¿Qué ha pasado con mi
feliz vida de soltera? La he jodido pero bien...
Después de recoger mis
cosas del vestuario del spa, las
lanzo dentro
de mi coche y deambulo
hasta los muelles. Al llegar, me siento en un
banco. Hay mucho
bullicio, la gente va y viene, y todos parecen felices y
contentos. Las plantas
que se ven en las elaboradas farolas han florecido;
rebosan de sus macetas y
caen en cascada sobre el hierro ornamentado. Las
luces del edificio se
reflejan y parpadean en el agua, danzan sobre las
pequeñas olas.
Suspiro y cierro los ojos
mientras escucho el sonido del agua que
chapotea suavemente
alrededor de los botes. Es rítmico y relajante, pero no
creo que nada pueda hacer
que me sienta mejor en estos momentos. Saco el
móvil del bolso para
llamar a Kate. Después de varios tonos, le dejo un
mensaje:
—Hola, soy yo. —Sé que mi
voz suena desolada, pero no puedo fingir
que estoy alegre si no lo
estoy. Suelto un gruñido—. Ay, Kate... la he
cagado muchísimo. Llegaré
a casa en seguida.
Dejo caer la mano sobre
el banco y llego a la conclusión de que soy
una idiota redomada. ¿En
qué estaba pensando?
El móvil vuelve a la vida
en mi mano y descuelgo sin mirar la
pantalla porque doy por
hecho que es Kate.
—Hola.
—¿Dónde estás? —me
preguntan suavemente desde el otro lado del
teléfono.
No sé si lo que me hunde
en la miseria es que no sea Kate o que sea
Tom. No entiendo nada. Mi
vida iba bastante bien, sin tíos ni
compromisos, y ahora esto
va a pesar sobre mi conciencia. Creo
firmemente en el karma y,
si existe de verdad, la llevo clara.
—Estoy en casa —vuelvo a
mentir. Últimamente me sale de manera
natural. Me pongo a
juguetear con mi pelo, un claro síntoma de mi
comportamiento de
Pinocho.
—Vale —susurra y cuelga.
Vaya... Ha sido más fácil
de lo que esperaba. Después de no haber
cedido ante sus órdenes
de permanecer cogida de su mano y de haberlo
abandonado a su suerte
entre las garras del gay más gay del planeta,
imaginaba que se habría
cabreado. Así que ya ha conseguido lo que quería
y eso es todo. No sé muy
bien por qué me siento tan abandonada. Era lo
que me esperaba, y justo
lo que me merezco. Su persistencia ha podido
conmigo, pero ahora ya
está fuera de mi organismo. Ya puedo volver a
centrarme en mí y en mi
vida. Y, si tengo suerte, Sarah jamás se enterará
de esta leve
indiscreción.
¿Leve? De leve nada.
Por lo que a mí respecta,
Tom puede continuar con sus seducciones
en serie y pasar a la
siguiente afortunada. Seguro que Sarah lo descubre
pronto, pero espero que
no lo haga ahora. Lo último que necesito es una
mujer despechada y con
sed de sangre.
Después de permanecer
sentada y en silencio durante un rato, me
levanto de mala gana y
paro un taxi. Hay un tiempo limitado para
compadecerse de uno
mismo. Necesito dejar esta noche atrás rápidamente.
Tengo que olvidarme de
ella, erradicarla de mi memoria y transformarla en
experiencia. Este hombre
es nocivo. Lo sé.
Entonces me doy la vuelta,
levanto la mirada y veo que Tom está de
pie a un par de metros de
mí, observándome en silencio. ¿Cómo cojones
voy a alcanzar alguno de
mis objetivos si me acosa?
¿Dónde está Sarah?
Nos miramos a los ojos,
todavía en silencio. Su rostro impasible
estudia el mío. Y
entonces rompo a llorar. No sé por qué, pero me tapo la
cara con las manos
mientras sollozo. A saber lo que debe de estar
pensando. A continuación
siento que su cuerpo cálido me envuelve, apoyo
la cabeza en el hueco de
su cuello e impulsivamente coloco los brazos por
debajo de los suyos para
acercarme a él. Permanecemos callados durante
mucho rato. Nos quedamos
ahí de pie, sin más, abrazándonos en silencio
mientras me masajea la
parte posterior de la cabeza con la palma de su
enorme mano y me mantiene
apretada contra su cuerpo con firmeza. Una
pequeña parte de mí se
pregunta dónde está Sarah, pero no me obsesiono
con ello. Me siento
protegida y segura, y sólo estoy vagamente alerta al
hecho de que debería
estar huyendo de estos brazos y no cobijándome en
ellos. Debería tratarlos
con precaución y no aceptar el consuelo que me
están ofreciendo. ¿Por
qué no puedo salir corriendo?
—¿Cuánto tiempo llevas
ahí? —le pregunto cuando por fin cesan mis
sollozos.
—El suficiente —murmura—.
¿A qué viene eso de que la has cagado
muchísimo? —Me abraza con
más fuerza—. Espero que no te estuvieras
refiriendo a mí.
—Pues sí, me refería a
ti. —Paso de inventarme una excusa, no
tendría sentido hacerlo.
—¿En serio? —Suena
sorprendido y un poco cabreado, pero
momentos después
continúa—: ¿Te vienes a casa conmigo?
Noto que se tensa
ligeramente.
¿Acabo de decirle que me
refería a él y quiere llevarme a su casa? ¿Y qué pasa con Sarah? Entonces está
claro que no viven juntos.
—No —le contesto. Lo que
he hecho ya es bastante malo.
—Por favor, ______.
—¿Por qué? —le pregunto.
Necesito saber a qué se
debe su fascinación por mí, porque, si paso
más tiempo con este
hombre, podría meterme en más líos todavía. No
puedo ir por ahí teniendo
aventuras sórdidas con hombres mayores y
comprometidos. Aunque,
bueno, su edad está todavía por determinar. Hay
algo extraño en este
hombre, y rezuma problemas por todos los poros de su
piel.
Me aparta de él para
mirarme con su precioso ceño fruncido.
—Porque es lo correcto,
porque tienes que estar conmigo. —Lo dice
como si fuera la cosa más
natural del mundo.
—¿Y con quién tiene que
estar Sarah?
—¿Sarah? ¿Qué tiene que
ver Sarah con todo esto? —Ahora parece
muy confundido.
—Es tu novia —le
recuerdo. Está claro que no tiene ningún tipo de
consideración hacia la
pobre mujer.
Abre los ojos de par en
par.
—Por favor, no me digas
que has estado pasando de mis llamadas y
huyendo de mí porque
pensabas que... —Me suelta—. Pensabas que Sarah
y yo... —Da un paso
atrás—. ¡Para nada, joder!
—¡Pues sí! —exclamo—. ¿No
es tu novia?
Ahora sí que no entiendo
nada. Sarah no podría haber dejado más
claro cuál era su
territorio, sólo le ha faltado mearle alrededor. Entonces
¿quién coño es? Si ya me
gustaba poco, ahora mismo la detesto.
Tom se pasa las manos por
el pelo.
—______, ¿qué demonios te
ha hecho pensar algo así?
¿Me está tomando el pelo?
—Pues no sé, déjame
pensar... —Sonrío dulcemente—. Puede que
fuera el beso en el
pasillo de La Mansión. O que viniese a buscarte a la
habitación. O quizá lo
fría que se muestra conmigo. —Tomo aire—. O
puede que sea el hecho de
que está contigo cada vez que te veo. —No
puedo creérmelo. He
estado mortificándome sin razón, y encima por una
tía que ni siquiera me
cae bien. ¡Menuda pérdida de energía!—. ¿Quién es?
—pregunto completamente
encolerizada.
Me coge de las manos y se
agacha un poco hasta que sus ojos quedan
a la altura de los míos.
—______, es una mujer
simpática, nada más.
—¿Simpática? —me mofo—.
¡Esa tía no es simpática!
—Es una amiga —dice para
tranquilizarme.
No quiero que me
tranquilice, ¡quiero reventarle a Sarah esos morros
rojos que tiene! ¡La tía
sabía perfectamente lo que hacía! Está claro que no
se conforma con ser su
amiga.
Me acaricia la mejilla
con la palma de la mano.
—Y ahora que ya hemos
aclarado qué lugar ocupa Sarah en mi vida,
¿podemos hablar del tuyo?
«¿Qué?» Retrocedo.
—¿Qué quieres decir?
Los comentarios que ha
hecho antes regresan a mi mente de repente.
Todos los «eres mía»,
«voy a quedarme contigo» y «cambiarás de
opinión».
Sonríe con picardía.
—Me refiero a en mi cama,
debajo de mí.
Me pega contra su pecho y
yo me relajo y me hundo en él con alivio.
Eso suena muy bien. Acabo
de añadir a mi lista de deseos tener una
aventura tórrida con un
hombre mayor, así que puedo tacharla ya. Sin
compromisos ni ataduras.
Por mí, estupendo. Aunque dudo que sacara nada
de lo mencionado de este
hombre.
—¿En La Mansión? —le
pregunto. Está bastante lejos.
—No, me he comprado un
apartamento, pero no puedo mudarme hasta
mañana. Ahora estoy de
alquiler cerca de Hyde Park. Te vendrás allí.
—Vale —respondo sin
vacilar, aunque soy consciente de que no era
una pregunta. Y vuelven a
mi mente sus comentarios anteriores, en
especial el último de
ellos: «Tienes que estar conmigo.»
¿La decisión es suya o
mía?
Suspira mientras aprieta
más mi cabeza y mi torso contra él.
Sí, tienes que proceder
con la máxima precaución, ______.
Viajamos en silencio,
excepto por los tonos graves de la canción
Teardrop, de
Massive Attack, que salen del equipo de sonido de su coche.
Muy adecuado después de
mi berrinche. Paso la mayor parte del trayecto
deliberando sobre mi
decisión de ir a casa de Tom. Él toma aire en
repetidas ocasiones, como
si fuese a decir algo pero al final decidiera no
hacerlo.
Aparca su Aston Martin en
un aparcamiento privado, y salgo del
vehículo. Abre el
maletero, coge mis bártulos, me agarra de la mano y me
conduce hasta el
edificio.
—Estoy en el primer piso.
Vamos por la escalera, es más rápido.
Me guía hasta una
escalera a través de una salida de incendios de
color gris y subimos un tramo
de escalones.
Salimos a un pasillo estrecho.
Parece un hospital. Tom saca la llave y
abre otra puerta, la
única que hay en todo el largo pasillo blanco y gris. Me
hace pasar e,
inmediatamente, me encuentro en una estancia amplia y
diáfana. Está pintada de
blanco de arriba abajo, y los muebles y la cocina
son negros. Monocromía al
máximo: una auténtica guarida de soltero.
Resulta bastante frío y
deprimente. Es odioso.
—Es una parada en boxes.
Supongo que estarás ofendidísima. —Me
sonríe con socarronería,
sin duda alguna debida a mi cara de disgusto.
—Prefiero tu casa nueva.
—Yo también.
Me aventuro hacia el
interior del apartamento y observo lo poco
cálido y acogedor que es.
¿Cómo puede vivir aquí? No tiene ningún toque
personal, ni cuadros ni
fotografías. Me percato de que hay una tabla de
snowboard
apoyada
contra un rincón, rodeada de un montón de artículos de
esquí. En el estante de
al lado, donde esperaría ver jarrones u otros objetos
decorativos, hay un casco
de moto y unos guantes de piel. Eso sí que no me
lo imaginaba.
—No tengo nada con
alcohol. ¿Quieres un poco de agua?
Se acerca paseando hasta
el frigorífico, enorme y negro, y lo abre.
—Sí, por favor.
Me reúno con él en la
zona de la cocina y saco un taburete negro de
debajo de la encimera de
granito negro de la isla. Tom se quita la chaqueta
y la cuelga en el
taburete de al lado, se vuelve hacia mí y me ofrece un
vaso de agua antes de
destapar su botella. Los pantalones le aprietan un
poco y dejan intuir sus
extremidades inferiores, largas y musculosas. Tiene
los pies apoyados en el
suelo y las piernas considerablemente dobladas a
pesar de la altura del
taburete. Los míos están apoyados en el reposapiés.
Bebe unos sorbos de agua
y me mira por encima de la botella mientras
jugueteo con el vaso. Me
siento increíblemente incómoda. No debería
haber venido. La
situación se ha tornado incómoda y no sé muy bien por
qué. Hay una razón, y
sólo una, para que me haya traído aquí. Y, como la
idiota que soy, le he
seguido el juego.
Lo oigo suspirar. Deja la
botella, me quita el vaso de las manos y lo
deposita sobre la
encimera de la isla. Agarra el asiento de mi taburete y lo
arrastra hacia sí
mientras lo gira para volverme de cara a él. Apoya las
manos sobre mis rodillas
y se inclina.
—¿Por qué llorabas? —me
pregunta.
—No lo sé —le contesto
con franqueza.
Todo el incidente me ha
cogido desprevenida, la verdad. No había
ninguna razón para que me
pusiera a llorar delante de él. Me siento
bastante estúpida.
—Sí, sí que lo sabes.
Dímelo.
Pienso en qué debo decir
mientras clava la mirada en la mía. Espera
una respuesta. Una
pequeña arruga se dibuja en su frente. Es un síntoma de
concentración y
preocupación. ¿Qué debo decirle? ¿Que acabo de salir de
una relación de cuatro
años con un tío que me puso los cuernos tanto como
quiso? ¿Que durante las
últimas cuatro semanas, desde que lo dejamos, he
conseguido recuperar mi
identidad y que no quiero que ningún hombre
vuelva a arrebatármela?
¿Que mi confianza en los hombres es cero y que el
hecho de que él sea,
salta a la vista, un príncipe de la seducción supone un
gran problema para mí? ¿O
que muy en el fondo sé que esto puede
terminar muy mal para
mí... no para él?
Pero él no querrá
escuchar todo ese rollo de chicas.
—No lo sé —repito en
lugar de sincerarme.
Suspira y agrava el gesto
mientras golpetea unas cuantas veces el
granito con los dedos.
Veo, casi literalmente, cómo se devana los sesos al
tiempo que me mira
mordiéndose el labio inferior.
—¿Me equivoco al pensar
que tu mala interpretación de la relación
que hay entre Sarah y yo
no era la única razón por la que me esquivabas?
—dice más como una
afirmación que como una pregunta. Se desabrocha el
Rolex y lo deja sobre la
encimera.
—Puede ser.
Aparto la mirada de él,
algo avergonzada... Aunque no sé por qué.
¿Cómo lo sabe?
—Menuda decepción
—concluye, pero en su voz no detecto
decepción, sino enojo. No
es necesario que le diga que, muy posiblemente,
podría colarme por él.
Seguro que las mujeres se cuelan por él día sí, día
también.
Retrocedo ligeramente
cuando me agarra del mentón y me acerca a su
rostro. El hueco que se
forma bajo sus pómulos confirma mis sospechas.
Está rechinando los
dientes. ¿Se ha enfadado? Pero ¿qué demonios
esperaba? ¿Que cayera
rendida a sus pies y de paso se los besara? Está
claro que es a lo que
está acostumbrado. Sólo era sexo, ¿no? Los dos
necesitábamos sacarnos al
otro del organismo, vimos la oportunidad de
hacerlo y la
aprovechamos, eso es todo.
«¡Pero tú no te lo has
sacado del organismo!» Joder, no creo que vaya
a hacerlo en una buena
temporada, si algún día lo consigo. Ya lo llevo bajo
la piel. —¿Qué querías
que dijera? —lo increpo.
Me suelta el mentón,
suspira frustrado y, antes de que me dé cuenta,
me agarra y me echa sobre
la encimera. El vaso de agua se estrella contra
el suelo y el cristal se
hace añicos estrepitosamente a nuestro alrededor.
Me abre de piernas con
los muslos, y ese movimiento hace que se me suba
el vestido. Me ataca la
boca con su lengua inexorable y la hunde profunda
y ávidamente.
Ese asalto impulsivo me
coge por sorpresa, pero no tengo fuerzas, ni
físicas ni mentales, para
detenerlo. Empieza a embestirme con las caderas
mientras me consume la
boca, y de inmediato siento escalofríos por todo el
cuerpo y un calor húmedo
entre las piernas. Me agarra el trasero para
acercarme más a él y noto
su entrepierna pegada a mí.
«¡Joder!» Gimo cuando
mueve las caderas, sin experimentar la más
mínima vergüenza al
revelarle que estoy más caliente que una bombilla de
mil vatios. Se aparta de
mis labios y me mira con fijeza mientras respira
con dificultad, con los
ojos cafeces cargados de ansia descarada. Sé que los
míos lo miran del mismo
modo.
—Vamos a dejar claras un
par de cosas —dice con la respiración
entrecortada mientras me
levanta de la encimera y me sienta a horcajadas a
la altura de su cintura.
Me observa con intensidad—. Mientes como el
culo.
Sí, eso lo sé. Mis padres
me lo dicen continuamente. Me toqueteo el
pelo cuando miento. Es un
acto reflejo, no puedo evitarlo. A ver qué más
quiere aclarar, porque me
muero por seguir donde lo hemos dejado.
Se inclina y me besa, me
acaricia suavemente la lengua con la suya.
—Ahora eres mía, ______.
—Mueve las caderas y hace que me yerga y
me tense para aliviar el
implacable ardor que siento entre las piernas.
Estamos cara a cara—.
Serás mía para siempre —me informa con un golpe
de caderas.
Le rodeo los hombros con
los brazos y le beso los labios húmedos y
exuberantes. Es mi manera de decirle que acepto. Estoy
desesperada por
volver a tenerlo. Estoy metida en un buen lío.
—Voy a poseer cada centímetro de tu cuerpo. —Subraya todas y
cada
una de sus palabras—. No habrá ni un solo milímetro de tu ser
que no me
haya tenido dentro o encima.
Lo dice con un tono sexual y tremendamente serio, lo que no
hace
sino aumentar un poco más el ritmo de mis latidos.
Pero ¿cada centímetro? ¿Debería investigar algo más esa
afirmación?
No tengo oportunidad de hacerlo. Me pone de pie en el suelo y
me da la
vuelta para bajarme la cremallera de mi pobre y maltratado
vestido. Me
quita el sujetador y lo tira a un lado con la misma celeridad.
Se inclina y me besa el cuello descubierto. Su aliento fresco
y la
calidez de su lengua me provocan un delicioso escalofrío.
Dios, estoy tan
excitada que tiemblo. Doblo el cuello y encojo los hombros
para aliviar los
escalofríos que me recorren todo el cuerpo.
Desliza la boca hasta mi oído:
—Date la vuelta.
Obedezco. Me doy la vuelta y lo miro. Con expresión de pura
determinación, me levanta y vuelve a colocarme sobre la isla.
Apoyo las
manos sobre sus hombros, pero él me las agarra y yo permito a
regañadientes que me las baje y haga que aferre el borde de la
encimera.
—Las manos se quedan ahí —dice con firmeza cuando me las
suelta.
Su orden está cargada de seguridad. Introduce los dedos por la
parte
superior de mis bragas y tira de ellas—. Levanta.
Cargo mi peso sobre los brazos y alzo el trasero del mueble
para que
pueda bajármelas por las piernas. Vuelvo a apoyarlo cuando me
veo libre
de las restricciones de mi ropa interior. Estoy desnuda por
completo, pero
él sigue totalmente vestido. Y no parece tener intenciones de
quitarse la
ropa de momento. Quiero verle el pecho. Suelto el borde de la
encimera y
levanto las manos hacia el dobladillo de su camisa.
Él da un paso atrás y sacude la cabeza despacio.
—Las manos.
Yo hago un mohín y vuelvo a dejarlas donde estaban. Quiero
verlo,
sentirlo. No es justo.
Se lleva las manos al botón superior.
—¿Quieres que me quite la camisa? —Su voz grave y ronca manda
mi
disciplina al traste.
—Sí —resuello.
—Sí, ¿qué? —Sonríe con malicia, y yo lo miro con los ojos
entrecerrados.
—Por favor —mascullo con un hilo de voz, consciente de que
disfruta
viéndome suplicar.
Sonríe y empieza a desabrocharse los botones, con la mirada
fija en
mí. Me está costando un mundo no precipitarme hacia adelante y
abrírsela
de un tirón. ¿Por qué lo está alargando tanto? Sé lo que
pretende. Quiere
hacerme esperar. Le gusta torturarme.
Cuando por fin llega al último botón, echa los hombros atrás y
se la
quita. Por un breve instante, al ver cómo se tensan y relajan
los músculos
de su pecho cuando echa los dos brazos atrás, pienso que
podría
desmayarme.
Se quita los zapatos marrones de Grenson y los calcetines.
Sólo le
falta librarse de los pantalones para estar desnudo. Repaso
con la vista su
físico perfecto y la boca se me hace agua, hasta que llego a
la horrible
marca que tiene en el abdomen. Mi mirada se detiene en ella
durante un
instante, pero él vuelve a colocarse entre mis piernas y hace
que me olvide
de mi curiosidad. Me esfuerzo por controlar el impulso de
agarrarlo. La
presión que noto entre las piernas hace que me agite sobre la
encimera para
aliviar los tremendos espasmos que me mortifican. Él tampoco
está
relajado. Su inmensa erección, presa bajo sus pantalones, se
me clava con
fuerza en el muslo.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis piernas y
empieza a
trazar círculos con los pulgares a tan sólo unos milímetros de
mi sedienta
intimidad. Estoy poseída por la más pura lujuria, y cada vez
me cuesta más
controlar la respiración.
Me aprieta los muslos.
—¿Por dónde empiezo? —musita, y levanta una mano y me acaricia
el labio inferior con el pulgar—. ¿Por aquí? —pregunta. Yo
separo los
labios. Él me mira y me mete el dedo en la boca. Yo lo rodeo
con la lengua
y en sus labios empieza a formarse una diminuta sonrisa.
Retira el pulgar y
me acaricia la cara con él. Entonces, muy lentamente, me
desliza la palma
de la mano por el cuello hasta llegar al pecho y me lo agarra,
posesivo—.
¿O por aquí? —Su voz ronca traiciona su calmada fachada. Me
mira con
una ceja arqueada y empieza a masajearme el pezón con el dedo.
Gimo.
Si está esperando que diga algo, ya puede ir olvidándose. He
perdido
por completo la capacidad de hablar, sólo puedo emitir jadeos
cortos y
agudos.
—Son mías.
Me amasa el pecho con suavidad durante unos instantes más y
después vuelve a acariciarme la piel sensible con la mano. Se
pasa varios
segundos trazando círculos grandes sobre mi vientre antes de
continuar
hacia abajo. Tengo que obligarme a respirar cuando el calor de
su mano
alcanza la parte interior de mi muslo. Estoy embriagada de
deseo.
Justo cuando creo que va a reclamarme con los dedos, cambia
rápidamente de dirección y me acaricia la cadera, lo que me
sobresalta. Me
agarra el culo.
—¿O por aquí? —Habla en serio. Yo me pongo rígida—. Cada
centímetro, ______ —resuella.
Contengo la respiración. Me arden los pulmones cuando sonríe
ligeramente y sus manos empiezan a deslizarse de nuevo hacia
mi parte
delantera. No lo alarga mucho más. Me coloca la palma de la
mano entre
las piernas.
—Creo que empezaré por aquí.
Suelto un suspiro de agradecimiento y una sensación de alivio
me
recorre todo el cuerpo. Me pone un dedo debajo de la barbilla
y me obliga
a mirarlo a esos maravillosos ojos que tiene.
—Pero he dicho cada centímetro —afirma con frialdad antes de
apoyar la mano sobre la encimera junto a mi muslo. La otra
continúa entre
mis piernas.
¡Joder! No sé si estoy dispuesta a hacerlo. Matt lo intentó
unas
cuantas veces, pero siempre le dije que ni hablar. Solía decir
que era la ruta
más placentera... Sí, ¡para él! No tengo tiempo de pensar
demasiado en
ello. Tom recorre el centro de mi sexo con un dedo y me
provoca grandes
oleadas de placer que salen disparadas en mil direcciones
diferentes. Yo
me echo hacia delante y apoyo la frente en su hombro mientras
la parte
superior de mi cuerpo asciende y desciende al ritmo de los
frenéticos
latidos de mi corazón.
—Estás empapada —me dice con voz grave al oído mientras hunde
un
dedo dentro de mí. Mis músculos se tensan a su alrededor de
inmediato—.
Me deseas —dice con seguridad al tiempo que lo extrae y
extiende toda la
humedad por mi clítoris antes de atacar de nuevo con dos
dedos.
Yo lanzo un grito.
—Dime que me deseas, _____.
—Te deseo —jadeo contra su hombro.
Oigo un gruñido de satisfacción.
—Dime que me necesitas.
Ahora mismo le diría todo lo que quisiera oír. Absolutamente
todo.
—Te necesito.
—Vas a necesitarme siempre, ______. Me aseguraré de ello.
Ahora, a ver
si puedo hacerte entrar en razón a polvos.
¿En razón? ¿De qué coño habla?
Retira los dedos de mi interior, me levanta de la encimera y
me hace
girar lentamente en sus brazos. Busco con las manos la lisa
superficie del
granito. No me gusta esta posición.
—Quiero verte —me quejo, aunque sé que no tengo nada que
hacer.
Parece que le gusta ser el dominante.
Siento que su cuerpo se aproxima, el calor que emana hacia mí.
Cuando su pecho firme presiona mi espalda, me pego a él y
apoyo la
cabeza en su hombro.
Acerca la boca a mi oído.
—Cállate y disfruta. —Aprieta la cadera contra la parte baja
de mi
espalda y lentamente la amolda a mi cuerpo mientras alarga los
brazos y
me agarra de las muñecas.
—No hables hasta que yo te lo diga, ¿entendido?
Asiento. ¡Ya no me cabe la menor duda de que le gusta tener el
control!
Empieza a acariciarme los brazos lenta y suavemente con sus
dedos
expertos y me pone el vello de punta. Mi sangre parece lava.
Mis pechos
ansían su tacto cuando llega con las manos al extremo superior
de mis
brazos y asciende hasta los hombros. Cierro los labios con
fuerza, pero se
me escapa un gemido. No puedo evitarlo. No si me hace sentir
así.
Me cubre los hombros con las manos por completo y empieza a
trazarme círculos con los pulgares en el cuello, masajea la
tensión que se
acumula en él. Es una sensación que no puedo explicar. Todo mi
cuerpo se
relaja y mi mente se serena.
Baja la boca hasta mi cuello y me roza la piel con los labios
antes de
besarla suavemente.
—Tu piel es adictiva.
—Hummm... —ronroneo. Eso no es hablar.
Se ríe en voz baja.
—¿Te gusta? —pregunta mientras me regala suaves besitos por la
mandíbula.
Vuelvo el rostro hacia él, lo miro directamente a los ojos y
asiento de
nuevo. Me mantiene la mirada durante unos segundos, con
expresión
satisfecha, y me planta un tierno beso en los labios. Deja que
sus manos se
abran paso hacia mis caderas. Cierro los ojos con fuerza e
intento con todas
mis fuerzas no despegarme de él.
—Que no se te ocurra mover las manos —ordena con firmeza antes
de
soltarme.
Oigo que se quita los pantalones y sus manos vuelven a posarse
sobre
mis caderas. Da unos pasos atrás y lentamente las arrastra con
él. Se me
acelera el pulso y me agarro con más fuerza a la encimera para
evitar
moverme. Me estremezco cuando me apoya las manos en el cuello
y siento
que su erección se acerca a mi abertura. En un intento por
estabilizar mi
respiración, inspiro profundamente e intento relajarme
mientras me deleito
al borde de la penetración. Ésta es la peor clase de tortura
que existe.
Se inclina hacia adelante, y su lengua, cálida y húmeda, me
acaricia la
espalda y recorre la línea de mi columna hasta acabar con un
suave beso en
el cuello.
—¿Estás lista para mí, ______? —pregunta contra mi piel, y la
vibración
de sus labios provoca temblores de placer en el centro de mi
sexo—.
Puedes contestar.
A pesar de mis ejercicios de respiración, sigue faltándome el
aire.
—Sí —respondo prácticamente jadeando.
La bocanada de aire que escapa de su boca es de auténtico
agradecimiento. Siento que me acaricia el culo con la mano
mientras él se
coloca en posición. Entonces, muy lentamente, atraviesa mi
palpitante
vacío y se sumerge en mí con movimientos suaves y controlados.
A él
también le cuesta respirar, y yo quiero gritar de placer, pero
no estoy
segura de si está permitido.
Joder, qué gusto. Bien pensado, ¿qué va a hacerme si lo
desobedezco?
Mi castigo también será el suyo. Vuelve a colocar una mano en
mi cadera y
se detiene. Yo me agarro aún con más fuerza a la encimera,
hasta que los
nudillos se me ponen blancos, y me descubro a mí misma
moviéndome
contra él, absorbiéndolo hasta el final.
—Joder, ______, me vuelves loco —gruñe, y me agarra el cuello
con más
fuerza, me sujeta en el sitio, mientras la otra mano abandona
mi cadera para cogerme el pecho—. No puedo hacerlo despacio —jadea mientras me
lo amasa. Se retira lentamente y avanza de nuevo, con una
embestida
rápida y enérgica que me obliga a dar un salto hacia adelante.
—¡Tom! —grito. Va a ser imposible que esté callada si continúa
así.
Por Dios, qué potencia tiene.
Se retira despacio.
—Silencio, ______ —me reprende, y ataca de nuevo dejándome sin
aliento.
Intento seguir agarrada a la encimera, pero me sudan las manos
y
resbalan por el granito. Estiro y tenso los brazos para evitar
que vuelva a
empujarme hacia adelante; a duras penas logro estabilizarme
antes de que
vuelva a embestirme. Me martillea incansablemente, sin apenas
dejarme
espacio entre sus penetraciones, fuertes e implacables. No
tiene piedad.
Me suelta el cuello y el pecho, me agarra de las caderas y
tira de mí
con fuerza para obligarme a recibir cada una de sus
arremetidas, que me
entran hasta el fondo. He perdido todo sentido de la realidad.
No hay nada
más, aparte de Tom, su apetito brutal y mi cuerpo ansioso de
él. Es algo
que no puede explicarse.
Aprieto el estómago cuando siento que el orgasmo se acerca,
rápidamente provocado por el implacable ímpetu de Tom.
—Aún no, _____ —me advierte.
¿Cómo lo sabe? No puedo contenerlo durante mucho más tiempo.
Voy
a estallar en cualquier momento. Oigo que nuestros cuerpos
sudorosos
chocan con violencia y los gruñidos guturales de Tom sobre mí.
Me
concentro en sofocar la necesidad de dejarme llevar. Siento
tanto placer
que casi roza el dolor. Pero con la mente puesta en cualquier
sitio excepto
en mi cerebro, soy esclava de las necesidades de mi cuerpo.
Entonces sale de mí y me deja con las ganas. ¿Qué hace? Yo
gimoteo
al sentir que mi inminente descarga se retira. Me dispongo a
gritarle, pero
siento que empieza a deslizarme un dedo por el centro del
trasero. Me
tenso de los pies a la cabeza.
«¡Ay, no!»
—Puedes hacerlo, ______. —Desliza los dedos entre mis muslos y
los
introduce en mi interior, recoge la humedad y la arrastra
hacia mi culo—.
Relájate, lo haremos despacio.
¿Que me relaje? ¡No puedo! Con lentitud, empieza a trazar
círculos
alrededor de mi abertura, y todos y cada uno de los músculos
de mi trasero
se contraen y rechazan automáticamente la invasión.
—Relájate, ______ —dice subrayando las palabras.
—Lo estoy intentando, joder —mascullo—. ¡Dame un poco de
tiempo, coño!
¡Lo siento pero no pienso quedarme callada ahora! Oigo que se
ríe
suavemente mientras baja los dedos hasta mi clítoris y lo
masajea,
causándome enormes oleadas de placer.
—Esa boca —me reprende.
Me concentro en respirar hondo.
—¿No hace falta un poco de lubricante o algo? —jadeo.
—Estás empapada, _____. Con eso basta. No se te da muy bien
seguir
órdenes, ¿verdad? —Me mete el pulgar en el orificio y yo me
muerdo el
labio—. Relájate, mujer.
—Dios, esto va a dolerme, ¿verdad?
—Al principio sí. Tienes que relajarte. Una vez esté dentro de
ti, te
encantará, confía en mí.
«¡Joder! ¡Joder!»
Continúa masajeándome el orificio y yo dejo caer la cabeza,
jadeando
y sudando por los nervios. Me pone una mano en el cuello y me
masajea
los músculos tensos. Mientras intento automotivarme
mentalmente, su
mano abandona mi cuello y aterriza en mi trasero. Me abre
suavemente
hasta que siento la húmeda cabeza de su erección empujando en
mi
abertura.
«¡Joder!»
—Tranquilízate. Deja que pase —murmura mientras mueve el
miembro muy despacio alrededor de mi entrada.
«Respira, respira, respira.»
Entonces avanza y la inmensa presión que siento me hace
echarme
hacia adelante impulsivamente. Una de sus manos me agarra de
los
hombros y me obliga a permanecer donde estoy; la otra continúa
guiándolo
hacia mi interior. La presión aumenta cada vez más y yo no
dejo de
temblar.
—Eso es, _____.Ya casi está.
Su voz es irregular y forzada. Noto el sudor de su mano sobre
mi
hombro cuando flexiona los dedos. Y entonces embiste hacia
adelante con
un gruñido ahogado, atraviesa mis músculos y se desliza hasta
el fondo de
mi lugar prohibido.
—¡Mierda! —grito. ¡Eso duele, joder!
—¡Dios, qué apretada estás! —resuella—. Deja de resistirte,
______.
¡Relájate!
Yo jadeo mientras me sumerjo en algún punto entre el dolor y
el
placer. La plenitud que siento es indescriptible, el dolor es
intenso, pero el
placer... Joder, no hay palabras para describir el placer, y
esto no me lo
esperaba. La opresión de mis músculos a su alrededor hace que
sienta cada
vena palpitante y cada sacudida de su erección. Mi cuerpo
libera un poco
de la tensión acumulada y un placer puro ocupa su lugar.
—Joder, qué bueno. Ahora voy a moverme, ¿de acuerdo?
Yo asiento, tomo aire y me agarro a la encimera de la isla. Su
mano
abandona mi hombro y desciende por mi espalda hasta unirse a
la otra en
mis caderas, pero esta vez no doy ningún brinco cuando me agarra.
Estoy
demasiado ocupada preparándome para lo que está por llegar.
—Muy despacito, _____ —jadea mientras sale lentamente de mí.
—¡Joder, Tom! —Como me diga que me calle, voy a enfadarme de
verdad.
—Lo sé. —Empieza a entrar y a salir a un ritmo lento y controlado.
Me estoy deshaciendo de placer. Jamás lo habría imaginado.
Siempre
lo vi como algo sucio y obsceno. Pero no es así. Me está
haciendo el amor,
y me encanta. No puedo creérmelo. La intensidad de su reclamo
sobre mí
hace que se me formen nudos en el estómago. Si me rozara el
clítoris ahora
mismo me haría estallar.
—Eres increíble, _____ —gruñe con voz ronca mientras entra una
vez
más—. Podría pasarme así toda la puta noche, pero no aguanto
más.
Me sorprendo a mí misma moviéndome contra sus sacudidas
pausadas, invitándolo a acelerar el ritmo. Este placer
inesperado es
increíble, y estoy al borde de tener el orgasmo más intenso de
mi vida. Ni
siquiera puedo creerme que lo esté haciendo. Necesito más.
—Sigue. —Pronuncio la palabra que jamás creí que diría.
—Sí, nena. ¿Te falta mucho?
—¡No! —grito, y me empotro contra él. Oigo sus gemidos
mientras
me coloca una mano sobre el hombro y la otra entre las
piernas—. ¡Más
fuerte! —grito. Lo necesito.
—¡Joder, _______! —exclama, y me penetra con más ímpetu,
agarrado de
mi hombro y trazando círculos con el dedo sobre mi clítoris
palpitante.
Lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡Me viene! —grito.
—¡Espera! —me ordena.
Siento que su polla se hincha y se estira mientras continúa
acelerando.
Estoy ida de placer, casi delirante, y justo cuando creo que
voy a
desmayarme, brama:
—¡Ahora!
Y me dejo llevar.
La habitación empieza a dar vueltas y yo me pierdo. Me dejo
caer
sobre la encimera con los brazos estirados sobre la cabeza y
arrastro a
Tom conmigo. Pesa bastante, pero tengo el cuerpo aturdido por
el placer.
Sólo soy consciente de que su pecho húmedo y firme me aplasta
contra el
granito, de que su aliento cálido y entrecortado me acaricia
el pelo y de que
su pene vibrante continúa hundido en mi interior mientras sus
espasmos se
reflejan sobre mí. Mis músculos se contraen con cada uno de
sus latidos y
absorbo hasta la última gota de su simiente mientras él
acaricia
perezosamente los restos de mi orgasmo.
OTRO CAP PORNO!!! BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))
Sigueeeeee
ResponderBorrarSube pronto :)
ResponderBorrar:O:O Buenísimo el cap virgi me encantooooo jajaja huyy Tom le hizo el amor a (Tn) y que mandon es ehh.. espero el próximo cap!!!
ResponderBorrarDios ese Tom lo es todoo!!
ResponderBorrarY si Sarah es su amiga xq tanta escena le hace a Tom..
Siguelaaa Virgii :)