CAPITULO 9.-
Cierra la
puerta tras él de una patada, me coloca sobre el mármol que hay
entre las
dos pilas del lavabo y se vuelve para cerrar el pestillo. Todavía
tengo el
vestido arremangado alrededor de la cintura y las piernas y las
bragas
totalmente al descubierto.
Observo
aquel inmenso cuarto tan familiar y me detengo en la enorme
bañera de
mármol de color crema que domina el centro de la habitación.
Sonrío al
recordar el quebradero de cabeza que supuso organizar que una
grúa la
subiese hasta aquí a través de las ventanas. Fue una pesadilla, pero
ha quedado
espectacular. La ducha doble de mampara abierta que hay en la
pared del
otro extremo está cubierta de arriba abajo de cristal laminado y
baldosas
de travertino de color beige, y el mueble sobre el que me
encuentro
es de mármol italiano de color crema, con dos pilas integradas y
grandes
grifos en cascada. Un espejo de marco grueso y dorado
minuciosamente
tallado ocupa todo lo ancho del mueble, y junto a la
ventana
hay un diván. Es lujo en estado puro.
El ruido
del pestillo al cerrarse interrumpe mi admiración hacia mi
trabajo y
atrae mi mirada hacia la puerta, donde Tom se ha quedado
inmóvil,
observándome. Mientras se acerca a mí, empieza a desabrocharse
la camisa.
Contemplo cómo se aproxima, con la boca relajada y los ojos
entornados.
Al pensar en lo que está a punto de suceder, el estómago me
arde y mis
muslos se tensan. Este hombre es totalmente imponente.
Cuando se
desabrocha el último botón, se detiene ante mí con la
camisa
abierta. No puedo resistirme a recorrer con uno de mis dedos el
centro de
su torso duro y bronceado. Él mira hacia abajo y me sigue el
juego.
Coloca las manos a ambos lados de mi cadera y se abre paso entre
mis muslos.
Cuando me mira, las comisuras de sus labios esbozan una
sonrisa y
le brillan los ojos. Las pequeñas arrugas que se forman en su
rostro
suavizan la usual intensidad de su mirada.
—Ya no
puedes huir —bromea.
—No deseo
hacerlo.
—Bien
—contesta atrayendo mi mirada hacia sus hermosos labios.
Mi dedo
asciende por su pecho y su garganta hasta descansar sobre su
labio
inferior. Él abre la boca y me lo muerde de manera juguetona. Sonrío
y continúo
subiéndolo hasta acariciarle el cabello.
—Me gusta
este vestido. —Recorre la parte delantera de mi cuerpo
con la
mirada y se detiene en la tela arrugada a la altura de mi cintura.
—Gracias.
—Aunque es
un poco restrictivo —dice mientras tira de un trozo de
tela.
—Lo es
—coincido. La anticipación me está matando.
«¡Arráncamelo!»
—¿Te lo
quitamos? —Arquea una ceja y sus labios empiezan a
curvarse.
Sonrío.
—Si
quieres.
—¿O te lo
dejamos puesto? —Esboza una amplia sonrisa al tiempo
que
levanta las manos.
Me derrito
sobre el mármol del lavabo.
Desliza
las manos por mi espalda.
—Aunque,
bien pensado, yo ya sé qué se esconde bajo este bonito
vestido.
—Levanta las manos, agarra la cremallera y, mientras empieza a
bajarla
lentamente, me susurra al oído—: Y es mucho mejor que cualquier
prenda.
—Respiro con desesperada dificultad—. Creo que será mejor que
nos
deshagamos de él —concluye.
Me levanta
del mueble, me deja en el suelo, me quita el vestido y lo
deja caer
también. Lo aparta a un lado con el pie sin quitarme los ojos de
encima.
Frunzo el
ceño.
—Me gusta
ese vestido.
No podría importarme
menos. Por mí como si lo hace pedazos para
limpiar
las ventanas con él.
—Te
compraré uno nuevo.
Se encoge
de hombros y vuelve a subirme al lavabo y a colocarse
entre mis
muslos. Presiona su cuerpo contra el mío y me agarra del trasero
para atraerme
hacia él, hasta que estamos bien pegados. Balancea la cadera
sin dejar
de mirarme.
Las
palpitaciones de mi sexo rozan lo doloroso y creo que voy a
perder la
cabeza si continúa haciendo sólo eso. Quiero pedirle que acelere.
Me está
costando controlarme.
Me pasa
las manos por detrás y me desabrocha el sujetador. Desliza
los
tirantes por mis brazos y lo lanza por detrás de él. Me inclino hacia
atrás y me
apoyo sobre las manos, dejando los pechos expuestos frente a él.
Mirándome
a los ojos, levanta una mano y coloca la palma justo
debajo de
mi garganta.
—Siento
los fuertes latidos de tu corazón —afirma en voz baja—. Te
pongo muy
nerviosa.
No voy a
negar esa afirmación. Es verdad, y ya ni me molesto en
tratar de
resistirme.
Desliza la
palma entre mis pechos hasta llegar a mi estómago
mientras
me observa, ardiente y delicioso.
—Eres
demasiado hermosa —dice con rotundidad—. Creo que voy a
quedarme
contigo.
Arqueo la
espalda y le acerco más mi pecho. Él sonríe y baja la boca
para
chuparme un pezón con fuerza. Cuando sube una mano para
masajearme
el otro pecho, emito un gemido y echo la cabeza atrás contra
el espejo.
Por Dios bendito. Este hombre es un genio. Su erección es dura
como el
acero y me aprieta entre las piernas obligándome a trazar círculos
con la
cadera para calmar la palpitación con un prolongado suspiro de
placer. No
sé qué hacer. Quiero saborear todo ese placer, porque es
maravilloso,
pero la necesidad de poseerlo se apodera de mí, la presión de
mi
entrepierna está a punto de estallar. Como si me estuviese leyendo la
mente,
desliza la mano entre mis muslos hasta dar con el borde de mis
bragas.
Uno de sus dedos traspasa la barrera y acaricia ligeramente la punta
de mi
clítoris.
—¡Joder!
—grito al tiempo que me incorporo, lo agarro de los
hombros y
le clavo las uñas en los músculos definidos.
—Esa boca
—me reprende antes de pegar sus labios contra los míos y
hundir dos
dedos dentro de mí.
Mis
músculos se aferran a él mientras los mete y los saca. Creo que
voy a
morir, literalmente, de placer. Siento la rápida evolución de un
orgasmo
inminente y sé que va a hacerme estallar. Me agarro a sus
hombros
como si no hubiese mañana y gimo en su boca mientras él
continúa
con su asalto.
«Aquí
viene.»
—Córrete
—me ordena mientras aplica más presión sobre mi clítoris.
Me deshago
en una explosión de estrellas. Le libero la boca y dejo
caer la
cabeza hacia atrás en un absoluto frenesí. Lanzo un grito. Él me
agarra la
cabeza y me la inclina hacia adelante para placarme la boca y
atrapar
mis últimos gritos. Estoy completamente extasiada, jadeando,
temblando
y sin fuerzas. Me desintegro entre sus manos, totalmente
desinhibida
y sin sentir ninguna vergüenza por lo que consigue hacer
conmigo.
Estoy loca de placer.
Su beso se
relaja y su presión disminuye; me devuelve poco a poco a
la
realidad mientras posa tiernos besos por toda mi cara caliente y mojada.
Ha estado
demasiado bien. Demasiado bien.
Noto que
me aparta un mechón de pelo de la cara y abro los ojos. Al
hacerlo me
encuentro con una mirada oscura y satisfecha. Me planta un
beso en
los labios. Yo suspiro. Noto como si toda una vida de presión
acumulada
se hubiese extinguido, así, sin más. Me siento relajada y
saciada.
—¿Mejor?
—pregunta mientras extrae los dedos de mi cuerpo.
—Hummm...
—murmuro. No tengo fuerzas para hablar.
Arrastra
los dedos por mi labio inferior y se inclina sobre mí. Me
observa de
cerca y me pasa la lengua por la boca, lamiendo los restos de mi
orgasmo.
Sus ojos penetran en mi interior mientras nos miramos en
silencio.
Mis manos le agarran la cara como por instinto y le alisan la piel
recién
afeitada. Este hombre es bello, intenso y apasionado. Y podría
romperme
el corazón.
Él sonríe
levemente y se vuelve para besarme la palma de la mano
antes de
volver a fijar la vista en mí. Santo cielo, estoy perdida.
Alguien
sacude el pomo de la puerta del baño desde fuera y nos
arranca
cruelmente a ambos de la intensidad del momento. Lanzo un grito
ahogado.
Tom me tapa la boca con la mano y me mira con expresión
divertida.
¿Le parece gracioso?
—No oigo
nada —dice una voz al otro lado, seguida de otro intento de
abrir la
puerta.
El terror
hace que mis ojos estén a punto de salirse de sus órbitas.
Tom retira
la mano y la sustituye por sus labios.
—Chis —me
exhorta contra la boca.
—Joder, me
siento sucia —me lamento apartándome de sus labios y
dejando
caer la cabeza sobre su hombro.
Es
imposible que salga de aquí sin ponerme roja como un tomate.
¿Cómo voy
a evitar que la culpabilidad se refleje en mi rostro?
—No eres
sucia. No digas tonterías o me veré obligado a darte unos
azotes en
ese precioso trasero que has pasado por todo mi baño.
Levanto la
cabeza de su hombro y lo miro confundida.
—¿Tu baño?
—Sí, es mi
baño. —Sonríe con sorna—. Me gustaría que ese montón
de
extraños dejase de pasearse por mi casa —murmura.
—¿Vives
aquí? —digo perpleja. No puede ser. Nadie vive aquí.
—Bueno, lo
haré a partir de mañana. Oye, ¿toda esta mierda italiana
vale de
verdad el precio tan caro que le han puesto a este apartamento? —
Me mira
con expectación.
¿En serio
quiere que le conteste a eso?
—¿Mierda
italiana? —escupo sintiéndome totalmente insultada. Él se
echa a
reír y a mí me dan ganas de abofetearlo. ¿«Mierda italiana»? Este
tío es un
capullo ignorante. ¿«Mierda italiana»?—. No deberías haberte
comprado
el piso si no te gusta la mierda que contiene —le espeto airada.
—Puedo
deshacerme de la mierda —bromea.
Mis cejas
adoptan una expresión de incredulidad ante lo que acabo de
escuchar.
Me he pasado meses deslomándome para conseguir toda esta
«mierda
italiana» ¿y ahora este cerdo desagradecido pretende librarse de
ella?
Jamás me había sentido tan insultada, ni tan cabreada. Intento liberar
las manos,
atrapadas debajo de las suyas, pero no me deja. Le lanzo una
mirada
asesina.
Él sonríe.
—Relájate,
mujer. No me desharía de nada de lo que hay en este
apartamento
—dice, y me besa con fuerza—. Y tú estás en él.
Vuelve a
apoderarse de mi boca con ansia, posesivamente.
No voy a
darle demasiadas vueltas a ese comentario. Mi libido acaba
de
reactivarse y no voy a intentar apaciguarla. Lo ataco con la misma
fuerza. Le
meto la lengua en la boca y empiezo a jugar con la suya. Tom
me suelta
las manos y éstas se apresuran de manera impulsiva hacia esos
hombros
firmes y musculosos que tanto me gustan.
Me rodea
la cintura, libera mis labios, me levanta del mármol y me
sostiene
sobre él mientras con la otra mano busca mis bragas y las arrastra
de un
tirón por mis piernas. Vuelve a colocarme sobre el mueble, me quita
los
zapatos y los deja caer sobre las baldosas del suelo con un sonoro
estrépito.
Me uno a él en la fiesta de la piel desnuda, estiro la mano y le
quito la
camisa deslizándola por sus anchos hombros. Dejo su torso al
descubierto
en todo su esplendor. Es la viva imagen de la perfección.
Quiero
lamer cada centímetro de su cuerpo.
Bajo la
vista y me quedo algo impactada al ver una cicatriz bastante
fea que
tiene en el estómago y que se extiende hasta su cadera izquierda.
No la
había visto antes. La luz en La Mansión era tenue, pero es una marca
muy
grande. Ya apenas se nota, pero es enorme. ¿Cómo se la hizo? Decido
no
preguntar. Podría ser un asunto delicado, y no quiero que nada estropee
este
momento. Podría quedarme aquí sentada mirándolo embobada
eternamente.
Incluso con esa cicatriz tan siniestra, sigue siendo hermoso.
Hago una
pelota con la camisa y la tiro sobre mi vestido. Él me mira
con una
ceja enarcada.
—Ya te
compraré una nueva —digo encogiéndome de hombros.
Él sonríe
con picardía, se inclina hacia adelante, se apoya en el
mueble y
me besa los labios con mucha ternura. Alcanzo sus pantalones y
empiezo a
quitarle el cinturón. Lo desabrocho con rapidez y provoco que
emita un
sonido similar al de un látigo.
Él retrocede con una ceja enarcada.
—¿Vas a azotarme?
«¿Eh?»
—No —respondo vacilante.
¿Le gusta ese tipo de cosas? Añado el cinturón al montón
de ropa del
suelo y deslizo la mano entre sus firmes y estrechas
caderas y la cintura de
sus pantalones. Tiro de él hacia mí para tenerlo lo más
cerca posible.
—Aunque, si quieres que lo haga...
¿He dicho yo eso?
—Lo tendré en cuenta —contesta con una media sonrisa.
Efectivamente, lo he dicho. Pero ¿qué me pasa?
Con los ojos fijos en los suyos, empiezo a desabrocharle
el botón del
pantalón y mis nudillos rozan su sólida erección
provocándole una
sacudida. Cierra los ojos con fuerza. Le bajo la cremallera
lentamente,
deslizo la mano por dentro de sus bóxeres y me abro paso
a través de la
masa de pelo rubio oscuro. Se estremece y levanta la
mirada hacia el techo.
Los músculos de su pecho se contraen y se relajan y no
puedo evitar
inclinarme hacia adelante y pasarle la lengua por el
centro del esternón.
—______, deberías saber que una vez que te posea, serás
mía.
Estoy demasiado embriagada por la lujuria como para darle
importancia a ese comentario.
—Hummm... —murmuro contra su piel mientras dibujo
círculos con
la lengua alrededor de su pezón y saco la mano de sus
calzoncillos. Agarro
el elástico y los hago descender por su perfecta cadera.
Su erección se
libera como un resorte.
«¡Madre mía, es enorme!» La punta, hinchada y húmeda, me
está
señalando. La exclamación involuntaria que escapa de mi
boca delata mi
sorpresa. Fijo mis ojos en los suyos y descubro un atisbo
de sonrisa
formándose en sus labios. Eso demuestra, para mi
vergüenza, que mi
reacción no le ha pasado inadvertida.
Retrocede, se quita los zapatos y los calcetines y aparta
los pantalones
y los bóxeres de sus tobillos. Mi atención se centra en
sus muslos fuertes y
definidos. Empiezo a babear ante la imponente
magnificencia que se
yergue ante mí en todo su esplendor. No puedo evitarlo.
Haciendo acopio de lo que me queda de confianza, me
inclino
lentamente hacia adelante y empiezo a acariciarle la
cabeza con el pulgar
mientras observa cómo lo explora mi mano. Cuando le
envuelvo la base
con la mano, vacilante, veo que el contacto hace que se
estremezca.
—Joder, _____ —resuella, y entonces me toma los labios y
la boca con
vehemencia mientras yo empiezo a acariciar su erección a
un ritmo lento y
constante, aumentando la velocidad cuando siento que su
boca se aprieta
cada vez más contra la mía. Su mano se oculta entre mis
piernas y, con un
leve roce de su pulgar sobre mi clítoris, me veo
catapultada de nuevo al
séptimo cielo de Tom. Dejo escapar un gemido en su boca.
Él me muerde
el labio.
—¿Estás lista? —me pregunta con urgencia.
Me limito a asentir, porque mi capacidad de hablar me ha
abandonado.
Despega la mano de entre mis muslos y me aparta de su
palpitante
excitación. Con un movimiento estudiado, me coloca las
manos en el
trasero, me levanta y me penetra con su ansiosa
prolongación.
«¡AU! ¡Joddder!»
—¿Estás bien? —jadea.
—Un segundo. Necesito un segundo.
Lo rodeo con las piernas mientras grito de placer y de
dolor. Sé que ni
siquiera ha llegado a metérmela entera. Pero es enorme,
joder.
Me muevo un poco y me apoyo contra la pared. El frío de
las baldosas
no me molesta lo más mínimo mientras intento adaptarme a
la enormidad
de Tom. Él apoya su frente en la mía. Deslizo las manos
por su espalda
empapada de sudor mientras él permanece quieto unos
instantes para
darme tiempo a acostumbrarme a la intrusión.
Jadea y se retira de mi cuerpo muy despacio para volver a
entrar a un
ritmo pausado y constante. Esta vez se adentra más en mí
y su inmenso
tamaño hace que la cabeza me dé vueltas.
—¿Crees que tienes espacio para más? —pregunta con
ansiosa
necesidad.
¿Más? Pero ¿cuánto más queda? «Puedo hacerlo, puedo
hacerlo», me
repito una y otra vez mientras me adapto a su tamaño y
respiro para
relajarme. Cuando noto que lo tengo controlado, empiezo a
besarlo
lentamente, arqueo la espalda y alzo los pechos contra su
tórax. Entonces
empujo hacia adelante, haciendo más profunda la conexión.
—______, dime que estás lista —susurra sin aliento.
—Estoy lista. —Jamás había estado tan preparada para algo
en mi
vida.
Tras mi respuesta, empieza a salir y a entrar en mí con
más fuerza. Yo
suspiro y muevo las caderas hacia adelante para aceptarlo
mientras él
gruñe de agradecimiento y repite sus rápidas embestidas
una, y otra, y otra
vez.
—Ahora eres mía, ______ —suspira mientras se hunde
deliciosamente en
mí. Yo inclino la cabeza hacia adelante para apoyarla
contra la suya—.
Toda mía.
Con un movimiento rápido, se retira y entra del todo. Yo
grito. Ya no
me duele y estoy disfrutando de cada segundo. Lo agarro
de los hombros
mientras aumenta las embestidas, se estrella contra mí y
me golpea el
cuello del útero. Aúllo de placer cuando reclama mis
labios y me mete la
lengua en la boca con avidez mientras nuestros cuerpos,
empapados de
sudor, colisionan y resbalan. Estoy a punto de estallar
en mil pedazos.
¡Joder! ¡Nunca me corro con la penetración!
—¿Vas a correrte? —jadea en mi boca.
—¡Sí! —exclamo, y le clavo los dientes en el labio
inferior. Él se
queja. Sé que le he hecho daño, pero estoy fuera de
control.
—Espérame —me ordena embistiéndome con más fuerza.
Grito y me agarro a él desesperadamente en un intento de
retrasar el
orgasmo, pero no funciona. ¿Cuánto le falta? No puedo
más.
Después de tres ataques más, grita:
—¡Ahora!
Y yo estallo ante su orden, echo la cabeza hacia atrás y
grito su
nombre mientras siento que su líquido caliente se derrama
en mi interior.
Él me agarra hasta que nuestros cuerpos quedan totalmente
pegados y
hunde el rostro en mi garganta.
—¡Jodddderrrrr! —gruñe contra mi cuello. El largo gemido
de
satisfacción que escapa de mis labios expresa a la
perfección cómo me
siento ahora mismo. Estoy totalmente satisfecha.
Él ralentiza las arremetidas para que ambos comencemos a
descender
de nuestras maravillosas nubes y yo lo retengo con
fuerza. Mis músculos
internos se contraen a su alrededor mientras él traza
círculos suaves con la
cadera.
—Mírame —me ordena suavemente. Inclino la cabeza para
mirarlo y
suspiro de felicidad mientras él analiza mis ojos. Vuelve
a mover la cadera
y me planta un beso en la punta de la nariz—. Preciosa
—se limita a decir
mientras me coge de la nuca y me acerca hacia él para que
mi mejilla
descanse sobre su hombro. Me quedaría así para siempre.
Mi espalda se separa de la fría pared y Tom me traslada
hasta el
lavabo, todavía dentro de mí, palpitando y dando
sacudidas. Sale de mí y
me coloca sobre el mármol. Me agarra la cara entre las
palmas de las
manos y se inclina para besarme. Sus labios permanecen
pegados a los
míos en una muestra de afecto absoluto.
—¿Te he hecho daño? —pregunta con la frente arrugada de
preocupación.
Yo me deshago al instante. Quiero asfixiarlo entre los
brazos, en
serio. Lo abrazo con todo mi cuerpo, y me aferro a él
como si mi vida
dependiera de ello. Él entierra la cara en mi cuello y me
acaricia la
espalda. Es la sensación más relajante que he
experimentado jamás. Ni
siquiera tengo energía para sentirme culpable.
«¿Sarah? ¿Qué Sarah?»
Nos quedamos entrelazados, convertidos en un amasijo de
brazos y
piernas, con la respiración agitada y abrazándonos
durante un buen rato.
Quiero quedarme así para siempre. Podríamos hacerlo, al
fin y al cabo el
cuarto de baño es suyo. No puedo creerme que sea el
propietario del ático.
Un rato demasiado corto después, se incorpora y me
acaricia la cara
con los nudillos.
—No me he puesto condón —dice con cara de estar
arrepentido de
verdad—. Lo siento, me he dejado llevar y ni siquiera lo
he pensado.
Tomas la píldora, ¿verdad?
—Sí, pero la píldora no protege de las ETS. —Soy una
inconsciente.
Este hombre es un dios que sabe lo que se hace. A saber
con cuántas
mujeres se ha acostado.
Él me sonríe.
—______, yo siempre uso condón. —Se inclina hacia
adelante y me besa
la frente—. Menos contigo.
«¿Eh?»
—¿Por qué?
Se aparta un poco y se mordisquea el labio inferior.
—Porque cuando estoy contigo pierdo la razón.
Se pone los calzoncillos y los pantalones y estira el
brazo por encima
de mí para coger una toalla de la estantería.
Me dispongo a reprenderlo, pero entonces recuerdo que es
su casa.
Todo lo que hay aquí es suyo, menos yo. Bueno, según él,
yo también, pero
eso no son más que cosas que se dicen cuando estás a
punto de correrte. A
veces la pasión nos hace decir tonterías. ¿Pierde la
razón? Pues ya somos
dos.
Abre el grifo, pasa la toalla por debajo y vuelve a
colocarse delante de
mí. Siento pudor aquí sentada, completamente desnuda. No
estamos en las
mismas condiciones. Cierro las piernas para ocultarme un
poco, incómoda
de repente por la ausencia de ropa. Pero él me mira y en
su atractivo rostro
se forma una expresión de perplejidad. Hace un mohín, me
agarra de las
piernas y me las separa ligeramente.
—Mejor —murmura.
Me levanta los brazos del regazo y se los coloca sobre
los hombros.
Después, con la toalla, empieza a limpiarme entre los
muslos. Frota con
suavidad, arriba y abajo, para eliminar sus restos de mi
cuerpo. Es un acto
tierno y tremendamente íntimo. Yo observo su rostro
embelesada y
advierto la pequeña arruga de concentración que se ha
formado en su frente
mientras se concentra en asearme.
Me mira con esos ojos cafeces y brillantes y me dice:
—Quiero meterte en esa ducha y venerar cada centímetro de
tu
cuerpo, pero con esto tendrá que bastar. Al menos por
ahora. —Se inclina
para besarme y se queda brevemente pegado a mi boca. Creo
que no me
cansaría jamás de estos besos sencillos y afectuosos. Sus
labios son suaves,
y su aroma divino—. Venga, señorita. Vamos a vestirte.
Me levanta del mueble, me ayuda a ponerme la ropa
interior y el
vestido y me sube la cremallera. Entonces me posa los
labios sobre el
cuello y su boca suave y cálida hace que se me erice el
vello y se me
estremezca todo el cuerpo. No lo he eliminado de mi
organismo. Al
contrario. Malas noticias.
Recojo su camisa azul claro del suelo y la sacudo antes
de pasársela.
—No había ninguna necesidad de arrugarla, ¿sabes? —Me
sonríe
mientras se la pone, se abrocha los botones y se la mete
por dentro de los
pantalones azul marino.
—Con la chaqueta puesta no... —De pronto recuerdo que la
dejé caer
al suelo en el dormitorio—. Oh —susurro con los ojos
abiertos como
platos.
—Sí. Oh. —Enarca una ceja y da un latigazo en el aire con
el
cinturón; el restallido me provoca un escalofrío y él
sonríe con malicia—.
Bueno, ¿lista para lo que tenga que pasar, señorita? —Me
ofrece la mano y
la acepto sin vacilar. Este hombre es un imán—. Yo diría
que has gritado
bastante, ¿no?
Lo miro con indignación mientras él me dedica su mejor
sonrisa.
Sacudo la cabeza y me miro en el espejo. Estoy
ruborizada. Tengo los
labios hinchados y rojos y el pelo aún recogido, aunque
con algunos
mechones sueltos y despeinados. Llevo el vestido
arrugado. Necesito cinco
minutos para arreglarme.
—Estás perfecta —me asegura como si sintiese el pánico
que se está
apoderando de mí.
¿Perfecta? No es ésa precisamente la palabra que yo
usaría. ¡Estoy
jodida! Literalmente.
Me arrastra hasta la puerta, quita el pestillo y sale sin
ningún miedo.
Yo soy más cautelosa. ¿Y si los invitados están todavía
rondando por aquí?
Veo su chaqueta aún tirada en el suelo. Tom la recoge al
pasar.
Cuando llegamos a la escalera curvada, de repente me doy
cuenta de
que sigo cogida de su mano. Intento soltarme, pero él me
sujeta con fuerza
hasta hacerme esbozar una mueca de dolor. ¡Mierda! Tiene
que soltarme.
Mi jefe y mis colegas están aquí. No puedo pasearme por
ahí cogida de la
mano de este hombre desconocido. Bueno, ya no es tan
desconocido para
mí, pero ésa no es la cuestión. Intento liberar la mano
de nuevo, pero él se
niega a soltarla.
—Tom, suéltame la mano.
—No —responde tajantemente y sin siquiera mirarme a la
cara.
Yo me detengo abruptamente a mitad de la escalera y echo
un vistazo
a la habitación inferior. Por suerte, nadie está
mirándonos, pero no tardarán
en vernos. Tom se vuelve y me observa desde unos
escalones más abajo.
—Tom, no puedes esperar que desfile por aquí cogida de tu
mano. No
es justo. Suéltame, por favor.
Él contempla nuestras manos unidas, suspendidas entre
nuestros
cuerpos.
—No voy a soltarte —murmura con hosquedad—. Si lo hago,
puede
que olvides cómo te hace sentir. Puede que cambies de
parecer.
Es absolutamente imposible que olvide lo que sentimos al
estar piel
contra piel, pero ésa no es la parte de la frase que me
preocupa.
—¿Que cambie de parecer respecto a qué? —pregunto
totalmente
desconcertada.
—A mí —contesta.
¿A él? Todavía no he tomado ninguna decisión, así que no
hay nada
que cambiar. Tengo que centrarme en convencerlo de que me
suelte la
mano antes de que alguien nos vea. Voy a archivar ese
comentario, como
he hecho con las demás cosas raras que ha dicho arriba.
«¡Me cago en la leche!» Casi me caigo por la escalera
cuando veo a
Sarah cruzar la terraza. La realidad acaba de golpearme
como un ariete.
Seguro que al verla deja de comportarse de esta manera
tan irracional. Su
novia va a entrar en el apartamento. No es momento para
tonterías. Lo
miro con el ceño fruncido y empleo la fuerza bruta para
arrancar mi mano
de su garra. Casi me disloco el hombro en el proceso,
pero funciona. Tom
me mira enfadado, pero no me quedo allí para verlo. Me
apresuro a
descender la escalera hacia la enorme amplitud del ático.
Con tan sólo
vernos juntos, Sarah ya sospecharía. Esa mujer ha dejado claro
que no le
caigo muy bien. Y no la culpo. Me veía como una amenaza
y, finalmente,
sus temores se han cumplido.
Llego al final de la escalera y veo que Ken viene
corriendo hacia mí
entre la multitud moviendo los brazos frenéticamente.
—¡Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas? Patrick te ha
estado
buscando por todas partes. —Me agarra de los hombros y me
inspecciona
de arriba abajo. Como siempre, es la reina del drama.
Al ver mi aspecto desaliñado, me mira con recelo. Noto
que el calor
de mis mejillas aumenta.
—Le estaba enseñando la casa al señor Kaulitz —contesto,
con poca
convicción, mientras hago un gesto con la mano por encima
del hombro en
dirección a Tom. Sé que está cerca, detrás de mí. Aún lo
oigo mascullar. Y
también lo huelo. Aunque, bueno, también podría deberse a
que tengo su
olor impregnado por todo el cuerpo. Me siento como si me
hubiera
marcado... o incluso reclamado.
Con las manos todavía sobre mis hombros, Ken mira a mis
espaldas.
Ahoga un grito y me acerca a él de un tirón para
preguntarme al oído
mientras me olfatea:
—Nena, ¿quién es ese dios del Olimpo que me está
gruñendo?
Yo me zafo de sus manos, me vuelvo y veo que Tom está
fulminando
a Ken con la mirada. Pongo los ojos en blanco ante su
patético
comportamiento. Ken es el tío más gay de Londres. No
puede sentirse
amenazado por él. ¡No debería sentirse amenazado por
nadie!
—Ken, te presento al señor Kaulitz. Señor Kaulitz, éste
es Ken. Es un
colega. Y es gay —añado con un tono algo sarcástico. Sé
que a Ken no va
a importarle. Al fin y al cabo, no he dicho nada que no
resulte evidente.
Miro a mi compañero, que esboza una amplia sonrisa, y
después a
Tom, que ha dejado de gruñir pero continúa igual de
enfadado. Ken da un
saltito, lo agarra de los hombros y le da un beso en el
aire. Yo reprimo una
carcajada al ver que a Tom se le salen los ojos de las
órbitas y se le tensan
los hombros.
—Es un auténtico placer —canturrea Ken mientras le toca
los bíceps
—. Oye, ¿haces pesas?
Se me escapa una risotada y tomo la inmadura decisión de
dejar que
Tom se las arregle solo con el descarado flirteo de Ken.
Veo que me mira
mientras me doy media vuelta para marcharme y que me
lanza puñales con
los ojos. Me da igual. Está actuando de una manera
totalmente irracional.
Patrick se encuentra en la cocina, charlando con el
promotor. Me hace
un gesto para que me acerque y me pasa una copa de
prosecco. Me parece
que el coche va a quedarse a dormir aquí.
—Aquí está —anuncia Patrick mientras me pasa un brazo
sobre los
hombros y me
abraza contra su enorme cuerpo—. Esta chica ha
transformado
mi empresa. Estoy muy orgulloso de ti, flor. ¿Dónde estabas?
—pregunta.
Le brillan los ojos y tiene las mejillas rojas, un claro síntoma
de que ha
bebido demasiado.
—Haciendo
de guía turística por el apartamento —miento, y sonrío
dulcemente
mientras me aprieto contra él.
—No he
parado de hablar de ti. Deben de dolerte los oídos —dice
Patrick.
«¡No, no precisamente los oídos!»—. Estaba comentándole al
señor Van
Der Haus que estarás encantada de trabajar en su nuevo
proyecto.
¿Van Der Haus?
Ah, el otro socio. Aún no lo conozco.
—Mi socio
insiste en ello —asegura Van Der Haus con una amplia
sonrisa.
Es muy
elegante, alto, rubio platino, y luce un traje hecho a medida y
zapatos de
vestir. Es bastante atractivo... a pesar de estar en plena
cuarentena
(otro madurito...).
Me
sonrojo.
—Lo haré
con mucho gusto, señor Van Der Haus. ¿Qué tiene pensado
para el
nuevo edificio? —pregunto ansiosa.
—Por
favor, llámame Mikael. Está casi terminado —comenta, y
amplía su
sonrisa—. Hemos pensado en un estilo escandinavo tradicional.
Estamos
volviendo a nuestras raíces. —Su dulce acento danés resulta muy
sexy.
¿Escandinavo
tradicional? Vale, eso me asusta un poco. ¿Se refiere a
que voy a
tener que comprar todo en Ikea? ¿No sería mejor que contratase
a un escandinavo
para esto?
—Suena
interesante —respondo.
Me vuelvo
para dejar la copa sobre la encimera y veo a Tom al otro
lado de la
habitación, con Sarah.
Madre mía.
Está devorándome con la mirada, y Sarah está justo a su
lado. Me
doy de nuevo la vuelta hacia mis acompañantes, probablemente
con el
pánico reflejado en el rostro sonrojado.
—Eso creo
—coincide Mikael—. He estado discutiendo el precio con
Patrick.
—Señala a mi jefe con la copa de champán—. Podemos empezar a
redactar
una lista de especificaciones, y así podrás comenzar a esbozar
algunos
diseños.
—Lo estoy
deseando. —Me vuelvo de nuevo. Todavía siento la
mirada de
Tom clavada en mi espalda.
—No te
decepcionará, Mikael —gorjea Patrick.
Él sonríe.
—Lo sé.
Eres una joven con un gran talento, ______. Tienes una visión
realmente
impecable. Ahora, si me disculpáis... —Siento que me pongo
todavía
más colorada cuando nos estrecha la mano a Patrick y a mí—.
Estaremos
en contacto —dice, y sostiene mi mano un poco más de lo
necesario.
Después la suelta, se aleja y saluda a un hombre árabe.
Sigo
cobijada bajo el brazo de Patrick cuando Victoria se acerca a
nosotros y
se apoya contra la encimera refunfuñando.
—Los pies
me están matando —exclama.
Patrick y
yo bajamos la mirada hacia sus zapatos de plataforma de
quince
centímetros con estampado de leopardo y ribetes de color rojo
sangre.
Son ridículos. Patrick me mira y sacude la cabeza antes de soltarme
y anunciar
que se marcha.
—Irene
estará esperándome abajo. Ya tengo todas las fotos. —Sacude
la cámara
ante mis ojos—. Nos vemos el lunes por la mañana. —Nos da un
beso a
cada una—. Habéis hecho un trabajo fantástico esta noche.
Enhorabuena.
—Y saca su corpachón de la cocina con un ligero tambaleo.
«¿Un
trabajo fantástico?», pienso avergonzada.
—Ah, ¡casi
se me olvida! —exclama Victoria. Dejo de mirar el
cuerpo
oscilante de Patrick y me centro en ella—. Kate me ha dicho que no
iba a
estar toda la noche esperando a que aparecieras, y algo sobre comer
helado.
—Se encoge de hombros—. Que espera que te lo hayas pasado bien
y que te
verá en casa.
«¿Que me
lo haya pasado bien?» ¡Menuda zorra sarcástica!
—Gracias,
Victoria. Oye, creo que ya hemos terminado aquí. —Cojo
una copa
de champán más cuando el camarero pasa a nuestro lado. Ya no
puedo
conducir, así que de perdidos al río. Y, joder, la necesito—. Me voy
a casa. Tú
vete cuando quieras. Nos vemos el lunes. —Le doy un beso.
—Yo me
quedaré un poco más con Ken. Quiere ir al Route Sixty a
bailar un
rato —dice mientras menea el trasero.
—Prepárate
para acostarte a las tantas —le advierto. Una vez que
Ken sale a
la pista de baile, es imposible sacarlo de allí.
—¡No! Le
he dicho que no puedo quedarme mucho rato. Tengo
muchas
cosas que hacer mañana. Y a duras penas puedo caminar con estos
estúpidos
zapatos.
—Buena
suerte. Despídete de Ken de mi parte.
—Lo haré
cuando lo encuentre. —Se aleja cojeando con sus
exagerados
tacones y me deja en la cocina, apurando mi última copa de
champán.
Echo un
vistazo a mi alrededor, pero no veo ni a Tom ni a Sarah. Me
siento
aliviada. No creo que pudiese mirar a esa mujer a la cara. Tengo que
irme a
casa y fustigarme por ser tan débil y tan fácil.
Me acerco
al ascensor del ático e introduzco el código. Lo cambiarán
mañana
para que sólo lo sepa el propietario. Yo dejo escapar una carcajada
repentina.
Tom Kaulitz es el propietario. Ha sido un día muy largo. Y ahora
que estoy
sola noto que el esperado sentimiento de culpa comienza a
apoderarse
de mí. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—¿Ya te
marchas?
Se me
tensan los hombros y me estremezco al oír la fría y
desagradable
voz de Sarah. Intento recobrar la compostura y me vuelvo
para
mirarla.
—Ha sido
un día muy largo y estoy cansada —contesto, y al instante
me
avergüenzo por el doble sentido de mi comentario. Si ella supiera lo
«largo»
que ha sido el día...
Da un
sorbo de prosecco sin dejar de mirarme con recelo.
—Eres una
caja de sorpresas —ronronea.
Parece
decirlo con sinceridad. ¿Es un cumplido? No, por favor, no
seas
amable conmigo. ¿Acabo de follarme a su novio en su cuarto de baño
nuevo y
ahora es amable conmigo? ¿O es que el aseo también es suyo?
¡Joder!
Quiero que me trague la tierra y morirme. Soy un ser despreciable.
No sé qué
decir.
—Gracias
—respondo, y me vuelvo hacia el ascensor al oír que se
abre.
Tengo que largarme de este lugar.
—No era un
cumplido —dice con rotundidad.
—Ya me lo
imaginaba —contesto sin mirarla. Está claro que me
había
equivocado.
—Sabes que
Tom ha comprado este ático, ¿verdad?
Quiero
preguntarle si ella también va a vivir aquí, pero, obviamente,
no lo
hago.
—Sí, me lo
ha comentado —respondo como si tal cosa mientras entro
en el
ascensor e introduzco el código—. Me alegro de verte. —Sonrío.
No sé por
qué he dicho eso. No me alegro nada. Esta tía sigue sin
gustarme
en absoluto y ella ha dejado más claro que el agua que el
sentimiento
es mutuo. Y no la culpo.
Las
puertas se cierran y yo me dejo caer contra los espejos de las
paredes.
«¡Mierda!»
HOLA!!! NOCHE PORNO JAJAJJA SE QUE ESTE CAPITULO LES GUSTARA ... ÑAÑAÑA ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS :))
Omg!!!! Al fin jajajajajajajajaja pero que capitulo xd y sarah. Por que tiebe q andar en todas partes , sube pronto bye cuidate
ResponderBorrarSigyelaa Virgi.
ResponderBorrarQue serà Sara de Tom??
Sigueeeeeeeee
ResponderBorrarGuaooo xfin ya estuvieron juntos que bueno virgii me encantoooo, espero los próximos caps!!!
ResponderBorrar