CAPITULO 15.-
A la
mañana siguiente, inicio la jornada laboral estrepitosamente mal, y lo
digo de
manera casi literal. Acabo tirada en el suelo de madera, rodeada de
cajas, y
Ken corre hacia mí con el horror reflejado en su cara de bebé.
—Madre
mía, ¿estás bien? —Se agacha para ayudarme a levantarme y
me alisa
la falda negra ceñida antes de pasar a la blusa sin mangas—. Lo
siento
muchísimo. Iba a llevarlas al almacén.
Revolotea
a mi alrededor como una mamá gallina, barboteando sobre
libros de
salud, de seguridad y de prevención de accidentes.
—Ken,
estoy bien. ¡Quítame las manos de las tetas!
Al
instante, retira de mis pechos las manos nerviosas entre risitas.
—¡Qué
pechos tan hermosos tienes, Caperucita!
—Si no
fueras gay ya te habría dado una bofetada —le advierto.
—Ya, pero
lo soy —responde con orgullo mientras empieza a recoger
las cajas.
—¿Qué hay
en esas cajas?
—Muestras.
Sally recibió la entrega. Lo lógico sería que las hubiera
guardado
en el armario. Esa chica es una inútil —protesta.
Rastreo la
oficina y veo a Sally peleándose con la fotocopiadora. La
verdad es
que vive en su propio mundo.
—Buenos
días —oigo cómo saluda a Victoria antes de verla—. Ken,
no pienso
volver a salir contigo —le recrimina mientras se sienta en la
silla.
Los miro a
los dos y me quedo esperando una explicación, pero parece
que
ninguno está dispuesto a dármela.
—¿Qué
pasa? —pregunto.
Ken se
encoge de hombros con expresión de culpabilidad y Victoria
inspira
hondo para empezar a detallar sus quejas punto por punto:
—¡Volvió a
dejarme tirada! —exclama, y dirige a Ken una mirada
acusadora.
Dejo el
bolso junto a mi mesa y observo a Victoria mientras lanza
todo tipo
de acusaciones a Ken, que parece sentirse muy culpable.
—No
vuelvas a pedirme que salga contigo en la vida —espeta, y lo
señala con
el bolígrafo—. ¡El viernes te largaste con el científico y anoche
ni
siquiera tuviste la decencia de irte a casa con el mismo hombre!
—¡Ken!
—exclamo con sarcasmo—. ¿No decías que el científico era
tu alma
gemela?
—Puede que
aún lo sea —se defiende con un tono de voz muy agudo
—. Sólo
estoy probando muestras antes de decidir en qué debo invertir.
Victoria
resopla y gira su silla para darle la espalda. Con mucho
cuidado,
apoyo el culo sobre el asiento suave y acolchado de la mía, que en
estos
momentos me parece de hierro, y hago una mueca de dolor. Saco el
móvil del
bolso y veo que tengo un mensaje de Kate.
Me he ido temprano. No he querido
despertarte por si estabas soñando con «señores»
;-) ¿Nos vemos en el Baroque a las 13?
Tengo que estar de vuelta a las 14.30 :*
Así es. Y
despierta también sueño con él. Empiezo a contestarle para
rechazar
su invitación —he quedado con un dios—, pero me detengo a
mitad del
mensaje. Se supone que había quedado con Matt para comer. Me
desmorono
en la silla. Tengo la cabeza en otra parte en estos momentos, y
no voy a
engañarme a mí misma acerca de la razón. Empiezo a darme
golpecitos
en un incisivo con la uña e intento pensar en cómo salir de ésta.
¿Conclusión?
No puedo, así que escribo primero a Kate.
Lo siento. Estoy muy, muy, muy
ocupada. Nos vemos en casa. Un beso. ____.
No puedo
creerme que me toque el pelo incluso cuando escribo una
mentira.
Se pondría hecha una fiera si se enterase de que he quedado con
Matt.
Empiezo a golpetearme el diente de nuevo. No sé a cuál de los dos
debería
dejar tirado. Matt parecía muy deprimido, y me dijo que no estaba
bien. Tom
quiere que vuelva a La Mansión para empezar con el diseño y
es posible
que pase algo más... Esa mera idea hace que apriete los muslos.
Cojo el
teléfono y llamo a Matt.
—Hola —me
saluda, y suena más contento de lo que me esperaba.
Aunque
seguramente no por mucho tiempo.
—Oye, me
ha surgido algo. ¿Podemos quedar otro día? —Contengo la
respiración
y me muerdo con fuerza el labio inferior mientras espero su
respuesta,
y sí, me estoy tocando el pelo. Pese a que en realidad no estoy
mintiendo.
Me ha surgido algo.
—¡_____,
por favor! —me ruega. Me suelto el mechón al instante. El
Matt
arrogante y seguro de sí mismo ha vuelto a desaparecer y ha sido
sustituido
por un extraño tímido e inseguro—. Necesito hablar contigo, de
verdad.
Me dejo
caer en la silla, totalmente derrotada. ¿Cómo negarme si me
lo pide
así? Debe de estar pasándole algo terrible.
—Vale
—suspiro—. Nos vemos en el Baroque.
—Genial,
nos vemos entonces —contesta de nuevo con tono seguro.
Me
mantengo ocupada enviando correos electrónicos y comprobando
los
progresos de los contratistas. Pero al mismo tiempo pienso en mil
excusas
que darle a Tom. Menos mal que no tengo que dárselas cara a
cara,
porque mi manía de juguetear con el pelo me delataría al instante.
Patrick
aparece a las once con un café de Starbucks. Quiero besarlo.
—Capuchino,
doble y sin azúcar ni chocolate para ti, flor. —Me besa
la mejilla
y me deja el vaso en la mesa—. No olvides tu cita con Mikael
mañana.
—Se sienta en mi escritorio y yo aguanto la respiración al oírlo
crujir.
—Tranquilo.
—Le muestro mi agenda para que vea que lo tengo
marcado y
con letras bien grandes.
—Así me
gusta. ¿Qué tal te fue en La Mansión?
Me pongo
colorada al instante. No le conté a Patrick mi segunda visita
al hotel,
pero sólo tenía que pasar las páginas de mi agenda para verla, y es
evidente
que ya lo ha hecho.
—Bien
—contesto con una voz unos tonos más aguda de lo normal y
con la
cara roja como un tomate. Rezo para que acepte mi abrupta y
monosilábica
respuesta y me deje en paz.
—Vaya,
vaya. Ya me contarás. —Se levanta de la mesa y se marcha
para
repartir el resto de los cafés.
Instintivamente,
compruebo la mesa por debajo, por si hay astillas o
se ha soltado algún tornillo. Suspiro de alivio
por haberme librado del
interrogatorio y porque
mi escritorio sigue ileso. He estado tan despistada
que ni siquiera se me
había pasado por la cabeza la posibilidad de que
Patrick se hubiese
enterado de mis actividades extracurriculares con el
señor Kaulitz. Podría
meterme en un buen lío.
Mi teléfono me informa de
que tengo un mensaje. Lo cojo al instante
y leo la respuesta de
Kate:
Compra
el vino. Un beso.
Miro la hora en el
ordenador. Las once y cuarto. Debería estar
saliendo ya para reunirme
a las doce con el señor Kaulitz. Muy a mi pesar,
busco su teléfono, pero,
en lugar de llamarlo, me entra el canguelo y le
mando un mensaje:
Me
ha surgido algo importante. Ya quedaremos. Luego te llamo. Un beso _____.
Apenas dejo el teléfono
sobre la mesa y me suelto el pelo, la puerta de
la oficina se abre y
entra una repartidora con un montón de calas. Es la
misma chica que fue al
Lusso. Ken señala mi mesa y de pronto me siento
invadida por un torrente
de culpabilidad. Me hundo aún más en la silla,
hecha polvo. Acabo de
dejarlo plantado y él me manda flores. Bueno,
técnicamente no lo he
dejado plantado. Sólo he aplazado una reunión de
negocios. Lo entenderá.
Acepto las flores, firmo los papeles de la chica y
después encuentro la
nota.
ESTOY
DESEANDO QUE LLEGUE MI CITA.
TÚ
TAMBIÉN DEBERÍAS SENTIR LO MISMO.
UN
BESO, T.
Dejo caer los brazos
sobre el escritorio y entierro la cabeza entre
ellos. Me siento como una
auténtica mierda. Después de todo lo que hizo
ayer por mí, de que
golpeara a ese calvorota capullo, de que me rescatase
de una agresión... ¿y voy
yo y hago esto? Soy una auténtica imbécil, y lo he
dejado plantado por mi
ex. Soy una estúpida. Joder, como Kate se entere
estoy muerta. No
obstante, tengo que decirle que deje de mandarme flores
al trabajo. Patrick no
tardará en empezar a hacerme preguntas.
Salgo del trabajo a la
una menos cuarto para ir a reunirme con Matt
después de haberme
comportado todavía peor y haber ignorado diez
llamadas de Tom. Sé que
sólo he empeorado las cosas, pero no he visto su
primera llamada porque
estaba en el baño y no he podido contestarle a la
segunda porque estaba
hablando con un cliente por el fijo, así que ha
empezado a llamar sin
parar, por lo que deduzco que no está muy contento.
Y ha conseguido que me
harte de una de mis canciones favoritas de todos
los tiempos.
Cuando llego, la barra
está llena, pero veo a Matt en un rincón, ya con
unas bebidas sobre la
mesa.
Se levanta en cuanto me
ve con una amplia sonrisa.
—¡______! —Me agarra y me
abraza contra su pecho, cosa que me pilla
por sorpresa.
Jamás me había abrazado
de esta manera, ni siquiera cuando
estábamos juntos. Se
aparta y me da un beso en la mejilla que alarga un
poco más de lo necesario.
—Gracias por haber
venido. Te he pedido vino, que sé que te encanta.
¿Te parece bien?
—Claro —sonrío. Una
copita no me hará daño. Me aparto de él y me
siento en la silla de
enfrente—. ¿Va todo bien? —pregunto nerviosa y con
la voz cargada de toda la
aprensión que siento en realidad.
—Estás muy guapa —comenta
sonriendo alegremente—. ¿Quieres
comer algo?
—No, estoy bien
—respondo, y frunzo el ceño—. Matt, ¿qué es lo que
tienes que contarme?
Dijiste que no estabas bien.
Se muestra nervioso y su
comportamiento me resulta sospechoso.
Estoy empezando a
sentirme tremendamente incómoda. Doy un sorbo al
vino y observo por encima
de la copa cómo juega con el borde del vaso de
su pinta de cerveza. ¿Qué
lo reconcome? Al final toma aire, se inclina
sobre la mesa y coloca
una mano encima de la mía. Me quedo inmóvil a
mitad del sorbo y bajo la
mirada hacia su mano.
Entonces me doy cuenta.
«¡Mierda!» Lo miro con los ojos abiertos y
horrorizados y rezo para
que me diga que Henry, el
pececillo de colores, ha
muerto. Por favor, que
sea eso y no lo que creo que va a ser.
—_____, quiero volver
contigo —dice de forma clara y concisa.
La verdad es que no me lo
esperaba, al menos hasta hace diez
segundos. Pero ¿qué
narices le pasa?
Mi copa continúa pegada a
mis labios cuando continúa:
—He sido un gilipollas.
No me merezco una segunda oportunidad...
Yo resoplo.
—¿Una «segunda»
oportunidad?
Deja caer la cabeza,
derrotado.
—Vale, sí, ya sé a qué te
refieres. —Levanta la cabeza y veo su
expresión llorosa y
sincera—. No volverá a pasar, te lo prometo.
¿Me está tomando el pelo?
¿Cuántas veces he oído toda esta mierda?
Es infiel por naturaleza.
—Matt, lo siento, pero
eso no va a pasar —le digo con voz tranquila y
pausada.
Él abre los ojos,
sorprendido. Sacudo la cabeza ligeramente para
reafirmar mis palabras.
En cuestión de tres
segundos, su rostro pasa de triste y afligido a
oscuro y receloso.
—Es por ella, ¿verdad?
—me espeta desde el otro lado de la mesa. No
hace falta ser ningún
genio para saber a quién se refiere—. En cuanto abre
esa bocaza, tú la
escuchas. ¿Cuándo vas a empezar a pensar por ti misma?
Me quedo pasmada. Lo
cierto es que Kate no dijo ni una palabra a lo
largo de cuatro años. Me
dejó claro que no le gustaba Matt, pero jamás
interfirió en nuestra
relación. Yo traté de mantenerlos a distancia. Ella
nunca intentó
influenciarme. Sólo estaba ahí, como una verdadera amiga,
cuando las cosas se
torcían. Y lo hacían... muy a menudo. Retiro la mano
de debajo de la suya y le
doy otro trago al vino para relajarme. No merece
mi tiempo. Ya malgasté
cuatro años con él y no va a robarme ni un
segundo más. No puedo creer
que haya dejado tirado a Tom para venir
aquí.
—¿No vas a decir nada?
—sisea con la mirada llena de rencor y
desdén.
Tengo ganas de pegarle,
pero consigo dominar la ira.
—Matt, ya lo he dicho
todo, tengo que irme. ¿Era ése el único motivo
para arrastrarme hasta
aquí?
Él da un respingo y
enarca las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿No estás preparada para
volver a intentarlo?
—No —respondo llanamente.
Jamás había tomado una decisión con
tanta facilidad.
Se pone en pie de un
salto, iracundo, y derrama la cerveza en el
proceso.
—Me necesitarás antes que
yo a ti.
Me río en su cara.
—¿Que yo voy a
necesitarte? —Trato de controlar el ataque de risa—.
Sí, por eso estás aquí
suplicándome que volvamos y yo te he mandado a la
mierda. ¿Qué pasa, Matt?
¿Ya no te quedan más mujeres que tirarte?
Lo miro mientras se alisa
el traje negro y barato que lleva puesto y se
pasa la mano por el pelo
castaño y lacio. Es curioso, ya no lo encuentro
atractivo. En realidad me
da repelús. ¿Qué veía en él? Estaba con él por
costumbre, nada más. Una
mala costumbre.
—¡Lo sabía! —La voz aguda
de Kate hace que me tense—. ¡Sabía que
estabas viéndolo! —Al
volverme, veo su precioso rostro normalmente
pálido rojo de ira.
—Vaya, ha venido a unirse
a la fiesta —suelta Matt en voz alta para
que lo oiga—. No puedes
dejar de meter las narices donde no te llaman,
¿verdad?
Miro hacia la barra y veo
que la gente ha empezado a observarnos,
especialmente a Matt, que
ha tirado el vaso de cerveza al suelo. Si me
dejan, le ahorraré saliva
a Kate y le contaré lo que acaba de suceder.
Aunque supongo que,
después de cuatro años con la «bocaza» cerrada,
debería dejar que se
desahogara.
Se acerca a él en actitud
desafiante. Matt la mira con cara de pocos
amigos cuando se le
encara.
—Ella no te quiere, pedazo
de mierda engreída. —Su tono es
controlado y penetrante—.
Está con otro, así que vuelve al agujero del que
has salido.
¡Mierda! ¿Por qué ha
tenido que decirle eso? Matt me mira en busca
de una confirmación, pero
yo no se la ofrezco. Suelta unos cuantos
improperios airados y se
larga del bar con una pataleta.
Kate se deja caer sobre
la silla delante de mí y me mira con los ojos
azules entornados. Me
pongo a la defensiva inmediatamente.
—Me dijo que no estaba
bien. ¡Pensaba que se había muerto alguien!
Ella sacude la cabeza.
—Estoy furiosa contigo.
Resoplo y cojo la copa de
vino para darle un buen trago.
—Yo también estoy furiosa
conmigo misma. Pero no tenías por qué
haberle dicho eso. ¿Por
qué lo has hecho?
Ella sonríe con malicia.
—Porque ha sido divertido.
¿Has visto qué cara ha puesto?
Sí, no se me olvidará en
la vida. Pero, aun así, le ha dicho algo que no
es cierto. No estoy con
nadie. Estoy acostándome con alguien, que es muy
diferente. Mi móvil
empieza a sonar y lo busco por el bolso. Es la
undécima llamada de Tom.
—¿Quién es? —pregunta
Kate, y acerca la cabeza para ver la pantalla.
—Tom.
Frunce el ceño.
—¿No le contestas?
Me inclino sobre la silla
y dejo que siga sonando.
—Lo he dejado plantado
para venir a ver a Matt —refunfuño.
Kate abre la boca de
asombro.
—______, a veces pareces
tonta. No te ofendas, pero cuando estabas con
él te volviste tan
aburrida que me planteé dejar de ser tu amiga.
Su comentario me duele.
—Ya te vale, ¿no?
Ella se echa a reír.
—La verdad duele,
¿verdad?
—Pues sí, así es.
—Pero bueno, has salido
airosa de la situación, así que voy a dejarlo
correr. —Se echa hacia
adelante para decirme—: Diviértete. Además, él
me gusta.
Sí, ya lo ha dejado
bastante claro, y él no es aburrido. Pero sé que esto
no puede acabar bien. Un
empleado se acerca con un recogedor y un
cepillo. Le sonrío a modo
de disculpa, pero el teléfono empieza a sonar de
nuevo y me interrumpe.
Vuelvo a ignorarlo... una vez más. Necesito
tiempo para pensar en
todo esto. Ayer estaba tan afectada que dejé que un
pecho firme, una voz
suave e hipnotizadora y unos labios exuberantes me
nublasen el pensamiento.
¿A quién quiero engañar? Cada vez que estoy con
ese hombre pierdo la
capacidad de pensar. Me abruma con su intensidad y
me arrebata el sentido
común.
—Vaya, ¡un tío bueno a
las tres! Y está mirando. ¿Cómo tengo el
pelo? ¿Tengo cobertura de
tarta en la cara? —Kate empieza a frotarse las
mejillas con las palmas
de las manos.
Me vuelvo en esa
dirección y veo al tipo de la barra de La Mansión.
¿Cómo se llamaba? ¿Gustav?
No, Georg. Levanta la botella de cerveza y me
saluda con una amplia
sonrisa dibujada en el rostro descarado. Le respondo
levantando la mano y miro
a Kate.
—¿Lo conoces? —pregunta
incrédula.
—Es Georg, estaba en La Mansión.
Es amigo de Tom.
—¡Joder! Tom pertenece a
una banda de tíos buenos. —Se echa a
reír, con los ojos
abiertos como platos a causa de la emoción—. ¿Cómo es
que nunca me has hablado
de ese lugar? —inquiere—. La próxima vez que
vayas iré contigo —dice
decidida, y sé que no bromea—. Viene hacia aquí.
¡Preséntamelo, por favor!
Sacudo la cabeza. Para
ella no es más que otra primera cita a la que
hincarle el diente. Un
momento... De repente me entra el pánico. ¿Me
habrá visto con Matt?
Espera... ¿por qué me preocupa eso?
—Hola, _____, ¿qué tal?
Georg llega a la mesa,
todavía sonriendo y con ese hoyuelo en la cara.
La verdad es que es muy
mono, tiene el pelo desaliñado y los ojos
brillantes. Lleva puestos
unos vaqueros y una camiseta, como la otra vez.
Debe de irle el estilo
informal.
—Bien, Georg, ¿y tú? —Apuro
el vino. Me tomaría otra copa, pero no
creo que a Patrick le
hiciera mucha gracia que volviera a la oficina medio
borracha—. ¿Llevas mucho
rato aquí? —pregunto como si tal cosa.
—No, acabo de llegar. ¿Qué
tal Tom? —inquiere con una sonrisa
maliciosa.
¿Qué le hace pensar que
sé la respuesta a esa pregunta? ¿Se lo ha
contado él? Noto que
empiezo a ponerme colorada, aunque he llegado a la
rápida conclusión de que
me está tomando el pelo. Es su amigo, así que
seguro que sabe cómo
está. Me encojo de hombros, porque la verdad es que
no sé qué contestar. No
tengo ni idea de cómo está porque no he acudido a
nuestra cita. Cuando me
despedí ayer de él, estaba calentando todos mis
motores sexuales y yo
jadeaba como una desesperada. Imagino que ahora
se sentirá algo cabreado
por el hecho de que no haya acudido. ¡Ja! ¿Y qué
va a hacer? ¿Despedirme?
Quizá debería. Me ahorraría todos estos
quebraderos de cabeza. De
repente noto un fuerte golpe en la espinilla y, al
alzar la vista, veo que
Kate me mira con el ceño fruncido.
—Ah, Georg, ésta es Kate.
Kate, Georg. —Muevo la mano entre ambos y
me fijo en que el
semblante de Kate se torna angelical. Le ofrece la mano a
Georg, que sonríe antes
de estrechársela.
—Un placer conocerte,
Kate —dice con cortesía y pasándose la otra
mano por las ondas
engominadas.
—Lo mismo digo. —Arquea
una ceja.
¡No me lo puedo creer!
Está flirteando con él. Sonríe con timidez ante
los cumplidos que él le
hace a su cabello rojo y salvaje mientras siguen
agarrados de la mano. El
teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Para
huir del evidente cortejo
que tengo delante, lo abro y lo leo con un ojo
cerrado.
Más
vale que tengas una BUENA razón para dejarme plantado. Espero que se esté muriendo
alguien. Estoy muy cabreado, señorita. Esta vez NO hay beso.
¡Vaya! Está preocupado.
Mi corazón da un inesperado brinco de
aprobación, pero al
instante me obligo a salir de mi patética burbuja de
satisfacción y me
recuerdo que no tengo que rendirle cuentas de nada. Está
claro que le gusta que lo
obedezcan. Además, no lo he dejado plantado.
Sólo he retrasado una
reunión de negocios. Me va a estallar la puñetera
cabeza. Pero ¿qué me
pasa? Dejo el teléfono sobre la mesa y, al alzar la
vista, veo a Kate
interpretando el mejor acto de flirteo que haya visto en la
vida. No conoce la
vergüenza, y siguen cogidos de la mano.
Ella deja de mirar a
Georg y me mira a mí.
—¿Era de Tom? —pregunta
descaradamente.
Le doy una patada por debajo
de la mesa y noto que Georg me mira. La
voy a matar.
—¿Tom? —pregunta Georg—.
Acaba de llamarme. No tardará en
llegar.
«¿Qué?»
Kate se echa a reír como
una hiena, y yo le propino otra patada por
debajo de la mesa. ¿Le
habrá dicho Georg que yo estaba aquí?
—Tengo que irme —digo, y
me levanto—. Kate —sonrío dulcemente
mientras ella controla la
risa—, ¿tú no tenías que hacer algo a las dos y
media?
—No —responde también
sonriendo e incluso superando mi nivel de
dulzura. Es de lo que no
hay.
La miro con recelo y
recojo mi bolso y mi teléfono.
—Bueno, pues luego nos
vemos. Me alegro de volver a verte, Georg.
Le suelta la mano a Kate
y me besa en la mejilla.
—Sí, lo mismo digo, _____.
Un placer.
Me dispongo a marcharme,
pero entonces doy media vuelta con una
expresión totalmente
plana e indiferente.
—Por cierto, Kate. Dan
vuelve la semana que viene. —Le suelto la
bomba y espero la
explosión. No tarda ni un nanosegundo en abrir la boca
de asombro.
¡Toma! Le lanzo una
mirada para advertirle que no debe jugar
conmigo y me largo llena
de satisfacción. Aunque me dura poco. Tom está
justo detrás de mí,
mirándome como un perro rabioso. Me encojo al
instante.
—¿Quién ha muerto?
—ladra.
Está muy cabreado.
—Estaba trabajando —me
defiendo nerviosa.
Me mira con el ceño
fruncido.
—¿Y eso te impide
contestar el teléfono? —Su voz destila
desaprobación.
Vale, puede que el que no
contestase a sus llamadas sea una razón de
peso para estar enfadado.
Me vuelvo y veo a Kate y a Georg observando en silencio
nuestro
pequeño altercado. Mi amiga empieza a mirar en todas
direcciones menos
en la nuestra. Georg apenas logra dominar su expresión de
sorpresa y fracasa
en su intento de fingir desinterés. Suspiro y miro a Tom, que
aún parece
estar a punto de golpear algo.
—He de volver al trabajo —digo. Lo esquivo y salgo del bar. Su
reacción me parece exagerada y roza peligrosamente la posesión
y la
manipulación, y yo no quiero ni una cosa ni la otra.
Salgo a Piccadilly y sorteo la multitud que se forma a la hora
de
comer. Sé que me sigue. Siento su mirada cafe y penetrante
clavada en mi
espalda.
Cuando giro hacia Berkeley Street, el gentío disminuye y me
vuelvo.
Está increíblemente guapo con ese traje gris pizarra y esa
camisa azul
claro. Resoplo para mis adentros y acelero el paso. Si consigo
llegar a la
oficina, estaré a salvo de su cólera. No va a montarme una
escenita en el
trabajo, ¿verdad? Aunque no parecía que le importase mucho
montármela
delante de Kate y de Georg. ¿Me arriesgo? Este tío es muy
inestable. Pero
¿por qué se comporta de esta manera? Sólo nos hemos acostado,
no nos
hemos casado.
Acelero el paso y cruzo las puertas de la oficina pero, en
cuanto llego
a mi mesa, me arranca de allí entre quejas y me arrastra de
nuevo hacia la
calle.
—Pero ¿qué coño haces? —vocifero. Él pasa de mí y sigue
avanzando
hacia la puerta.
Me agarro al final de su espalda y, al alzar la vista, veo que
Ken,
Victoria y Sally contemplan con la boca abierta cómo me
transporta hasta
el exterior. Por favor, que Patrick no esté.
—¡Joder, Tom! ¡Suéltame!
Deja que me deslice por la parte delantera de su cuerpo, y lo
hace
lentamente, con la intención de que note los duros músculos de
su
magnífico pecho. Me detiene antes de que toque el suelo con
los pies. Me
sostiene por la cintura para que mis labios queden a la altura
de los suyos y
su flagrante erección me roce justo en el lugar adecuado.
¿Está cabreado y
cachondo?
Se me escapa un gemido traicionero cuando se aprieta contra mí
con
ese aliento cálido y fresco. Se supone que tengo que estar
cabreada, y, sin
embargo, aquí estoy, retenida en contra de mi voluntad —más o
menos— y
deseando desnudar a mi captor delante de todos mis colegas,
que se han
pegado al cristal de la puerta de la oficina peleándose por
las mejores
vistas.
—Esa boca. Me has dejado plantado. —Aprieta sus labios contra
los
míos y se aparta. Su mirada se suaviza mientras me mira y
espera una
explicación.
Ahora no puedo decirle por qué he cancelado la cita. Supongo
que se
subiría por las paredes.
—Lo siento —suspiro. ¿Aceptará mis disculpas?
He de volver a la oficina y aclararme las ideas. No, he de
volver a casa
y aclararme las ideas, a ser posible con una botella de vino.
Él sacude la cabeza suavemente y me ataca la boca con
vehemencia en
mitad de Bruton Street. Hundo los dedos en su pelo y me rindo
a esos
labios tremendamente adictivos sin darle demasiadas vueltas.
No tiene
ninguna vergüenza y parece ajeno por completo al ajetreo de
peatones que
se apresuran de un lado a otro a la hora de comer y que, con
toda seguridad,
se quedan mirando cómo me devora. Me tiene absorbida. Presiona
la
entrepierna con fuerza contra mí y gimo. Este beso es para
demostrarme lo
que me he perdido, y estoy empezando a odiar a Matt por ello.
—No vuelvas a hacerlo —me ordena con un tono que no acepta
réplica. Me suelta y toco el suelo con los pies. La repentina
falta de
sujeción hace que me tambalee hacia adelante.
Me coge del brazo para enderezarme y una puñalada de dolor me
recorre el cuerpo y rompe el embrujo. Respiro hondo. Me suelta
y se aparta
de mí. Sus dulces ojos marrones se inundan de rabia al ver los
moratones que
luzco en el brazo por cortesía del calvo gilipollas. Mientras
los observa, la
mandíbula empieza a temblarle y se le hincha el pecho.
Sólo pienso en la suerte que tuvo el calvorota de que estas
magulladuras no se vieran ayer.
—Estoy bien. —Me cubro con la mano con la esperanza de que, al
ocultar la zona que lo altera, abandone el estado de furia.
Parece un loco homicida. ¿Está cabreado porque tengo unos
moratones?
—Tengo que volver al trabajo —digo con un hilo de voz, algo
nerviosa.
Aparta la mirada de mi brazo y vuelve a fijarla en mis ojos.
Me mira
como si yo fuera lo que lo altera. Un destello de irritación
cruza su
atractivo rostro cuando levanta la mano para frotarse las
sienes con las
puntas de los dedos. Entonces suspira agobiado.
Finalmente, sacude un poco la cabeza y se marcha sin mediar
palabra.
Me deja ahí plantada sobre la acera, preguntándome qué coño ha
pasado.
Agacho la cabeza y miro desesperadamente al suelo, como si
fuese a
encontrar la respuesta escrita con tiza en los adoquines.
¿Ya está? ¿Se ha acabado? Su expresión decía que sí. No sé muy
bien
cómo me siento al respecto. De repente me está clavando las
caderas y
haciéndome gemir, y al segundo siguiente me mira con toda la
rabia del
mundo. ¿Qué se supone que debo pensar? No tengo ni idea. Me
obligo a
salir de mi ensimismamiento y regreso a la oficina. Reina un
silencio
incómodo. Todo el mundo finge estar ocupado.
—¿Estás bien? —pregunta Ken, que pasa despacio junto a mi
mesa.
Levanto la mirada y veo su expresión cotilla de siempre teñida
de un
aire de preocupación.
—Estoy bien. Ni una palabra de esto a Patrick —digo con más
dureza
de la que pretendía.
—Claro, tranquila. —Levanta las manos en señal de defensa.
«¡Joder!» Lo último que necesito es que Patrick se entere de
que me
han pillado con un
cliente. Debería haber sido más fuerte y haberme
resistido a sus
insinuaciones. No me gusta nada cómo me siento ahora
mismo. Creo... creo que me siento... ¿abandonada?.
CAPITULO 16.-
Entro
prácticamente a rastras por la puerta principal, agotada y exhausta.
Kate está
en la cocina fumándose un cigarrillo en la ventana.
—Tienes
que dejar esa mierda —le digo con desprecio.
No fuma
mucho, sólo un par de vez en cuando, pero es un mal hábito
de todas
formas.
Le da una
última calada y lo tira por la ventana antes de bajarse
rápidamente
de la encimera.
—Me ayuda
a pensar —se defiende.
Sí,
siempre que la pillo fumándose un cigarro a escondidas me viene
con el
mismo cuento. Ahora se supone que debería preguntarle en qué está
pensando,
pero ya sé la respuesta a la pregunta.
—¿Y el
vino?
Me quita
el bolso de las manos, lo abre del todo y me mira con
disgusto.
He cometido un pecado capital: se me ha olvidado el vino.
Me encojo
de hombros. Tenía la cabeza en otras cosas.
—Lo
siento.
—Voy a la
tienda, tú cámbiate. ¿Te apetece cenar fish and chips?
Coge el
monedero de la mesa mientras mete los pies en las chanclas.
—Sólo
patatas.
Recorro el
pasillo hasta mi habitación. Estoy completamente
desanimada.
Me siento
con Kate en el sofá y picoteo patatas fritas de mi plato. No
tengo nada
de hambre y apenas presto atención a la reposición de
«Friends».
Tengo la cabeza hecha un lío y estoy furiosa conmigo misma
por
permitirlo.
—Venga,
escúpelo —me exige Kate.
Vuelvo la
cabeza hacia mi temperamental amiga con una patata frita a
medio
camino de la boca. Soy una idiota por pensar que iba a poder
disfrutar
en paz de mi taciturno estado de ánimo. Me encojo de hombros
para
indicarle que no estoy de humor para hablar, me meto la patata en la
boca y la
mastico sin ganas. Hablar de ello sería como admitir que estoy
así por
eso, y por «eso» me refiero a un hombre.
—Él te
gusta.
Pues sí.
Me gusta. Y no quiero que me guste, pero así es.
—Sólo me
traerá problemas. Ya lo has visto hoy —refunfuño.
En un
alarde de dramatismo, pone los ojos en blanco y se deja caer
sobre el
respaldo del sofá.
—Lo has
dejado plantado por tu ex novio. —Deposita el plato en la
mesita de
café que tenemos delante del sofá—. _____, ¿qué esperabas?
La miro
con el ceño fruncido.
—Él no
sabe por qué lo he dejado plantado. Sólo sabe que no he
aparecido.
—Bueno,
entonces está claro que no le gusta que lo dejen plantado —
ríe—. Por
cierto, estoy muy cabreada contigo.
De repente
se pone muy seria.
¿Qué he
hecho? Ah, ya. Debe de referirse a mi pequeña bomba sobre
Dan.
—¿Preferías
que no te dijera nada? —le pregunto.
—¡No me
has avisado con bastante tiempo para que pueda irme de la
ciudad!
—gime.
¡Ay,
madre, cuánto drama!
—¡Estás
haciendo una montaña de un grano de arena! No tienes por
qué verlo.
—No, claro
que no. ¡Y no pienso hacerlo!
—Pues
entonces perfecto, ¿no?
Intento
cambiar de tema.
—¿Qué tal
con Georg? —Arqueo las cejas.
—¿A que
está buenísimo? Tom volvió al bar, con cara de pocos
amigos por
cierto, así que los dejé allí. Me ha pedido el teléfono.
—¡Eres un
putón, Kate Matthews!
—¡Ya lo
sé! —chilla—. ¿Y cómo ha quedado la cosa con el señor?
Me observa
con prudencia, evaluando mi reacción a su pregunta.
—Seguía
enfadado conmigo y se largó cabreadísimo —contesto al
tiempo que
me encojo de hombros.
Kate
sonríe.
—Es un
poquito intenso.
Me echo a
reír.
—¿Un
poquito? ¡Soy incapaz de pensar con claridad cuando lo tengo
cerca!
Cuando me toca es como si se hiciera con el control de mi mente y
mi cuerpo.
Da miedo.
—¡Joder!
—Eso digo
yo, ¡joder!
Se vuelve
de nuevo hacia el televisor.
—Me gusta
—dice en voz baja como si le diera miedo admitirlo,
como si
fuera malo que le gustase—. Sólo lo comento para que lo sepas. —
Se encoge
de hombros pero no me mira—. Es rico, está superbueno y es
evidente
que le gustas mucho. Un hombre no se comporta así si lo único
que busca
es un polvo, ______.
Puede que
tengas razón, pero eso no cambia el hecho de que se ha
esfumado y
no ha vuelto a llamarme desde entonces. Y quizá sea lo mejor.
—¿Te
apetece que salgamos de fiesta el sábado? —le pregunto.
Es una
pregunta estúpida porque conozco perfectamente la respuesta.
Me mira
con cara de pilla y yo le sonrío.
Al día
siguiente, llego tranquilamente al hotel Royal Park a las doce y
cuarto
lista para reunirme con Mikael Van Der Haus. Me acompañan hasta
una sala
de espera acogedora con unos sillones muy caros. Los cuadros que
decoran
las paredes tienen los marcos dorados y una chimenea tallada
preside la
habitación. Es majestuosa. Me ofrecen té, pero prefiero beber
agua. Hace
muchísimo calor y el vestido negro de tubo se me está pegando
al cuerpo.
Veinte
minutos después, el señor Van Der Haus hace su aparición con
un aspecto
impecable. Es muy atractivo. Me sonríe sin reparos con su
perfecta
dentadura blanca. ¿Qué me pasa últimamente con los hombres
mayores?
Bloqueo a toda prisa esos pensamientos.
—______,
por favor, acepta mis disculpas. Detesto hacer esperar a una
dama.
Su suave
acento danés es casi imperceptible pero muy sexy.
«¡Para!»
Me levanto cuando se acerca a mí y le tiendo la mano con
una
sonrisa. Él la estrecha, pero me deja estupefacta cuando se inclina y
me besa en
la mejilla. Vale, ha estado un poco fuera de lugar, pero voy a
pasarlo
por alto. Puede que sea algo normal en Dinamarca. ¡Ja! Será mejor
que no me
olvide de lo que pasó la última vez que un cliente varón me besó
en nuestra
primera reunión.
—No se
preocupe, señor Van Der Haus. He llegado hace poco —lo
tranquilizo.
—______,
éste es nuestro segundo proyecto juntos. Sé que has tratado
con mi
socio en el Lusso, pero yo voy a involucrarme mucho más en la
Torre
Vida, así que, por favor, llámame Mikael. Detesto las formalidades.
—Toma
asiento en el sofá que tengo delante y cruza las largas piernas—.
Estoy
deseando contrastar ideas contigo pronto.
¿Eh? ¿Es
que acaso no he venido para eso?
—Sí, la
verdad es que no he tenido ocasión de estudiar el proyecto
todavía.
Esperaba que me dieras la información y una semana para poder
exponerte
algunas ideas.
—¡Por
supuesto! —Ríe—. He sido muy descortés al hacerte venir
avisándote
con tan poco tiempo, pero vuelvo a Dinamarca el viernes.
Tengo tu
dirección de correo electrónico. Te enviaré los detalles. Has
hecho un
trabajo fantástico en el Lusso. Es muy tranquilizador colaborar
con gente
competente.
Me sonríe.
¿No va a
darme ninguna especificación ahora? Pero si he venido a eso,
¿no?
—Si te
parece, podemos hablarlo ahora un poco —le propongo.
Me observa
en silencio durante un momento antes de inclinarse hacia
adelante.
—______,
espero que no pienses que soy demasiado atrevido, pero,
verás...
¿Cómo expresarlo? —Se da golpecitos con los dedos en la barbilla.
Estoy un
poco preocupada—. Me temo que te he traído hasta aquí con
falsos
pretextos.
Ríe
nerviosamente y se revuelve en su asiento.
—¿Qué
quieres decir? —pregunto confundida.
Y de
repente lo entiendo todo. «¡Ay, no! ¡No, no, no!» Me echo hacia
atrás en
mi asiento, con el cuerpo tenso de los pies a la cabeza, y ruego al
Todopoderoso
que le infunda un poco de cordura antes de que diga lo que
creo que
va a decir.
—Quería
pedirte que cenaras conmigo. —Me mira expectante y
seguro que
advierte mi cara de horror. Estoy más roja que un tomate—.
Mañana por
la noche, si te parece bien, claro —añade.
«¡Mierda!»
¿Qué le digo? Si le digo que no, es posible que cancele su
acuerdo
con Rococo Union y que Patrick pierda el trabajo. Pero ¿por qué
últimamente
todos los hombres caen rendidos a mis pies? Los hombres
maduros,
para ser más exactos. Es bastante mayor que Tom. O al menos
eso
parece. Es muy guapo, pero, por Dios, debe de sacarme unos veinte
años. Me
río para mis adentros. Al menos éste no me ha encerrado en una
suite.
¿Qué hago?
—Señor Van
Der Haus...
—Mikael,
por favor —me interrumpe con una sonrisa.
—Mikael,
no creo que mezclar los negocios con el placer sea buena
idea. Es
mi política, aunque me siento muy halagada.
Me río de
mi propia osadía. ¿Desde cuándo me ha supuesto eso un
problema
últimamente? ¿Y por qué he hablado de placer? He dado por
hecho, y
sugerido a la vez, que sería placentero cenar con él. Tal vez no lo
habría
sido; o quizá sí, y mucho. ¡Ay, Dios! Me lanzo mentalmente contra
la
preciosa chimenea.
—Vaya, es
una lástima, _____ —suspira.
—Sí, sí
que lo es —coincido, y regreso a la realidad cuando levanta la
cabeza con
expresión de sorpresa.
Vuelve a
inclinarse hacia adelante.
—Admiro tu
profesionalidad.
—Gracias.
—De nuevo estoy completamente roja.
—Espero
que esto no afecte nuestra relación profesional, _____. Tengo
muchas
ganas de trabajar contigo.
—Yo
también tengo muchas ganas de trabajar contigo, Mikael.
Se levanta
del sillón y se acerca a mí con la mano extendida. ¡Gracias
a Dios! Yo
le ofrezco la mía y dejo que me la estreche con suavidad. En
serio, ¿me
ha hecho venir sólo para pedirme que cene con él? Podría
haberme
llamado.
—Te
enviaré lo acordado en cuanto tenga la oportunidad. Y cuando
vuelva de
Dinamarca me gustaría enseñarte el edificio. Hasta entonces,
puedes ir
preparando unos cuantos bocetos. Te he mandado los planos a la
oficina y
te enviaré las especificaciones por correo electrónico.
—Gracias,
Mikael. Que tengas buen viaje.
—Adiós,
______.
Sale de la
estancia caminando sobre sus largas piernas.
Vaya, qué
situación tan incómoda. Continúo sentada y apuro el vaso
de agua
mientras doy vueltas al caos emocional en el que estoy sumida. Si
Tom fuera
tan cortés como Mikael, ahora no me sentiría tan mal. Lo de no
mezclar
los negocios con el placer nunca ha sido mi política pero,
básicamente,
porque nunca había necesitado tener una al respecto. En tan
sólo dos
semanas se me han declarado dos clientes ricos y atractivos. A
uno lo he
rechazado, pero con el otro he caído de pleno. Y como resultado
estoy
hecha un lío. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva
norma, y
pienso cumplirla. Aunque en realidad tampoco creo que vaya a
hacerme
mucha falta, porque Mikael ha aceptado mi negativa con
amabilidad
y Tom no ha vuelto a llamarme desde que me abandonó. ¿Me
abandonó?
Sobre las
dos y media estoy de vuelta en la oficina. No le comento
nada a
Patrick de lo rara que ha sido la reunión con Mikael Van Der Haus,
sobre todo
porque me preocupa que, por el bien del negocio, me obligue a
ir a cenar
con él. Patrick daría por sentado que sería una cena de negocios,
pero
Mikael ha dejado perfectamente claro que no tenía nada que ver con
eso. Me
limito a decirle lo de los correos electrónicos, los bocetos y sus
intenciones
de mostrarme el edificio a su regreso de Dinamarca. Eso
parece
contentarlo.
Saco el
móvil del bolso y veo que no tengo ninguna llamada perdida.
Hago caso
omiso de la puñalada de decepción que siento y empiezo a
anotar
algunos comentarios sobre diseño escandinavo. Sé que el mío se
basará en
la vida fácil, blanca y pura, pero me reconforta el hecho de que
sea algo
tranquilo y cálido, y no vacío y frío.
Suena el
teléfono y lo cojo con demasiada rapidez. Es Kate.
—Hola
—digo con una voz exageradamente alegre. No sé por qué me
molesto.
Ella lo nota de inmediato.
—¿Fingiendo
indiferencia, tal vez? —pregunta.
—Sí.
—Ya me
imaginaba. ¿No sabes nada de él?
—No.
—Día de
monosílabos, ¿eh?
—Sí.
Ella
suspira profundamente al otro lado de la línea.
—Bueno.
¿Les has preguntado a Victoria y al Gran Gay si van a salir
el sábado
por la noche?
—No, pero
lo haré. Acabo de volver de una reunión muy extraña. —
Abro el
primer cajón de mi mesa para coger un clip y veo la cala aplastada
bajo mi
grapadora.
—¿Extraña
por qué? —pregunta intrigada.
—He ido a
ver al promotor del Lusso, bueno, a uno de ellos. Me ha
preguntado
si quería cenar con él. Ha sido muy incómodo. —Cojo la cala y
la tiro a
la papelera de inmediato.
Ella se
echa a reír.
—¿Cuántos
años tiene éste?
Su
insinuación me irrita.
Es mucho
mayor que Tom. Cuánto, no lo sé, pero no hay duda de que
es más
viejo. Es probable que jamás lo sepa con exactitud.
—Unos
cuarenta y pico, creo, pero es muy atractivo, del tipo
escandinavo.
—Me encojo de hombros y muevo el ratón por la pantalla sin
ningún
objetivo en concreto. Está claro que no está a la altura de Tom,
pero es
atractivo.
—Te has
convertido en un imán para maduritos. ¿Vas a ir?
—¡No!
—chillo—. ¿Para qué?
—¿Y por
qué no? —No la veo, pero sé que tiene una ceja enarcada.
—No, no
puedo porque tengo una nueva política: no mezclar los
negocios
con el placer.
—¡APARTA!
—grita, y me hace dar un brinco en la silla—. Perdona,
un capullo
estaba cortándome el paso. Así que nada de mezclar los
negocios
con el placer, ¿eh?
—Exacto.
¿Estás hablando por teléfono mientras conduces, señorita
Matthews?
—la reprendo. Sé que Margo no tiene manos libres.
—Sí, será
mejor que cuelgue. Nos vemos en casa. Y no olvides
comentarles
al Gran Gay y a Victoria los planes del sábado.
—¿Qué
planes? —pregunto antes de que cuelgue.
—Pillarnos
un pedo, en el Baroque, a las ocho en punto.
Pillarnos
un pedo. Sí, es un buen plan.
Salgo de
la oficina a las seis con Ken y Victoria.
—¿Os
apetece salir el sábado, chicos?
Ken se
detiene súbitamente y levanta las palmas de las manos con
una
expresión de absoluta sorpresa en su cara de niño.
—¡Dios
mío, sí! A mediodía me he comprado una camisa de color
coral
maravillosa. ¡Es divina!
Victoria
ríe, le da una palmada en el culo y lo empuja hacia adelante.
—¿Adónde
vamos? —pregunta.
—Al
Baroque, a las ocho —contesto—. Y ya veremos qué nos depara
la noche.
—¡Me
apunto! —canturrea Victoria—. Pero nada de ligues gays,
Ken. Me
toca follar a mí —gruñe.
Ken frunce
el ceño.
—¿Y yo
qué?
—Tú ya has
tenido bastante. Es mi turno —le espeta—. Además, ¿qué
ha sido
del científico?
—Lo cierto
es que la ciencia es muuuy aburrida —refunfuña.
Nos
despedimos en el metro de Green Park. Cojo la línea Jubilee
hacia la
Central. Victoria y Ken cogen la de Piccadilly.
Algo estara planeando Tom!!
ResponderBorrarSiguelaa :)
O si estoy de acuerdo con jennifer algo planea ese hombre jajaja sube pronto bye cuidateee
ResponderBorrarSigueeeeee
ResponderBorraralgo tiene en mente ajaaja
ResponderBorrarsube pronto
Que estará planeando ese hombre??? y que hará Tom abandonara x completo a (Tn)?? ojala que no me encanto virgi espero los próximos caps!!!!
ResponderBorrarSube capitulo pronto pleaseeeeeeee!!!!! Bye
ResponderBorrar