miércoles, 4 de marzo de 2015

CAPITULO 9

CAPITULO 9.-
Cierra la puerta tras él de una patada, me coloca sobre el mármol que hay
entre las dos pilas del lavabo y se vuelve para cerrar el pestillo. Todavía
tengo el vestido arremangado alrededor de la cintura y las piernas y las
bragas totalmente al descubierto.
Observo aquel inmenso cuarto tan familiar y me detengo en la enorme
bañera de mármol de color crema que domina el centro de la habitación.
Sonrío al recordar el quebradero de cabeza que supuso organizar que una
grúa la subiese hasta aquí a través de las ventanas. Fue una pesadilla, pero
ha quedado espectacular. La ducha doble de mampara abierta que hay en la
pared del otro extremo está cubierta de arriba abajo de cristal laminado y
baldosas de travertino de color beige, y el mueble sobre el que me
encuentro es de mármol italiano de color crema, con dos pilas integradas y
grandes grifos en cascada. Un espejo de marco grueso y dorado
minuciosamente tallado ocupa todo lo ancho del mueble, y junto a la
ventana hay un diván. Es lujo en estado puro.
El ruido del pestillo al cerrarse interrumpe mi admiración hacia mi
trabajo y atrae mi mirada hacia la puerta, donde Tom se ha quedado
inmóvil, observándome. Mientras se acerca a mí, empieza a desabrocharse
la camisa. Contemplo cómo se aproxima, con la boca relajada y los ojos
entornados. Al pensar en lo que está a punto de suceder, el estómago me
arde y mis muslos se tensan. Este hombre es totalmente imponente.
Cuando se desabrocha el último botón, se detiene ante mí con la
camisa abierta. No puedo resistirme a recorrer con uno de mis dedos el
centro de su torso duro y bronceado. Él mira hacia abajo y me sigue el
juego. Coloca las manos a ambos lados de mi cadera y se abre paso entre
mis muslos. Cuando me mira, las comisuras de sus labios esbozan una
sonrisa y le brillan los ojos. Las pequeñas arrugas que se forman en su
rostro suavizan la usual intensidad de su mirada.
—Ya no puedes huir —bromea.
—No deseo hacerlo.
—Bien —contesta atrayendo mi mirada hacia sus hermosos labios.
Mi dedo asciende por su pecho y su garganta hasta descansar sobre su
labio inferior. Él abre la boca y me lo muerde de manera juguetona. Sonrío
y continúo subiéndolo hasta acariciarle el cabello.
—Me gusta este vestido. —Recorre la parte delantera de mi cuerpo
con la mirada y se detiene en la tela arrugada a la altura de mi cintura.
—Gracias.
—Aunque es un poco restrictivo —dice mientras tira de un trozo de
tela.
—Lo es —coincido. La anticipación me está matando.
«¡Arráncamelo!»
—¿Te lo quitamos? —Arquea una ceja y sus labios empiezan a
curvarse.
Sonrío.
—Si quieres.
—¿O te lo dejamos puesto? —Esboza una amplia sonrisa al tiempo
que levanta las manos.
Me derrito sobre el mármol del lavabo.
Desliza las manos por mi espalda.
—Aunque, bien pensado, yo ya sé qué se esconde bajo este bonito
vestido. —Levanta las manos, agarra la cremallera y, mientras empieza a
bajarla lentamente, me susurra al oído—: Y es mucho mejor que cualquier
prenda. —Respiro con desesperada dificultad—. Creo que será mejor que
nos deshagamos de él —concluye.
Me levanta del mueble, me deja en el suelo, me quita el vestido y lo
deja caer también. Lo aparta a un lado con el pie sin quitarme los ojos de
encima.
Frunzo el ceño.
—Me gusta ese vestido.
No podría importarme menos. Por mí como si lo hace pedazos para
limpiar las ventanas con él.
—Te compraré uno nuevo.
Se encoge de hombros y vuelve a subirme al lavabo y a colocarse
entre mis muslos. Presiona su cuerpo contra el mío y me agarra del trasero
para atraerme hacia él, hasta que estamos bien pegados. Balancea la cadera
sin dejar de mirarme.
Las palpitaciones de mi sexo rozan lo doloroso y creo que voy a
perder la cabeza si continúa haciendo sólo eso. Quiero pedirle que acelere.
Me está costando controlarme.
Me pasa las manos por detrás y me desabrocha el sujetador. Desliza
los tirantes por mis brazos y lo lanza por detrás de él. Me inclino hacia
atrás y me apoyo sobre las manos, dejando los pechos expuestos frente a él.
Mirándome a los ojos, levanta una mano y coloca la palma justo
debajo de mi garganta.
—Siento los fuertes latidos de tu corazón —afirma en voz baja—. Te
pongo muy nerviosa.
No voy a negar esa afirmación. Es verdad, y ya ni me molesto en
tratar de resistirme.
Desliza la palma entre mis pechos hasta llegar a mi estómago
mientras me observa, ardiente y delicioso.
—Eres demasiado hermosa —dice con rotundidad—. Creo que voy a
quedarme contigo.
Arqueo la espalda y le acerco más mi pecho. Él sonríe y baja la boca
para chuparme un pezón con fuerza. Cuando sube una mano para
masajearme el otro pecho, emito un gemido y echo la cabeza atrás contra
el espejo. Por Dios bendito. Este hombre es un genio. Su erección es dura
como el acero y me aprieta entre las piernas obligándome a trazar círculos
con la cadera para calmar la palpitación con un prolongado suspiro de
placer. No sé qué hacer. Quiero saborear todo ese placer, porque es
maravilloso, pero la necesidad de poseerlo se apodera de mí, la presión de
mi entrepierna está a punto de estallar. Como si me estuviese leyendo la
mente, desliza la mano entre mis muslos hasta dar con el borde de mis
bragas. Uno de sus dedos traspasa la barrera y acaricia ligeramente la punta
de mi clítoris.
—¡Joder! —grito al tiempo que me incorporo, lo agarro de los
hombros y le clavo las uñas en los músculos definidos.
—Esa boca —me reprende antes de pegar sus labios contra los míos y
hundir dos dedos dentro de mí.
Mis músculos se aferran a él mientras los mete y los saca. Creo que
voy a morir, literalmente, de placer. Siento la rápida evolución de un
orgasmo inminente y sé que va a hacerme estallar. Me agarro a sus
hombros como si no hubiese mañana y gimo en su boca mientras él
continúa con su asalto.
«Aquí viene.»
—Córrete —me ordena mientras aplica más presión sobre mi clítoris.
Me deshago en una explosión de estrellas. Le libero la boca y dejo
caer la cabeza hacia atrás en un absoluto frenesí. Lanzo un grito. Él me
agarra la cabeza y me la inclina hacia adelante para placarme la boca y
atrapar mis últimos gritos. Estoy completamente extasiada, jadeando,
temblando y sin fuerzas. Me desintegro entre sus manos, totalmente
desinhibida y sin sentir ninguna vergüenza por lo que consigue hacer
conmigo. Estoy loca de placer.
Su beso se relaja y su presión disminuye; me devuelve poco a poco a
la realidad mientras posa tiernos besos por toda mi cara caliente y mojada.
Ha estado demasiado bien. Demasiado bien.
Noto que me aparta un mechón de pelo de la cara y abro los ojos. Al
hacerlo me encuentro con una mirada oscura y satisfecha. Me planta un
beso en los labios. Yo suspiro. Noto como si toda una vida de presión
acumulada se hubiese extinguido, así, sin más. Me siento relajada y
saciada.
—¿Mejor? —pregunta mientras extrae los dedos de mi cuerpo.
—Hummm... —murmuro. No tengo fuerzas para hablar.
Arrastra los dedos por mi labio inferior y se inclina sobre mí. Me
observa de cerca y me pasa la lengua por la boca, lamiendo los restos de mi
orgasmo. Sus ojos penetran en mi interior mientras nos miramos en
silencio. Mis manos le agarran la cara como por instinto y le alisan la piel
recién afeitada. Este hombre es bello, intenso y apasionado. Y podría
romperme el corazón.
Él sonríe levemente y se vuelve para besarme la palma de la mano
antes de volver a fijar la vista en mí. Santo cielo, estoy perdida.
Alguien sacude el pomo de la puerta del baño desde fuera y nos
arranca cruelmente a ambos de la intensidad del momento. Lanzo un grito
ahogado. Tom me tapa la boca con la mano y me mira con expresión
divertida. ¿Le parece gracioso?
—No oigo nada —dice una voz al otro lado, seguida de otro intento de
abrir la puerta.
El terror hace que mis ojos estén a punto de salirse de sus órbitas.
Tom retira la mano y la sustituye por sus labios.
—Chis —me exhorta contra la boca.
—Joder, me siento sucia —me lamento apartándome de sus labios y
dejando caer la cabeza sobre su hombro.
Es imposible que salga de aquí sin ponerme roja como un tomate.
¿Cómo voy a evitar que la culpabilidad se refleje en mi rostro?
—No eres sucia. No digas tonterías o me veré obligado a darte unos
azotes en ese precioso trasero que has pasado por todo mi baño.
Levanto la cabeza de su hombro y lo miro confundida.
—¿Tu baño?
—Sí, es mi baño. —Sonríe con sorna—. Me gustaría que ese montón
de extraños dejase de pasearse por mi casa —murmura.
—¿Vives aquí? —digo perpleja. No puede ser. Nadie vive aquí.
—Bueno, lo haré a partir de mañana. Oye, ¿toda esta mierda italiana
vale de verdad el precio tan caro que le han puesto a este apartamento? —
Me mira con expectación.
¿En serio quiere que le conteste a eso?
—¿Mierda italiana? —escupo sintiéndome totalmente insultada. Él se
echa a reír y a mí me dan ganas de abofetearlo. ¿«Mierda italiana»? Este
tío es un capullo ignorante. ¿«Mierda italiana»?—. No deberías haberte
comprado el piso si no te gusta la mierda que contiene —le espeto airada.
—Puedo deshacerme de la mierda —bromea.
Mis cejas adoptan una expresión de incredulidad ante lo que acabo de
escuchar. Me he pasado meses deslomándome para conseguir toda esta
«mierda italiana» ¿y ahora este cerdo desagradecido pretende librarse de
ella? Jamás me había sentido tan insultada, ni tan cabreada. Intento liberar
las manos, atrapadas debajo de las suyas, pero no me deja. Le lanzo una
mirada asesina.
Él sonríe.
—Relájate, mujer. No me desharía de nada de lo que hay en este
apartamento —dice, y me besa con fuerza—. Y tú estás en él.
Vuelve a apoderarse de mi boca con ansia, posesivamente.
No voy a darle demasiadas vueltas a ese comentario. Mi libido acaba
de reactivarse y no voy a intentar apaciguarla. Lo ataco con la misma
fuerza. Le meto la lengua en la boca y empiezo a jugar con la suya. Tom
me suelta las manos y éstas se apresuran de manera impulsiva hacia esos
hombros firmes y musculosos que tanto me gustan.
Me rodea la cintura, libera mis labios, me levanta del mármol y me
sostiene sobre él mientras con la otra mano busca mis bragas y las arrastra
de un tirón por mis piernas. Vuelve a colocarme sobre el mueble, me quita
los zapatos y los deja caer sobre las baldosas del suelo con un sonoro
estrépito. Me uno a él en la fiesta de la piel desnuda, estiro la mano y le
quito la camisa deslizándola por sus anchos hombros. Dejo su torso al
descubierto en todo su esplendor. Es la viva imagen de la perfección.
Quiero lamer cada centímetro de su cuerpo.
Bajo la vista y me quedo algo impactada al ver una cicatriz bastante
fea que tiene en el estómago y que se extiende hasta su cadera izquierda.
No la había visto antes. La luz en La Mansión era tenue, pero es una marca
muy grande. Ya apenas se nota, pero es enorme. ¿Cómo se la hizo? Decido
no preguntar. Podría ser un asunto delicado, y no quiero que nada estropee
este momento. Podría quedarme aquí sentada mirándolo embobada
eternamente. Incluso con esa cicatriz tan siniestra, sigue siendo hermoso.
Hago una pelota con la camisa y la tiro sobre mi vestido. Él me mira
con una ceja enarcada.
—Ya te compraré una nueva —digo encogiéndome de hombros.
Él sonríe con picardía, se inclina hacia adelante, se apoya en el
mueble y me besa los labios con mucha ternura. Alcanzo sus pantalones y
empiezo a quitarle el cinturón. Lo desabrocho con rapidez y provoco que
emita un sonido similar al de un látigo.
Él retrocede con una ceja enarcada.
—¿Vas a azotarme?
«¿Eh?»
—No —respondo vacilante.
¿Le gusta ese tipo de cosas? Añado el cinturón al montón de ropa del
suelo y deslizo la mano entre sus firmes y estrechas caderas y la cintura de
sus pantalones. Tiro de él hacia mí para tenerlo lo más cerca posible.
—Aunque, si quieres que lo haga...
¿He dicho yo eso?
—Lo tendré en cuenta —contesta con una media sonrisa.
Efectivamente, lo he dicho. Pero ¿qué me pasa?
Con los ojos fijos en los suyos, empiezo a desabrocharle el botón del
pantalón y mis nudillos rozan su sólida erección provocándole una
sacudida. Cierra los ojos con fuerza. Le bajo la cremallera lentamente,
deslizo la mano por dentro de sus bóxeres y me abro paso a través de la
masa de pelo rubio oscuro. Se estremece y levanta la mirada hacia el techo.
Los músculos de su pecho se contraen y se relajan y no puedo evitar
inclinarme hacia adelante y pasarle la lengua por el centro del esternón.
—______, deberías saber que una vez que te posea, serás mía.
Estoy demasiado embriagada por la lujuria como para darle
importancia a ese comentario.
—Hummm... —murmuro contra su piel mientras dibujo círculos con
la lengua alrededor de su pezón y saco la mano de sus calzoncillos. Agarro
el elástico y los hago descender por su perfecta cadera. Su erección se
libera como un resorte.
«¡Madre mía, es enorme!» La punta, hinchada y húmeda, me está
señalando. La exclamación involuntaria que escapa de mi boca delata mi
sorpresa. Fijo mis ojos en los suyos y descubro un atisbo de sonrisa
formándose en sus labios. Eso demuestra, para mi vergüenza, que mi
reacción no le ha pasado inadvertida.
Retrocede, se quita los zapatos y los calcetines y aparta los pantalones
y los bóxeres de sus tobillos. Mi atención se centra en sus muslos fuertes y
definidos. Empiezo a babear ante la imponente magnificencia que se
yergue ante mí en todo su esplendor. No puedo evitarlo.
Haciendo acopio de lo que me queda de confianza, me inclino
lentamente hacia adelante y empiezo a acariciarle la cabeza con el pulgar
mientras observa cómo lo explora mi mano. Cuando le envuelvo la base
con la mano, vacilante, veo que el contacto hace que se estremezca.
—Joder, _____ —resuella, y entonces me toma los labios y la boca con
vehemencia mientras yo empiezo a acariciar su erección a un ritmo lento y
constante, aumentando la velocidad cuando siento que su boca se aprieta
cada vez más contra la mía. Su mano se oculta entre mis piernas y, con un
leve roce de su pulgar sobre mi clítoris, me veo catapultada de nuevo al
séptimo cielo de Tom. Dejo escapar un gemido en su boca. Él me muerde
el labio.
—¿Estás lista? —me pregunta con urgencia.
Me limito a asentir, porque mi capacidad de hablar me ha
abandonado.
Despega la mano de entre mis muslos y me aparta de su palpitante
excitación. Con un movimiento estudiado, me coloca las manos en el
trasero, me levanta y me penetra con su ansiosa prolongación.
«¡AU! ¡Joddder!»
—¿Estás bien? —jadea.
—Un segundo. Necesito un segundo.
Lo rodeo con las piernas mientras grito de placer y de dolor. Sé que ni
siquiera ha llegado a metérmela entera. Pero es enorme, joder.
Me muevo un poco y me apoyo contra la pared. El frío de las baldosas
no me molesta lo más mínimo mientras intento adaptarme a la enormidad
de Tom. Él apoya su frente en la mía. Deslizo las manos por su espalda
empapada de sudor mientras él permanece quieto unos instantes para
darme tiempo a acostumbrarme a la intrusión.
Jadea y se retira de mi cuerpo muy despacio para volver a entrar a un
ritmo pausado y constante. Esta vez se adentra más en mí y su inmenso
tamaño hace que la cabeza me dé vueltas.
—¿Crees que tienes espacio para más? —pregunta con ansiosa
necesidad.
¿Más? Pero ¿cuánto más queda? «Puedo hacerlo, puedo hacerlo», me
repito una y otra vez mientras me adapto a su tamaño y respiro para
relajarme. Cuando noto que lo tengo controlado, empiezo a besarlo
lentamente, arqueo la espalda y alzo los pechos contra su tórax. Entonces
empujo hacia adelante, haciendo más profunda la conexión.
—______, dime que estás lista —susurra sin aliento.
—Estoy lista. —Jamás había estado tan preparada para algo en mi
vida.
Tras mi respuesta, empieza a salir y a entrar en mí con más fuerza. Yo
suspiro y muevo las caderas hacia adelante para aceptarlo mientras él
gruñe de agradecimiento y repite sus rápidas embestidas una, y otra, y otra
vez.
—Ahora eres mía, ______ —suspira mientras se hunde deliciosamente en
mí. Yo inclino la cabeza hacia adelante para apoyarla contra la suya—.
Toda mía.
Con un movimiento rápido, se retira y entra del todo. Yo grito. Ya no
me duele y estoy disfrutando de cada segundo. Lo agarro de los hombros
mientras aumenta las embestidas, se estrella contra mí y me golpea el
cuello del útero. Aúllo de placer cuando reclama mis labios y me mete la
lengua en la boca con avidez mientras nuestros cuerpos, empapados de
sudor, colisionan y resbalan. Estoy a punto de estallar en mil pedazos.
¡Joder! ¡Nunca me corro con la penetración!
—¿Vas a correrte? —jadea en mi boca.
—¡Sí! —exclamo, y le clavo los dientes en el labio inferior. Él se
queja. Sé que le he hecho daño, pero estoy fuera de control.
—Espérame —me ordena embistiéndome con más fuerza.
Grito y me agarro a él desesperadamente en un intento de retrasar el
orgasmo, pero no funciona. ¿Cuánto le falta? No puedo más.
Después de tres ataques más, grita:
—¡Ahora!
Y yo estallo ante su orden, echo la cabeza hacia atrás y grito su
nombre mientras siento que su líquido caliente se derrama en mi interior.
Él me agarra hasta que nuestros cuerpos quedan totalmente pegados y
hunde el rostro en mi garganta.
—¡Jodddderrrrr! —gruñe contra mi cuello. El largo gemido de
satisfacción que escapa de mis labios expresa a la perfección cómo me
siento ahora mismo. Estoy totalmente satisfecha.
Él ralentiza las arremetidas para que ambos comencemos a descender
de nuestras maravillosas nubes y yo lo retengo con fuerza. Mis músculos
internos se contraen a su alrededor mientras él traza círculos suaves con la
cadera.
—Mírame —me ordena suavemente. Inclino la cabeza para mirarlo y
suspiro de felicidad mientras él analiza mis ojos. Vuelve a mover la cadera
y me planta un beso en la punta de la nariz—. Preciosa —se limita a decir
mientras me coge de la nuca y me acerca hacia él para que mi mejilla
descanse sobre su hombro. Me quedaría así para siempre.
Mi espalda se separa de la fría pared y Tom me traslada hasta el
lavabo, todavía dentro de mí, palpitando y dando sacudidas. Sale de mí y
me coloca sobre el mármol. Me agarra la cara entre las palmas de las
manos y se inclina para besarme. Sus labios permanecen pegados a los
míos en una muestra de afecto absoluto.
—¿Te he hecho daño? —pregunta con la frente arrugada de
preocupación.
Yo me deshago al instante. Quiero asfixiarlo entre los brazos, en
serio. Lo abrazo con todo mi cuerpo, y me aferro a él como si mi vida
dependiera de ello. Él entierra la cara en mi cuello y me acaricia la
espalda. Es la sensación más relajante que he experimentado jamás. Ni
siquiera tengo energía para sentirme culpable.
«¿Sarah? ¿Qué Sarah?»
Nos quedamos entrelazados, convertidos en un amasijo de brazos y
piernas, con la respiración agitada y abrazándonos durante un buen rato.
Quiero quedarme así para siempre. Podríamos hacerlo, al fin y al cabo el
cuarto de baño es suyo. No puedo creerme que sea el propietario del ático.
Un rato demasiado corto después, se incorpora y me acaricia la cara
con los nudillos.
—No me he puesto condón —dice con cara de estar arrepentido de
verdad—. Lo siento, me he dejado llevar y ni siquiera lo he pensado.
Tomas la píldora, ¿verdad?
—Sí, pero la píldora no protege de las ETS. —Soy una inconsciente.
Este hombre es un dios que sabe lo que se hace. A saber con cuántas
mujeres se ha acostado.
Él me sonríe.
—______, yo siempre uso condón. —Se inclina hacia adelante y me besa
la frente—. Menos contigo.
«¿Eh?»
—¿Por qué?
Se aparta un poco y se mordisquea el labio inferior.
—Porque cuando estoy contigo pierdo la razón.
Se pone los calzoncillos y los pantalones y estira el brazo por encima
de mí para coger una toalla de la estantería.
Me dispongo a reprenderlo, pero entonces recuerdo que es su casa.
Todo lo que hay aquí es suyo, menos yo. Bueno, según él, yo también, pero
eso no son más que cosas que se dicen cuando estás a punto de correrte. A
veces la pasión nos hace decir tonterías. ¿Pierde la razón? Pues ya somos
dos.
Abre el grifo, pasa la toalla por debajo y vuelve a colocarse delante de
mí. Siento pudor aquí sentada, completamente desnuda. No estamos en las
mismas condiciones. Cierro las piernas para ocultarme un poco, incómoda
de repente por la ausencia de ropa. Pero él me mira y en su atractivo rostro
se forma una expresión de perplejidad. Hace un mohín, me agarra de las
piernas y me las separa ligeramente.
—Mejor —murmura.
Me levanta los brazos del regazo y se los coloca sobre los hombros.
Después, con la toalla, empieza a limpiarme entre los muslos. Frota con
suavidad, arriba y abajo, para eliminar sus restos de mi cuerpo. Es un acto
tierno y tremendamente íntimo. Yo observo su rostro embelesada y
advierto la pequeña arruga de concentración que se ha formado en su frente
mientras se concentra en asearme.
Me mira con esos ojos cafeces y brillantes y me dice:
—Quiero meterte en esa ducha y venerar cada centímetro de tu
cuerpo, pero con esto tendrá que bastar. Al menos por ahora. —Se inclina
para besarme y se queda brevemente pegado a mi boca. Creo que no me
cansaría jamás de estos besos sencillos y afectuosos. Sus labios son suaves,
y su aroma divino—. Venga, señorita. Vamos a vestirte.
Me levanta del mueble, me ayuda a ponerme la ropa interior y el
vestido y me sube la cremallera. Entonces me posa los labios sobre el
cuello y su boca suave y cálida hace que se me erice el vello y se me
estremezca todo el cuerpo. No lo he eliminado de mi organismo. Al
contrario. Malas noticias.
Recojo su camisa azul claro del suelo y la sacudo antes de pasársela.
—No había ninguna necesidad de arrugarla, ¿sabes? —Me sonríe
mientras se la pone, se abrocha los botones y se la mete por dentro de los
pantalones azul marino.
—Con la chaqueta puesta no... —De pronto recuerdo que la dejé caer
al suelo en el dormitorio—. Oh —susurro con los ojos abiertos como
platos.
—Sí. Oh. —Enarca una ceja y da un latigazo en el aire con el
cinturón; el restallido me provoca un escalofrío y él sonríe con malicia—.
Bueno, ¿lista para lo que tenga que pasar, señorita? —Me ofrece la mano y
la acepto sin vacilar. Este hombre es un imán—. Yo diría que has gritado
bastante, ¿no?
Lo miro con indignación mientras él me dedica su mejor sonrisa.
Sacudo la cabeza y me miro en el espejo. Estoy ruborizada. Tengo los
labios hinchados y rojos y el pelo aún recogido, aunque con algunos
mechones sueltos y despeinados. Llevo el vestido arrugado. Necesito cinco
minutos para arreglarme.
—Estás perfecta —me asegura como si sintiese el pánico que se está
apoderando de mí.
¿Perfecta? No es ésa precisamente la palabra que yo usaría. ¡Estoy
jodida! Literalmente.
Me arrastra hasta la puerta, quita el pestillo y sale sin ningún miedo.
Yo soy más cautelosa. ¿Y si los invitados están todavía rondando por aquí?
Veo su chaqueta aún tirada en el suelo. Tom la recoge al pasar.
Cuando llegamos a la escalera curvada, de repente me doy cuenta de
que sigo cogida de su mano. Intento soltarme, pero él me sujeta con fuerza
hasta hacerme esbozar una mueca de dolor. ¡Mierda! Tiene que soltarme.
Mi jefe y mis colegas están aquí. No puedo pasearme por ahí cogida de la
mano de este hombre desconocido. Bueno, ya no es tan desconocido para
mí, pero ésa no es la cuestión. Intento liberar la mano de nuevo, pero él se
niega a soltarla.
—Tom, suéltame la mano.
—No —responde tajantemente y sin siquiera mirarme a la cara.
Yo me detengo abruptamente a mitad de la escalera y echo un vistazo
a la habitación inferior. Por suerte, nadie está mirándonos, pero no tardarán
en vernos. Tom se vuelve y me observa desde unos escalones más abajo.
—Tom, no puedes esperar que desfile por aquí cogida de tu mano. No
es justo. Suéltame, por favor.
Él contempla nuestras manos unidas, suspendidas entre nuestros
cuerpos.
—No voy a soltarte —murmura con hosquedad—. Si lo hago, puede
que olvides cómo te hace sentir. Puede que cambies de parecer.
Es absolutamente imposible que olvide lo que sentimos al estar piel
contra piel, pero ésa no es la parte de la frase que me preocupa.
—¿Que cambie de parecer respecto a qué? —pregunto totalmente
desconcertada.
—A mí —contesta.
¿A él? Todavía no he tomado ninguna decisión, así que no hay nada
que cambiar. Tengo que centrarme en convencerlo de que me suelte la
mano antes de que alguien nos vea. Voy a archivar ese comentario, como
he hecho con las demás cosas raras que ha dicho arriba.
«¡Me cago en la leche!» Casi me caigo por la escalera cuando veo a
Sarah cruzar la terraza. La realidad acaba de golpearme como un ariete.
Seguro que al verla deja de comportarse de esta manera tan irracional. Su
novia va a entrar en el apartamento. No es momento para tonterías. Lo
miro con el ceño fruncido y empleo la fuerza bruta para arrancar mi mano
de su garra. Casi me disloco el hombro en el proceso, pero funciona. Tom
me mira enfadado, pero no me quedo allí para verlo. Me apresuro a
descender la escalera hacia la enorme amplitud del ático. Con tan sólo
vernos juntos, Sarah ya sospecharía. Esa mujer ha dejado claro que no le
caigo muy bien. Y no la culpo. Me veía como una amenaza y, finalmente,
sus temores se han cumplido.
Llego al final de la escalera y veo que Ken viene corriendo hacia mí
entre la multitud moviendo los brazos frenéticamente.
—¡Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas? Patrick te ha estado
buscando por todas partes. —Me agarra de los hombros y me inspecciona
de arriba abajo. Como siempre, es la reina del drama.
Al ver mi aspecto desaliñado, me mira con recelo. Noto que el calor
de mis mejillas aumenta.
—Le estaba enseñando la casa al señor Kaulitz —contesto, con poca
convicción, mientras hago un gesto con la mano por encima del hombro en
dirección a Tom. Sé que está cerca, detrás de mí. Aún lo oigo mascullar. Y
también lo huelo. Aunque, bueno, también podría deberse a que tengo su
olor impregnado por todo el cuerpo. Me siento como si me hubiera
marcado... o incluso reclamado.
Con las manos todavía sobre mis hombros, Ken mira a mis espaldas.
Ahoga un grito y me acerca a él de un tirón para preguntarme al oído
mientras me olfatea:
—Nena, ¿quién es ese dios del Olimpo que me está gruñendo?
Yo me zafo de sus manos, me vuelvo y veo que Tom está fulminando
a Ken con la mirada. Pongo los ojos en blanco ante su patético
comportamiento. Ken es el tío más gay de Londres. No puede sentirse
amenazado por él. ¡No debería sentirse amenazado por nadie!
—Ken, te presento al señor Kaulitz. Señor Kaulitz, éste es Ken. Es un
colega. Y es gay —añado con un tono algo sarcástico. Sé que a Ken no va
a importarle. Al fin y al cabo, no he dicho nada que no resulte evidente.
Miro a mi compañero, que esboza una amplia sonrisa, y después a
Tom, que ha dejado de gruñir pero continúa igual de enfadado. Ken da un
saltito, lo agarra de los hombros y le da un beso en el aire. Yo reprimo una
carcajada al ver que a Tom se le salen los ojos de las órbitas y se le tensan
los hombros.
—Es un auténtico placer —canturrea Ken mientras le toca los bíceps
—. Oye, ¿haces pesas?
Se me escapa una risotada y tomo la inmadura decisión de dejar que
Tom se las arregle solo con el descarado flirteo de Ken. Veo que me mira
mientras me doy media vuelta para marcharme y que me lanza puñales con
los ojos. Me da igual. Está actuando de una manera totalmente irracional.
Patrick se encuentra en la cocina, charlando con el promotor. Me hace
un gesto para que me acerque y me pasa una copa de prosecco. Me parece
que el coche va a quedarse a dormir aquí.
—Aquí está —anuncia Patrick mientras me pasa un brazo sobre los
hombros y me abraza contra su enorme cuerpo—. Esta chica ha
transformado mi empresa. Estoy muy orgulloso de ti, flor. ¿Dónde estabas?
—pregunta. Le brillan los ojos y tiene las mejillas rojas, un claro síntoma
de que ha bebido demasiado.
—Haciendo de guía turística por el apartamento —miento, y sonrío
dulcemente mientras me aprieto contra él.
—No he parado de hablar de ti. Deben de dolerte los oídos —dice
Patrick. «¡No, no precisamente los oídos!»—. Estaba comentándole al
señor Van Der Haus que estarás encantada de trabajar en su nuevo
proyecto.
¿Van Der Haus? Ah, el otro socio. Aún no lo conozco.
—Mi socio insiste en ello —asegura Van Der Haus con una amplia
sonrisa.
Es muy elegante, alto, rubio platino, y luce un traje hecho a medida y
zapatos de vestir. Es bastante atractivo... a pesar de estar en plena
cuarentena (otro madurito...).
Me sonrojo.
—Lo haré con mucho gusto, señor Van Der Haus. ¿Qué tiene pensado
para el nuevo edificio? —pregunto ansiosa.
—Por favor, llámame Mikael. Está casi terminado —comenta, y
amplía su sonrisa—. Hemos pensado en un estilo escandinavo tradicional.
Estamos volviendo a nuestras raíces. —Su dulce acento danés resulta muy
sexy.
¿Escandinavo tradicional? Vale, eso me asusta un poco. ¿Se refiere a
que voy a tener que comprar todo en Ikea? ¿No sería mejor que contratase
a un escandinavo para esto?
—Suena interesante —respondo.
Me vuelvo para dejar la copa sobre la encimera y veo a Tom al otro
lado de la habitación, con Sarah.
Madre mía. Está devorándome con la mirada, y Sarah está justo a su
lado. Me doy de nuevo la vuelta hacia mis acompañantes, probablemente
con el pánico reflejado en el rostro sonrojado.
—Eso creo —coincide Mikael—. He estado discutiendo el precio con
Patrick. —Señala a mi jefe con la copa de champán—. Podemos empezar a
redactar una lista de especificaciones, y así podrás comenzar a esbozar
algunos diseños.
—Lo estoy deseando. —Me vuelvo de nuevo. Todavía siento la
mirada de Tom clavada en mi espalda.
—No te decepcionará, Mikael —gorjea Patrick.
Él sonríe.
—Lo sé. Eres una joven con un gran talento, ______. Tienes una visión
realmente impecable. Ahora, si me disculpáis... —Siento que me pongo
todavía más colorada cuando nos estrecha la mano a Patrick y a mí—.
Estaremos en contacto —dice, y sostiene mi mano un poco más de lo
necesario. Después la suelta, se aleja y saluda a un hombre árabe.
Sigo cobijada bajo el brazo de Patrick cuando Victoria se acerca a
nosotros y se apoya contra la encimera refunfuñando.
—Los pies me están matando —exclama.
Patrick y yo bajamos la mirada hacia sus zapatos de plataforma de
quince centímetros con estampado de leopardo y ribetes de color rojo
sangre. Son ridículos. Patrick me mira y sacude la cabeza antes de soltarme
y anunciar que se marcha.
—Irene estará esperándome abajo. Ya tengo todas las fotos. —Sacude
la cámara ante mis ojos—. Nos vemos el lunes por la mañana. —Nos da un
beso a cada una—. Habéis hecho un trabajo fantástico esta noche.
Enhorabuena. —Y saca su corpachón de la cocina con un ligero tambaleo.
«¿Un trabajo fantástico?», pienso avergonzada.
—Ah, ¡casi se me olvida! —exclama Victoria. Dejo de mirar el
cuerpo oscilante de Patrick y me centro en ella—. Kate me ha dicho que no
iba a estar toda la noche esperando a que aparecieras, y algo sobre comer
helado. —Se encoge de hombros—. Que espera que te lo hayas pasado bien
y que te verá en casa.
«¿Que me lo haya pasado bien?» ¡Menuda zorra sarcástica!
—Gracias, Victoria. Oye, creo que ya hemos terminado aquí. —Cojo
una copa de champán más cuando el camarero pasa a nuestro lado. Ya no
puedo conducir, así que de perdidos al río. Y, joder, la necesito—. Me voy
a casa. Tú vete cuando quieras. Nos vemos el lunes. —Le doy un beso.
—Yo me quedaré un poco más con Ken. Quiere ir al Route Sixty a
bailar un rato —dice mientras menea el trasero.
—Prepárate para acostarte a las tantas —le advierto. Una vez que
Ken sale a la pista de baile, es imposible sacarlo de allí.
—¡No! Le he dicho que no puedo quedarme mucho rato. Tengo
muchas cosas que hacer mañana. Y a duras penas puedo caminar con estos
estúpidos zapatos.
—Buena suerte. Despídete de Ken de mi parte.
—Lo haré cuando lo encuentre. —Se aleja cojeando con sus
exagerados tacones y me deja en la cocina, apurando mi última copa de
champán.
Echo un vistazo a mi alrededor, pero no veo ni a Tom ni a Sarah. Me
siento aliviada. No creo que pudiese mirar a esa mujer a la cara. Tengo que
irme a casa y fustigarme por ser tan débil y tan fácil.
Me acerco al ascensor del ático e introduzco el código. Lo cambiarán
mañana para que sólo lo sepa el propietario. Yo dejo escapar una carcajada
repentina. Tom Kaulitz es el propietario. Ha sido un día muy largo. Y ahora
que estoy sola noto que el esperado sentimiento de culpa comienza a
apoderarse de mí. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—¿Ya te marchas?
Se me tensan los hombros y me estremezco al oír la fría y
desagradable voz de Sarah. Intento recobrar la compostura y me vuelvo
para mirarla.
—Ha sido un día muy largo y estoy cansada —contesto, y al instante
me avergüenzo por el doble sentido de mi comentario. Si ella supiera lo
«largo» que ha sido el día...
Da un sorbo de prosecco sin dejar de mirarme con recelo.
—Eres una caja de sorpresas —ronronea.
Parece decirlo con sinceridad. ¿Es un cumplido? No, por favor, no
seas amable conmigo. ¿Acabo de follarme a su novio en su cuarto de baño
nuevo y ahora es amable conmigo? ¿O es que el aseo también es suyo?
¡Joder! Quiero que me trague la tierra y morirme. Soy un ser despreciable.
No sé qué decir.
—Gracias —respondo, y me vuelvo hacia el ascensor al oír que se
abre. Tengo que largarme de este lugar.
—No era un cumplido —dice con rotundidad.
—Ya me lo imaginaba —contesto sin mirarla. Está claro que me
había equivocado.
—Sabes que Tom ha comprado este ático, ¿verdad?
Quiero preguntarle si ella también va a vivir aquí, pero, obviamente,
no lo hago.
—Sí, me lo ha comentado —respondo como si tal cosa mientras entro
en el ascensor e introduzco el código—. Me alegro de verte. —Sonrío.
No sé por qué he dicho eso. No me alegro nada. Esta tía sigue sin
gustarme en absoluto y ella ha dejado más claro que el agua que el
sentimiento es mutuo. Y no la culpo.
Las puertas se cierran y yo me dejo caer contra los espejos de las
paredes.

«¡Mierda!»



HOLA!!! NOCHE PORNO JAJAJJA SE QUE ESTE CAPITULO LES GUSTARA ... ÑAÑAÑA ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS :))

4 comentarios:

  1. Omg!!!! Al fin jajajajajajajajaja pero que capitulo xd y sarah. Por que tiebe q andar en todas partes , sube pronto bye cuidate

    ResponderBorrar
  2. Sigyelaa Virgi.

    Que serà Sara de Tom??

    ResponderBorrar
  3. Guaooo xfin ya estuvieron juntos que bueno virgii me encantoooo, espero los próximos caps!!!

    ResponderBorrar