CAPITULO 35.-
Me despierto de golpe y
me incorporo en la cama. Me siento renovada,
revitalizada y
descansada. Esta cama es tremendamente cómoda. Volver a
la mía después de haber
dormido aquí varias noches va a suponer un bajón.
Lo único que falta es Tom.
Miro bajo las sábanas y
veo que sigo en ropa interior, pero la camiseta
ha desaparecido. No
recuerdo cómo he llegado a la cama. Me siento en
silencio un momento y
oigo un zumbido constante acompañado de unos
golpes sordos a lo lejos.
¿Qué es eso?
Recorro el largo camino
hasta los pies de la cama y salgo al
descansillo, donde los
ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen
sonando amortiguados.
Miro a mi alrededor. No hay ninguna señal de
Tom. Deduzco que debe de
estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero
al acercarme a la cocina,
me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la
puerta de cristal del
gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la
cocina, y veo a Tom con
unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla
en la cinta de correr.
Eso explica el extraño golpeteo distante. Está
corriendo de espaldas a
mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias
a las gotas de sudor
mientras ve las noticias deportivas en un televisor
colgado frente a él.
Le dejo hacer. Ya le he
fastidiado una carrera. Voy a la cocina a llenar
la cafetera y a
prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá.
El sonido familiar del
tono de mi móvil invade la habitación y lo
busco por la cocina. Está
cargándose en la encimera. Lo cojo y lo
desconecto del cargador.
Es mi madre. De repente me acuerdo de su
llamada de ayer, esa que
no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas
ganas, pero ningunas, de
devolver. Mi buen humor se desvanece al
instante.
—Hola, mamá —saludo
alegremente pero con una mueca de
aprensión en la cara.
Aquí viene el interrogatorio.
—¡Estás viva! Joseph,
cancela la partida de búsqueda. ¡La he
encontrado!
La idea de chiste de mi
madre hace que ponga los ojos en blanco.
Obviamente, esperaba que
ya le hubiera devuelto la llamada.
—Vale, mamá. ¿Qué quería
Matt?
—No tengo ni idea. No nos
llamó ni una sola vez mientras estuvisteis
juntos. Me preguntó cómo
estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes.
Todo muy raro. ¿Por qué
nos llamó, ____?
—No lo sé, mamá. —Bostezo
de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé.
Está intentando
ganárselos.
—Mencionó que estabas con
otro.
—¿Ah, sí? —Mi tono agudo
deja claro que me ha pillado por
sorpresa, y también que
soy culpable. Maldito seas, Tom Kaulitz, por
interceptar mi móvil.
Habría sido más fácil restar importancia a los
chismes de Matt si no
tuviera que justificar también lo del hombre
misterioso que cogió mi
móvil ayer.
—Sí, dijo que estabas
saliendo con alguien. Es muy pronto, _____.
—No estoy saliendo con
nadie, mamá. —Miro por encima del hombro
para asegurarme de que
todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que
salir con alguien. Estoy
enamorada.
—¿Quién era el hombre que
contestó al móvil?
—Ya te lo dije: es sólo
un amigo.
«¡Déjalo estar, por
favor!»
—Mejor. Eres joven, estás
en Londres y recién salida de una relación
de mierda. No caigas en
los brazos del primero que te preste un poco de
atención.
Me pongo roja hasta la
coronilla aunque no puede verme. No creo que
lo que me da este hombre
pueda describirse como «un poco de atención».
Con tan sólo cuarenta y
siete años y habiendo tenido a Dan a los dieciocho
y a mí a los veintiuno,
mi madre se perdió todas las ventajas de ser joven
en Londres. Aún no ha
cumplido los cincuenta y ya está jubilada y
viviendo en Newquay. Sé
que no le gustaría saber que me están atrapando
por medio de la lujuria.
—No lo haré, mamá. Sólo
me estoy divirtiendo un montón —la
tranquilizo. Me lo estoy
pasando bomba, aunque que no como ella se
imagina—. ¿Qué tal está
papá?
—Ya sabes, loco por el
golf, loco por el bádminton, loco por el
cricket.
Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las
paredes.
—Es mejor que pasarse el
día con el culo pegado al sillón sin dar ni
golpe —digo, y cojo una
taza del armario. Me acerco al frigorífico.
—Montó un escándalo por
tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que
se moriría al cabo de
unos años si no lo sacaba de allí. Ahora no para
quieto. Siempre está
metido en algo.
Abro el frigorífico. No
hay leche.
—Es bueno que se mantenga
activo, ¿no? —Me siento en el taburete
sin ese café que tanta
falta me hace.
—No me quejo. También ha
perdido unos kilos.
—¿Cuántos?
Son buenas noticias. Todo
el mundo decía que papá tenía todas las
papeletas para sufrir un
infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un
trabajo estresante.
Resultó que todo el mundo tenía razón.
—Casi siete kilos.
—Vaya, estoy
impresionada.
—No más que yo, ____.
Entonces ¿hay novedades?
«¡A manta!»
—Pocas. Estoy hasta
arriba de trabajo. He conseguido el siguiente
proyecto del promotor del
Lusso. —Tengo que hablar de trabajo. Se me va
a caer el pelo si empieza
a cotillear en mi vida social.
—¡Genial! Le enseñé a Sue
las fotos en internet. ¡El ático! —suspira.
«Sí, ahí estoy en este
momento.»
—Ya. —Necesito vino.
—¿Te imaginas vivir con
tanto lujo? Tu padre y yo no estamos mal,
pero no tiene nada que
ver con esos niveles de riqueza.
—Es verdad. —De acuerdo,
lo de hablar de trabajo no ha ido como yo
planeaba—. ¿A qué hora
llega Dan mañana? —Tengo que cambiar de
tema.
—A las nueve de la
mañana. ¿Vendrás con él?
Me desplomo sobre la
encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de
Dan. No he tenido
oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento
culpable. Llevo seis
meses sin verlo.
—No creo, mamá. Estoy muy
ocupada —lloriqueo mientras le suplico
mentalmente que lo
entienda.
—Es una pena, pero lo
comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a
verte cuando ya tengas
piso. —Me están dando a entender que tengo que
mover el culo. No he
hecho nada al respecto.
—Eso sería genial —lo
digo de corazón. Me encantaría que mis
padres volvieran a
Londres a visitarme. No se han acercado desde que se
mudaron, y sé que es
porque en el fondo los dos tienen miedo de querer
volver a vivir en el
ajetreo y el bullicio de la ciudad.
—Estupendo. Se lo
comentaré a tu padre. He de dejarte. Dale
recuerdos a Kate.
—Lo haré, llamaré la
semana que viene cuando Dan esté allí —añado
rápidamente antes de que
cuelgue.
—Perfecto. Cuídate mucho,
cariño.
—Adiós, mamá. —Doy un
empujón al móvil por la encimera y hundo
la cabeza entre las
manos.
Si ella supiera. A mi
padre le daría otro infarto si se enterase del
estado actual de mis
asuntos, y mi madre me obligaría a mudarme a
Newquay. La única razón
por la que mi padre no vino conduciendo hasta
Londres cuando Matt y yo
rompimos fue porque mamá llamó a Kate para
averiguar si era verdad
que yo estaba bien. ¿Qué pensarían si supieran que
estoy liada con un hombre
controlador, arrogante y neurótico que, según
sus propias palabras, me
está follando hasta hacerme perder el sentido? El
hecho de que sea
superrico y el dueño del ático del Lusso no amortiguaría
el golpe. Por Dios, si mi
madre tiene una edad más cercana a la de Tom
que yo.
Me doy la vuelta sobre el
taburete cuando oigo un alboroto fuera de la
cocina. Me levanto a
investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver
el pecho desnudo de Tom
volando hacia mí.
«¡Guau!»
—Joder, estás aquí. —Me
levanta del suelo y me pega a su pecho
bañado en sudor—. No
estabas en la cama.
—No, estaba en la cocina
—farfullo aturdida. Me está abrazando tan
fuerte que me cuesta
respirar—. He visto que estabas corriendo y no he
querido molestarte. —Me
revuelvo un poco para indicarle que me está
ahogando. Me suelta y me
deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante y
sin afeitar, me da un
repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada.
Me coge de los hombros y
me mira a la cara—. Sólo estaba en la cocina —
repito. Me mira como si
fuera a desmayarse en cualquier momento. Pero
¿qué le pasa?
Sacude un poco la cabeza,
como si estuviera intentando borrar un
pensamiento horrible, me
coge en brazos, me lleva a la encimera y me
sienta sobre el frío
granito. Se abre camino entre mis muslos.
—¿Has dormido bien?
—Genial.
¿Por qué tiene cara de
haber recibido muy malas noticias?
—¿Te encuentras bien?
Me regala una sonrisa de
las que detienen el corazón. Me tranquilizo
al instante.
—Me he despertado en mi
cama contigo vestida de encaje. Es
domingo, son las diez y
media de la mañana y estás conmigo en mi cocina
—me mira de arriba
abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto. —Me
levanta la barbilla y me planta un pico en los
labios—. Podría
despertarme así todos los días. Eres preciosa, señorita.
—Tú también.
Me aparta el pelo de la
cara y me mira con cariño.
—Bésame.
Satisfago su petición de
inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo
las caricias lentas y
delicadas de su lengua. Los dos gemimos de gusto a la
vez. Esto es la gloria.
Pero el estridente chirrido del móvil de Tom pone
fin a nuestro momento
íntimo.
Gruñe y alarga el brazo
por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de
besarme. Lo sujeta por
encima de mi cabeza y mira la pantalla.
—No, ahora no...
—protesta contra mis labios—. Nena, tengo que
cogerlo.
Se aparta de mí y
contesta entre mis muslos. Deja la mano que le
queda libre en mi
cintura.
—¿Qué pasa, John?
—Empieza a morderse el labio—. ¿Y qué hace
ahí?
Me da un beso casto en
los labios.
—No, voy para allá...
sí... te veo dentro de un rato. —Cuelga y me
estudia con atención unos
segundos—. Tengo que ir a La Mansión. Te
vienes conmigo.
Retrocedo.
—¡No! —protesto. ¡No voy
a dejar que sea ella quien me baje del
séptimo cielo de Tom!
Frunce el ceño.
—Quiero que vengas.
¡De ninguna manera! Es
domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy
a ir a La Mansión.
—Pero vas a estar
trabajando. —Busco una buena excusa en mi
cerebro para no tener que
ir—. Haz lo que tengas que hacer y nos vemos
luego. —Intento que entre
en razón.
—No. Te vienes —insiste
con firmeza.
—No, no voy. —Trato de
soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a
ninguna parte.
—¿Por qué no?
—Porque no —le espeto, y
me gano una mirada furibunda. No voy a
empezar a despotricar
contra Sarah y a aburrirlo con celos triviales.
Rebusca en mi mirada.
—_____, por favor. ¿Vas a
hacer lo que te digo?
—¡No! —grito.
Cierra los ojos con el
objetivo de no perder la paciencia, pero me da
igual. Puede obligarme a
muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión.
Sigo sentada en la
encimera, esperando a que Tom se desintegre ante mi
desobediencia.
—_____, ¿por qué te
empeñas en complicar las cosas?
—¿Que yo complico las
cosas? —Lo miro boquiabierta.
Es él quien necesita un
polvo para hacerlo entrar en razón. El tío
alucina.
—Sí. Yo lo estoy
intentando con todas mis fuerzas.
—¿Qué es lo que estás
intentando? ¿Volverme loca? ¡Pues lo estás
consiguiendo! —Le doy un
empellón y me voy como un rayo de la cocina
mientras él maldice y me
sigue escaleras arriba.
—¡Está bien! —grita desde
atrás—. Me esperarás aquí. Volveré en
cuanto pueda.
—¡Me voy a casa! —grito
sin dejar de andar.
Me encierro en el cuarto
de baño. No voy a quedarme aquí esperando
a que vuelva. Ha sido
razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarlo,
pero sólo para rematarlo
con un «Me esperarás aquí» y punto. ¡No pienso
esperarlo! Me echo agua
fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de
muy mal humor. ¿Por qué
no me ha hecho la cuenta atrás? Es lo que suele
hacer cuando no me someto
a sus órdenes. Lo oigo hablar por teléfono en
el dormitorio. Me
pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
—Hasta ahora. —Cuelga y
tira el móvil encima de la cama.
¿A quién le ha dicho
«Hasta ahora»? Se queda de pie dándome la
espalda un buen rato, con
la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de
repente me siento una impostora.
Al cabo de un rato,
respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un
instante y se mete en el
baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de
la habitación sin saber
qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño.
No hay cuenta atrás ni
manipulación. ¿Qué está pasando? Ayer fue un día
perfecto y ahora ha
regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no
ha hecho falta que
apareciera Sarah para bajarme del séptimo cielo de
Tom. Me las he apañado yo
solita.
Diez minutos después sigo
jugueteando con los pulgares mientras
intento decidir qué debo
hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha.
Sale del baño y se mete
en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me
preocupa su expresión de
derrota, que también arrastra una nota de tristeza.
Creo que quiero que
explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea
de lo que le pasa por la
cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
Aparece en la puerta del
vestidor.
—Tengo que irme —se
lamenta. Parece muy atormentado—. Kate
viene para acá.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelve al vestidor y yo
lo sigo a toda prisa.
Se pone unos vaqueros y
me mira un segundo, pero no me aclara nada.
Descuelga una camiseta
negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a
continuación se calza
unas Converse.
—Me voy a casa —le digo,
pero no me mira.
¿Qué le pasa? Noto que mi
mal genio se desinfla ante su pasotismo y,
como no sé qué otra cosa
hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las
perchas y a colocármela
entre los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —Me
quita la ropa y vuelve a colgarla—. ¡No
vas a marcharte! —ruge.
—¡Claro que me marcho!
—le grito, y vuelvo a descolgar las prendas
de un tirón.
—¡Pon la puta ropa en su
sitio, _____! —me grita.
Oigo el sonido de la tela
al rasgarse cuando lucho por quitármelo de
encima. Unos segundos
después ya no tengo ropa en los brazos y me han
echado del vestidor.
Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a él,
desafiándolo
abiertamente, pero no consigo soltarme. ¡Como intente
follarme gritaré!
—¡Cálmate, joder! —me
grita, y me coge de la barbilla para
obligarme a mirarlo.
Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un
galgo de carreras. No voy
a dejar que se sirva del sexo para manipularme
—. Abre los ojos, _____.
—¡No! —Me comporto de
manera infantil, pero sé que si lo obedezco
me consumirá la lujuria.
—¡Que los abras! —Me
sacude la barbilla.
—¡No!
—¡Vale! —grita mientras
sigo intentando soltarme—. Escúchame,
señorita. No vas a ir a
ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que
empieza a metértelo en la
cabeza!
Cambia de postura para
poder sujetarme con más fuerza.
—Me voy a La Mansión y,
cuando vuelva, vamos a sentarnos y a
hablar sobre nosotros.
—Dejo de resistirme. ¿Hablar sobre nosotros?
¿Qué? ¿Una conversación
como Dios manda sobre qué tipo de relación hay
entre nosotros? Me muero
por saberlo—. Las cartas sobre la mesa, ____. Se
acabaron las estupideces,
las confesiones de borracha y el guardarte cosas
para ti. ¿Lo has
entendido? —Tiene la respiración pesada y habla con
decisión.
Es lo que he querido
desde el principio: las cosas claras, poder
entender nuestra
relación. Joder, estoy muy confusa. Necesito saber qué es
esto y luego, tal vez,
pueda decidir si necesito poner distancia.
¿Y qué es eso de las
confesiones de borracha y lo de que me guardo
cosas? Abro los ojos, y
me recibe su mirada marron. Me aprieta un
poco menos la barbilla.
—Ven conmigo, te necesito
conmigo. —Casi me lo suplica.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Por qué no
quieres venir?
Respiro hondo.
—No me siento cómoda en
La Mansión. —Ahí la tiene, es la verdad.
Debería ser capaz de
adivinar el porqué. No puede ser tan tonto.
—¿Por qué no te sientes
cómoda?
Vale. Es así de tonto.
—Porque no —respondo.
Frunce el entrecejo y se
mordisquea el labio.
—Por favor, ____.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
Suspira.
—Prométeme que estarás
aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar
esta mierda.
—Estaré aquí —le aseguro.
Estoy desesperada por
aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna
parte.
—Gracias —susurra y apoya
la frente en la mía y cierra los ojos.
La esperanza florece en
mi interior. Quiere «aclarar esta mierda». Se
levanta y, sin besarme
siquiera, sale del dormitorio.
Me quedo en la cama
recuperándome de mi ridícula batalla física,
preguntándome qué
resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar
esta mierda. No me
decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver
qué tiene que decirme él.
¿Qué dirá? Hay tanto que aclarar... ¿Qué es
«nosotros»? ¿Una aventura
de alto voltaje o algo más? Necesito que sea
algo más, pero no puedo
soportar sus exigencias y su manía de
comportarse
irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador.
La mirada de puro
tormento que oscurecía su hermoso rostro es
innegable. ¿Qué le
rondará por esa mente tan compleja? ¿Por qué me
necesita? Tengo tantas
preguntas...
Cierro los ojos e intento
recobrar el aliento. Entro en una especie de
coma por agotamiento.
El teléfono que hay junto
a la cama empieza a sonar y abro los ojos de
golpe. «¡Kate!» Me
arrastro hasta el cabezal y contesto:
—Déjala subir, Clive.
Me pongo una camiseta y
corro escaleras abajo. Abro la puerta justo
cuando Kate sale del
ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo
por qué Tom piensa que
necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo
con desesperación.
—¡Vaya! ¿Alguien se
alegra de verme? —Me devuelve el efusivo
abrazo y hundo la cara
entre sus rizos rojos. No me había dado cuenta de lo
mucho que necesitaba
verla—. ¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o
nos quedamos aquí
plantadas?
La suelto.
—Perdona. —Me aparto el
pelo de la cara—. Estoy fatal, Kate. Y tú
has vuelto a dejar que un
tío rebusque entre mis cosas —añado con mala
cara.
—_____, apareció a las
seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta
hasta que Georg le abrió.
Le he dejado hacer porque no había forma de
impedírselo. Ese hombre
es un rinoceronte.
—Es aún peor.
Me mira con cara de pena,
me da la mano y me lleva al ático.
—No puedo creerme que
viva aquí —masculla mirando hacia la
cocina—. Siéntate.
—Señala un taburete.
Tomo asiento y observo a
Kate mientras refresca el recuerdo que tiene
de la impresionante
cocina.
—No puedo ofrecerte té
porque no tiene leche. La asistenta tiene el
día libre.
—¿Tiene asistenta?
—musita—. Era de esperar.
Sacude la cabeza, va a la
nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta
a mi lado.
—¿Qué pasa?
—¿Qué voy a hacer, Kate?
—Apoyo la cabeza entre las manos—. No
puedo creer que te haya
hecho venir sólo para que no me marche.
—¿Y eso no te dice nada?
—¡Que es un controlador!
¡Es demasiado intenso! —Miro a Kate, que
sonríe un poco. ¿Qué
tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—. No sé qué
hago con él, en qué punto
estamos.
—¿Se lo has dicho? —me
pregunta, y arquea una ceja perfectamente
depilada.
—No, no puedo.
—¿Por qué? —me suelta
totalmente sorprendida.
—Kate, no sé qué soy para
él. Puede ser amable y cariñoso, decir
cosas que no entiendo y,
al minuto, ser brutal y fiero, dominante y
exigente. ¡Intenta
controlarme! —Abro la botella de agua y le doy un trago
para humedecerme la boca
seca—. Me manipula con sexo cuando no
cumplo sus órdenes sin
replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de
mí, para salirse con la
suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
Kate me mira con los ojos
azules y brillantes llenos de compasión.
—Georg me ha dicho que
nunca había visto así a Tom. Por lo visto, es
famoso por su carácter
despreocupado.
Me echo a reír. Podría
describir a Tom de muchas maneras, pero
despreocupado no es una
de ellas.
—Kate, no es así para
nada, créeme.
—Está claro que sacas lo
peor de él. —Sonríe.
—Está claro —repito.
¿Despreocupado? ¡Qué chiste!—. Él también
saca lo peor de mí. No le
gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le
supone un problema que
muestre mis encantos a alguien que no sea él, así
que me pongo vestidos más
cortos de lo normal. Me dice que no me
emborrache, y yo voy y lo
hago. No es sano, Kate. Tan pronto me dice que
le encanta tenerme aquí
como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
—Pero sigues aquí —dice
pensativa—. Y no vas a conseguir
respuestas si no haces
las preguntas.
—Hago preguntas.
—¿Las correctas?
¿Cuáles son las preguntas
correctas? Miro a mi mejor amiga y me
pregunto por qué no me
saca del torreón y me esconde de Tom. Lo ha visto
en acción... No hay duda
de que eso es más que suficiente para que
cualquier mejor amiga
tome cartas en el asunto.
—¿Por qué no me dices que
lo mande a la mierda? —pregunto
recelosa—. ¿Es porque te
ha comprado una furgoneta?
—No seas idiota, _____.
Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo
pidieras. Tú eres mucho
más importante para mí. No te digo que lo mandes
a la mierda porque sé que
no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es
decirle cómo te sientes y
negociar niveles aceptables de «intensidad». —
Sonríe—. Pero en la cama
bien, ¿verdad?
Sonrío.
—Dijo que iba a
asegurarse de que lo necesitara siempre. Y lo ha
hecho. Lo necesito de
verdad, Kate.
—Habla con él, _____. —Me
da un empujoncito en el hombro—. No
puedes seguir así.
—Sacude la cabeza.
Es cierto que no puedo
seguir así. Me meterán en un manicomio
dentro de un mes. Mi
corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al
otro a cada hora. Ya no
sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo.
Si tengo que servirle mi
corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así
sea. Al menos sabré a qué
atenerme. Lo superaré... algún día... creo.
Me levanto.
—¿Me llevas a La Mansión?
—le pregunto. Necesito hacerlo ahora,
antes de que me raje.
Tengo que decirle cómo me siento.
Kate salta del taburete.
—¡Sí! —exclama con
entusiasmo—. ¡Me muero por ver ese sitio!
—Es un hotel, Kate.
—Pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar
de su entusiasmo. Mi
coche está en su casa, así que no puedo moverme sin
ella—. Dame cinco
minutos. —Corro escaleras arriba para cambiarme y
ponerme unos vaqueros y
unas bailarinas, y estoy con Kate en la puerta
principal en tiempo
récord. Envío a Tom un mensaje de texto rápido para
decirle que voy para
allá.
Es hora de poner las cartas sobre la mesa.
CAPITULO 36.-
Salimos al
sol de la tarde del domingo, pero no veo a Margo Junior. Busco
la
furgoneta rosa en el aparcamiento, a pesar de que no es fácil que el
enorme
montón de metal pase desapercibido.
—Espero
que no te importe. —Kate suelta una risita nerviosa justo
cuando veo
mi Mini aparcado en una de las plazas de Tom con la capota
bajada.
—¡Serás
zorra!
Pasa de mi
insulto
—No me
mires así, _____ O’Shea. Si no lo sacara yo, se pasaría la
eternidad
aparcado en la puerta de casa. Qué desperdicio.
Las luces
parpadean y extiendo la mano para que me dé las llaves,
cosa que
hace de mala gana y con un bufido.
Conducimos
hacia Surrey Hills debatiendo sobre las ventajas de los
hombres
dominantes. Ambas llegamos a la misma conclusión: sí al sexo y
no a los
demás aspectos de la relación.
El
problema es que Tom se las ingenia para meter el sexo en todos los
aspectos
de nuestra relación y lo usa, en general, para salirse con la suya. Y
da la
sensación de que yo no soy capaz de decir que no, así que estoy
condenada.
Puede que dentro de una hora todo haya terminado. Sólo de
pensarlo
me duele el estómago como nunca, pero tengo que ser sensata. Ya
estoy
metida hasta el cuello.
Salgo de
la carretera principal y cojo el desvío hacia las puertas de
hierro. Se
abren de inmediato para dejarme pasar.
—¡Madre
mía! —exclama Kate cuando avanzamos por el camino de
grava
flanqueado de árboles.
Ya está
boquiabierta y ni siquiera ha visto la casa todavía. Llegamos
al patio.
Hay mucha gente.
—¡La madre
que me parió! —La mandíbula le llega al suelo al
descubrir
la imponente casa. Se inclina hacia adelante en el asiento—.
¿Tom es el
dueño de esto?
—Sí. Ahí
está el coche de Georg. —Aparco junto al Porsche.
—No me
puedo creer que venga a comer aquí —farfulla, y se acerca a
mi lado
del coche—. ¡La madre que me parió!
Me río
ante el asombro de Kate, que no suele sorprenderse fácilmente.
La llevo
hacia los escalones de la entrada, donde me imagino que John
saldrá a
recibirnos, pero no es así. Las puertas están entreabiertas y las
franqueo.
Me vuelvo hacia Kate, que lo mira todo boquiabierta y pasmada.
Los ojos
se le salen de las órbitas ante lo espléndido del lugar.
—Kate, te
va a entrar una mosca en la boca —la regaño de broma.
—Lo
siento. —La cierra—. Este lugar es muy elegante.
—Ya lo sé.
—Quiero
que me lo enseñes —dice, y alza la cabeza para mirar a lo
alto de la
escalera.
—Que te lo
enseñe Georg —le contesto—, yo necesito ver a Tom.
Dejo atrás
el restaurante y me dirijo hacia el bar, donde me encuentro
a Georg y
a Gustav.
El primero
de ellos me lanza una gran sonrisa picarona y le da un
trago a su
cerveza, pero la escupe al ver a Kate detrás de mí.
—¡Joder!
¿Qué estás haciendo aquí?
Gustav se
vuelve, ve a Kate y se echa a reír a carcajadas. Frunzo el
ceño.
A Kate no
parece hacerle gracia.
—Yo
también me alegro de verte, ¡capullo! —le escupe indignada a
un Georg
estupefacto.
El chico
deja de inmediato la cerveza en la barra y coge un taburete.
—Siéntate.
—Da palmaditas sobre el asiento y mira a Gustav con
preocupación.
—¡No me
des órdenes, Jorge! —Su cara de enfado da miedo.
Nunca he
visto a Georg tan nervioso. ¿Estará ocultando algo? ¿A la
chica del
Starbucks, tal vez?
Vuelve a
darle golpecitos al asiento del taburete y sonríe a Kate con
nerviosismo.
—Por
favor.
Mi amiga
se acerca y pone el culo en el taburete. Georg se lo acerca aún
más.
Pronto estará sentada en sus rodillas.
—Invítame
a una copa —le ordena con una media sonrisa.
—Sólo una.
—Hace un gesto a Mario. Jesús, si está sudando—. ¿____?
—No,
gracias. Voy a buscar a Tom. —Miro por encima del hombro y
empiezo a
caminar hacia atrás.
—¿Sabe que
estás aquí? —pregunta Georg estupefacto.
¿Qué le
pasa?
—Le he
enviado un mensaje. —Miro en torno al bar y veo muchas
caras que
me suenan de mi última visita a La Mansión. Me alegro de no
ver a
Sarah, aunque eso no significa nada. Podría estar en cualquier rincón
del
complejo—. Pero no me ha contestado —añado.
Sólo ahora
me doy cuenta de que es muy raro.
Georg le
dirige a Gustav una mirada muy inquieta, y él se ríe todavía
más.
—Esperad
aquí. Iré a buscarlo.
—Sé dónde
está su despacho —digo con el ceño fruncido.
—_____, tú
espera aquí, ¿vale? —La expresión de Georg es de puro
pánico.
Algo me huele muy mal. Lanza a Kate una mirada muy seria
cuando se
levanta—. No te muevas.
—¿Cuánto has
bebido? —le pregunta Kate mirando el botellín de
cerveza
¿Kate
también ha notado lo incómodo que parece?
—Ésta es
la primera, créeme. Voy a buscar a Tom y luego nos vamos.
—Estudia
el bar con inquietud. Vale, ahora estoy convencida de que está
ocultando
algo o a alguien. Empiezo a desear que Sarah estuviera aquí,
porque
entonces sabría con total seguridad que no está con Tom. Se me
han puesto
los pelos como escarpias.
Se va
corriendo y nos deja a Kate y a mí intercambiando miradas de
perplejidad.
—Disculpen,
señoritas. —Gustav se levanta—. La llamada de la
naturaleza.
Nos deja
en el bar como si le sobrásemos.
—A la
mierda —exclama Kate, y me coge de la mano—. Enséñame la
mansión.
Tira de mí
en dirección a la entrada.
—Pero
rápido. —Me adelanto y la llevo hacia la enorme escalinata—.
Te
enseñaré las habitaciones en las que estoy trabajando.
Llegamos
al descansillo y las exclamaciones de Kate se hacen más
frecuentes
a medida que va asimilando la opulencia y el esplendor de La
Mansión.
—Esto es
el no va más —masculla mirando a todas partes admirada.
—Lo sé. La
heredó de su tío a los veintiún años.
—¿A los
veintiuno?
—Ajá.
—¡Guau!
—suelta Kate. Miró hacia atrás y la veo embobada con la
vidriera
que hay al pie del segundo tramo de escalera.
—Por aquí
—le indico. Atravieso el arco que lleva a las habitaciones
de la
nueva ala y Kate corre tras de mí—. Hay diez en total.
Me sigue
hasta el centro de la habitación sin dejar de mirar a todas
partes. No
puedo negar que son realmente impresionantes, incluso vacías.
Cuando
estén terminadas serán dignas de la realeza. ¿Conseguiré
acabarlas?
Después de «aclarar esta mierda» puede que no vuelva a ver
este
lugar. Tampoco es que me apene la idea. No me gusta venir aquí.
Me adentro
más en la habitación y sigo la mirada de Kate hacia la
pared que
hay detrás de la puerta. «Pero ¿qué diablos...?»
—¿Qué es
eso? —Kate hace la pregunta que me ronda la cabeza.
—No lo sé,
antes no estaba ahí. —Recorro con la mirada la enorme
cruz de
madera que se apoya contra la pared. Tiene unos tornillos gigantes
de hierro
forjado negro en las esquinas. Es un poco imponente, pero sigue
siendo una
obra de arte—. Debe de ser uno de los apliques de buen tamaño
de los que
hablaba Tom. —Me acerco a la pieza y paso la mano por la
madera
pulida. Es espectacular, aunque un poco intimidante.
—Huy,
perdón, señoritas. —Las dos nos volvemos a la vez y vemos a
un hombre
de mediana edad con una lijadora en una mano y un café en la
otra—. Ha
quedado bien, ¿verdad? —Señala la cruz con la lijadora y bebe
un sorbo
de café—. Estoy comprobando el tamaño antes de hacer las
demás.
—¿Lo ha
hecho usted? —pregunto con incredulidad.
—Sí. —Se
ríe y se coloca junto a la cruz, a mi lado.
—Es
impresionante —musito. Encajará a la perfección con la cama
que he
diseñado y que tanto le gustó a Tom.
—Gracias,
señorita —dice con orgullo. Me doy la vuelta y veo a Kate
observando
la obra de arte con el ceño fruncido.
—Lo
dejamos en paz. —Hago a Kate una señal con la cabeza para que
me siga y
ella dedica una sonrisa al trabajador antes de salir de la
habitación.
Caminamos
de nuevo por el descansillo.
—No lo
pillo —refunfuña.
—Es arte,
Kate. —Me río. No es rosa ni cursi, así que no me
sorprende
que no le guste. Nuestros gustos son muy distintos.
—¿Qué hay
ahí arriba?
Sigo su
mirada hacia el tercer piso y me detengo junto a ella. Las
puertas
intimidantes están entornadas.
—No lo sé.
Puede que sea un salón para eventos.
Kate sube
la escalera.
—Vamos a
verlo.
—¡Kate!
—Corro detrás de ella. Quiero encontrar a Tom. Cuanto más
tiempo
tarde en hablar con él, más tiempo tendré para convencerme de no
hacerlo—.
Vamos, Kate.
—Sólo
quiero echar un vistazo —dice, y abre las puertas—. ¡Joder!
—chilla—.
____, mira esto.
Vale, me
ha picado la curiosidad con ganas. Subo corriendo los
peldaños
que me quedan y entro en el salón para eventos, derrapo y me
paro en
seco junto a Kate. «Joder.»
—¡Perdonen!
Nos
volvemos en dirección a una mujer con acento extranjero. Una
señora
regordeta que lleva trapos y espray antibacterias en las manos se
bambolea
hacia nosotras.
—No, no,
no. Yo limpio. El salón comunitario está cerrado para
limpieza.
—Nos empuja hacia la puerta.
—Relájese,
señora. —Kate se ríe—. Su novio es el dueño.
La pobre
mujer retrocede ante la brusquedad de Kate y me mira de
arriba
abajo antes de hacerme una venia con la cabeza.
—Lo
siento. —Se guarda el espray en el delantal y me coge las manos
entre los
dedos arrugados y morenos—. El señor Kaulitz no dijo que usted
venir.
Me muevo
con nerviosismo al ver el pánico que invade a la mujer y
lanzo a
Kate una mirada de enfado, pero no se da cuenta. Está muy ocupada
curioseando
la colosal habitación. Sonrío para tranquilizar a la limpiadora
española,
a la que nuestra presencia ha puesto en un compromiso.
—No pasa
nada —le aseguro. Me hace otra reverencia y se aparta a un
lado para
que Kate y yo nos hagamos una idea de dónde estamos.
Lo primero
que me llama la atención es lo hermoso que es el salón. Al
igual que
el resto de la casa, los materiales y los muebles son una belleza.
El espacio
es inmenso, más de la mitad de la planta y, cuando me fijo con
atención,
veo que da la vuelta sobre sí mismo y rodea la escalera. Hemos
entrado
por el centro del salón, así que es aún más grande de lo que
pensaba.
El techo es alto y abovedado, con vigas de madera que lo cruzan
de
principio a fin y elaborados candelabros de oro, que ofrecen una luz
difusa,
entre ellas. Tres ventanas georgianas de guillotina dominan el
salón.
Están vestidas de carmesí y tienen contraventanas austriacas
ribeteadas
en yute dorado trenzado. Son kilómetros y kilómetros de seda
dorada
envuelta en trenzas carmesí sujetas a los lados por degradados
dorados.
Las paredes rojo profundo ofrecen un marcado contraste para las
camas
vestidas con extravagancia que rodean el salón.
¿Camas?
—____,
algo me dice que esto no es un salón para eventos —susurra
Kate.
Se mueve
hacia la derecha, pero yo me quedo helada en el sitio
intentando
comprender qué estoy viendo. Es un dormitorio inmenso y
superlujoso,
el salón comunitario.
En las
paredes no hay cuadros, por eso hay espacio para varios marcos
de metal,
ganchos y estantes. Todos parecen objetos inocentes, como los
tapices
extravagantes, pero, a medida que mi mente empieza a recuperarse
de la
sorpresa, el significado del salón y sus contenidos empiezan a
filtrarse
en mi cerebro. Un millón de razones intentan distraerme de la
conclusión
a la que estoy llegando poco a poco, pero no hay otra
explicación
para los artefactos y artilugios que me rodean.
La
reacción llega con retraso, pero llega.
—Me cago
en la puta —musito.
—Cuidado
con esa boca. —Su voz suave me envuelve.
Me vuelvo
y lo veo de pie detrás de mí, observándome en silencio con
las manos
en los bolsillos de los vaqueros y el rostro inexpresivo. Tengo la
lengua
bloqueada y busco en mi cerebro. ¿Qué puedo decir? Me invaden un
millón de
recuerdos de las últimas semanas, de todas las veces que he
pasado
cosas por alto, que he ignorado detalles o, para ser exactos, que me
han
distraído de ellos. Cosas que ha dicho, cosas que otros han dicho, cosas
que me
parecieron raras pero sobre las que no indagué porque él me
distraía.
Ha hecho todo lo posible por ocultarme esto. ¿Qué más me oculta?
Kate
aparece en mi visión periférica. No me hace falta mirarla para
saber que
probablemente la expresión de su rostro es parecida a la mía,
pero no puedo
apartar la mirada de Tom para comprobarlo.
Mira un
instante a Kate y le sonríe, nervioso.
Georg entra
corriendo en el salón.
—¡Mierda!
¡Te dije que no te movieras! —le grita a Kate con mirada
furibunda—.
¡Maldita seas, mujer!
—Creo que
será mejor que nos vayamos —dice Kate con calma, se
acerca a
Georg, lo coge de la mano y se lo lleva del salón.
—Gracias. —Tom
les hace un gesto de agradecimiento con la cabeza
antes de
volver a mirarme a mí. Tiene los hombros encogidos, señal de que
está
tenso. Parece muy preocupado. Debería estarlo.
Oigo los
susurros ahogados y enfadados de Kate y de Georg mientras
bajan la
escalera. Nos dejan solos en el salón comunitario.
El salón
comunitario. Ahora todo tiene sentido. El crucifijo que hay
abajo no
es arte para colgar en la pared. Esa cosa que parece una cuadrícula
no es una
antigüedad. Las mujeres que se contonean por el lugar como si
vivieran
aquí no son mujeres de negocios. Bueno, tal vez lo sean, pero no
mientras
están aquí.
«Ay, Dios,
ayúdame.»
Los
dientes de Tom empiezan a hacer de las suyas en su labio
inferior.
El pulso se me acelera a cada segundo que pasa. Esto explica esos
ratos de
humor pensativo que ha pasado estos últimos días. Debía de
imaginarse
que iba a descubrirlo. ¿Pensaba contármelo alguna vez?
Baja la
mirada al suelo.
—_____,
¿por qué no me has esperado en casa?
La
sorpresa empieza a convertirse en ira cuando todas las piezas
encajan.
¡Soy una idiota!
—Tú
querías que viniera —le recuerdo.
—Pero no
así.
—Te he
enviado un mensaje. Te decía que estaba de camino.
Frunce el
ceño.
—____, no
he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde
está tú móvil?
—En mi
despacho.
Voy a
sacar mi móvil, pero entonces sus palabras de esta mañana
regresan a
mi cerebro.
—¿De esto
era de lo que querías hablar? —pregunto.
No quería
hablar de nosotros. Quería hablar de esta mierda.
Levanta la
mirada del suelo y la clava en mí. Está llena de
arrepentimiento.
—Era hora
de que lo supieras.
Abro aún
más los ojos.
—No, hace
mucho tiempo que debía saberlo.
Hago un
giro de trescientos sesenta grados parar recordar dónde estoy.
Sigo aquí,
no cabe duda, y no estoy soñando.
—¡Joder!
—Cuidado
con esa boca, _____ —me riñe con dulzura.
Me vuelvo
otra vez para mirarlo a la cara, alucinada.
—¡No te
atrevas! —grito, y me golpeo la frente con la palma de la
mano—.
¡Joder, joder, joder!
—Cuidado...
—¡No! —Lo
paralizo con una mirada feroz—. ¡Tom, no te atrevas a
decirme
que tenga cuidado con lo que digo! —Señalo el salón con un gesto
—. ¡Mira!
—Ya lo veo, ____. —Su voz es suave y
tranquilizadora, pero no va a
calmarme. Estoy demasiado
atónita.
—¿Por qué no me lo
dijiste? —Dios mío, es un chulo venido a más.
—Pensé que habrías
comprendido el tipo de operaciones que se
realizan en La Mansión en
nuestra primera reunión, _____. Cuando resultó
evidente que no era así,
se me hizo cada vez más difícil decírtelo.
Me duele la cabeza. Esto
es como un puzle de mil piezas: cada una va
encajando en su sitio,
muy despacio. Yo le dije que tenía un hotel
encantador. Debe de
pensar que soy medio tonta. Dejó caer bastantes pistas
con su lista de
especificaciones, pero, como estaba tan distraída con él, no
pillé ni una. ¿Es el dueño
de un club de sexo privado? Es horrible. ¿Y el
sexo? Dios, el dichoso
sexo. Es todo un experto fuera de serie, y no es por
sus relaciones
anteriores. Él mismo me dijo que no tenía tiempo para
relaciones. Ahora ya sé
por qué.
—Voy a marcharme ahora
mismo y vas a dejar que me vaya —digo
con toda la determinación
que siento. Está claro que he sido un juguete
para él. Estoy más que
espesa, he perdido por completo la razón.
Se muerde el labio con
furia cuando paso junto a él y bajo la escalera
como una exhalación.
—_____, espera —me
suplica pisándome los talones.
Recuerdo la última vez
que salí huyendo de aquí. No debería haber
dejado de correr. Bloqueo
su voz y me concentro en llegar a la entrada y en
no caerme y romperme una
pierna. Paso por los dormitorios del segundo
piso y me doy otra
bofetada mental.
—_____, por favor.
Llego al pie de la
escalera y me doy la vuelta para mirarlo a la cara.
—¡Ni se te ocurra! —le
grito. Retrocede, sorprendido—. Vas a dejar
que me vaya.
—Ni siquiera me has dado
ocasión de explicarme. —Tiene los ojos
abiertos de par en par y
llenos de miedo. No es una expresión que haya
visto nunca en él—. Por
favor, deja que te lo explique.
—¿Explicarme el qué? ¡He
visto todo lo que necesito ver! —grito—.
¡No es necesaria ninguna
explicación! ¡Esto lo dice todo bien claro!
Se acerca a mí con la
mano tendida.
—No tendrías que haberlo
descubierto así.
De repente me doy cuenta
de que hay público presenciando nuestra
pequeña pelea. Georg,
Gustav, Kate y todos los que están en la entrada del bar
nos miran incómodos,
incluso con cara de pena. John está muy serio y no
deja de mirar a Tom.
Sarah está claramente satisfecha de sí misma. Ahora
sé que debe de haber
interceptado mi mensaje en el teléfono de Tom. Ella
ha abierto las puertas de
entrada y la puerta de La Mansión. Se ha salido
con la suya. Que se lo
quede.
No reconozco al hombre
con aspecto de chulo insidioso que hay a su
lado, pero me mira con
cara de pocos amigos. Me doy cuenta de que se
vuelve hacia Tom con
gesto de desdén.
—Eres un gilipollas —le
escupe a Tom por la espalda y con tono de
verdadero odio. ¿Quién
diablos es?
John lo coge del pescuezo
y lo sacude un poco.
—Ya no eres miembro, hijo
de puta. Te acompañaré a la salida.
La criatura altanera
suelta una carcajada siniestra.
—Adelante. Parece que tu
fulana ha visto la luz, Kaulitz —sisea.
Los ojos de Tom se tornan
negros en un nanosegundo.
—Cierra la puta boca —ruge
John.
—Anulamos su carnet de
socio —musito—. A alguien se le ha ido de
las manos.
El hombre dirige su
mirada fría de nuevo hacia mí.
—Coge lo que quiere y
deja un reguero de mierda a su paso —gruñe.
Sus palabras me golpean hasta
dejarme sin aliento. Tom se tensa de pies a
cabeza—. Folla con todas
y las deja bien jodidas.
Vuelvo a mirar a Tom. Sus
ojos siguen negros y parece que le pesa la
arruga de la frente.
—¿Por qué? —le pregunto.
No sé por qué se lo
pregunto. No va a suponer ninguna diferencia.
Pero siento que me
merezco una explicación. Folla con todas, una sola vez,
y las deja bien jodidas.
—No lo escuches, _____. —Tom
da un paso al frente. Tiene la
mandíbula tan apretada
que se la va a romper.
—Pregúntale cómo está mi
mujer —escupe el desgraciado—. Le hizo
lo mismo que les hace a
todas. Los maridos y la conciencia no se
interponen en su camino.
Y eso basta para que Tom
pierda la paciencia. Se da la vuelta y se
lanza contra el hombre
como una bala, se lo quita a John de entre las
manos y lo tira contra el
suelo de parquet con gran estrépito. Georg aparta a
Kate y se oyen unos
cuantos gritos ahogados, mientras todo el mundo ve a
Tom pegarle al tipo la
paliza de su vida.
No me siento inclinada a
gritarle que pare, a pesar de que parece que
podría matarlo. Salgo de
La Mansión y me meto en el coche. Kate vuela
por los escalones y corre
hacia mí. Se mete en el coche pero no dice nada.
Cuando llegamos a las
puertas, se abren sin que tenga que pararme. Me
sorprende, estaba
preparada para pisar el acelerador y echarlas abajo.
—Georg —dice Kate cuando
la miro—. Dice que lo mejor será que nos
larguemos de aquí.
No me había parado a
pensar, hasta ahora, que Kate tampoco sabía
nada de todo esto. Parece
la Kate tranquila de siempre, la que se toma las
cosas como vienen.
Yo, sin embargo, voy en barrena hacia el infierno.
O.o no imagine estoo! No lo vi venir..
ResponderBorrarEsta buenisimaaaaa.. Sube Virgii por favor!
Omg o.O
ResponderBorrarSube pronto *.*
oohh woo con que eso era que ocultaba tom o.O
ResponderBorrarSiguela pronto
:O:O esto era lo que menos me esperaba :( pobre (Tn) y ahora que pasara síguela virgii please me muero x leer los próximos caps!!! me encanto
ResponderBorrarSube!!!
ResponderBorrarquiero seguir leyendo virgiii!!!!
ResponderBorrarSigueeeee
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