miércoles, 11 de marzo de 2015

CAPITULOS 15 Y 16

HOLA!!! BUENO ... USTEDES QUE CREEN QUE PUDO HABER AFECTADO A TOM QUE DEJO A ______ Y SE FUE DE AHI SIN DECIR NADA? COMENTEN :)) 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))

CAPITULO 15.-
A la mañana siguiente, inicio la jornada laboral estrepitosamente mal, y lo
digo de manera casi literal. Acabo tirada en el suelo de madera, rodeada de
cajas, y Ken corre hacia mí con el horror reflejado en su cara de bebé.
—Madre mía, ¿estás bien? —Se agacha para ayudarme a levantarme y
me alisa la falda negra ceñida antes de pasar a la blusa sin mangas—. Lo
siento muchísimo. Iba a llevarlas al almacén.
Revolotea a mi alrededor como una mamá gallina, barboteando sobre
libros de salud, de seguridad y de prevención de accidentes.
—Ken, estoy bien. ¡Quítame las manos de las tetas!
Al instante, retira de mis pechos las manos nerviosas entre risitas.
—¡Qué pechos tan hermosos tienes, Caperucita!
—Si no fueras gay ya te habría dado una bofetada —le advierto.
—Ya, pero lo soy —responde con orgullo mientras empieza a recoger
las cajas.
—¿Qué hay en esas cajas?
—Muestras. Sally recibió la entrega. Lo lógico sería que las hubiera
guardado en el armario. Esa chica es una inútil —protesta.
Rastreo la oficina y veo a Sally peleándose con la fotocopiadora. La
verdad es que vive en su propio mundo.
—Buenos días —oigo cómo saluda a Victoria antes de verla—. Ken,
no pienso volver a salir contigo —le recrimina mientras se sienta en la
silla.
Los miro a los dos y me quedo esperando una explicación, pero parece
que ninguno está dispuesto a dármela.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Ken se encoge de hombros con expresión de culpabilidad y Victoria
inspira hondo para empezar a detallar sus quejas punto por punto:
—¡Volvió a dejarme tirada! —exclama, y dirige a Ken una mirada
acusadora.
Dejo el bolso junto a mi mesa y observo a Victoria mientras lanza
todo tipo de acusaciones a Ken, que parece sentirse muy culpable.
—No vuelvas a pedirme que salga contigo en la vida —espeta, y lo
señala con el bolígrafo—. ¡El viernes te largaste con el científico y anoche
ni siquiera tuviste la decencia de irte a casa con el mismo hombre!
—¡Ken! —exclamo con sarcasmo—. ¿No decías que el científico era
tu alma gemela?
—Puede que aún lo sea —se defiende con un tono de voz muy agudo
—. Sólo estoy probando muestras antes de decidir en qué debo invertir.
Victoria resopla y gira su silla para darle la espalda. Con mucho
cuidado, apoyo el culo sobre el asiento suave y acolchado de la mía, que en
estos momentos me parece de hierro, y hago una mueca de dolor. Saco el
móvil del bolso y veo que tengo un mensaje de Kate.
Me he ido temprano. No he querido despertarte por si estabas soñando con «señores»
;-) ¿Nos vemos en el Baroque a las 13? Tengo que estar de vuelta a las 14.30 :*
Así es. Y despierta también sueño con él. Empiezo a contestarle para
rechazar su invitación —he quedado con un dios—, pero me detengo a
mitad del mensaje. Se supone que había quedado con Matt para comer. Me
desmorono en la silla. Tengo la cabeza en otra parte en estos momentos, y
no voy a engañarme a mí misma acerca de la razón. Empiezo a darme
golpecitos en un incisivo con la uña e intento pensar en cómo salir de ésta.
¿Conclusión? No puedo, así que escribo primero a Kate.
Lo siento. Estoy muy, muy, muy ocupada. Nos vemos en casa. Un beso. ____.
No puedo creerme que me toque el pelo incluso cuando escribo una
mentira. Se pondría hecha una fiera si se enterase de que he quedado con
Matt. Empiezo a golpetearme el diente de nuevo. No sé a cuál de los dos
debería dejar tirado. Matt parecía muy deprimido, y me dijo que no estaba
bien. Tom quiere que vuelva a La Mansión para empezar con el diseño y
es posible que pase algo más... Esa mera idea hace que apriete los muslos.
Cojo el teléfono y llamo a Matt.
—Hola —me saluda, y suena más contento de lo que me esperaba.
Aunque seguramente no por mucho tiempo.
—Oye, me ha surgido algo. ¿Podemos quedar otro día? —Contengo la
respiración y me muerdo con fuerza el labio inferior mientras espero su
respuesta, y sí, me estoy tocando el pelo. Pese a que en realidad no estoy
mintiendo. Me ha surgido algo.
—¡_____, por favor! —me ruega. Me suelto el mechón al instante. El
Matt arrogante y seguro de sí mismo ha vuelto a desaparecer y ha sido
sustituido por un extraño tímido e inseguro—. Necesito hablar contigo, de
verdad.
Me dejo caer en la silla, totalmente derrotada. ¿Cómo negarme si me
lo pide así? Debe de estar pasándole algo terrible.
—Vale —suspiro—. Nos vemos en el Baroque.
—Genial, nos vemos entonces —contesta de nuevo con tono seguro.

Me mantengo ocupada enviando correos electrónicos y comprobando
los progresos de los contratistas. Pero al mismo tiempo pienso en mil
excusas que darle a Tom. Menos mal que no tengo que dárselas cara a
cara, porque mi manía de juguetear con el pelo me delataría al instante.
Patrick aparece a las once con un café de Starbucks. Quiero besarlo.
—Capuchino, doble y sin azúcar ni chocolate para ti, flor. —Me besa
la mejilla y me deja el vaso en la mesa—. No olvides tu cita con Mikael
mañana. —Se sienta en mi escritorio y yo aguanto la respiración al oírlo
crujir.
—Tranquilo. —Le muestro mi agenda para que vea que lo tengo
marcado y con letras bien grandes.
—Así me gusta. ¿Qué tal te fue en La Mansión?
Me pongo colorada al instante. No le conté a Patrick mi segunda visita
al hotel, pero sólo tenía que pasar las páginas de mi agenda para verla, y es
evidente que ya lo ha hecho.
—Bien —contesto con una voz unos tonos más aguda de lo normal y
con la cara roja como un tomate. Rezo para que acepte mi abrupta y
monosilábica respuesta y me deje en paz.
—Vaya, vaya. Ya me contarás. —Se levanta de la mesa y se marcha
para repartir el resto de los cafés.
Instintivamente, compruebo la mesa por debajo, por si hay astillas o
se ha soltado algún tornillo. Suspiro de alivio por haberme librado del
interrogatorio y porque mi escritorio sigue ileso. He estado tan despistada
que ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que
Patrick se hubiese enterado de mis actividades extracurriculares con el
señor Kaulitz. Podría meterme en un buen lío.
Mi teléfono me informa de que tengo un mensaje. Lo cojo al instante
y leo la respuesta de Kate:
Compra el vino. Un beso.
Miro la hora en el ordenador. Las once y cuarto. Debería estar
saliendo ya para reunirme a las doce con el señor Kaulitz. Muy a mi pesar,
busco su teléfono, pero, en lugar de llamarlo, me entra el canguelo y le
mando un mensaje:
Me ha surgido algo importante. Ya quedaremos. Luego te llamo. Un beso _____.
Apenas dejo el teléfono sobre la mesa y me suelto el pelo, la puerta de
la oficina se abre y entra una repartidora con un montón de calas. Es la
misma chica que fue al Lusso. Ken señala mi mesa y de pronto me siento
invadida por un torrente de culpabilidad. Me hundo aún más en la silla,
hecha polvo. Acabo de dejarlo plantado y él me manda flores. Bueno,
técnicamente no lo he dejado plantado. Sólo he aplazado una reunión de
negocios. Lo entenderá. Acepto las flores, firmo los papeles de la chica y
después encuentro la nota.
ESTOY DESEANDO QUE LLEGUE MI CITA.
TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS SENTIR LO MISMO.
UN BESO, T.

Dejo caer los brazos sobre el escritorio y entierro la cabeza entre
ellos. Me siento como una auténtica mierda. Después de todo lo que hizo
ayer por mí, de que golpeara a ese calvorota capullo, de que me rescatase
de una agresión... ¿y voy yo y hago esto? Soy una auténtica imbécil, y lo he
dejado plantado por mi ex. Soy una estúpida. Joder, como Kate se entere
estoy muerta. No obstante, tengo que decirle que deje de mandarme flores
al trabajo. Patrick no tardará en empezar a hacerme preguntas.

Salgo del trabajo a la una menos cuarto para ir a reunirme con Matt
después de haberme comportado todavía peor y haber ignorado diez
llamadas de Tom. Sé que sólo he empeorado las cosas, pero no he visto su
primera llamada porque estaba en el baño y no he podido contestarle a la
segunda porque estaba hablando con un cliente por el fijo, así que ha
empezado a llamar sin parar, por lo que deduzco que no está muy contento.
Y ha conseguido que me harte de una de mis canciones favoritas de todos
los tiempos.
Cuando llego, la barra está llena, pero veo a Matt en un rincón, ya con
unas bebidas sobre la mesa.
Se levanta en cuanto me ve con una amplia sonrisa.
—¡______! —Me agarra y me abraza contra su pecho, cosa que me pilla
por sorpresa.
Jamás me había abrazado de esta manera, ni siquiera cuando
estábamos juntos. Se aparta y me da un beso en la mejilla que alarga un
poco más de lo necesario.
—Gracias por haber venido. Te he pedido vino, que sé que te encanta.
¿Te parece bien?
—Claro —sonrío. Una copita no me hará daño. Me aparto de él y me
siento en la silla de enfrente—. ¿Va todo bien? —pregunto nerviosa y con
la voz cargada de toda la aprensión que siento en realidad.
—Estás muy guapa —comenta sonriendo alegremente—. ¿Quieres
comer algo?
—No, estoy bien —respondo, y frunzo el ceño—. Matt, ¿qué es lo que
tienes que contarme? Dijiste que no estabas bien.
Se muestra nervioso y su comportamiento me resulta sospechoso.
Estoy empezando a sentirme tremendamente incómoda. Doy un sorbo al
vino y observo por encima de la copa cómo juega con el borde del vaso de
su pinta de cerveza. ¿Qué lo reconcome? Al final toma aire, se inclina
sobre la mesa y coloca una mano encima de la mía. Me quedo inmóvil a
mitad del sorbo y bajo la mirada hacia su mano.
Entonces me doy cuenta. «¡Mierda!» Lo miro con los ojos abiertos y
horrorizados y rezo para que me diga que Henry, el pececillo de colores, ha
muerto. Por favor, que sea eso y no lo que creo que va a ser.
—_____, quiero volver contigo —dice de forma clara y concisa.
La verdad es que no me lo esperaba, al menos hasta hace diez
segundos. Pero ¿qué narices le pasa?
Mi copa continúa pegada a mis labios cuando continúa:
—He sido un gilipollas. No me merezco una segunda oportunidad...
Yo resoplo.
—¿Una «segunda» oportunidad?
Deja caer la cabeza, derrotado.
—Vale, sí, ya sé a qué te refieres. —Levanta la cabeza y veo su
expresión llorosa y sincera—. No volverá a pasar, te lo prometo.
¿Me está tomando el pelo? ¿Cuántas veces he oído toda esta mierda?
Es infiel por naturaleza.
—Matt, lo siento, pero eso no va a pasar —le digo con voz tranquila y
pausada.
Él abre los ojos, sorprendido. Sacudo la cabeza ligeramente para
reafirmar mis palabras.
En cuestión de tres segundos, su rostro pasa de triste y afligido a
oscuro y receloso.
—Es por ella, ¿verdad? —me espeta desde el otro lado de la mesa. No
hace falta ser ningún genio para saber a quién se refiere—. En cuanto abre
esa bocaza, tú la escuchas. ¿Cuándo vas a empezar a pensar por ti misma?
Me quedo pasmada. Lo cierto es que Kate no dijo ni una palabra a lo
largo de cuatro años. Me dejó claro que no le gustaba Matt, pero jamás
interfirió en nuestra relación. Yo traté de mantenerlos a distancia. Ella
nunca intentó influenciarme. Sólo estaba ahí, como una verdadera amiga,
cuando las cosas se torcían. Y lo hacían... muy a menudo. Retiro la mano
de debajo de la suya y le doy otro trago al vino para relajarme. No merece
mi tiempo. Ya malgasté cuatro años con él y no va a robarme ni un
segundo más. No puedo creer que haya dejado tirado a Tom para venir
aquí.
—¿No vas a decir nada? —sisea con la mirada llena de rencor y
desdén.
Tengo ganas de pegarle, pero consigo dominar la ira.
—Matt, ya lo he dicho todo, tengo que irme. ¿Era ése el único motivo
para arrastrarme hasta aquí?
Él da un respingo y enarca las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿No estás preparada para volver a intentarlo?
—No —respondo llanamente. Jamás había tomado una decisión con
tanta facilidad.
Se pone en pie de un salto, iracundo, y derrama la cerveza en el
proceso.
—Me necesitarás antes que yo a ti.
Me río en su cara.
—¿Que yo voy a necesitarte? —Trato de controlar el ataque de risa—.
Sí, por eso estás aquí suplicándome que volvamos y yo te he mandado a la
mierda. ¿Qué pasa, Matt? ¿Ya no te quedan más mujeres que tirarte?
Lo miro mientras se alisa el traje negro y barato que lleva puesto y se
pasa la mano por el pelo castaño y lacio. Es curioso, ya no lo encuentro
atractivo. En realidad me da repelús. ¿Qué veía en él? Estaba con él por
costumbre, nada más. Una mala costumbre.
—¡Lo sabía! —La voz aguda de Kate hace que me tense—. ¡Sabía que
estabas viéndolo! —Al volverme, veo su precioso rostro normalmente
pálido rojo de ira.
—Vaya, ha venido a unirse a la fiesta —suelta Matt en voz alta para
que lo oiga—. No puedes dejar de meter las narices donde no te llaman,
¿verdad?
Miro hacia la barra y veo que la gente ha empezado a observarnos,
especialmente a Matt, que ha tirado el vaso de cerveza al suelo. Si me
dejan, le ahorraré saliva a Kate y le contaré lo que acaba de suceder.
Aunque supongo que, después de cuatro años con la «bocaza» cerrada,
debería dejar que se desahogara.
Se acerca a él en actitud desafiante. Matt la mira con cara de pocos
amigos cuando se le encara.
—Ella no te quiere, pedazo de mierda engreída. —Su tono es
controlado y penetrante—. Está con otro, así que vuelve al agujero del que
has salido.
¡Mierda! ¿Por qué ha tenido que decirle eso? Matt me mira en busca
de una confirmación, pero yo no se la ofrezco. Suelta unos cuantos
improperios airados y se larga del bar con una pataleta.
Kate se deja caer sobre la silla delante de mí y me mira con los ojos
azules entornados. Me pongo a la defensiva inmediatamente.
—Me dijo que no estaba bien. ¡Pensaba que se había muerto alguien!
Ella sacude la cabeza.
—Estoy furiosa contigo.
Resoplo y cojo la copa de vino para darle un buen trago.
—Yo también estoy furiosa conmigo misma. Pero no tenías por qué
haberle dicho eso. ¿Por qué lo has hecho?
Ella sonríe con malicia.
—Porque ha sido divertido. ¿Has visto qué cara ha puesto?
Sí, no se me olvidará en la vida. Pero, aun así, le ha dicho algo que no
es cierto. No estoy con nadie. Estoy acostándome con alguien, que es muy
diferente. Mi móvil empieza a sonar y lo busco por el bolso. Es la
undécima llamada de Tom.
—¿Quién es? —pregunta Kate, y acerca la cabeza para ver la pantalla.
—Tom.
Frunce el ceño.
—¿No le contestas?
Me inclino sobre la silla y dejo que siga sonando.
—Lo he dejado plantado para venir a ver a Matt —refunfuño.
Kate abre la boca de asombro.
—______, a veces pareces tonta. No te ofendas, pero cuando estabas con
él te volviste tan aburrida que me planteé dejar de ser tu amiga.
Su comentario me duele.
—Ya te vale, ¿no?
Ella se echa a reír.
—La verdad duele, ¿verdad?
—Pues sí, así es.
—Pero bueno, has salido airosa de la situación, así que voy a dejarlo
correr. —Se echa hacia adelante para decirme—: Diviértete. Además, él
me gusta.
Sí, ya lo ha dejado bastante claro, y él no es aburrido. Pero sé que esto
no puede acabar bien. Un empleado se acerca con un recogedor y un
cepillo. Le sonrío a modo de disculpa, pero el teléfono empieza a sonar de
nuevo y me interrumpe. Vuelvo a ignorarlo... una vez más. Necesito
tiempo para pensar en todo esto. Ayer estaba tan afectada que dejé que un
pecho firme, una voz suave e hipnotizadora y unos labios exuberantes me
nublasen el pensamiento. ¿A quién quiero engañar? Cada vez que estoy con
ese hombre pierdo la capacidad de pensar. Me abruma con su intensidad y
me arrebata el sentido común.
—Vaya, ¡un tío bueno a las tres! Y está mirando. ¿Cómo tengo el
pelo? ¿Tengo cobertura de tarta en la cara? —Kate empieza a frotarse las
mejillas con las palmas de las manos.
Me vuelvo en esa dirección y veo al tipo de la barra de La Mansión.
¿Cómo se llamaba? ¿Gustav? No, Georg. Levanta la botella de cerveza y me
saluda con una amplia sonrisa dibujada en el rostro descarado. Le respondo
levantando la mano y miro a Kate.
—¿Lo conoces? —pregunta incrédula.
—Es Georg, estaba en La Mansión. Es amigo de Tom.
—¡Joder! Tom pertenece a una banda de tíos buenos. —Se echa a
reír, con los ojos abiertos como platos a causa de la emoción—. ¿Cómo es
que nunca me has hablado de ese lugar? —inquiere—. La próxima vez que
vayas iré contigo —dice decidida, y sé que no bromea—. Viene hacia aquí.
¡Preséntamelo, por favor!
Sacudo la cabeza. Para ella no es más que otra primera cita a la que
hincarle el diente. Un momento... De repente me entra el pánico. ¿Me
habrá visto con Matt? Espera... ¿por qué me preocupa eso?
—Hola, _____, ¿qué tal?
Georg llega a la mesa, todavía sonriendo y con ese hoyuelo en la cara.
La verdad es que es muy mono, tiene el pelo desaliñado y los ojos
brillantes. Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta, como la otra vez.
Debe de irle el estilo informal.
—Bien, Georg, ¿y tú? —Apuro el vino. Me tomaría otra copa, pero no
creo que a Patrick le hiciera mucha gracia que volviera a la oficina medio
borracha—. ¿Llevas mucho rato aquí? —pregunto como si tal cosa.
—No, acabo de llegar. ¿Qué tal Tom? —inquiere con una sonrisa
maliciosa.
¿Qué le hace pensar que sé la respuesta a esa pregunta? ¿Se lo ha
contado él? Noto que empiezo a ponerme colorada, aunque he llegado a la
rápida conclusión de que me está tomando el pelo. Es su amigo, así que
seguro que sabe cómo está. Me encojo de hombros, porque la verdad es que
no sé qué contestar. No tengo ni idea de cómo está porque no he acudido a
nuestra cita. Cuando me despedí ayer de él, estaba calentando todos mis
motores sexuales y yo jadeaba como una desesperada. Imagino que ahora
se sentirá algo cabreado por el hecho de que no haya acudido. ¡Ja! ¿Y qué
va a hacer? ¿Despedirme? Quizá debería. Me ahorraría todos estos
quebraderos de cabeza. De repente noto un fuerte golpe en la espinilla y, al
alzar la vista, veo que Kate me mira con el ceño fruncido.
—Ah, Georg, ésta es Kate. Kate, Georg. —Muevo la mano entre ambos y
me fijo en que el semblante de Kate se torna angelical. Le ofrece la mano a
Georg, que sonríe antes de estrechársela.
—Un placer conocerte, Kate —dice con cortesía y pasándose la otra
mano por las ondas engominadas.
—Lo mismo digo. —Arquea una ceja.
¡No me lo puedo creer! Está flirteando con él. Sonríe con timidez ante
los cumplidos que él le hace a su cabello rojo y salvaje mientras siguen
agarrados de la mano. El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Para
huir del evidente cortejo que tengo delante, lo abro y lo leo con un ojo
cerrado.
Más vale que tengas una BUENA razón para dejarme plantado. Espero que se esté muriendo alguien. Estoy muy cabreado, señorita. Esta vez NO hay beso.
¡Vaya! Está preocupado. Mi corazón da un inesperado brinco de
aprobación, pero al instante me obligo a salir de mi patética burbuja de
satisfacción y me recuerdo que no tengo que rendirle cuentas de nada. Está
claro que le gusta que lo obedezcan. Además, no lo he dejado plantado.
Sólo he retrasado una reunión de negocios. Me va a estallar la puñetera
cabeza. Pero ¿qué me pasa? Dejo el teléfono sobre la mesa y, al alzar la
vista, veo a Kate interpretando el mejor acto de flirteo que haya visto en la
vida. No conoce la vergüenza, y siguen cogidos de la mano.
Ella deja de mirar a Georg y me mira a mí.
—¿Era de Tom? —pregunta descaradamente.
Le doy una patada por debajo de la mesa y noto que Georg me mira. La
voy a matar.
—¿Tom? —pregunta Georg—. Acaba de llamarme. No tardará en
llegar.
«¿Qué?»
Kate se echa a reír como una hiena, y yo le propino otra patada por
debajo de la mesa. ¿Le habrá dicho Georg que yo estaba aquí?
—Tengo que irme —digo, y me levanto—. Kate —sonrío dulcemente
mientras ella controla la risa—, ¿tú no tenías que hacer algo a las dos y
media?
—No —responde también sonriendo e incluso superando mi nivel de
dulzura. Es de lo que no hay.
La miro con recelo y recojo mi bolso y mi teléfono.
—Bueno, pues luego nos vemos. Me alegro de volver a verte, Georg.
Le suelta la mano a Kate y me besa en la mejilla.
—Sí, lo mismo digo, _____. Un placer.
Me dispongo a marcharme, pero entonces doy media vuelta con una
expresión totalmente plana e indiferente.
—Por cierto, Kate. Dan vuelve la semana que viene. —Le suelto la
bomba y espero la explosión. No tarda ni un nanosegundo en abrir la boca
de asombro.
¡Toma! Le lanzo una mirada para advertirle que no debe jugar
conmigo y me largo llena de satisfacción. Aunque me dura poco. Tom está
justo detrás de mí, mirándome como un perro rabioso. Me encojo al
instante.
—¿Quién ha muerto? —ladra.
Está muy cabreado.
—Estaba trabajando —me defiendo nerviosa.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Y eso te impide contestar el teléfono? —Su voz destila
desaprobación.
Vale, puede que el que no contestase a sus llamadas sea una razón de
peso para estar enfadado.
Me vuelvo y veo a Kate y a Georg observando en silencio nuestro
pequeño altercado. Mi amiga empieza a mirar en todas direcciones menos
en la nuestra. Georg apenas logra dominar su expresión de sorpresa y fracasa
en su intento de fingir desinterés. Suspiro y miro a Tom, que aún parece
estar a punto de golpear algo.
—He de volver al trabajo —digo. Lo esquivo y salgo del bar. Su
reacción me parece exagerada y roza peligrosamente la posesión y la
manipulación, y yo no quiero ni una cosa ni la otra.
Salgo a Piccadilly y sorteo la multitud que se forma a la hora de
comer. Sé que me sigue. Siento su mirada cafe y penetrante clavada en mi
espalda.
Cuando giro hacia Berkeley Street, el gentío disminuye y me vuelvo.
Está increíblemente guapo con ese traje gris pizarra y esa camisa azul
claro. Resoplo para mis adentros y acelero el paso. Si consigo llegar a la
oficina, estaré a salvo de su cólera. No va a montarme una escenita en el
trabajo, ¿verdad? Aunque no parecía que le importase mucho montármela
delante de Kate y de Georg. ¿Me arriesgo? Este tío es muy inestable. Pero
¿por qué se comporta de esta manera? Sólo nos hemos acostado, no nos
hemos casado.
Acelero el paso y cruzo las puertas de la oficina pero, en cuanto llego
a mi mesa, me arranca de allí entre quejas y me arrastra de nuevo hacia la
calle.
—Pero ¿qué coño haces? —vocifero. Él pasa de mí y sigue avanzando
hacia la puerta.
Me agarro al final de su espalda y, al alzar la vista, veo que Ken,
Victoria y Sally contemplan con la boca abierta cómo me transporta hasta
el exterior. Por favor, que Patrick no esté.
—¡Joder, Tom! ¡Suéltame!
Deja que me deslice por la parte delantera de su cuerpo, y lo hace
lentamente, con la intención de que note los duros músculos de su
magnífico pecho. Me detiene antes de que toque el suelo con los pies. Me
sostiene por la cintura para que mis labios queden a la altura de los suyos y
su flagrante erección me roce justo en el lugar adecuado. ¿Está cabreado y
cachondo?
Se me escapa un gemido traicionero cuando se aprieta contra mí con
ese aliento cálido y fresco. Se supone que tengo que estar cabreada, y, sin
embargo, aquí estoy, retenida en contra de mi voluntad —más o menos— y
deseando desnudar a mi captor delante de todos mis colegas, que se han
pegado al cristal de la puerta de la oficina peleándose por las mejores
vistas.
—Esa boca. Me has dejado plantado. —Aprieta sus labios contra los
míos y se aparta. Su mirada se suaviza mientras me mira y espera una
explicación.
Ahora no puedo decirle por qué he cancelado la cita. Supongo que se
subiría por las paredes.
—Lo siento —suspiro. ¿Aceptará mis disculpas?
He de volver a la oficina y aclararme las ideas. No, he de volver a casa
y aclararme las ideas, a ser posible con una botella de vino.
Él sacude la cabeza suavemente y me ataca la boca con vehemencia en
mitad de Bruton Street. Hundo los dedos en su pelo y me rindo a esos
labios tremendamente adictivos sin darle demasiadas vueltas. No tiene
ninguna vergüenza y parece ajeno por completo al ajetreo de peatones que
se apresuran de un lado a otro a la hora de comer y que, con toda seguridad,
se quedan mirando cómo me devora. Me tiene absorbida. Presiona la
entrepierna con fuerza contra mí y gimo. Este beso es para demostrarme lo
que me he perdido, y estoy empezando a odiar a Matt por ello.
—No vuelvas a hacerlo —me ordena con un tono que no acepta
réplica. Me suelta y toco el suelo con los pies. La repentina falta de
sujeción hace que me tambalee hacia adelante.
Me coge del brazo para enderezarme y una puñalada de dolor me
recorre el cuerpo y rompe el embrujo. Respiro hondo. Me suelta y se aparta
de mí. Sus dulces ojos marrones se inundan de rabia al ver los moratones que
luzco en el brazo por cortesía del calvo gilipollas. Mientras los observa, la
mandíbula empieza a temblarle y se le hincha el pecho.
Sólo pienso en la suerte que tuvo el calvorota de que estas
magulladuras no se vieran ayer.
—Estoy bien. —Me cubro con la mano con la esperanza de que, al
ocultar la zona que lo altera, abandone el estado de furia.
Parece un loco homicida. ¿Está cabreado porque tengo unos
moratones?
—Tengo que volver al trabajo —digo con un hilo de voz, algo
nerviosa.
Aparta la mirada de mi brazo y vuelve a fijarla en mis ojos. Me mira
como si yo fuera lo que lo altera. Un destello de irritación cruza su
atractivo rostro cuando levanta la mano para frotarse las sienes con las
puntas de los dedos. Entonces suspira agobiado.
Finalmente, sacude un poco la cabeza y se marcha sin mediar palabra.
Me deja ahí plantada sobre la acera, preguntándome qué coño ha pasado.
Agacho la cabeza y miro desesperadamente al suelo, como si fuese a
encontrar la respuesta escrita con tiza en los adoquines.
¿Ya está? ¿Se ha acabado? Su expresión decía que sí. No sé muy bien
cómo me siento al respecto. De repente me está clavando las caderas y
haciéndome gemir, y al segundo siguiente me mira con toda la rabia del
mundo. ¿Qué se supone que debo pensar? No tengo ni idea. Me obligo a
salir de mi ensimismamiento y regreso a la oficina. Reina un silencio
incómodo. Todo el mundo finge estar ocupado.
—¿Estás bien? —pregunta Ken, que pasa despacio junto a mi mesa.
Levanto la mirada y veo su expresión cotilla de siempre teñida de un
aire de preocupación.
—Estoy bien. Ni una palabra de esto a Patrick —digo con más dureza
de la que pretendía.
—Claro, tranquila. —Levanta las manos en señal de defensa.
«¡Joder!» Lo último que necesito es que Patrick se entere de que me
han pillado con un cliente. Debería haber sido más fuerte y haberme
resistido a sus insinuaciones. No me gusta nada cómo me siento ahora
mismo. Creo... creo que me siento... ¿abandonada?.

CAPITULO 16.-
Entro prácticamente a rastras por la puerta principal, agotada y exhausta.
Kate está en la cocina fumándose un cigarrillo en la ventana.
—Tienes que dejar esa mierda —le digo con desprecio.
No fuma mucho, sólo un par de vez en cuando, pero es un mal hábito
de todas formas.
Le da una última calada y lo tira por la ventana antes de bajarse
rápidamente de la encimera.
—Me ayuda a pensar —se defiende.
Sí, siempre que la pillo fumándose un cigarro a escondidas me viene
con el mismo cuento. Ahora se supone que debería preguntarle en qué está
pensando, pero ya sé la respuesta a la pregunta.
—¿Y el vino?
Me quita el bolso de las manos, lo abre del todo y me mira con
disgusto. He cometido un pecado capital: se me ha olvidado el vino.
Me encojo de hombros. Tenía la cabeza en otras cosas.
—Lo siento.
—Voy a la tienda, tú cámbiate. ¿Te apetece cenar fish and chips?
Coge el monedero de la mesa mientras mete los pies en las chanclas.
—Sólo patatas.
Recorro el pasillo hasta mi habitación. Estoy completamente
desanimada.

Me siento con Kate en el sofá y picoteo patatas fritas de mi plato. No
tengo nada de hambre y apenas presto atención a la reposición de
«Friends». Tengo la cabeza hecha un lío y estoy furiosa conmigo misma
por permitirlo.
—Venga, escúpelo —me exige Kate.
Vuelvo la cabeza hacia mi temperamental amiga con una patata frita a
medio camino de la boca. Soy una idiota por pensar que iba a poder
disfrutar en paz de mi taciturno estado de ánimo. Me encojo de hombros
para indicarle que no estoy de humor para hablar, me meto la patata en la
boca y la mastico sin ganas. Hablar de ello sería como admitir que estoy
así por eso, y por «eso» me refiero a un hombre.
—Él te gusta.
Pues sí. Me gusta. Y no quiero que me guste, pero así es.
—Sólo me traerá problemas. Ya lo has visto hoy —refunfuño.
En un alarde de dramatismo, pone los ojos en blanco y se deja caer
sobre el respaldo del sofá.
—Lo has dejado plantado por tu ex novio. —Deposita el plato en la
mesita de café que tenemos delante del sofá—. _____, ¿qué esperabas?
La miro con el ceño fruncido.
—Él no sabe por qué lo he dejado plantado. Sólo sabe que no he
aparecido.
—Bueno, entonces está claro que no le gusta que lo dejen plantado —
ríe—. Por cierto, estoy muy cabreada contigo.
De repente se pone muy seria.
¿Qué he hecho? Ah, ya. Debe de referirse a mi pequeña bomba sobre
Dan.
—¿Preferías que no te dijera nada? —le pregunto.
—¡No me has avisado con bastante tiempo para que pueda irme de la
ciudad! —gime.
¡Ay, madre, cuánto drama!
—¡Estás haciendo una montaña de un grano de arena! No tienes por
qué verlo.
—No, claro que no. ¡Y no pienso hacerlo!
—Pues entonces perfecto, ¿no?
Intento cambiar de tema.
—¿Qué tal con Georg? —Arqueo las cejas.
—¿A que está buenísimo? Tom volvió al bar, con cara de pocos
amigos por cierto, así que los dejé allí. Me ha pedido el teléfono.
—¡Eres un putón, Kate Matthews!
—¡Ya lo sé! —chilla—. ¿Y cómo ha quedado la cosa con el señor?
Me observa con prudencia, evaluando mi reacción a su pregunta.
—Seguía enfadado conmigo y se largó cabreadísimo —contesto al
tiempo que me encojo de hombros.
Kate sonríe.
—Es un poquito intenso.
Me echo a reír.
—¿Un poquito? ¡Soy incapaz de pensar con claridad cuando lo tengo
cerca! Cuando me toca es como si se hiciera con el control de mi mente y
mi cuerpo. Da miedo.
—¡Joder!
—Eso digo yo, ¡joder!
Se vuelve de nuevo hacia el televisor.
—Me gusta —dice en voz baja como si le diera miedo admitirlo,
como si fuera malo que le gustase—. Sólo lo comento para que lo sepas. —
Se encoge de hombros pero no me mira—. Es rico, está superbueno y es
evidente que le gustas mucho. Un hombre no se comporta así si lo único
que busca es un polvo, ______.
Puede que tengas razón, pero eso no cambia el hecho de que se ha
esfumado y no ha vuelto a llamarme desde entonces. Y quizá sea lo mejor.
—¿Te apetece que salgamos de fiesta el sábado? —le pregunto.
Es una pregunta estúpida porque conozco perfectamente la respuesta.
Me mira con cara de pilla y yo le sonrío.

Al día siguiente, llego tranquilamente al hotel Royal Park a las doce y
cuarto lista para reunirme con Mikael Van Der Haus. Me acompañan hasta
una sala de espera acogedora con unos sillones muy caros. Los cuadros que
decoran las paredes tienen los marcos dorados y una chimenea tallada
preside la habitación. Es majestuosa. Me ofrecen té, pero prefiero beber
agua. Hace muchísimo calor y el vestido negro de tubo se me está pegando
al cuerpo.
Veinte minutos después, el señor Van Der Haus hace su aparición con
un aspecto impecable. Es muy atractivo. Me sonríe sin reparos con su
perfecta dentadura blanca. ¿Qué me pasa últimamente con los hombres
mayores? Bloqueo a toda prisa esos pensamientos.
—______, por favor, acepta mis disculpas. Detesto hacer esperar a una
dama.
Su suave acento danés es casi imperceptible pero muy sexy.
«¡Para!» Me levanto cuando se acerca a mí y le tiendo la mano con
una sonrisa. Él la estrecha, pero me deja estupefacta cuando se inclina y
me besa en la mejilla. Vale, ha estado un poco fuera de lugar, pero voy a
pasarlo por alto. Puede que sea algo normal en Dinamarca. ¡Ja! Será mejor
que no me olvide de lo que pasó la última vez que un cliente varón me besó
en nuestra primera reunión.
—No se preocupe, señor Van Der Haus. He llegado hace poco —lo
tranquilizo.
—______, éste es nuestro segundo proyecto juntos. Sé que has tratado
con mi socio en el Lusso, pero yo voy a involucrarme mucho más en la
Torre Vida, así que, por favor, llámame Mikael. Detesto las formalidades.
—Toma asiento en el sofá que tengo delante y cruza las largas piernas—.
Estoy deseando contrastar ideas contigo pronto.
¿Eh? ¿Es que acaso no he venido para eso?
—Sí, la verdad es que no he tenido ocasión de estudiar el proyecto
todavía. Esperaba que me dieras la información y una semana para poder
exponerte algunas ideas.
—¡Por supuesto! —Ríe—. He sido muy descortés al hacerte venir
avisándote con tan poco tiempo, pero vuelvo a Dinamarca el viernes.
Tengo tu dirección de correo electrónico. Te enviaré los detalles. Has
hecho un trabajo fantástico en el Lusso. Es muy tranquilizador colaborar
con gente competente.
Me sonríe.
¿No va a darme ninguna especificación ahora? Pero si he venido a eso,
¿no?
—Si te parece, podemos hablarlo ahora un poco —le propongo.
Me observa en silencio durante un momento antes de inclinarse hacia
adelante.
—______, espero que no pienses que soy demasiado atrevido, pero,
verás... ¿Cómo expresarlo? —Se da golpecitos con los dedos en la barbilla.
Estoy un poco preocupada—. Me temo que te he traído hasta aquí con
falsos pretextos.
Ríe nerviosamente y se revuelve en su asiento.
—¿Qué quieres decir? —pregunto confundida.
Y de repente lo entiendo todo. «¡Ay, no! ¡No, no, no!» Me echo hacia
atrás en mi asiento, con el cuerpo tenso de los pies a la cabeza, y ruego al
Todopoderoso que le infunda un poco de cordura antes de que diga lo que
creo que va a decir.
—Quería pedirte que cenaras conmigo. —Me mira expectante y
seguro que advierte mi cara de horror. Estoy más roja que un tomate—.
Mañana por la noche, si te parece bien, claro —añade.
«¡Mierda!» ¿Qué le digo? Si le digo que no, es posible que cancele su
acuerdo con Rococo Union y que Patrick pierda el trabajo. Pero ¿por qué
últimamente todos los hombres caen rendidos a mis pies? Los hombres
maduros, para ser más exactos. Es bastante mayor que Tom. O al menos
eso parece. Es muy guapo, pero, por Dios, debe de sacarme unos veinte
años. Me río para mis adentros. Al menos éste no me ha encerrado en una
suite. ¿Qué hago?
—Señor Van Der Haus...
—Mikael, por favor —me interrumpe con una sonrisa.
—Mikael, no creo que mezclar los negocios con el placer sea buena
idea. Es mi política, aunque me siento muy halagada.
Me río de mi propia osadía. ¿Desde cuándo me ha supuesto eso un
problema últimamente? ¿Y por qué he hablado de placer? He dado por
hecho, y sugerido a la vez, que sería placentero cenar con él. Tal vez no lo
habría sido; o quizá sí, y mucho. ¡Ay, Dios! Me lanzo mentalmente contra
la preciosa chimenea.
—Vaya, es una lástima, _____ —suspira.
—Sí, sí que lo es —coincido, y regreso a la realidad cuando levanta la
cabeza con expresión de sorpresa.
Vuelve a inclinarse hacia adelante.
—Admiro tu profesionalidad.
—Gracias. —De nuevo estoy completamente roja.
—Espero que esto no afecte nuestra relación profesional, _____. Tengo
muchas ganas de trabajar contigo.
—Yo también tengo muchas ganas de trabajar contigo, Mikael.
Se levanta del sillón y se acerca a mí con la mano extendida. ¡Gracias
a Dios! Yo le ofrezco la mía y dejo que me la estreche con suavidad. En
serio, ¿me ha hecho venir sólo para pedirme que cene con él? Podría
haberme llamado.
—Te enviaré lo acordado en cuanto tenga la oportunidad. Y cuando
vuelva de Dinamarca me gustaría enseñarte el edificio. Hasta entonces,
puedes ir preparando unos cuantos bocetos. Te he mandado los planos a la
oficina y te enviaré las especificaciones por correo electrónico.
—Gracias, Mikael. Que tengas buen viaje.
—Adiós, ______.
Sale de la estancia caminando sobre sus largas piernas.
Vaya, qué situación tan incómoda. Continúo sentada y apuro el vaso
de agua mientras doy vueltas al caos emocional en el que estoy sumida. Si
Tom fuera tan cortés como Mikael, ahora no me sentiría tan mal. Lo de no
mezclar los negocios con el placer nunca ha sido mi política pero,
básicamente, porque nunca había necesitado tener una al respecto. En tan
sólo dos semanas se me han declarado dos clientes ricos y atractivos. A
uno lo he rechazado, pero con el otro he caído de pleno. Y como resultado
estoy hecha un lío. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva
norma, y pienso cumplirla. Aunque en realidad tampoco creo que vaya a
hacerme mucha falta, porque Mikael ha aceptado mi negativa con
amabilidad y Tom no ha vuelto a llamarme desde que me abandonó. ¿Me
abandonó?

Sobre las dos y media estoy de vuelta en la oficina. No le comento
nada a Patrick de lo rara que ha sido la reunión con Mikael Van Der Haus,
sobre todo porque me preocupa que, por el bien del negocio, me obligue a
ir a cenar con él. Patrick daría por sentado que sería una cena de negocios,
pero Mikael ha dejado perfectamente claro que no tenía nada que ver con
eso. Me limito a decirle lo de los correos electrónicos, los bocetos y sus
intenciones de mostrarme el edificio a su regreso de Dinamarca. Eso
parece contentarlo.
Saco el móvil del bolso y veo que no tengo ninguna llamada perdida.
Hago caso omiso de la puñalada de decepción que siento y empiezo a
anotar algunos comentarios sobre diseño escandinavo. Sé que el mío se
basará en la vida fácil, blanca y pura, pero me reconforta el hecho de que
sea algo tranquilo y cálido, y no vacío y frío.
Suena el teléfono y lo cojo con demasiada rapidez. Es Kate.
—Hola —digo con una voz exageradamente alegre. No sé por qué me
molesto. Ella lo nota de inmediato.
—¿Fingiendo indiferencia, tal vez? —pregunta.
—Sí.
—Ya me imaginaba. ¿No sabes nada de él?
—No.
—Día de monosílabos, ¿eh?
—Sí.
Ella suspira profundamente al otro lado de la línea.
—Bueno. ¿Les has preguntado a Victoria y al Gran Gay si van a salir
el sábado por la noche?
—No, pero lo haré. Acabo de volver de una reunión muy extraña. —
Abro el primer cajón de mi mesa para coger un clip y veo la cala aplastada
bajo mi grapadora.
—¿Extraña por qué? —pregunta intrigada.
—He ido a ver al promotor del Lusso, bueno, a uno de ellos. Me ha
preguntado si quería cenar con él. Ha sido muy incómodo. —Cojo la cala y
la tiro a la papelera de inmediato.
Ella se echa a reír.
—¿Cuántos años tiene éste?
Su insinuación me irrita.
Es mucho mayor que Tom. Cuánto, no lo sé, pero no hay duda de que
es más viejo. Es probable que jamás lo sepa con exactitud.
—Unos cuarenta y pico, creo, pero es muy atractivo, del tipo
escandinavo. —Me encojo de hombros y muevo el ratón por la pantalla sin
ningún objetivo en concreto. Está claro que no está a la altura de Tom,
pero es atractivo.
—Te has convertido en un imán para maduritos. ¿Vas a ir?
—¡No! —chillo—. ¿Para qué?
—¿Y por qué no? —No la veo, pero sé que tiene una ceja enarcada.
—No, no puedo porque tengo una nueva política: no mezclar los
negocios con el placer.
—¡APARTA! —grita, y me hace dar un brinco en la silla—. Perdona,
un capullo estaba cortándome el paso. Así que nada de mezclar los
negocios con el placer, ¿eh?
—Exacto. ¿Estás hablando por teléfono mientras conduces, señorita
Matthews? —la reprendo. Sé que Margo no tiene manos libres.
—Sí, será mejor que cuelgue. Nos vemos en casa. Y no olvides
comentarles al Gran Gay y a Victoria los planes del sábado.
—¿Qué planes? —pregunto antes de que cuelgue.
—Pillarnos un pedo, en el Baroque, a las ocho en punto.
Pillarnos un pedo. Sí, es un buen plan.

Salgo de la oficina a las seis con Ken y Victoria.
—¿Os apetece salir el sábado, chicos?
Ken se detiene súbitamente y levanta las palmas de las manos con
una expresión de absoluta sorpresa en su cara de niño.
—¡Dios mío, sí! A mediodía me he comprado una camisa de color
coral maravillosa. ¡Es divina!
Victoria ríe, le da una palmada en el culo y lo empuja hacia adelante.
—¿Adónde vamos? —pregunta.
—Al Baroque, a las ocho —contesto—. Y ya veremos qué nos depara
la noche.
—¡Me apunto! —canturrea Victoria—. Pero nada de ligues gays,
Ken. Me toca follar a mí —gruñe.
Ken frunce el ceño.
—¿Y yo qué?
—Tú ya has tenido bastante. Es mi turno —le espeta—. Además, ¿qué
ha sido del científico?
—Lo cierto es que la ciencia es muuuy aburrida —refunfuña.
Nos despedimos en el metro de Green Park. Cojo la línea Jubilee

hacia la Central. Victoria y Ken cogen la de Piccadilly.

6 comentarios:

  1. Algo estara planeando Tom!!

    Siguelaa :)

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  2. O si estoy de acuerdo con jennifer algo planea ese hombre jajaja sube pronto bye cuidateee

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  3. algo tiene en mente ajaaja
    sube pronto

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  4. Que estará planeando ese hombre??? y que hará Tom abandonara x completo a (Tn)?? ojala que no me encanto virgi espero los próximos caps!!!!

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  5. Sube capitulo pronto pleaseeeeeeee!!!!! Bye

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