perfectas. Es tal
y como me lo había
imaginado.
Se le escapa un leve
gemido de entre los labios cuando me acaricia la
espalda con las dos manos
hasta cobijar mi cabeza entre ellas. Me agarra la
nuca con los dedos y
apoya las palmas sobre mis pómulos. Tom
interrumpe el beso y yo
jadeo ante la pérdida. Sus hombros se elevan y
descienden debido a las
respiraciones profundas con las que intenta llenar
sus pulmones. De repente,
apoya la frente contra la mía con los ojos
cerrados. Parece estar
sufriendo.
—Voy a perderme en ti
—suspira mientras desliza la mano por la
curva de mi columna hasta
detenerse en la parte posterior de mi muslo.
Con un leve tirón me
levanta una pierna hasta su cadera y me agarra el
trasero con la otra mano.
Busca mi mirada con desesperación.
—Hay algo entre nosotros
—susurra—. No son imaginaciones mías.
No, no lo son. Recuerdo
lo que sucedió el viernes, cuando lo vi por
primera vez. Sentí como
si me hubiese electrocutado, todo tipo de
reacciones extrañas
azotaron mi mente y mi cuerpo. Aquello no fue
normal, y me alivia saber
que no fui la única que lo sintió.
—Hay algo —confirmo en
voz baja, y de inmediato observo cómo la
expresión de sus ojos
muta de la incertidumbre a la satisfacción plena.
Estoy de pie sobre una
pierna, medio enredada alrededor de su cintura,
lista para lanzarme y
rodearlo también con la otra pierna. Necesito sentirlo
entero. Necesito sus
labios contra los míos. Como si me leyera la mente,
inclina la cabeza y me
busca la boca con la suya, pero esta vez lo hace de
una manera más calmada y
pausada. Presiona la pelvis contra mi cuerpo y
al instante advierto un
importante aumento de presión en mi entrepierna.
Soy incapaz de
controlarlo; no quiero hacerlo.
Mientras clava la cadera
contra la mía, sigue poseyendo mi boca
lentamente y ambas
sensaciones combinadas me acercan al límite. Si me
toca, es probable que
estalle.
Su beso se intensifica y
la presión de su cadera aumenta.
—Por Dios —murmura contra
mis labios—. No lo fastidies.
¿No lo fastidies? ¿Por
qué me suplica eso? ¿O se lo está rogando a sí
mismo? De repente todo
cobra sentido cuando oigo a otra persona gritar el
nombre de Tom. Reconozco
la voz fría y desagradable de Sarah. Y así, sin
más, el placer que no
paraba de aumentar desaparece más rápido de lo que
ha llegado.
«¡Mierda, mierda,
mierda!», grito sin cesar para mis adentros. Mi
cuerpo lánguido y
excitado se torna rígido de repente y clavo los dedos en
los hombros de Tom. Pero
¿qué estoy haciendo? Su novia anda por aquí, es
probable que esté ahí
fuera, y yo estoy aquí, toda excitada, con las manos
de su novio por todo el
cuerpo. ¡Soy una persona horrible!
Él me besa con más
intensidad, hasta hacer que me duelan los labios.
Su lengua me invade la
boca con necesidad. Sé que está intentando que
vuelva al juego. Me
suelta el muslo y me agarra de la cadera para que no
me mueva. Cree que voy a
salir huyendo. Y voy a hacerlo. Me libera los
labios y mi cabeza
desciende automáticamente.
—La puerta está cerrada
con llave —me asegura en voz baja.
¡Ahora ya no puedo seguir
con esto! Quizá no me guste esa mujer,
pero no soy una ladrona
de novios. He metido la pata, aunque todavía estoy
a tiempo de parar esto
antes de que sea demasiado tarde. Él sube la mano y
me agarra de la
mandíbula, me levanta la cara y me la sujeta con fuerza
mientras clava su mirada
de ojos cafeces en mí. Me observa con
desesperación buscando
algo en mi rostro, creo que esperanza.
—Por favor —logra
articular.
Yo niego ligeramente con
la cabeza a pesar de la presión que ejercen
sus manos, bajo la mirada
hasta su pecho y cierro los ojos con fuerza. Me
agarra la cintura con más
intensidad y me sacude la mandíbula levemente
en un intento exasperado
por sacarme del caparazón en el que me he
encerrado.
—No te vayas. —Lo dice
casi entre dientes, haciendo que parezca una
orden.
—No puedo hacerlo
—susurro, y siento que aparta las manos de mí
con un gruñido de
frustración.
—¿Tom? —oigo la voz de
Sarah de nuevo, pero esta vez más cerca.
Totalmente aturdida,
recojo mi vestido del suelo, corro hacia el cuarto
de baño, cierro de un
portazo y echo el pestillo. Me apoyo contra la puerta,
casi desnuda, e intento
controlar mi respiración irregular. Miro al techo
tratando de evitar que se
me caigan las lágrimas. Estoy muy decepcionada
conmigo misma.
Me parece oír unas voces
procedentes del dormitorio e intento
estabilizar mis jadeos
para escuchar lo que está pasando. Pero no hay nada.
Ni ruido, ni voces...
nada.
Me maldigo por estar
medio desnuda, por no poder escapar y por tener
que esconderme en el
cuarto de baño como la mujerzuela desesperada que
soy. No me siento cómoda
con esta sensación. Me avergüenzo totalmente
de mí misma. Me han
puesto los cuernos muchas veces y yo he puesto a
caer de un burro a todas
esas mujeres que se han entrometido en mis
relaciones. Después de
muchas botellas de vino, las he condenado, las he
maldecido y les he
deseado el peor de los castigos. Ahora me he convertido
en una de ellas. Lanzo un
gruñido y me golpeo la frente con la palma de la
mano.
«¡Serás zorra!»
Oigo que se cierra una
puerta y me pongo rígida. ¿Eso es que se
marcha o que vuelve?
Sea como sea, tengo que
vestirme. Busco mi sujetador entre el fardo
de tela del vestido que
tengo en las manos. No está. Sacudo el traje
frenéticamente y rezo
para que aparezca... sin éxito. Suspiro y me meto en
el vestido, me lo ajusto
al cuerpo y estiro los brazos hacia atrás para
abrocharme la cremallera.
Tendré que pasar sin él, porque no pienso
intentar recuperarlo en
la habitación.
Me acerco al espejo para
inspeccionarme. Tal y como imaginaba,
Estoy espantosa.
Tengo los ojos llenos de
lágrimas sin derramar, los labios hinchados y
rojos y las mejillas
coloradas. Parezco turbada. Estoy turbada. Intento en
vano recomponerme para
salir al menos con un poco de dignidad, pero no
hay manera de ocultar mi
aspecto consternado. Va a ser el momento más
vergonzoso de mi vida.
Un golpe en la puerta me
sobresalta.
—¿_____?
No contesto. Vaya, parece
enfadado. Me atuso el pelo con los dedos y
me seco las lágrimas con
papel. Sigo horrible, pero sé que me sentiré
mejor en cuanto salga de
aquí. Me preparo para hacer frente a un hombre
frustrado que intenta
evitar mi marcha y quito el pestillo con cautela. La
puerta se abre al
instante y casi me tira al suelo. Tom está al otro lado,
enfadado y bloqueándome
la salida.
Inspecciono el dormitorio
a sus espaldas y compruebo que estamos
solos. Debe de mentir muy
bien, porque sigue descamisado y Sarah no está
en la habitación
intentando arrancarme los pelos. No tiene ningún derecho
a mirarme con
desaprobación ni a hacerme sentir como si lo hubiese
decepcionado. Lo aparto a
un lado y paso.
—¿Adónde diablos vas?
—grita a mis espaldas.
No le contesto. A paso
ligero, agarro mi bolso, salgo al descansillo y
me marcho mientras lo
oigo maldecir.
—¡_____! —grita.
Desciendo la escalera a
toda prisa y mirando de vez en cuando hacia
arriba. Veo que Tom sale
de la suite y se pone una camiseta como puede.
Me desvío hacia el bar
para recoger el teléfono y veo que Mario está
sirviendo a unos
caballeros. Mis buenos modales me impiden exigírselo al
instante, de modo que
espero pacientemente sin parar de moverme con
inquietud.
—¿Ya tienes lo que has
venido a buscar? —dice Sarah, y su voz fría
me hiela la carne.
Dios mío, ¿lo sabe? ¿Lo
dice con doble sentido?
Me vuelvo y le regalo una
sonrisa falsa.
—¿Te refieres a las
medidas? Sí.
Ella me observa con el
codo apoyado en la cadera y sosteniendo el
gin-tonic
de
endrinas ante su rostro. Lo sabe. Esto es espantoso.
Tom entra corriendo en el
bar y se detiene derrapando ante nosotras.
Lo miro con espanto. ¿No
sabe lo que es el disimulo? Observo a Sarah para
analizar su reacción ante
la escenita y veo que nos estudia atentamente a
ambos. No hay duda de que
lo sabe. Tengo que largarme ahora mismo.
Me vuelvo hacia la barra
y, por suerte, Mario me ve.
—Señorita O’Shea, tenga,
pruebe esto —dice, y me pasa una especie
de chupito.
—¿Tienes mi teléfono,
Mario?
—Pruébelo —me insiste.
Desesperada por salir de
aquí, me lo bebo de un trago. Me quema la
garganta y sigue
quemándome mientras recorre la laringe hacia el
estómago.
Abro la boca en forma de
O y cierro los ojos con fuerza.
—¡Madre mía!
—¿Le gusta?
Exhalo poco a poco el aliento
caliente y le devuelvo el vaso.
—Sí, está muy bueno.
Empiezo a percibir un
sabor a... ¿cerezas? El camarero recoge el vaso,
me guiña un ojo y me pasa
el teléfono.
Me aliso el vestido y
cojo aire antes de volverme hacia las dos
personas que no quiero volver
a ver en la vida. Estoy convencida de que
sobre la frente llevo un
cartel de neón gigante con la palabra «Zorra»
parpadeando.
—Te has dejado esto
arriba.
Kaulitz me entrega mi
carpeta, pero no la suelta cuando tiro de ella
suavemente.
—Gracias —respondo, y
arrugo la frente al ver que me mira con el
ceño fruncido mientras se
muerde el labio inferior. Por fin suelta la carpeta
y me la meto en el
bolso—. Adiós.
Los dejo a ambos en el
bar y me dirijo hacia mi coche. No vendrá
detrás de mí con Sarah
delante, lo cual es todo un alivio.
Me meto en el coche,
arranco el motor y hago caso omiso de la voz
mental que me grita: «¡No
deberías conducir así!» Sé que estoy siendo
muy irresponsable, pero
la desesperación no me deja alternativa. Doy
marcha atrás para salir del
aparcamiento y veo que Tom atraviesa las
puertas de La Mansión a
gran velocidad. No puede ser. ¿Por qué no le
cuenta directamente a su
novia todo lo que ha pasado?
Pongo la primera a toda
prisa y piso el acelerador. Arranco dejando
una nube de humo tras de
mí. Nunca he conducido mi Mini de un modo tan
brusco. Cuando la nube
negra se dispersa, veo por el retrovisor que Tom
sacude los brazos en el
aire como un poseso. Acelero por el camino de
acceso bordeado de
árboles. La cabeza me da vueltas a causa de la bebida y
la ansiedad.
Intento bloquear todo lo
demás y centrarme en la carretera que tengo
delante. No debería
conducir. Tengo los sentidos nublados, y la bebida es
sólo un factor menor que
se suma a mi estado de histeria mental.
Miro el salpicadero y me
doy cuenta de que voy a una velocidad
absurda, sin luces y sin
el cinturón. No estoy en lo que tengo que estar. Las
puertas aparecen ante mí
y levanto el pie del acelerador.
—Abríos, por favor,
abríos —ruego mientras pongo el punto muerto
—. ¡Abríos!
Al golpear el volante con
frustración, hago sonar el claxon y doy un
respingo en el asiento.
El sonido de un coche que se acerca atrae mi vista
hacia el retrovisor. Las
luces se aproximan.
—¡Maldita sea! —exclamo.
El coche derrapa, se
detiene detrás de mí y la puerta se abre de golpe.
Tom sale y se acerca a
paso ligero a mi Mini. Es evidente que está furioso.
¿Y todo por qué? ¿Porque
no ha mojado?
Dejo caer los brazos y la
cabeza sobre el volante, me siento
totalmente vencida. Mi
objetivo de escapar sin preguntas ni explicaciones
se ha visto completamente
frustrado. No tengo por qué contarle nada. La
situación es detestable y
habla por sí sola.
Tom abre la puerta del
conductor, me agarra del brazo, me saca del
coche y quita las llaves
del contacto.
—_____ —dice mientras me
mira con desaprobación. Tengo ganas de
gritarle, pero él se me
adelanta—: ¡Estás medio borracha! Te juro por Dios
que como te hagas daño...
Me avergüenzo al escuchar
sus palabras mientras me regaño
mentalmente por ser tan
imprudente. Permanezco de pie frente a él,
aguantando su
descontento, sintiéndome humillada y patética. Me agarra la
mandíbula con la mano y
me mira desde arriba. Quiere besarme, lo veo en
sus ojos. Por favor. Esto
es lo que menos necesito ahora mismo. Con un
movimiento brusco consigo
que me suelte la cara.
—¿Estás bien? —me
pregunta con suavidad, e intenta agarrarme de
nuevo.
Consigo zafarme.
—Pues, por extraño que
parezca, no, no lo estoy. ¿Por qué has hecho
eso?
—¿No es evidente?
—Me deseas.
—Más que a nada —declara
rotundamente.
—¿Qué? Nunca he conocido
a nadie tan pagado de sí mismo. ¿Lo
habías planeado? ¿Era
ésta tu intención cuando me llamaste ayer?
—Sí —admite en un tono
que nada tiene que ver con la disculpa—. Te
deseo. No tengo ni idea
de cómo enfrentarme a esto.
Me desea, así que me ha tomado.
—¿Quieres abrir las
puertas, por favor? —Me dirijo hacia ellas, pero
siguen inmóviles cuando
las alcanzo. Me vuelvo de la manera más
amenazante que mi estado
me permite—. ¡Abre las malditas puertas!
—¿De verdad crees que voy
a dejar que deambules por ahí estando a
kilómetros de casa?
—Pediré un taxi. No es
problema tuyo. Abre las puertas.
—De eso nada, yo te
llevo.
Miro su coche. Es un
Aston Martin (todo negro, brillante y precioso),
me parece.
—¡Abre las putas puertas
de una vez! —le grito.
—¡Controla esa puta boca!
¿Que controle mi boca?
¿«Mi puta boca»? Quiero golpearlo, dejarme
caer de rodillas y llorar
de frustración, como un lobo que aúlla a la luna.
Me siento como una
idiota: humillada y avergonzada.
—No estoy preparada para
ser otro de los muchos tantos que te anotas
en el cabezal de la cama
—le espeto.
Me respeto lo bastante a
mí misma... lo suficiente como para no llegar
a eso... más o menos.
—¿En serio piensas eso?
—Está verdaderamente pasmado.
Señor, dame fuerzas. Este
hombre es el jugador definitivo, obtiene lo
que quiere cuando quiere.
¿Quién se cree que es? Nuestro enfrentamiento
se ve interrumpido cuando
su móvil empieza a sonar.
Lo saca rápidamente del
bolsillo.
—¿John? —Se da la vuelta
y comienza a pasearse—. Sí... De acuerdo.
—La llamada termina en
seguida—. Yo te llevo a casa —insiste.
—No, por favor. Sólo abre
las puertas. —Le estoy suplicando y ése no
era el tono en el que
pretendía hablarle.
—No, no voy a dejarte
sola ahí fuera, _____. Fin de la historia. Te
vienes conmigo.
—No.
—Sí.
Vuelvo la cabeza
bruscamente al oír que se acerca un coche por la
carretera principal.
—¡Mierda! —ruge Tom
mientras vuelve a sacar apresuradamente el
móvil del bolsillo al
tiempo que intenta agarrarme.
Las puertas empiezan a
abrirse y echo a correr hacia mi coche para
coger el bolso.
—¡John, no abras las
putas puertas! —grita por el teléfono—. ¡Vale,
pues dile a Sarah que no
lo haga!
En cuanto están lo
bastante abiertas me deslizo entre ellas, justo antes
de que empiecen a cerrarse
de nuevo. Veo a Tom correr hacia su coche y
golpear algo en el
salpicadero. Las puertas comienzan a abrirse de nuevo.
¿Es que no va a darse por
vencido? Saco mi móvil y llamo a un taxi
mientras comienzo a andar
por la carretera. Alguien contesta y, justo
cuando voy a hablar, me
quedo sin aliento al notar que Tom me agarra por
la cintura.
—¡Pero qué...! —grito
mientras me levanta, me da la vuelta y me
lanza sobre su hombro.
—No vas a vagar por ahí
por tu cuenta, señorita —dice entre dientes
con tono lleno de
autoridad. Hace que me sienta más joven... o él mayor,
no lo tengo claro.
—¿A ti qué narices te
importa? —le espeto. Estoy furiosa y no hago
más que revolverme
mientras me lleva hasta su coche.
—Pues, al parecer, nada,
pero tengo conciencia. Tú de aquí no te vas
si no es en mi coche. ¿Lo
entiendes? —Me deja de pie en el suelo, me coge
del codo y me guía hasta
su vehículo. Lo cierra de un portazo y se
encamina hacia mi Mini
para apartarlo de la entrada.
Esbozo una sonrisa de
superioridad cuando lo veo manipular la
palanca para deslizar el
asiento hacia atrás al máximo. Incluso estando a
esa distancia del volante
tiene que esforzarse por embutir su cuerpo, alto y
delgado, dentro del Mini.
Tiene una pinta bastante
ridícula. Quiero gritarle un poco más cuando
derrapa y patina al
parar. Nadie ha tratado a mi pobre Mini tan mal jamás.
Resopla mientras regresa
y se mete en su coche. Me lanza una mirada
feroz con el ceño
fruncido, arranca y sale a toda velocidad.
El viaje de vuelta a casa
es dolorosamente silencioso y
terroríficamente rápido.
Este hombre es una amenaza en la carretera.
Desearía que al menos
encendiera la radio para deshacernos de este
silencio tan incómodo.
Admiro con envidia el
interior de su DBS. Estoy recostada en el
asiento, rodeada de kilómetros
de piel negra guateada, y miro por la
ventana durante todo el
camino a casa. Siento que su mirada se clava en mí
de vez en cuando, pero lo
ignoro. Me concentro en el rugido gutural del
motor mientras devora la
carretera que se extiende ante nosotros. ¿Qué
acaba de pasar?
Se detiene delante de
casa de Kate después de que, de manera breve y
concisa, le indique cómo
llegar. Me bajo del vehículo.
—¿_____? —lo oigo
llamarme, pero cierro la puerta del coche y acelero
mis pasos hacia la
vivienda.
Al darme cuenta de que
tiene las puñeteras llaves de mi coche
maldigo en voz alta. Me
vuelvo para desandar el camino, pero oigo el
rugido del motor
alejándose por la carretera.
Se me tuerce el gesto de
disgusto. Lo ha hecho a propósito para que
tenga que llamarlo. Bueno,
pues que espere sentado. Prefiero apañármelas
sin el coche. Deambulo
hasta la casa y llamo a la puerta.
—¿Y tus llaves? —me
pregunta Kate cuando la abre.
Pienso rápido.
—He llevado el coche al
taller para que le cambien los frenos. Se me
ha olvidado sacar las
llaves de casa del llavero.
Acepta mi excusa sin
hacer más preguntas.
—Hay un juego de llaves
extra en la maceta que se encuentra junto a
la ventana de la cocina.
Se apresura a subir de
nuevo la escalera y yo la sigo para,
inmediatamente, abrir una
botella de vino antes de buscar algo de comer en
la nevera. Nada me llama
la atención. Me centro en el vino.
—Sí, por favor. —Kate
irrumpe en la cocina.
Ya está en pijama, y yo
me muero de ganas de ponérmelo también. Le
lleno una copa mientras
intento cambiar por otra la expresión de
estupefacción que sé que
aún tengo en la cara.
—¿Qué tal el día? —le
pregunto.
Ella se deja caer en una
de las sillas dispares que rodean la robusta
mesa de pino.
—He pasado casi todo el
día recogiendo portatartas. La gente debería
ser lo bastante amable
como para venir a devolvérmelos. —Toma un sorbo
de vino y deja escapar un
suspiro apreciativo.
Me siento a la mesa con
ella.
—Tienes que empezar a
pedir una fianza.
—Ya lo sé. Oye, he
quedado mañana por la noche.
—¿Con quién? —inquiero
mientras me pregunto a mí misma si éste
pasará de la primera
cita.
—Un cliente que está muy
bueno. Vino a recoger una tarta para el
primer cumpleaños de su
sobrina, una tarta de «Jungla sobre ruedas». ¿A
que es adorable?
—Mucho —admito—. ¿Y cómo
surgió la cosa?
—Se lo pedí yo —contesta,
y se encoge de hombros.
Me río. Su confianza en
sí misma es fascinante. Creo que posee el
récord mundial en número
de primeras citas. La única relación larga que ha
tenido fue con mi
hermano, pero nunca hablamos de eso. Desde que
rompieron y Dan se
trasladó a Australia, Kate ha tenido infinidad de citas y
con ninguno de esos
hombres ha ido más allá de la primera.
—Voy a cambiarme y a
llamar a mi madre. —Me levanto y me llevo
la copa conmigo—. Ahora
te veo en el sofá.
—Guay.
Necesito hablar con mi
madre. Kate es mi mejor amiga, pero no hay
nada como una madre
cuando lo que quieres es que te reconforten. Aunque
no puedo contarle por qué
necesito que me reconforten. Se horrorizaría.
Después de ponerme un
pantalón de chándal y una camiseta de
tirantes, me desplomo
sobre la cama y llamo a mi madre. Sólo suena una
vez antes de que
descuelgue.
—¿_____? —Su voz es
aguda, pero reconfortante.
—Hola, mamá.
—¿____? ¿_____? Joseph, no la oigo. ¿Lo estoy haciendo bien
bien? ¿_____?
—Estoy aquí, mamá. ¿Me oyes?
—¿_____? Joseph, no funciona. No oigo nada. ¡_____!
Oigo los las protestas ahogadas de mi padre en la distancia,
antes de
que se ponga al teléfono.
—¿Hola?
—¡Hola, papá! —grito.
—¡Joder, no hace falta que grites!
—Es que mamá no me oía.
—Porque tenía el puñetero teléfono del revés, la muy tonta.
Oigo la risa de mi madre de fondo, seguida de una palmada que,
sin
lugar a dudas, es un golpe que le ha propinado a mi padre en
el hombro.
—¿Está ahí? ¿La oyes? Pásamela. —Discuten brevemente antes de
que mi madre vuelva a ponerse al teléfono—. ¿_____? ¿Estás
ahí?
—¡Sí!
¿Por qué no habré llamado directamente al teléfono fijo?
Insistió en
que la llamara al móvil nuevo para poder practicar y así
cogerle el truco,
pero, por todos los santos, mira que le cuesta. Sólo tiene
cuarenta y siete
años, pero es una completa tecnófoba.
—Ah, mucho mejor ahora. Ya te oigo. ¿Cómo estás?
—Bien. Estoy bien, mamá. ¿Y tú?
—Aquí todo bien. ¿Sabes una cosa? Tenemos un notición. —No me
da la oportunidad de intentar adivinar a qué se refiere—: ¡Tu
hermano va a
venir a visitarnos!
Me incorporo nerviosa. ¿Dan va a venir a casa? Hace seis meses
que
no veo a mi hermano. Está pegándose la vida padre en la Costa
de Oro,
trabaja como instructor de surf y sólo viene a casa una o dos
veces al año.
Antes estábamos muy unidos. Kate va a alucinar cuando se
entere, y no en
el buen sentido.
—¿Cuándo? —pregunto.
—El domingo que viene. ¿A que es estupendo? Justo le comentaba
a
tu padre la semana pasada que teníamos que ir a verlo, pero él
no quiere
montarse en un avión. Ya sabes cómo es.
El miedo a volar de mi padre es muy frustrante para mi pobre
madre,
que todos los años tiene que soportar un viaje en coche de dos
días hasta
España.
—¿Sabes qué planes tiene? —pregunto.
—Llega a Heathrow y se viene directamente a Cornualles para
pasar
la semana conmigo y con papá. Después volverá a Londres.
¿Vendrás tú
también? Hace semanas que no vienes a vernos.
De repente me siento fatal. Llevo cerca de ocho semanas sin
ver a mis
padres.
—Es que he estado muy ocupada con el trabajo, mamá. Estamos
con
la inauguración del Lusso y es una locura. Haré lo que pueda,
¿vale?
—Ya lo sé, cariño. ¿Cómo está Kate? —me pregunta.
Mi madre todavía adora a Kate. Se quedó igual de deshecha que
yo
cuando Dan y ella lo dejaron.
—Está fenomenal.
—Estupendo. ¿Y sabes algo de Matt? —me pregunta vacilante.
Sé que espera que la respuesta sea un NO rotundo. No lo pasó
tan mal
cuando fuimos Matt y yo quienes lo dejamos. No le caía muy
bien que
digamos. Bueno, pensándolo bien, Matt no le caía muy bien a
casi nadie.
Hemos hablado alguna vez desde que nos separamos, pero mamá no
necesita saberlo.
—No, estoy en otras cosas —le informo y la oigo suspirar de
alivio.
Prefiero no contarle en qué otras cosas he estado centrada. Me
siento
demasiado avergonzada de mí misma.
—Bien. ¡Joseph, ve a abrir la puerta! ____, tengo que colgar.
Ha
venido Sue a recogerme para ir a yoga.
—Vale, mamá. Te llamo la semana que viene.
—De acuerdo. ¡Buena suerte con la inauguración y diviértete
también
un poco! —me ordena.
Sé que piensa que he desperdiciado siete años en dos
relaciones que
no valían la pena. Y tiene razón, lo he hecho.
—Adiós, mamá. —Cuelgo.
Dan viene a casa. Bueno, eso me ha animado un poco. Siempre me
siento mejor después de hablar con mi madre. Están a
kilómetros de
distancia y los echo muchísimo de menos, pero me reconforta el
hecho de
que hayan dejado atrás la locura que es Londres al
prejubilarse y
trasladarse a Newquay, sobre todo después del susto que nos
dio papá con
aquel ataque al corazón.
El móvil empieza a sonar y miro la pantalla esperando ver el
número
de mi madre —seguro que se le ha olvidado bloquear el teclado
y se ha
sentado encima—. Pero no es ella. Es Tom Kaulitz.
«Uffffffffff.»
—Rechazar —resoplo. Pulso el botón rojo y lanzo el teléfono
sobre
mi cama.
Salgo de mi cuarto y me voy con Kate al sofá. Oigo que vuelve
a
sonar mientras me dirijo al salón. Hago caso omiso. El tío
nunca se da por
vencido. Al menos no tengo que volver a verlo. Me ha dado la
excusa
perfecta
para negarme en rotundo a diseñar cualquier cosa para él.
Qué es Sarah de Tom??!! Se mete muchoo. Justo yuvo q interrumpir una noche de sexo hahajahaha
ResponderBorrarSiguelaaa Virgii.. Sube porfaa! :D
Oo pero esa sarah esta loca , como los interrunpee. Uii malldicion. . Me encanta sube probtoo bye cuidate.
ResponderBorrarSigueeeeeee
ResponderBorrar:O Que emoción casi lo hacían :( tenia que ser la tal Sarah esa, que es Sarah de Tom?? estoy muy intrigada x saber eso virgi me encantooo espero el próximo cap!!!
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