miércoles, 18 de marzo de 2015

CAPITULO 17 Y 18

HOLA!!! LO SIENTO TENIA UN CHINGO DE TAREA D: PERO YA ESTOY AQUI :)) BUENO ... USTEDES QUE OPINAN DE ESTE CAPS? ESTUVO BN QUE TOM SE CELARA? ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA  SINO NO ... ADIOS Y DISFRUTEN :))

CAPITULO 17.-
—Buenos días. —Sé que mi voz destila tristeza, pero estoy haciendo todo
lo posible por evitarlo.
Ken levanta la vista de su copia de la Interiors Weekly y se baja las
gafas hasta la punta de la nariz.
—Querida, ¿a qué viene esa cara tan larga? —pregunta. No tengo
energías ni para fingir una sonrisa. Me dejo caer en la silla y Ken se acerca
corriendo a mi mesa, en un nanosegundo—. Mira, esto te animará.
Me enseña una página de la revista que está leyendo y ahí, sentada
como si tal cosa en el diván de terciopelo del Lusso, aparezco yo.
—Genial —suspiro.
Ni siquiera me molesto en leerlo. Tengo que borrar de mi mente todo
lo relacionado con ese edificio.
—¿Mal de amores? —Me mira con compasión.
No, no es eso. Para eso hace falta que haya amor. Me enfurruño. Sabía
que sería la última vez que lo veía. Cuando se marchó, supe que no
volvería a verlo. No he estado mirando el teléfono cada diez minutos, no he
estado dándole vueltas al asunto todo el rato y no estoy jugueteando con mi
pelo mientras pienso esto. Admito a regañadientes... que lo echo mucho de
menos. Qué ridículo. ¡Sólo era un polvo de despecho!
—Estoy bien —digo, y reúno las fuerzas necesarias para esbozar una
sonrisa—. Es viernes, estoy deseando pillarme un pedo mañana por la
noche. Necesito una noche de fiesta.
—¿De verdad vamos a pillarnos un pedo? ¡Fabuloso!
Desvío la atención hacia la entrada de la oficina cuando oigo la voz
aguda de Victoria.
—¡Ma-dre mí-a! No vais a creeros lo que acabo de ver. —Está a punto
de desmayarse.
Ken y yo la miramos perplejos.
—¿Qué? —preguntamos al unísono.
—Estaba en Starbucks esperando mi capuchino doble con extra de
chocolate, y de repente entra un tío... Me suena de algo, pero no sé de qué.
Un tío que está como un tren. Pero bueno, estaba ahí de pie, a lo suyo, y de
repente ha llegado una mujer pavoneándose y le ha tirado un frappuccino
por encima. —Hace una pausa para respirar—. La mujer empieza a
gritarle, a decirle que es un capullo egoísta y mentiroso, y se larga y lo deja
ahí, empapado de café helado y nata. Ha sido superfuerte.
Me siento y contemplo a Victoria mientras recupera el aliento después
de narrar casi sin respirar los sucesos del viernes por la mañana en
Starbucks. Cuando voy yo nunca pasa nada.
—Parece que alguien ha sido un chico malo —sonríe Ken con malicia
—. ¿Cómo estaba de bueno?
Pongo los ojos en blanco. Sin duda Ken habría ido a rescatarlo.
Victoria levanta las manos con las palmas hacia adelante.
—De portada de la Men’s Vogue.
—¿En serio? —dice Ken mientras se quita las gafas—. ¿Sigue allí?
Ella hace una mueca con su preciosa cara.
—No.
Esto es absurdo.
Patrick irrumpe a toda prisa en la oficina.
—Chicos, ¿hoy se trabaja o el viernes es día festivo? —Pasa a nuestro
lado a toda velocidad en dirección a su despacho y cierra la puerta a sus
espaldas.
—Venga, vamos a trabajar un poco, ¿no? —Los echo de mi mesa con
un gesto de la mano.
—Ah, se me olvidaba —dice Ken tras dar media vuelta—. Van Der
Haus ha llamado para decir que vuelve a Londres el lunes. Va a mandarte
las especificaciones por correo electrónico y de momento nos ha enviado
esto. ¿Está bueno? —Arquea una ceja de manera sugerente y me entrega un
sobre. Es el gay más zorrón que he visto en mi vida, pero voy a complacerlo.
—Mucho —digo abriendo mucho los ojos para darle énfasis a mis
palabras. Cojo los planos que me ofrece.
Me mira con recelo.
—¿Por qué siempre te dan a ti los clientes más sexy? —Se marcha
hacia su mesa—. ¿Qué no daría yo porque un adonis entrase aquí y me
aupara sobre su hombro.
Me apeno al escuchar el comentario de Ken respecto a la escenita de
Tom la última vez que lo vi y saco el teléfono del bolso justo cuando
empieza a sonar. No es más que un recordatorio del calendario. Mi cita en
la peluquería, mañana por la tarde. Se me había olvidado. Al menos eso me
anima un poco. Estaré bien guapa para nuestra gran noche de fiesta.
Perfecto.
Reviso montones de presupuestos, fechas de entrega y requisitos de
promotores antes de llamar a mis clientes actuales para comprobar que
todo va bien. Y así es, excepto por el drama de las cortinas de la señora
Peter. Recibo un correo de Mikael. Lo leo rápidamente y decido estudiarlo
con más detenimiento el lunes.
Sally se acerca a toda prisa a mi mesa con una entrega.
—Eh... Creo que esto es para ti, _____. —Se mueve de un lado a otro
con una caja en la mano—. ¿Lo quieres?
¿Qué? Sí, lo quiero. Si es una entrega para mí, claro que lo quiero.
Esta chica tiene un problema de seguridad. Le cojo la caja de las manos.
—Gracias, Sally. ¿Puedes hacerle un café a Patrick?
—No sabía que quisiera uno.
Su expresión de pánico hace que me den ganas de hacerle yo a ella un
café.
—Es que parece que está algo bajo de moral. Vamos a mimarlo un
poco.
—¿Está bien? No estará enfermo, ¿verdad?
—No, pero creo que le vendrá bien un café —insisto mientras lucho
con todas mis fuerzas por no perder la paciencia.
—Claro. —Se marcha corriendo. Su falda de cuadros se agita
alrededor de sus zapatos de salón. No sabría decir qué edad tiene. Parece
rondar los cuarenta, pero algo me dice que debe de tener mi edad. Abro la
caja y veo todas las muestras de tela que había pedido para la Torre Vida.
La meto debajo de la mesa. Ya les echaré un vistazo también el lunes.
Cerca de las seis de la tarde, asomo la cabeza por la puerta de Patrick.
No tiene buen aspecto.
—Patrick, me voy ya. ¿Estás bien?
Aparta la vista del ordenador y sonríe, pero sus ojos no brillan como
de costumbre.
—Sólo estoy un poco pachucho, flor.
—Deberías irte a casa —digo preocupada.
—Sí, creo que eso es lo que voy a hacer. —Levanta su corpachón de la
silla y apaga el ordenador—. Esa dichosa mujer me ha dado de comer algo
en mal estado —masculla mientras coge su maletín.
—Lo he apagado todo. Sólo tienes que poner la alarma.
—Estupendo. Que pases un buen fin de semana, flor. Nos vemos el
lunes. —Se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Algo no va
bien.
—De acuerdo, nos vemos el lunes.

Estoy en mi dormitorio, lista para irme. Tengo el pelo perfecto. Llevo
unas ondas grandes y naturales cortesía de Philippe, mi peluquero, y un
vestido nuevo de Selfridges que compré por impulso para sentirme mejor,
aunque me queda genial. Es negro, corto y muy entallado. Me he
maquillado los ojos con un negro ahumado muy marcado y he escogido un
tono nude para los labios. La verdad es que estoy bastante sexy.
Entro en la cocina y veo a Kate asomada a la ventana, fumándose un
cigarrillo a escondidas. ¿En qué estará pensando ahora? Está tan mona
como siempre, con un vestido de color crema con la espalda descubierta.
—¡Madre mía! —exclama—. Estás impresionante. —Baja de un salto
de la encimera y mete los pies en los tacones dorados—. ¿Es lo bastante
corto?
 Enarco una ceja e inspecciono su vestido.
—Puta...
Ella ríe con ese gorjeo desenfadado que siempre me saca una sonrisa.
—Toma. —Me pasa una copa de vino. Se la agradezco y
prácticamente me la bebo de un trago. Me hacía mucha falta—. Ya está
aquí el taxi.
Dejo la copa vacía a un lado y sigo a Kate hasta el taxi. Estoy
deseando que llegue esta noche para recuperarme, pero paso por alto el
hecho de que pretendo recuperarme de unos cuantos encuentros
apasionados con un hombre apasionado, no de la ruptura de mi relación de
cuatro años con Matt. Es curioso. La verdad es que en ningún momento
sentí la necesidad de salir y ponerme hasta las orejas de alcohol cuando él
y yo lo dejamos.

Entramos en el Baroque y de inmediato veo a Ken y a Victoria en la
barra. —¡Madre mía! —exclama Ken mirándome de arriba abajo—. ¡____,
estás de muerte!
—Estás estupenda, _____ —añade Victoria.
Sólo es un vestido.
—Gracias —digo, y me encojo de hombros para quitarle importancia.
—¿Qué quieres tomar? —pregunta Kate.
Ya me he tomado una copa de vino, así que supongo que debería
seguir con lo mismo. Dije que esta noche iba a beber.
—Un rosado, pero que sea Zinfandel, por favor.
Kate pide las bebidas y nos dirigimos a una mesa cerca del DJ. Ken
viste su nueva camisa de color coral y unos vaqueros demasiado apretados.
Sólo le falta tatuarse la palabra «gay» en la frente. Victoria está tan guapa
como siempre. Todo el mundo se ha arreglado mucho para esta noche,
incluida yo. ¿Por qué será?
Conforme el vino va entrando en mi cuerpo, mis preocupaciones
comienzan a disiparse. Reímos y charlamos, y empiezo a sentirme normal
otra vez. Me siento libre y me gusta. Mi madre siempre dice: «El alcohol
te suelta la lengua, y quien mucho habla mucho yerra.» Acabo de descubrir
que tiene razón, porque estoy totalmente desinhibida y he puesto a todo el
mundo al día sobre los últimos acontecimientos. Teniendo en cuenta que
quería olvidarme de todo, me estoy esforzando mucho por aferrarme a los
recuerdos.
Ken está entusiasmado con todo el sexo de despecho que he tenido.
—¿Así que se largó y no lo has visto desde entonces? —pregunta
afectado.
—Eso no mola nada —interviene Victoria.
Kate pone los ojos en blanco y mira a los dos como si fuesen tontos de
remate.
—Pero ¿es que no lo veis? —resopla enfurruñada.
Ken y Victoria se contemplan el uno a la otra, y después a mí. Yo me
encojo de hombros. ¿Qué no vemos? Kate niega con la cabeza.
—Parecéis idiotas. Es muy simple... él la quiere. Ningún hombre se
comporta así por un polvo. Ya te lo dije, _____.
—Entonces ¿por qué ha desaparecido? —Victoria se inclina hacia
adelante, totalmente fascinada por la explicación de Kate al
comportamiento de Tom.
—¡No lo sé! Pero creo que es eso. He visto la química que había entre
vosotros. Y era una pasada. —Kate se deja caer en su silla alta, totalmente
exasperada.
Yo me echo a reír. No sé si es porque he tomado demasiado vino, pero
ha sido... gracioso.
—Da igual. Sólo era un polvo y ya está.
Mi explicación no parece satisfacerlos, porque todos continúan
contemplándome con cara de incredulidad. Creo que ni siquiera a mí me
convence, pero han pasado cuatro días y he logrado resistir la insoportable
tentación de llamarlo. Además, él tampoco me ha llamado ni ha vuelto a
concertar una cita, así que eso lo dice todo. Voy a pasar página. Sólo estoy
tremendamente cabreada conmigo misma por ceder ante su persistencia, lo
que lo situaba en posición de dejarme, cosa que ha hecho.
—Oye, ¿podemos cambiar de tema? —les suelto—. He salido a
divertirme, no a analizar los detalles de mi polvo de despecho.
Ken remueve su piña colada.
—¿Sabes qué? Todo sucede por una razón.
—¡Venga ya! ¡No empieces con todas esas chorradas! —lo reprende
Kate.
—Pero es verdad. Creo firmemente en ello. Tu polvo de despecho es
un escalón que te lleva hacia el amor de tu vida. —Me guiña un ojo.
—Y Matt fue un peldaño que duró cuatro años —señala Kate.
—¡Por los peldaños! —exclama Ken.
Kate se une al brindis.
—¡Y por los chupitos!
Apuro el vino y levanto la copa.
—¡Sí! ¡Por los chupitos! —grita Ken, y se marcha bailando hacia la
barra.
Nos tambaleamos por la calle hasta nuestro siguiente destino: el Blue
Bar. Los porteros nos dejan entrar, aunque uno de ellos mira la camisa de
Ken con recelo. Ken y Victoria salen corriendo hacia la pista de baile en
cuanto oyen a Flo Rida y a Sia cantando Wild Ones, y Kate y yo nos
quedamos pidiendo las bebidas.
Pido una ronda, cojo los vasos de Ken y Victoria y los dejo en el
estante que me señalan. Les encanta bailar, así que puede que tarden un
rato. Cuando vuelvo con Kate a la barra, me la encuentro hablando con un
tipo. No lo conoce. Lo sé porque ha activado todos sus mecanismos de
flirteo.
Cuando me acerco, levanta la voz para que la oiga por encima de la
música.
—_____, éste es Greg.
Yo sonrío y le doy la mano. Parece bastante normal.
—Hola, encantada.
—Lo mismo digo. Éste es mi amigo, Alex —dice, y señala a un chico
mono de pelo oscuro que está a su lado.
—¡Hola! —grito.
Él sonríe con seguridad.
—Te invito a una copa.
—No, gracias, acabo de pedir una.
Regla número uno: no aceptar jamás copas de un extraño. Dan me lo
enseñó en cuanto empecé a salir.
—Como quieras —responde encogiéndose de hombros.
Kate y Greg se apartan de nosotros y nos dejan solos para que
charlemos. La verdad es que no me apetece. He salido para olvidarme de
los hombres en general. Y ahora me colocan a uno.
—¿A qué te dedicas? —me pregunta Alex.
—Al diseño de interiores, ¿y tú?
—Soy agente inmobiliario.
Me lamento por dentro. Tengo aversión a los agentes inmobiliarios,
suelen ser comerciales engreídos y con un ego excesivo. Y Alex tiene todas
esas características, además de hablar con una petulancia insoportable.
—Qué bien —digo. Ha perdido todo mi interés, aunque no es que haya
tenido mucho en ningún momento.
—Sí, hoy me he ganado un extra considerable. Soy capaz de venderte
hasta un cagadero. Vivo de lujo y en Londres, es una pasada. —Joder,
menudo capullo—. ¿Quieres que salgamos un día?
«¡NO!»
—Gracias, pero tengo pareja. —Menos mal que este payaso no nos
conoce ni a mí ni a mis manías. Me estoy tocando el pelo sin parar.
—¿Seguro? —pregunta, y se acerca y me acaricia el brazo.
Yo me aparto y planeo la huida.
—Seguro. —Sonrío dulcemente y busco a Kate con la mirada.
En lo que tardo en llevarme la copa a los labios, don Petulante
desaparece de mi vista. Me lleva dos segundos entender lo que está
pasando ante mis ojos pero, cuando lo hago, me quedo horrorizada.
Tom ha agarrado a Petulante del cuello y lo ha estampado contra una
columna.

CAPITULO 18.-
—¡No la toques! —le ruge Tom al pobre y estupefacto Petulante.
Lo ha cogido por sorpresa. Me siento mal; sólo estaba probando
suerte. Podía apañármelas yo sola. ¿De dónde ha salido? Justo lo que
necesitaba en mi noche de fiesta y supuestamente libre de hombres
arrogantes. Me ha tenido cuatro días preguntándome de qué iba el asunto y
ahora aparece, de repente, como un toro salvaje. ¿Aún le dura el cabreo del
martes?
—Lo siento, tío. No pretendía ofender. Tu novia y yo sólo estábamos
charlando, sin más —explica Petulante muerto de miedo.
«¿Novia? ¡Vaya!» Me gustaría decirle al pobre muchacho que el
maníaco que lo está agarrando de la garganta ni siquiera es mi novio pero,
viendo el humor de Tom, decido no arriesgarme a empeorar las cosas.
—Tom, suéltalo, no estaba haciendo nada.
Petulante me mira agradecido. Sabe que no es del todo cierto. Unos
segundos más, y estoy convencida de que habría acabado tirándole la copa
encima. Acaricio el brazo a Tom con suavidad en un intento de
tranquilizarlo e ignoro su cálida dureza. Parece estar a punto de estallar de
furia. Estoy cabreada. ¿Cómo se atreve a presentarse aquí y fastidiar mi
noche de superación?
—¿Qué está pasando? —pregunta Kate a mi lado.
—Nada —respondo tajantemente—. Tom, suéltalo.
No parece escucharme. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? No
quiero verlo. Ya empiezo a perder la razón y ni siquiera me ha mirado
todavía. Tampoco puedo largarme y dejar que el pobre Petulante soporte la
ira injustificada de Tom. ¿Dónde coño se ha metido los últimos cuatro
días?
Me siento tremendamente aliviada cuando Georg aparece en escena.
—Georg, por favor, tranquiliza al gilipollas de tu amigo. —Me vuelvo
hacia Kate—. Vamos.
Los ojos de mi amiga se iluminan como un festival de fuegos
artificiales con la inesperada llegada de Georg, que intenta convencer a Tom
de que libere la garganta de Petulante mientras yo me marcho con Kate a la
pista de baile.
—¿A qué ha venido eso? —pregunta.
—Olvídalo. ¿Qué ha pasado con Greg?
—Era un capullo. Venga, vamos a bailar.
Ken y Victoria nos reciben agitando los brazos en la pista de baile. La
aparición de Tom me ha pillado desprevenida. ¿Es una coincidencia o
sabía que estaría aquí? ¿Cómo iba a saberlo? Me lo estaba pasando genial y
llevaba ya por lo menos una hora sin pensar en él, lo cual era todo un
récord comparado con los últimos cuatro días. ¡Joder!
Aparto a Tom de mi mente y dejo que The Source y Candi Staton me
trasladen a un lugar mejor. Me encanta esta canción.
Tras media hora y un montón de canciones fantásticas, sigo sin saber
nada de Tom. Georg debe de habérselo llevado, o tal vez lo hayan echado los
porteros. Da igual, el caso es que soy libre de continuar con la gran noche
que estaba teniendo antes de que él apareciera. Le indico a Kate que voy al
baño y sonrío cuando ella me responde con un meneo y echándose a reír.
Cuando salgo del cubículo, busco el carmín nude en el bolso para
retocarme el maquillaje. Miro el teléfono y veo que tengo diez llamadas
perdidas de Tom. ¿Qué? Está furioso. Pero ¿por qué cojones lo está? Toda
la aflicción que sentía por su ausencia se ha extinguido debido a su
comportamiento irracional. ¿Quién se cree que es? Paso de comerme la
cabeza con esto. Borro las llamadas y vuelvo a la pista justo cuando los
demás van de camino a la barra.
—¡Necesito beber! —dice Ken mientras se agarra la garganta de
manera exagerada como síntoma de su tremenda sed.
Le toca pagar a Victoria. Mientras espero a que le sirvan la ronda, me
inunda la ansiedad. Él está aquí. Lo sé.
Mi compañera me pasa la copa y abre la boca exageradamente.
—¡Qué fuerte!
Cojo el vino.
—¿El qué?
—Ese tío es el del Starbucks, el de la historia que os conté —explica,
y lo señala con la cabeza por encima de mi hombro—. Está ahí. Os dije que
estaba bueno.
Me vuelvo y veo que se refiere a Georg. Pero eso no es lo que más me
llama la atención. Todos y cada uno de los vellos del cuello se erizan
cuando veo a Tom apoyado en la misma columna contra la que ha
aplastado al pobre Petulante hace menos de una hora. Me fulmina con su
mirada severa. Georg y el otro chico de La Mansión, Gustav, están ocupados
charlando y bebiendo. Tom no participa en la conversación. No, está
inmóvil, igual de cabreado que antes y perforándome con la mirada. De
repente me viene a la mente la información que nos dio Victoria.
Me vuelvo hacia ella.
—¿Qué pasó?
Ella parece confundida. Entrega las bebidas a Kate y a Ken, que las
cogen rápidamente y regresan a la pista.
—¿Qué pasó dónde? —pregunta con el ceño fruncido.
Pongo los ojos en blanco. A veces parece lela.
—En Starbucks. ¿Qué pasó?
—Ah. —Vuelve a centrarse—. La tía entró, empezó a dar voces y le
tiró un café encima al pobre muchacho.
—¿Y él qué dijo?
—Ya no me acuerdo. Ella le gritó que era un egoísta y un mentiroso
que la había engañado o no sé qué —responde con indiferencia. ¿Georg tiene
novia? Tengo que decírselo a Kate, porque parece que le gusta bastante—.
Oye, está con el tío que te sacó de la oficina.
—Sí, no digas nada, ¿vale?
Frunce el ceño.
—¿De qué?
—De lo del café. Y ya que estamos, ni una palabra a Patrick sobre la
escena de la oficina del otro día.
Se encoge de hombros.
—Como quieras. ¡Me encanta está canción, _____! ¡Vamos!
Victoria se pierde bailando entre la multitud, pero yo soy incapaz de
moverme. Siento su mirada clavada en mi espalda. Sé que debería
marcharme, pero el efecto magnético que ejerce sobre mí hace que me
vuelva hacia él. Tiene el móvil en la mano y lo sacude en el aire como
indicándome que mire el mío. No sé por qué, pero lo hago. Saco el teléfono
del bolso y, como era de esperar, su nombre ilumina la pantalla. Alzo la
vista y veo que se lleva el teléfono a la oreja. Quiere que conteste.
La música del local está a todo volumen, pero pasa a un segundo
plano y se reduce a un zumbido; el barullo de risas y voces disminuye
hasta transformarse en un murmullo a mi alrededor. Sus ojos me absorben.
Soy incapaz de moverme. Mis sentidos son presa de la presencia de Tom
Kaulitz y, al verlo, me viene a la cabeza el recuerdo de su voz, de su olor, de
su tacto. El tremendo poder que tiene sobre mí actúa de abogado del diablo
con mi inteligencia. Mi corazón palpita salvajemente y siento sus latidos
irregulares en los oídos.
Se aparta el teléfono del oído, lo baja y sacude la cabeza. Empieza a
caminar hacia mí. Georg mira en mi dirección al ver que Tom abandona el
grupo. Gustav también se vuelve. Ambos parecen incómodos al ver el
evidente destino de su amigo.
Recobro momentáneamente los sentidos cuando veo que Georg lo
agarra del brazo para detenerlo, pero Tom se libra de él de un empujón. La
música y la actividad regresan a mi conciencia y rezo para que mis piernas
escuchen a la parte sensata de mi cerebro y salgan pitando de aquí antes de
que la parte idiota me permita caer presa de su magnetismo físico de
nuevo. Dejo la copa en la barra y empiezo a moverme. Corro entre la gente
y la aparto de mi camino a empujones; me encamino hacia la seguridad de
los baños. No debo establecer ningún contacto con él. Es más que
peligroso. Esta noche ha dejado bien claro por qué debo huir de él como de
la peste.
Cierro la puerta del cubículo y me peleo con el pestillo mientras él
empuja desde el otro lado para anular mis intentos de mantenerlo alejado
de mí. La adrenalina me inunda. Durante un instante me parece que he
conseguido bloquearle el acceso porque la resistencia al otro lado cesa,
pero no lo suficiente como para que me dé tiempo a correr el pestillo del
todo.
—_____, o sales o entro yo. No quiero hacerte daño, pero si no dejas de
rehuirme derribaré la puta puerta —dice con la respiración agitada.
Apoyo la espalda contra la puerta e intento llenarme los pulmones de
aire. Miro a mi alrededor. No tengo escapatoria. Pensaba que sería seguro
entrar en el baño de mujeres. No puedo mirarlo. Volveré a caer si me toca.
¡No quiero estar en esta mierda de situación! ¿Cómo coño me he metido en
esto? Doy un brinco cuando el puñetazo que golpea la puerta resuena a
través de mí.
—¡Maldita sea, _____! —¡Pum!—. ____, por favor.
Me estremezco con cada uno de sus golpes. Estoy jodida.
—¡Vete, por favor! —grito.
Su puño impacta de nuevo contra la puerta.
—Ni hablar. ¡_____!
Tengo que largarme de aquí. No podrá retenerme en un lugar tan
público. Tengo que marcharme. Tengo que acabar con esto... y con él. Se
hace el silencio. Contengo la respiración. ¿Se ha ido? Aguardo unos
minutos sin dejar de observar las paredes del reducido espacio y
comprobando que no salta por encima. Se ha marchado. Idiota de mí, me
relajo contra la puerta.
A los dos segundos noto un fuerte empujón y Tom irrumpe en el
servicio. Apenas nos separan treinta centímetros cuando me vuelvo, y lo
primero que advierto es su respiración entrecortada. La camisa negra se
infla y desinfla con la agitación de su pecho. Bajo la vista hacia sus
vaqueros. Si miro su atractivo rostro pasaré a estar en desventaja
inmediatamente.
—_____, mírame —me ordena con dureza. Yo me tapo los oídos con las
manos y me siento sobre el retrete. Necesito bloquearlo—. _____, ¿por qué
estás haciendo esto? —pregunta.
¿Cuánto tiempo voy a tener que estar así? Empiezo a canturrear para
mis adentros y miro al suelo. Me agarra de las muñecas y me aparta las
manos de las orejas. Su tacto me quema la piel. ¿Por qué cree que lo hago?
—No quiero hacer esto en los lavabos de un bar, _____.
—Pues no lo hagas. —Intento volver a taparme los oídos, pero, como
siempre, él se impone—. Deja que me vaya, por favor.
Lentamente, se pone de cuclillas delante de mí, aún sin soltarme las
muñecas.
—Jamás —susurra.
Empiezo a derramar lágrimas que impactan sobre mis rodillas
desnudas.
—¿Por qué me haces esto? —le pregunto.
Me agarra de la barbilla y me la levanta para que no tenga más opción
que mirarlo. Tiene los ojos vidriosos.
—¿Por qué hago qué?
Menudo capullo. Su insolencia no tiene límites. Me seco a duras
penas la humedad de las mejillas con la mano libre y de repente me doy
cuenta de que, una vez más, estoy llorando delante de él.
—No paraste de perseguirme y de bombardearme a llamadas y
mensajes, me follaste todo lo que quisiste y después te pusiste histérico
cuando cancelé nuestra cita. ¡Desapareciste hace cuatro días y no he sabido
nada de ti desde entonces! —Doy un tirón y libero la otra mano—. Y ahora
apareces y me jodes la noche de superación.
Ahora es él quien aparta la mirada, avergonzado.
—Esa boca —farfulla.
¿Esa boca? ¿Después de todo eso me dice que vigile mi lenguaje?
Pero ¿de qué va?
—¡Vete a la mierda, Tom! —espeto.
Su rostro se vuelve de inmediato hacia mí.
—¡Esa boca!
Lo miro estupefacta y él frunce el ceño. La arruga de su frente se
acentúa. No puedo con esto. He tenido cuatro días para reducir mis
encuentros con este tío a una experiencia más y cuatro polvos de despecho.
Estaba empezando a olvidarlo, más o menos. ¿Por qué ha venido a
recordármelo todo? Sabía que tendría que haberme mantenido alejada.
Ojalá pudiera darme una patada a mí misma.
Me pongo en pie y lo dejo agachado, pero entonces se agarra a mis
piernas desnudas. Mi miedo a su tacto evocador está completamente
justificado. Me pongo en guardia de inmediato. El calor que emana de las
palmas de sus manos se extiende como un fuego salvaje por todo mi
torrente sanguíneo, y no tengo manera de librarme de él. El retrete está
detrás de mí y él bloquea la puerta.
—Suéltame, Tom —le digo entre dientes con toda la firmeza que me
permiten mis temblorosas cuerdas vocales.
Él me mira.
—No.
—El martes no te costó tanto dejarme.
Desliza las palmas por la parte trasera de mis piernas, lo que hace que
se encienda una chispa entre mis muslos, y se levanta.
—Estaba cabreado —contesta tranquilamente cuando ya se yergue
sobre mí.
—Y sigues estándolo. ¿Sabías que iba a estar aquí? —pregunto. Él me
mira, pero no contesta—. Lo sabías, ¿verdad? —insisto.
—Georg —responde sin ningún pudor.
—¿Georg qué?
Pone cara de póquer.
—Llamó a Kate.
—¡¿Y ella se lo dijo?! —grito desesperada. ¡Qué cerda! No puedo
creer que me haya hecho algo así. Voy a tener unas cuantas palabras con
ella en cuanto la pille.
—Ahora voy a besarte —dice usando el tono de mi perdición—.
Tienes suerte, porque si estuviésemos en otra parte ahora mismo estaría
recordándote... algo...
Ahogo un grito cuando da el paso que le hace falta para eliminar el
espacio que nos separa. Tengo el retrete detrás, así que no puedo
retroceder.
—Me gusta este vestido —murmura mientras me acaricia el brazo
con la punta de un dedo—. Es demasiado corto, pero me gusta.
Se inclina y me acaricia el cuello con la cara al tiempo que emite un
leve gruñido. Se me doblan las rodillas. Maldito sea este hombre. Y yo
también.
Cierro los ojos involuntariamente y acerco la cabeza hacia su cálido
aliento, que recae sobre mi cuello. Mi fuerza de voluntad se esfuma, sin
más. Es imposible. Él es imposible.
Se agacha ligeramente. Me pasa el brazo por debajo del trasero y, sin
ningún esfuerzo, estira las piernas y me levanta del suelo. Estoy pegada a
su pecho y lo miro a los ojos.
«Fin del juego.» En un lavabo minúsculo, no tengo esperanza alguna
de escapar.
—¿Tienes la más mínima idea de lo que me haces? —pregunta con
voz ronca mientras me mira—. Estoy hecho un lío.
¿Que él está hecho un lío? ¡Ésa sí que es buena! Afloja ligeramente la
presión sobre mí y hace que mi cuerpo se deslice por el suyo hasta que
nuestros labios se encuentran. Se da la vuelta y me sujeta contra la puerta.
No tengo tiempo para preocuparme por dónde nos encontramos; estoy
demasiado ocupada buscando la fuerza de voluntad que necesito para
detenerlo. Roza con la lengua la hendidura de mis labios cerrados y me
tienta a abrirlos. Me enfurezco conmigo misma por acceder. Pero, a estas
alturas, ya debería saber que es imposible negarle nada. Me dejo llevar por
él, como hago siempre. Busco su lengua con la mía y me aferro con las
manos a su cabello.
Con un gruñido suave y gutural, me agarra por el cuello con la mano
que le queda libre para sujetarme mientras pega aún más su cuerpo al mío.
Nuestras bocas se funden y nuestras lenguas chocan, ruedan y se apuñalan
entre sí. Es un beso posesivo y dominante. He vuelto a la casilla de salida.
Un solo beso y me he rendido. Soy blanda y débil.
Se aparta y me deja jadeando y sintiendo el violento furor de su pecho
presionando contra mi esternón. Apoya la frente contra la mía y su aliento
fresco invade al instante mis orificios nasales.
—Eso es —jadea con seguridad.
—Sí, ya has vuelto a atraparme.
Esboza una pequeña sonrisa y traza círculos con su nariz en la mía.
—Te echaba de menos, nena.
—Entonces ¿por qué te fuiste?
—No tengo ni idea. —Me da un beso largo en los labios y deja que me
deslice hacia abajo por su cuerpo.
Noto su innegable excitación a la altura de la ingle. Está siendo
bastante razonable, sobre todo teniendo en cuenta su actual estado de
exaltación. Al mirarlo descubro que ha dibujado una sonrisa malévola en
los labios.
—Debería obligarte a solucionar esto. —Se coloca la mano en la
entrepierna y yo abro los ojos de par en par, estupefacta. Joder, lo haría con
mucho gusto. Ha derribado todas mis defensas y ha anulado mi capacidad
de pensar con sensatez. Tiene un efecto aterrador sobre mí—. Pero no voy
a hacer que te arrodilles aquí. Ya haremos las paces como es debido
después.
No sé si lo que siento es decepción o alivio. Abre la puerta y a
continuación se aparta para dejarme pasar. Al hacerlo me topo de frente
con dos mujeres con los ojos abiertos como platos que se ponen a hablar de
cualquier cosa y a mirar a todas partes menos a mí. Pero entonces aparece
Tom y son incapaces de ocultar su innegable interés. Se quedan quietas,
con el pintalabios a medio aplicar, mirando con la boca abierta en el espejo
el reflejo del tío tan tremendo que acaba de salir del baño detrás de mí.
Me vuelvo hacia él.
—Voy a retocarme la cara. Te veo fuera.
—Tu cara está perfecta tal y como está —me tranquiliza con voz
suave. No puedo evitar sonreír.
—No tardaré mucho.
Sin prestar atención a las mujeres del espejo, que siguen observándolo
con la boca abierta, se acerca a mí y me besa la frente. Después las mira.
—Señoras. —Las saluda con la cabeza, ellas se derriten y él se
marcha.
Me acerco al espejo para arreglarme la cara. Reina un silencio
espectral mientras vuelvo a aplicarme los polvos compactos, el delineador
y el lápiz de labios. En otras palabras: vuelvo a maquillarme de nuevo,
porque, con las lágrimas, mi cara es un desastre. Y lo hago en medio de un
silencio incómodo, mientras las dos mujeres intercambian miradas de
curiosidad.
Cuando termino, me lavo las manos, sonrío dulcemente y me marcho
para que puedan cotillear y babear todo lo que quieran. Tom me espera
fuera. Me ofrece la mano con una sonrisa. Yo se la acepto, claro, y dejo
que me guíe hacia la barra. Oteo la pista de baile mientras él avanza entre
la gente abriéndose camino con el otro brazo extendido. Kate, Ken y
Victoria siguen meneando el esqueleto.
—¿Qué quieres tomar? —pregunta. Me cobija bajo su brazo y llama
inmediatamente la atención del camarero.
—Una copa de Zinfandel, por favor. —Me pego más a él. Nunca me
parece estar lo bastante cerca.
Me observa con mirada inquisitiva y frunce los labios.
—¿Y tus amigos?
—Ah, Kate bebe vino, Victoria vodka con tónica y Ken piña colada.
Se le salen los ojos de las órbitas.
—¿Ken?
Sonrío.
—El gay, ya lo conoces.
Veo en su atractivo rostro que ya sabe a quién me refiero. Sacude la
cabeza consternado, me suelta y se vuelve hacia el camarero, que espera
pacientemente a que Tom pida las copas.
Kate y Ken se acercan a nosotros, riendo y mirándome. Le lanzo a
Kate una mirada asesina, pero ella se limita a señalarse el pecho con el
dedo como diciendo «¿Me echas la culpa a mí?».
—Tom ha pedido ya vuestras bebidas —les informo mientras sigo
mirando a mi amiga con expresión acusadora. Ella me ignora.
—Vaya, guapo y caballeroso —dice Ken entusiasmado y mirando el
culo a Tom con todo el descaro del mundo. No me extraña; además, esos
vaqueros le marcan un trasero precioso.
Tom da las copas a Kate y a Ken, y yo me quedo pasmada cuando mi
amiga se echa hacia adelante para propinarle un beso en la mejilla. Pero
¿qué coño le pasa a esta tía? Me sorprendo todavía más al ver que él le
sonríe alegremente y le susurra algo al oído. ¿Qué está pasando aquí?
Ella se vuelve, me guiña un ojo y se lleva a Ken de nuevo a la pista.
Tom me pasa mi copa de vino y abre su botella de agua. Me rodea la
cintura con el brazo libre y me acerca a él. Lo miro de manera inquisitiva.
¿A qué ha venido eso? ¿Están conchabados?
—Hola, tío. —Georg llega corriendo con Gustav y ambos aceptan las
cervezas que les pasa Tom—. _____, ¿qué tal, guapa? —Se inclina para que
le bese la mejilla y me muestra su hoyuelo. Es simpático, dulce y
tremendamente guapo, pero después de lo que me ha contado Victoria
tengo que estar atenta por el bien de Kate. Gustav sostiene su botella y
saluda, como siempre, de una manera cortés y distante.
Sonrío y me acerco al oído de Tom.
—Me voy con los otros. —Él está con sus amigos, y se supone que
ésta iba a ser una noche de chicas (Ken no cuenta).
Baja la cara hacia mi cuello y me acaricia con la nariz,
aprovechándose de mi postura.
—Estaré vigilando —me advierte al oído. Me da un mordisquito en el
lóbulo y una palmada en el culo. El dolor ha disminuido, pero todavía
tengo secuelas de mi aventura en la parte trasera de Margo.
Me aparto y hago pucheros de broma. Él me regala una enorme
sonrisa y me guiña el ojo. ¿Estará vigilando a los posibles moscones o me
estará vigilando a mí?
Lo dejo en la barra y me uno a los demás en la pista. Están bailando y
bebiendo alegremente. Me río al ver a Ken, que está en su salsa y, justo
cuando comienza Lovestoned, de Justin Timberlake, me reciben con
vítores. Medio ebria, me acabo el vino de un trago y dejo la copa vacía en
el estante de las bebidas. Si hay alguna canción capaz de sacarme de mi
desesperación, aunque sólo sea por unos momentos, sin duda es ésta. Y el
momento no podría ser más oportuno. Todo el mundo sin excepción sale a
la pista, y cuando Justin grita «Hey», todos se vuelven locos.
Estoy bailando, riendo y disfrutando con Kate cuando, de repente, me
agarran por la cintura y me dan la vuelta. Es Georg, que me sonríe y señala
con la cabeza hacia algo que hay detrás de mí.
—Ahí viene. Espero que estés preparada para esto —dice.
—¿Para qué? —grito por encima de la música.
Georg amplía la sonrisa, la cual revela su hoyuelo en su máximo
esplendor.
—Se cree que es JT.
No tengo ni idea de qué habla. Me agarra de los hombros, me da la
vuelta y veo que Tom viene hacia mí. De repente temo que vaya a montar
una escena y a sacarme a rastras de la pista de baile. No sé por qué, pero
tiene la costumbre de cargarme sobre su hombro cuando le viene en gana.
Ralentizo los movimientos mientras él sigue avanzando. No sé cómo
interpretar la situación. Luce una expresión oscura y sedienta, y su cuerpo,
alto y esbelto, me tiene embelesada. Su manera de caminar me vuelve loca.
Cuando lo tengo delante, todo lo cerca que puede llegar a estar sin tocarme,
me quedo inmóvil por completo. Se me acelera la respiración. Desliza un
brazo alrededor de mi cintura y me arrastra hacia su cuerpo. Yo levanto las
manos automáticamente para agarrar sus bíceps flexionados. Apoya la
frente contra la mía.
—Voy a tener que cargarme a muchos tíos como sigas bailando así.
¿Te gusta JT?
—Sí —exhalo.
Me derrite con esa sonrisa deliciosa reservada sólo para mujeres.
—A mí también. —Me besa en los labios y después, para mi sorpresa,
me coge de la mano y me da una vuelta para volver a arrastrarme hacia sus
brazos. No puedo creerme que vaya a bailar—. Y es la versión extendida.
¿Ah, sí? ¿Y eso qué significa? Miro a Georg, que pone los ojos en
blanco y se encoge de hombros. Después vuelvo a mirar a Tom, que sonríe
muy seguro de sí mismo. Sí, va a bailar. Vaya, esto podría ser interesante.
No sé si es culpa de haberme bebido mi peso en alcohol o del
comportamiento gallito de Tom —probablemente sea por lo primero—,
pero el caso es que de repente empiezo a descender por el cuerpo de Tom
contoneándome obscenamente. Le recorro el cuerpo con las manos, de un
modo bastante indecente, desde el pecho hasta los muslos. Aquí estoy, de
cuclillas delante de él, con las palmas abiertas sobre la parte delantera de
sus potentes muslos y mirando al hombre más atractivo que haya visto en
la vida. Seguramente se me esté viendo todo el culo, pero me da igual.
Tengo toda la atención puesta en el dios que me mira con ojos obscenos y
prometedores. Yo le sonrío con descaro y acerco las manos a su
entrepierna. Después empiezo a ascender por su cuerpo, todo lo pegada a él
que puedo. Cuando tengo la cara a la altura de su entrepierna, paso la nariz
por la cremallera de sus vaqueros y siento cómo se estremece. Se agacha,
me agarra de los brazos y me levanta del todo. Mi corazón empieza a
palpitar con fuerza cuando siento su respiración, larga, cálida y agitada,
junto a mi oreja.
—Debería darte la vuelta y follarte hasta hacerte gritar. Ese vestido
me está volviendo loco.
No tengo tiempo de decir: «¡Sí, por favor!» De repente me da una
vuelta y empieza a imitar al propio Justin Timberlake. No doy crédito a lo
que están viendo mis ojos. Tom Kaulitz baila, y baila muy bien.
¿Cuántos años tiene?
Se mueve a mi alrededor, con un ritmo impecable, y llama la atención
de muchas mujeres que babean al verlo. Me fijo en los demás. Todos
disfrutan como Tom, y yo me echo a reír. Río ante esos movimientos sexy,
seguros y fluidos que han resultado ser una agradable sorpresa. No sabe
moverse sólo en la cama. ¿Es que no hay nada que no se le dé bien? Se
inclina hacia mí y me tienta con un movimiento de caderas. Después me
hace dar una vuelta completa bajo su brazo, me aprieta contra su pecho y
me clava las caderas en el vientre. Su erección sigue siendo obvia. Bajo la
mano con todo el descaro del mundo para acariciarle el bulto que se
esconde bajo los vaqueros y arqueo las cejas cuando veo que niega con la
cabeza a modo de advertencia. Se me está pegando su atrevimiento.
Empieza a descender por mi cuerpo y ríe con malicia cuando me
agarra de las caderas y yo doy un respingo. Sin dejar de mirarme, se pone
de rodillas delante de mí y sigue moviendo esas gloriosas caderas al ritmo
de la música.
Me lanza de un lado a otro por la pista de baile, y me siento adorada y
venerada. Tiene toda la atención puesta en mí y sólo en mí. No existe nadie
más, estamos solos él y yo. Me gusta. Me encanta que no tenga vergüenza;
le importa un bledo lo que piensen los demás. Es seguro de sí mismo,
masculino y desinhibido. Da gusto verlo, y soy consciente del hecho de que
estoy cayendo. Me estoy enamorando perdidamente de este hombre. Y no
creo que pueda hacer nada para evitarlo, sobre todo porque no deja que me
aparte de él. Y, bien pensado, ¿de verdad quiero hacerlo?
Miro a los demás. Georg está haciendo girar a Kate por el suelo —ya
me encargaré de esa zorra traidora en otro momento—, y Gustav le está
entrando a Victoria. Con lo fino que es, parece demasiado estirado para la
pícara y a veces torpe Victoria, pero está claro que la bebida ha hecho que
se suelte un poco, porque se está riendo y se ha quitado la chaqueta del
traje. Ken está siendo él mismo y lo está dando todo como un poseso.
Vuelvo a centrar la atención en Tom y éste me agarra de las caderas.
Me da un beso largo y lánguido en el estómago y me mira directamente a
los ojos antes de ponerse de pie delante de mí y pegar los labios a los míos.
Yo le rodeo el cuello con los brazos y suspiro en su boca.
—Parece que tengo competencia —murmura contra mis labios.
—No, tú ganas.
Él se retira y me ofrece su sonrisa pícara.
—Por supuesto que he ganado, señorita. —Me suelta y yo me echo el
pelo hacia atrás y dejo que me guíe por la pista. Nos movemos en completa
armonía. Es perfecto. Él es perfecto. Y ya no me acuerdo de por qué estoy
cabreada. ¿Estoy cabreada?
Pero entonces el enérgico ritmo empieza a desacelerar y comienzan a
sonar los suaves violines. Me cuesta respirar y el cuerpo de Tom me
envuelve. Desliza el muslo entre mis piernas y nos mece a ambos entre los
ecos de la versión extendida.
Miro su hermoso rostro mientras me canta y me sobreviene un
aterrador instante de absoluta lucidez. Ya he caído.
«Joder, creo que estoy enamorada de este tío.»
Hay algo en él que me grita: «HUYE.» Pero no puedo. Para empezar,
él no me deja. Y, además, creo que no quiero. Ha desaparecido durante
cuatro días, pero ha vuelto, y estoy muy contenta de que lo haya hecho.
Joder, con el estómago lleno de vino no es el mejor momento para
plantearme estos asuntos tan complejos y arriesgados. Siento que me
muevo en un terreno muy peligroso. No sé nada de este hombre, aparte de
que es tremendamente rico, tremendamente apasionado y propietario de un
hotel inmensamente pijo, pero, aparte de eso... nada. Ni siquiera sé qué
edad tiene. Sin embargo, a pesar de la falta de información, me ha
cautivado por completo.
Me acerco y poso los labios sobre los suyos. Al cabo de unos
segundos, después de que él gima en mi boca y se apriete contra mí, nos
vemos enredados en un abrazo profundo y apasionado.
Ha irrumpido en mi vida y me ha robado el corazón, y no puedo hacer
nada al respecto.
La música comienza a apagarse, empieza otra canción y yo me dejo
caer hacia atrás entre sus brazos. Él me sostiene la espalda y me sigue,
negándose a romper el contacto de nuestros labios. Con un gruñido de
desaprobación, se aparta de mí a regañadientes, pero me mantiene cogida
en sus brazos. No es nada incómodo, y sujeta mi peso como si fuera ligera
como una pluma.
Sus ojos marrones brillan y me penetran el alma y el corazón cuando
acerca el rostro al mío hasta que nuestros labios se rozan ligeramente.
—Soy tuyo, nena.

Y... ese comentario causa estragos en mi mente ebria.

5 comentarios:

  1. Oo sii Tom oculta algo u.u que sera O.o sube pronto bye cuidateee me encanta la novee

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  2. Opino lo mismo Tom oculta algo pero que sera?? hay ya la rayita se enamoro de Tom y el también de ella es eso estoy segura.. me encanto virgi espero los próximos caps!!!

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