jueves, 5 de marzo de 2015

CAPITULO 10.-

¿Qué ha pasado con mi feliz vida de soltera? La he jodido pero bien...
Después de recoger mis cosas del vestuario del spa, las lanzo dentro
de mi coche y deambulo hasta los muelles. Al llegar, me siento en un
banco. Hay mucho bullicio, la gente va y viene, y todos parecen felices y
contentos. Las plantas que se ven en las elaboradas farolas han florecido;
rebosan de sus macetas y caen en cascada sobre el hierro ornamentado. Las
luces del edificio se reflejan y parpadean en el agua, danzan sobre las
pequeñas olas.
Suspiro y cierro los ojos mientras escucho el sonido del agua que
chapotea suavemente alrededor de los botes. Es rítmico y relajante, pero no
creo que nada pueda hacer que me sienta mejor en estos momentos. Saco el
móvil del bolso para llamar a Kate. Después de varios tonos, le dejo un
mensaje:
—Hola, soy yo. —Sé que mi voz suena desolada, pero no puedo fingir
que estoy alegre si no lo estoy. Suelto un gruñido—. Ay, Kate... la he
cagado muchísimo. Llegaré a casa en seguida.
Dejo caer la mano sobre el banco y llego a la conclusión de que soy
una idiota redomada. ¿En qué estaba pensando?
El móvil vuelve a la vida en mi mano y descuelgo sin mirar la
pantalla porque doy por hecho que es Kate.
—Hola.
—¿Dónde estás? —me preguntan suavemente desde el otro lado del
teléfono.
No sé si lo que me hunde en la miseria es que no sea Kate o que sea
Tom. No entiendo nada. Mi vida iba bastante bien, sin tíos ni
compromisos, y ahora esto va a pesar sobre mi conciencia. Creo
firmemente en el karma y, si existe de verdad, la llevo clara.
—Estoy en casa —vuelvo a mentir. Últimamente me sale de manera
natural. Me pongo a juguetear con mi pelo, un claro síntoma de mi
comportamiento de Pinocho.
—Vale —susurra y cuelga.
Vaya... Ha sido más fácil de lo que esperaba. Después de no haber
cedido ante sus órdenes de permanecer cogida de su mano y de haberlo
abandonado a su suerte entre las garras del gay más gay del planeta,
imaginaba que se habría cabreado. Así que ya ha conseguido lo que quería
y eso es todo. No sé muy bien por qué me siento tan abandonada. Era lo
que me esperaba, y justo lo que me merezco. Su persistencia ha podido
conmigo, pero ahora ya está fuera de mi organismo. Ya puedo volver a
centrarme en mí y en mi vida. Y, si tengo suerte, Sarah jamás se enterará
de esta leve indiscreción.
¿Leve? De leve nada.
Por lo que a mí respecta, Tom puede continuar con sus seducciones
en serie y pasar a la siguiente afortunada. Seguro que Sarah lo descubre
pronto, pero espero que no lo haga ahora. Lo último que necesito es una
mujer despechada y con sed de sangre.
Después de permanecer sentada y en silencio durante un rato, me
levanto de mala gana y paro un taxi. Hay un tiempo limitado para
compadecerse de uno mismo. Necesito dejar esta noche atrás rápidamente.
Tengo que olvidarme de ella, erradicarla de mi memoria y transformarla en
experiencia. Este hombre es nocivo. Lo sé.
Entonces me doy la vuelta, levanto la mirada y veo que Tom está de
pie a un par de metros de mí, observándome en silencio. ¿Cómo cojones
voy a alcanzar alguno de mis objetivos si me acosa?
¿Dónde está Sarah?
Nos miramos a los ojos, todavía en silencio. Su rostro impasible
estudia el mío. Y entonces rompo a llorar. No sé por qué, pero me tapo la
cara con las manos mientras sollozo. A saber lo que debe de estar
pensando. A continuación siento que su cuerpo cálido me envuelve, apoyo
la cabeza en el hueco de su cuello e impulsivamente coloco los brazos por
debajo de los suyos para acercarme a él. Permanecemos callados durante
mucho rato. Nos quedamos ahí de pie, sin más, abrazándonos en silencio
mientras me masajea la parte posterior de la cabeza con la palma de su
enorme mano y me mantiene apretada contra su cuerpo con firmeza. Una
pequeña parte de mí se pregunta dónde está Sarah, pero no me obsesiono
con ello. Me siento protegida y segura, y sólo estoy vagamente alerta al
hecho de que debería estar huyendo de estos brazos y no cobijándome en
ellos. Debería tratarlos con precaución y no aceptar el consuelo que me
están ofreciendo. ¿Por qué no puedo salir corriendo?
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —le pregunto cuando por fin cesan mis
sollozos.
—El suficiente —murmura—. ¿A qué viene eso de que la has cagado
muchísimo? —Me abraza con más fuerza—. Espero que no te estuvieras
refiriendo a mí.
—Pues sí, me refería a ti. —Paso de inventarme una excusa, no
tendría sentido hacerlo.
—¿En serio? —Suena sorprendido y un poco cabreado, pero
momentos después continúa—: ¿Te vienes a casa conmigo?
Noto que se tensa ligeramente.
¿Acabo de decirle que me refería a él y quiere llevarme a su casa? ¿Y qué pasa con Sarah? Entonces está claro que no viven juntos.
—No —le contesto. Lo que he hecho ya es bastante malo.
—Por favor, ______.
—¿Por qué? —le pregunto.
Necesito saber a qué se debe su fascinación por mí, porque, si paso
más tiempo con este hombre, podría meterme en más líos todavía. No
puedo ir por ahí teniendo aventuras sórdidas con hombres mayores y
comprometidos. Aunque, bueno, su edad está todavía por determinar. Hay
algo extraño en este hombre, y rezuma problemas por todos los poros de su
piel.
Me aparta de él para mirarme con su precioso ceño fruncido.
—Porque es lo correcto, porque tienes que estar conmigo. —Lo dice
como si fuera la cosa más natural del mundo.
—¿Y con quién tiene que estar Sarah?
—¿Sarah? ¿Qué tiene que ver Sarah con todo esto? —Ahora parece
muy confundido.
—Es tu novia —le recuerdo. Está claro que no tiene ningún tipo de
consideración hacia la pobre mujer.
Abre los ojos de par en par.
—Por favor, no me digas que has estado pasando de mis llamadas y
huyendo de mí porque pensabas que... —Me suelta—. Pensabas que Sarah
y yo... —Da un paso atrás—. ¡Para nada, joder!
—¡Pues sí! —exclamo—. ¿No es tu novia?
Ahora sí que no entiendo nada. Sarah no podría haber dejado más
claro cuál era su territorio, sólo le ha faltado mearle alrededor. Entonces
¿quién coño es? Si ya me gustaba poco, ahora mismo la detesto.
Tom se pasa las manos por el pelo.
—______, ¿qué demonios te ha hecho pensar algo así?
¿Me está tomando el pelo?
—Pues no sé, déjame pensar... —Sonrío dulcemente—. Puede que
fuera el beso en el pasillo de La Mansión. O que viniese a buscarte a la
habitación. O quizá lo fría que se muestra conmigo. —Tomo aire—. O
puede que sea el hecho de que está contigo cada vez que te veo. —No
puedo creérmelo. He estado mortificándome sin razón, y encima por una
tía que ni siquiera me cae bien. ¡Menuda pérdida de energía!—. ¿Quién es?
—pregunto completamente encolerizada.
Me coge de las manos y se agacha un poco hasta que sus ojos quedan
a la altura de los míos.
—______, es una mujer simpática, nada más.
—¿Simpática? —me mofo—. ¡Esa tía no es simpática!
—Es una amiga —dice para tranquilizarme.
No quiero que me tranquilice, ¡quiero reventarle a Sarah esos morros
rojos que tiene! ¡La tía sabía perfectamente lo que hacía! Está claro que no
se conforma con ser su amiga.
Me acaricia la mejilla con la palma de la mano.
—Y ahora que ya hemos aclarado qué lugar ocupa Sarah en mi vida,
¿podemos hablar del tuyo?
«¿Qué?» Retrocedo.
—¿Qué quieres decir?
Los comentarios que ha hecho antes regresan a mi mente de repente.
Todos los «eres mía», «voy a quedarme contigo» y «cambiarás de
opinión».
Sonríe con picardía.
—Me refiero a en mi cama, debajo de mí.
Me pega contra su pecho y yo me relajo y me hundo en él con alivio.
Eso suena muy bien. Acabo de añadir a mi lista de deseos tener una
aventura tórrida con un hombre mayor, así que puedo tacharla ya. Sin
compromisos ni ataduras. Por mí, estupendo. Aunque dudo que sacara nada
de lo mencionado de este hombre.
—¿En La Mansión? —le pregunto. Está bastante lejos.
—No, me he comprado un apartamento, pero no puedo mudarme hasta
mañana. Ahora estoy de alquiler cerca de Hyde Park. Te vendrás allí.
—Vale —respondo sin vacilar, aunque soy consciente de que no era
una pregunta. Y vuelven a mi mente sus comentarios anteriores, en
especial el último de ellos: «Tienes que estar conmigo.»
¿La decisión es suya o mía?
Suspira mientras aprieta más mi cabeza y mi torso contra él.
Sí, tienes que proceder con la máxima precaución, ______.

Viajamos en silencio, excepto por los tonos graves de la canción
Teardrop, de Massive Attack, que salen del equipo de sonido de su coche.
Muy adecuado después de mi berrinche. Paso la mayor parte del trayecto
deliberando sobre mi decisión de ir a casa de Tom. Él toma aire en
repetidas ocasiones, como si fuese a decir algo pero al final decidiera no
hacerlo.
Aparca su Aston Martin en un aparcamiento privado, y salgo del
vehículo. Abre el maletero, coge mis bártulos, me agarra de la mano y me
conduce hasta el edificio.
—Estoy en el primer piso. Vamos por la escalera, es más rápido.
Me guía hasta una escalera a través de una salida de incendios de
color gris y subimos un tramo de escalones.
Salimos a un pasillo estrecho. Parece un hospital. Tom saca la llave y
abre otra puerta, la única que hay en todo el largo pasillo blanco y gris. Me
hace pasar e, inmediatamente, me encuentro en una estancia amplia y
diáfana. Está pintada de blanco de arriba abajo, y los muebles y la cocina
son negros. Monocromía al máximo: una auténtica guarida de soltero.
Resulta bastante frío y deprimente. Es odioso.
—Es una parada en boxes. Supongo que estarás ofendidísima. —Me
sonríe con socarronería, sin duda alguna debida a mi cara de disgusto.
—Prefiero tu casa nueva.
—Yo también.
Me aventuro hacia el interior del apartamento y observo lo poco
cálido y acogedor que es. ¿Cómo puede vivir aquí? No tiene ningún toque
personal, ni cuadros ni fotografías. Me percato de que hay una tabla de
snowboard apoyada contra un rincón, rodeada de un montón de artículos de
esquí. En el estante de al lado, donde esperaría ver jarrones u otros objetos
decorativos, hay un casco de moto y unos guantes de piel. Eso sí que no me
lo imaginaba.
—No tengo nada con alcohol. ¿Quieres un poco de agua?
Se acerca paseando hasta el frigorífico, enorme y negro, y lo abre.
—Sí, por favor.
Me reúno con él en la zona de la cocina y saco un taburete negro de
debajo de la encimera de granito negro de la isla. Tom se quita la chaqueta
y la cuelga en el taburete de al lado, se vuelve hacia mí y me ofrece un
vaso de agua antes de destapar su botella. Los pantalones le aprietan un
poco y dejan intuir sus extremidades inferiores, largas y musculosas. Tiene
los pies apoyados en el suelo y las piernas considerablemente dobladas a
pesar de la altura del taburete. Los míos están apoyados en el reposapiés.
Bebe unos sorbos de agua y me mira por encima de la botella mientras
jugueteo con el vaso. Me siento increíblemente incómoda. No debería
haber venido. La situación se ha tornado incómoda y no sé muy bien por
qué. Hay una razón, y sólo una, para que me haya traído aquí. Y, como la
idiota que soy, le he seguido el juego.
Lo oigo suspirar. Deja la botella, me quita el vaso de las manos y lo
deposita sobre la encimera de la isla. Agarra el asiento de mi taburete y lo
arrastra hacia sí mientras lo gira para volverme de cara a él. Apoya las
manos sobre mis rodillas y se inclina.
—¿Por qué llorabas? —me pregunta.
—No lo sé —le contesto con franqueza.
Todo el incidente me ha cogido desprevenida, la verdad. No había
ninguna razón para que me pusiera a llorar delante de él. Me siento
bastante estúpida.
—Sí, sí que lo sabes. Dímelo.
Pienso en qué debo decir mientras clava la mirada en la mía. Espera
una respuesta. Una pequeña arruga se dibuja en su frente. Es un síntoma de
concentración y preocupación. ¿Qué debo decirle? ¿Que acabo de salir de
una relación de cuatro años con un tío que me puso los cuernos tanto como
quiso? ¿Que durante las últimas cuatro semanas, desde que lo dejamos, he
conseguido recuperar mi identidad y que no quiero que ningún hombre
vuelva a arrebatármela? ¿Que mi confianza en los hombres es cero y que el
hecho de que él sea, salta a la vista, un príncipe de la seducción supone un
gran problema para mí? ¿O que muy en el fondo sé que esto puede
terminar muy mal para mí... no para él?
Pero él no querrá escuchar todo ese rollo de chicas.
—No lo sé —repito en lugar de sincerarme.
Suspira y agrava el gesto mientras golpetea unas cuantas veces el
granito con los dedos. Veo, casi literalmente, cómo se devana los sesos al
tiempo que me mira mordiéndose el labio inferior.
—¿Me equivoco al pensar que tu mala interpretación de la relación
que hay entre Sarah y yo no era la única razón por la que me esquivabas?
—dice más como una afirmación que como una pregunta. Se desabrocha el
Rolex y lo deja sobre la encimera.
—Puede ser.
Aparto la mirada de él, algo avergonzada... Aunque no sé por qué.
¿Cómo lo sabe?
—Menuda decepción —concluye, pero en su voz no detecto
decepción, sino enojo. No es necesario que le diga que, muy posiblemente,
podría colarme por él. Seguro que las mujeres se cuelan por él día sí, día
también.
Retrocedo ligeramente cuando me agarra del mentón y me acerca a su
rostro. El hueco que se forma bajo sus pómulos confirma mis sospechas.
Está rechinando los dientes. ¿Se ha enfadado? Pero ¿qué demonios
esperaba? ¿Que cayera rendida a sus pies y de paso se los besara? Está
claro que es a lo que está acostumbrado. Sólo era sexo, ¿no? Los dos
necesitábamos sacarnos al otro del organismo, vimos la oportunidad de
hacerlo y la aprovechamos, eso es todo.
«¡Pero tú no te lo has sacado del organismo!» Joder, no creo que vaya
a hacerlo en una buena temporada, si algún día lo consigo. Ya lo llevo bajo
la piel. —¿Qué querías que dijera? —lo increpo.
Me suelta el mentón, suspira frustrado y, antes de que me dé cuenta,
me agarra y me echa sobre la encimera. El vaso de agua se estrella contra
el suelo y el cristal se hace añicos estrepitosamente a nuestro alrededor.
Me abre de piernas con los muslos, y ese movimiento hace que se me suba
el vestido. Me ataca la boca con su lengua inexorable y la hunde profunda
y ávidamente.
Ese asalto impulsivo me coge por sorpresa, pero no tengo fuerzas, ni
físicas ni mentales, para detenerlo. Empieza a embestirme con las caderas
mientras me consume la boca, y de inmediato siento escalofríos por todo el
cuerpo y un calor húmedo entre las piernas. Me agarra el trasero para
acercarme más a él y noto su entrepierna pegada a mí.
«¡Joder!» Gimo cuando mueve las caderas, sin experimentar la más
mínima vergüenza al revelarle que estoy más caliente que una bombilla de
mil vatios. Se aparta de mis labios y me mira con fijeza mientras respira
con dificultad, con los ojos cafeces cargados de ansia descarada. Sé que los
míos lo miran del mismo modo.
—Vamos a dejar claras un par de cosas —dice con la respiración
entrecortada mientras me levanta de la encimera y me sienta a horcajadas a
la altura de su cintura. Me observa con intensidad—. Mientes como el
culo.
Sí, eso lo sé. Mis padres me lo dicen continuamente. Me toqueteo el
pelo cuando miento. Es un acto reflejo, no puedo evitarlo. A ver qué más
quiere aclarar, porque me muero por seguir donde lo hemos dejado.
Se inclina y me besa, me acaricia suavemente la lengua con la suya.
—Ahora eres mía, ______. —Mueve las caderas y hace que me yerga y
me tense para aliviar el implacable ardor que siento entre las piernas.
Estamos cara a cara—. Serás mía para siempre —me informa con un golpe
de caderas.
Le rodeo los hombros con los brazos y le beso los labios húmedos y
exuberantes. Es mi manera de decirle que acepto. Estoy desesperada por
volver a tenerlo. Estoy metida en un buen lío.
—Voy a poseer cada centímetro de tu cuerpo. —Subraya todas y cada
una de sus palabras—. No habrá ni un solo milímetro de tu ser que no me
haya tenido dentro o encima.
Lo dice con un tono sexual y tremendamente serio, lo que no hace
sino aumentar un poco más el ritmo de mis latidos.
Pero ¿cada centímetro? ¿Debería investigar algo más esa afirmación?
No tengo oportunidad de hacerlo. Me pone de pie en el suelo y me da la
vuelta para bajarme la cremallera de mi pobre y maltratado vestido. Me
quita el sujetador y lo tira a un lado con la misma celeridad.
Se inclina y me besa el cuello descubierto. Su aliento fresco y la
calidez de su lengua me provocan un delicioso escalofrío. Dios, estoy tan
excitada que tiemblo. Doblo el cuello y encojo los hombros para aliviar los
escalofríos que me recorren todo el cuerpo.
Desliza la boca hasta mi oído:
—Date la vuelta.
Obedezco. Me doy la vuelta y lo miro. Con expresión de pura
determinación, me levanta y vuelve a colocarme sobre la isla. Apoyo las
manos sobre sus hombros, pero él me las agarra y yo permito a
regañadientes que me las baje y haga que aferre el borde de la encimera.
—Las manos se quedan ahí —dice con firmeza cuando me las suelta.
Su orden está cargada de seguridad. Introduce los dedos por la parte
superior de mis bragas y tira de ellas—. Levanta.
Cargo mi peso sobre los brazos y alzo el trasero del mueble para que
pueda bajármelas por las piernas. Vuelvo a apoyarlo cuando me veo libre
de las restricciones de mi ropa interior. Estoy desnuda por completo, pero
él sigue totalmente vestido. Y no parece tener intenciones de quitarse la
ropa de momento. Quiero verle el pecho. Suelto el borde de la encimera y
levanto las manos hacia el dobladillo de su camisa.
Él da un paso atrás y sacude la cabeza despacio.
—Las manos.
Yo hago un mohín y vuelvo a dejarlas donde estaban. Quiero verlo,
sentirlo. No es justo.
Se lleva las manos al botón superior.
—¿Quieres que me quite la camisa? —Su voz grave y ronca manda mi
disciplina al traste.
—Sí —resuello.
—Sí, ¿qué? —Sonríe con malicia, y yo lo miro con los ojos
entrecerrados.
—Por favor —mascullo con un hilo de voz, consciente de que disfruta
viéndome suplicar.
Sonríe y empieza a desabrocharse los botones, con la mirada fija en
mí. Me está costando un mundo no precipitarme hacia adelante y abrírsela
de un tirón. ¿Por qué lo está alargando tanto? Sé lo que pretende. Quiere
hacerme esperar. Le gusta torturarme.
Cuando por fin llega al último botón, echa los hombros atrás y se la
quita. Por un breve instante, al ver cómo se tensan y relajan los músculos
de su pecho cuando echa los dos brazos atrás, pienso que podría
desmayarme.
Se quita los zapatos marrones de Grenson y los calcetines. Sólo le
falta librarse de los pantalones para estar desnudo. Repaso con la vista su
físico perfecto y la boca se me hace agua, hasta que llego a la horrible
marca que tiene en el abdomen. Mi mirada se detiene en ella durante un
instante, pero él vuelve a colocarse entre mis piernas y hace que me olvide
de mi curiosidad. Me esfuerzo por controlar el impulso de agarrarlo. La
presión que noto entre las piernas hace que me agite sobre la encimera para
aliviar los tremendos espasmos que me mortifican. Él tampoco está
relajado. Su inmensa erección, presa bajo sus pantalones, se me clava con
fuerza en el muslo.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis piernas y empieza a
trazar círculos con los pulgares a tan sólo unos milímetros de mi sedienta
intimidad. Estoy poseída por la más pura lujuria, y cada vez me cuesta más
controlar la respiración.
Me aprieta los muslos.
—¿Por dónde empiezo? —musita, y levanta una mano y me acaricia
el labio inferior con el pulgar—. ¿Por aquí? —pregunta. Yo separo los
labios. Él me mira y me mete el dedo en la boca. Yo lo rodeo con la lengua
y en sus labios empieza a formarse una diminuta sonrisa. Retira el pulgar y
me acaricia la cara con él. Entonces, muy lentamente, me desliza la palma
de la mano por el cuello hasta llegar al pecho y me lo agarra, posesivo—.
¿O por aquí? —Su voz ronca traiciona su calmada fachada. Me mira con
una ceja arqueada y empieza a masajearme el pezón con el dedo. Gimo.
Si está esperando que diga algo, ya puede ir olvidándose. He perdido
por completo la capacidad de hablar, sólo puedo emitir jadeos cortos y
agudos.
—Son mías.
Me amasa el pecho con suavidad durante unos instantes más y
después vuelve a acariciarme la piel sensible con la mano. Se pasa varios
segundos trazando círculos grandes sobre mi vientre antes de continuar
hacia abajo. Tengo que obligarme a respirar cuando el calor de su mano
alcanza la parte interior de mi muslo. Estoy embriagada de deseo.
Justo cuando creo que va a reclamarme con los dedos, cambia
rápidamente de dirección y me acaricia la cadera, lo que me sobresalta. Me
agarra el culo.
—¿O por aquí? —Habla en serio. Yo me pongo rígida—. Cada
centímetro, ______ —resuella.
Contengo la respiración. Me arden los pulmones cuando sonríe
ligeramente y sus manos empiezan a deslizarse de nuevo hacia mi parte
delantera. No lo alarga mucho más. Me coloca la palma de la mano entre
las piernas.
—Creo que empezaré por aquí.
Suelto un suspiro de agradecimiento y una sensación de alivio me
recorre todo el cuerpo. Me pone un dedo debajo de la barbilla y me obliga
a mirarlo a esos maravillosos ojos que tiene.
—Pero he dicho cada centímetro —afirma con frialdad antes de
apoyar la mano sobre la encimera junto a mi muslo. La otra continúa entre
mis piernas.
¡Joder! No sé si estoy dispuesta a hacerlo. Matt lo intentó unas
cuantas veces, pero siempre le dije que ni hablar. Solía decir que era la ruta
más placentera... Sí, ¡para él! No tengo tiempo de pensar demasiado en
ello. Tom recorre el centro de mi sexo con un dedo y me provoca grandes
oleadas de placer que salen disparadas en mil direcciones diferentes. Yo
me echo hacia delante y apoyo la frente en su hombro mientras la parte
superior de mi cuerpo asciende y desciende al ritmo de los frenéticos
latidos de mi corazón.
—Estás empapada —me dice con voz grave al oído mientras hunde un
dedo dentro de mí. Mis músculos se tensan a su alrededor de inmediato—.
Me deseas —dice con seguridad al tiempo que lo extrae y extiende toda la
humedad por mi clítoris antes de atacar de nuevo con dos dedos.
Yo lanzo un grito.
—Dime que me deseas, _____.
—Te deseo —jadeo contra su hombro.
Oigo un gruñido de satisfacción.
—Dime que me necesitas.
Ahora mismo le diría todo lo que quisiera oír. Absolutamente todo.
—Te necesito.
—Vas a necesitarme siempre, ______. Me aseguraré de ello. Ahora, a ver
si puedo hacerte entrar en razón a polvos.
¿En razón? ¿De qué coño habla?
Retira los dedos de mi interior, me levanta de la encimera y me hace
girar lentamente en sus brazos. Busco con las manos la lisa superficie del
granito. No me gusta esta posición.
—Quiero verte —me quejo, aunque sé que no tengo nada que hacer.
Parece que le gusta ser el dominante.
Siento que su cuerpo se aproxima, el calor que emana hacia mí.
Cuando su pecho firme presiona mi espalda, me pego a él y apoyo la
cabeza en su hombro.
Acerca la boca a mi oído.
—Cállate y disfruta. —Aprieta la cadera contra la parte baja de mi
espalda y lentamente la amolda a mi cuerpo mientras alarga los brazos y
me agarra de las muñecas.
—No hables hasta que yo te lo diga, ¿entendido?
Asiento. ¡Ya no me cabe la menor duda de que le gusta tener el
control!
Empieza a acariciarme los brazos lenta y suavemente con sus dedos
expertos y me pone el vello de punta. Mi sangre parece lava. Mis pechos
ansían su tacto cuando llega con las manos al extremo superior de mis
brazos y asciende hasta los hombros. Cierro los labios con fuerza, pero se
me escapa un gemido. No puedo evitarlo. No si me hace sentir así.
Me cubre los hombros con las manos por completo y empieza a
trazarme círculos con los pulgares en el cuello, masajea la tensión que se
acumula en él. Es una sensación que no puedo explicar. Todo mi cuerpo se
relaja y mi mente se serena.
Baja la boca hasta mi cuello y me roza la piel con los labios antes de
besarla suavemente.
—Tu piel es adictiva.
—Hummm... —ronroneo. Eso no es hablar.
Se ríe en voz baja.
—¿Te gusta? —pregunta mientras me regala suaves besitos por la
mandíbula.
Vuelvo el rostro hacia él, lo miro directamente a los ojos y asiento de
nuevo. Me mantiene la mirada durante unos segundos, con expresión
satisfecha, y me planta un tierno beso en los labios. Deja que sus manos se
abran paso hacia mis caderas. Cierro los ojos con fuerza e intento con todas
mis fuerzas no despegarme de él.
—Que no se te ocurra mover las manos —ordena con firmeza antes de
soltarme.
Oigo que se quita los pantalones y sus manos vuelven a posarse sobre
mis caderas. Da unos pasos atrás y lentamente las arrastra con él. Se me
acelera el pulso y me agarro con más fuerza a la encimera para evitar
moverme. Me estremezco cuando me apoya las manos en el cuello y siento
que su erección se acerca a mi abertura. En un intento por estabilizar mi
respiración, inspiro profundamente e intento relajarme mientras me deleito
al borde de la penetración. Ésta es la peor clase de tortura que existe.
Se inclina hacia adelante, y su lengua, cálida y húmeda, me acaricia la
espalda y recorre la línea de mi columna hasta acabar con un suave beso en
el cuello.
—¿Estás lista para mí, ______? —pregunta contra mi piel, y la vibración
de sus labios provoca temblores de placer en el centro de mi sexo—.
Puedes contestar.
A pesar de mis ejercicios de respiración, sigue faltándome el aire.
—Sí —respondo prácticamente jadeando.
La bocanada de aire que escapa de su boca es de auténtico
agradecimiento. Siento que me acaricia el culo con la mano mientras él se
coloca en posición. Entonces, muy lentamente, atraviesa mi palpitante
vacío y se sumerge en mí con movimientos suaves y controlados. A él
también le cuesta respirar, y yo quiero gritar de placer, pero no estoy
segura de si está permitido.
Joder, qué gusto. Bien pensado, ¿qué va a hacerme si lo desobedezco?
Mi castigo también será el suyo. Vuelve a colocar una mano en mi cadera y
se detiene. Yo me agarro aún con más fuerza a la encimera, hasta que los
nudillos se me ponen blancos, y me descubro a mí misma moviéndome
contra él, absorbiéndolo hasta el final.
—Joder, ______, me vuelves loco —gruñe, y me agarra el cuello con más
fuerza, me sujeta en el sitio, mientras la otra mano abandona mi cadera para cogerme el pecho—. No puedo hacerlo despacio —jadea mientras me
lo amasa. Se retira lentamente y avanza de nuevo, con una embestida
rápida y enérgica que me obliga a dar un salto hacia adelante.
—¡Tom! —grito. Va a ser imposible que esté callada si continúa así.
Por Dios, qué potencia tiene.
Se retira despacio.
—Silencio, ______ —me reprende, y ataca de nuevo dejándome sin
aliento.
Intento seguir agarrada a la encimera, pero me sudan las manos y
resbalan por el granito. Estiro y tenso los brazos para evitar que vuelva a
empujarme hacia adelante; a duras penas logro estabilizarme antes de que
vuelva a embestirme. Me martillea incansablemente, sin apenas dejarme
espacio entre sus penetraciones, fuertes e implacables. No tiene piedad.
Me suelta el cuello y el pecho, me agarra de las caderas y tira de mí
con fuerza para obligarme a recibir cada una de sus arremetidas, que me
entran hasta el fondo. He perdido todo sentido de la realidad. No hay nada
más, aparte de Tom, su apetito brutal y mi cuerpo ansioso de él. Es algo
que no puede explicarse.
Aprieto el estómago cuando siento que el orgasmo se acerca,
rápidamente provocado por el implacable ímpetu de Tom.
—Aún no, _____ —me advierte.
¿Cómo lo sabe? No puedo contenerlo durante mucho más tiempo. Voy
a estallar en cualquier momento. Oigo que nuestros cuerpos sudorosos
chocan con violencia y los gruñidos guturales de Tom sobre mí. Me
concentro en sofocar la necesidad de dejarme llevar. Siento tanto placer
que casi roza el dolor. Pero con la mente puesta en cualquier sitio excepto
en mi cerebro, soy esclava de las necesidades de mi cuerpo.
Entonces sale de mí y me deja con las ganas. ¿Qué hace? Yo gimoteo
al sentir que mi inminente descarga se retira. Me dispongo a gritarle, pero
siento que empieza a deslizarme un dedo por el centro del trasero. Me
tenso de los pies a la cabeza.
«¡Ay, no!»
—Puedes hacerlo, ______. —Desliza los dedos entre mis muslos y los
introduce en mi interior, recoge la humedad y la arrastra hacia mi culo—.
Relájate, lo haremos despacio.
¿Que me relaje? ¡No puedo! Con lentitud, empieza a trazar círculos
alrededor de mi abertura, y todos y cada uno de los músculos de mi trasero
se contraen y rechazan automáticamente la invasión.
—Relájate, ______ —dice subrayando las palabras.
—Lo estoy intentando, joder —mascullo—. ¡Dame un poco de
tiempo, coño!
¡Lo siento pero no pienso quedarme callada ahora! Oigo que se ríe
suavemente mientras baja los dedos hasta mi clítoris y lo masajea,
causándome enormes oleadas de placer.
—Esa boca —me reprende.
Me concentro en respirar hondo.
—¿No hace falta un poco de lubricante o algo? —jadeo.
—Estás empapada, _____. Con eso basta. No se te da muy bien seguir
órdenes, ¿verdad? —Me mete el pulgar en el orificio y yo me muerdo el
labio—. Relájate, mujer.
—Dios, esto va a dolerme, ¿verdad?
—Al principio sí. Tienes que relajarte. Una vez esté dentro de ti, te
encantará, confía en mí.
«¡Joder! ¡Joder!»
Continúa masajeándome el orificio y yo dejo caer la cabeza, jadeando
y sudando por los nervios. Me pone una mano en el cuello y me masajea
los músculos tensos. Mientras intento automotivarme mentalmente, su
mano abandona mi cuello y aterriza en mi trasero. Me abre suavemente
hasta que siento la húmeda cabeza de su erección empujando en mi
abertura.
«¡Joder!»
—Tranquilízate. Deja que pase —murmura mientras mueve el
miembro muy despacio alrededor de mi entrada.
«Respira, respira, respira.»
Entonces avanza y la inmensa presión que siento me hace echarme
hacia adelante impulsivamente. Una de sus manos me agarra de los
hombros y me obliga a permanecer donde estoy; la otra continúa guiándolo
hacia mi interior. La presión aumenta cada vez más y yo no dejo de
temblar.
—Eso es, _____.Ya casi está.
Su voz es irregular y forzada. Noto el sudor de su mano sobre mi
hombro cuando flexiona los dedos. Y entonces embiste hacia adelante con
un gruñido ahogado, atraviesa mis músculos y se desliza hasta el fondo de
mi lugar prohibido.
—¡Mierda! —grito. ¡Eso duele, joder!
—¡Dios, qué apretada estás! —resuella—. Deja de resistirte, ______.
¡Relájate!
Yo jadeo mientras me sumerjo en algún punto entre el dolor y el
placer. La plenitud que siento es indescriptible, el dolor es intenso, pero el
placer... Joder, no hay palabras para describir el placer, y esto no me lo
esperaba. La opresión de mis músculos a su alrededor hace que sienta cada
vena palpitante y cada sacudida de su erección. Mi cuerpo libera un poco
de la tensión acumulada y un placer puro ocupa su lugar.
—Joder, qué bueno. Ahora voy a moverme, ¿de acuerdo?
Yo asiento, tomo aire y me agarro a la encimera de la isla. Su mano
abandona mi hombro y desciende por mi espalda hasta unirse a la otra en
mis caderas, pero esta vez no doy ningún brinco cuando me agarra. Estoy
demasiado ocupada preparándome para lo que está por llegar.
—Muy despacito, _____ —jadea mientras sale lentamente de mí.
—¡Joder, Tom! —Como me diga que me calle, voy a enfadarme de
verdad.
—Lo sé. —Empieza a entrar y a salir a un ritmo lento y controlado.
Me estoy deshaciendo de placer. Jamás lo habría imaginado. Siempre
lo vi como algo sucio y obsceno. Pero no es así. Me está haciendo el amor,
y me encanta. No puedo creérmelo. La intensidad de su reclamo sobre mí
hace que se me formen nudos en el estómago. Si me rozara el clítoris ahora
mismo me haría estallar.
—Eres increíble, _____ —gruñe con voz ronca mientras entra una vez
más—. Podría pasarme así toda la puta noche, pero no aguanto más.
Me sorprendo a mí misma moviéndome contra sus sacudidas
pausadas, invitándolo a acelerar el ritmo. Este placer inesperado es
increíble, y estoy al borde de tener el orgasmo más intenso de mi vida. Ni
siquiera puedo creerme que lo esté haciendo. Necesito más.
—Sigue. —Pronuncio la palabra que jamás creí que diría.
—Sí, nena. ¿Te falta mucho?
—¡No! —grito, y me empotro contra él. Oigo sus gemidos mientras
me coloca una mano sobre el hombro y la otra entre las piernas—. ¡Más
fuerte! —grito. Lo necesito.
—¡Joder, _______! —exclama, y me penetra con más ímpetu, agarrado de
mi hombro y trazando círculos con el dedo sobre mi clítoris palpitante.
Lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡Me viene! —grito.
—¡Espera! —me ordena.
Siento que su polla se hincha y se estira mientras continúa acelerando.
Estoy ida de placer, casi delirante, y justo cuando creo que voy a
desmayarme, brama:
—¡Ahora!
Y me dejo llevar.
La habitación empieza a dar vueltas y yo me pierdo. Me dejo caer
sobre la encimera con los brazos estirados sobre la cabeza y arrastro a
Tom conmigo. Pesa bastante, pero tengo el cuerpo aturdido por el placer.
Sólo soy consciente de que su pecho húmedo y firme me aplasta contra el
granito, de que su aliento cálido y entrecortado me acaricia el pelo y de que
su pene vibrante continúa hundido en mi interior mientras sus espasmos se
reflejan sobre mí. Mis músculos se contraen con cada uno de sus latidos y
absorbo hasta la última gota de su simiente mientras él acaricia

perezosamente los restos de mi orgasmo.



OTRO CAP PORNO!!! BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))

4 comentarios:

  1. :O:O Buenísimo el cap virgi me encantooooo jajaja huyy Tom le hizo el amor a (Tn) y que mandon es ehh.. espero el próximo cap!!!

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  2. Dios ese Tom lo es todoo!!
    Y si Sarah es su amiga xq tanta escena le hace a Tom..

    Siguelaaa Virgii :)

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