CAPITULO 13.-
Estoy de rodillas,
recogiendo con cuidado los trozos de cristal del suelo de
la cocina, cuando Tom
sale de la habitación. Alzo la vista. Qué andares
tiene. Avanza hacia mí
vistiendo unos shorts beige, un polo de Ralph
Lauren blanco —con el
cuello levantado— y unas Converse azules. El
vello rubio claro de sus
piernas musculosas destaca sobre su ligero
bronceado. No se ha
afeitado, pero la barba de dos días no oculta sus
atractivas facciones. Y
yo de rodillas, con la boca abierta y hecha un
desastre. Se detiene
delante de mí y me sonríe. Parece más joven.
—Me temo que estoy en
desventaja —bromeo.
Sus ojos resplandecen con
deleite mientras se agacha delante de mí.
—Parece que tu desventaja
juega en mi favor —dice, y me guiña un
ojo.
Quiero saltar sobre él,
pero llevo un montón de cristales en la mano,
los dos estamos vestidos
y es tarde. Tendré que aguantarme.
—Trae. —Junta las manos
para que le pase los fragmentos de cristal
—. No deberías haberlo
recogido, podrías haberte cortado —me reprende.
Los dejo caer en sus
palmas, me levanto del suelo y él lo tira todo a la
pila de la cocina.—Ya lo
recogeré después.
Se pone sus Ray-Ban
Wayfarer, coge las llaves y mis bártulos, me
agarra de la mano y me
guía hasta la puerta.
—¿Hoy trabajas?
—pregunto.
—No, de día no hay mucho
que hacer en La Mansión. —Me guiña de
nuevo un ojo. Yo me
derrito. Es un granuja, y me encanta.
Al abrir la puerta nos
encontramos con un par de hombres desaliñados
que llevan portapapeles y
visten un mono azul. El logo bordado en sus
uniformes dice: «B&C
Mudanzas.»
—¿Señor Kaulitz?
—pregunta el que parece un camionero. Sus dientes
amarillentos indican que
debe de fumar unos cincuenta cigarrillos y tomar
unos veinte cafés al día.
—Las cajas que están en
la habitación de invitados van primero. Mi
asistenta llegará pronto
para ayudarlos con el resto. —Tira de mí pasillo
adelante y deja que el
camionero y su desgarbado aprendiz hagan su
trabajo—. ¡Cuidado con el
equipo de esquí y de ciclismo! —grita tras
volver la cabeza por
encima del hombro.
—¿Tienes asistenta?
—pregunto totalmente sorprendida. Y no sé por
qué. El tío se ha
comprado el ático del Lusso por la friolera de diez
millones de libras. ¿Por
qué no lo he imaginado antes? Está podrido de
dinero.
—Es la única mujer sin la
que no podría vivir —responde con
frivolidad—. Se marcha a
Irlanda la semana que viene a visitar a su
familia. Entonces todo se
desmoronará.
Llego a mi coche en un tiempo
récord después de que Tom sortee el
tráfico de la mañana. Los
conductores parecen ser más permisivos si vas en
un Aston Martin y les
haces unos cuantos gestos con la mano. Mete mis
maletas en el asiento
trasero mientras yo compruebo mi móvil. Son las
ocho y diez. Vale, llego
tarde. Escribo un mensaje a Kate a toda prisa para
decirle que voy de camino
y que me espere. Me doy cuenta de que Tom
me mira con fijeza.
Incluso a través de las gafas de sol —que, por cierto, le
quedan de muerte— siento
que sus ojos marrones y potentes se me clavan en
la piel.
Abro la puerta del
conductor de mi Mini, me meto dentro y arranco el
motor. Tom se agacha a mi
lado antes de que pueda cerrar la puerta.
—Voy a llevarte a comer
—me informa.
—Ya te he dicho que tengo
cosas que hacer. —No voy a dejar que el
Tom granuja me aparte de
mi objetivo, aunque es bastante tentador.
—Pues a cenar.
—Luego te llamo. —He
pasado toda la noche con él. Me ha follado
hasta la extenuación, y
yo necesito algo de tiempo para recuperarme.
Deja caer los hombros y
frunce el ceño.
—¿Me estás rechazando?
—No, luego te llamo
—contesto frunciendo también el ceño.
—Vale —espeta—. Pero
hazlo. —Se inclina, me planta la mano en los
vaqueros a la altura de
la entrepierna y me besa apasionadamente en los
labios. Sabe lo que se
hace. Se aparta y me deja casi sin aliento—. Estaré
esperando tu llamada
—dice, y se marcha marcando su sugerente manera
de andar.
Sin duda el beso quería
decir: «Mira lo que te estás perdiendo.» Y ha
funcionado.
—¿Cuántos años tienes,
Tom? —grito.
Él se vuelve y sigue
caminando de espaldas con una media sonrisa en
los labios.
—Veinticuatro.
Yo dejo caer los hombros
y emito un largo suspiro de frustración.
—¿Cuántas veces tengo que
preguntártelo hasta llegar a tu edad real?
—Bastantes, señorita.
Se levanta un poco las
gafas y me guiña un ojo antes de volverse de
nuevo y seguir alejándose
con sus andares sexy. Todo lo que hace me
resulta tremendamente
sexual, su manera de comportarse, tan seguro de sí
mismo y tan viril. No me
extraña que las mujeres caigan rendidas a sus
pies. Es el sexo
personificado. Y puedo dar cuenta de ello.
El motor cobra vida y su
coche arranca como si estuviese en una
carrera de adolescentes.
Tal vez sí que tenga veinticuatro años. Desde
luego, a veces se
comporta como si así fuese.
Entro a toda velocidad
por la puerta principal y subo corriendo la
escalera. Kate está
secándose el pelo en el descansillo. Parece estresada, lo
que significa que llega
tarde. Cuando me ve, apaga el secador y sonríe de
oreja a oreja. Sé que me
estoy poniendo como un tomate. Y no va a
servirme de nada ponerme
a la defensiva.
—¿Qué tal la noche? —me
pregunta con una ceja enarcada. Ahora ya
no parece tener tanta
prisa. Los ojos le brillan de satisfacción, y yo no
puedo evitar esbozar
también una sonrisa.
—No ha estado mal
—contesto. Me encojo de hombros mientras me
agarro, sin darme cuenta,
un mechón de pelo. Eso es quedarse muy corta.
Ha sido más bien de
infarto.
—¡Ja! —exclama—. Habla.
Me aparta los dedos del
pelo y me mira con expectación.
—Vale, es un dios, no voy
a mentirte. Y se ha comprado el ático.
—¡No me jodas! ¿Está
buenísimo y es muy muy rico?
Sí, eso parece.
—¿No estabas preocupada
por mí? Te dejé un mensaje en el teléfono.
No puedo creerme que no
estuviera preocupada por mí.
—No he mirado el móvil.
Pero, de todas formas, después de ver cómo
te observaba lo único que
me preocupaba era si hoy ibas a poder andar. —
Se echa a reír, deja el secador
en el suelo y se dirige hacia su habitación
meticulosamente
ordenada—. Y, si no me equivoco, me parece que te he
visto cojear —insiste.
Estoy algo dolorida. Los
cuatro asaltos de Tom Kaulitz me han pasado
factura. La sigo hasta su
cuarto y me dejo caer en su cama, que ya está
hecha y sin una arruga.
—Joder, Kate. Se nota que
tiene experiencia. —Al decirlo, pienso en
las muchas conquistas que
debe de haber habido antes que yo y hago una
mueca de disgusto.
—Querías divertirte sin
complicaciones. Y parece que lo has
conseguido. ¡Choca esos
cinco! —Me da un golpe en la mano y sale de la
habitación—. ¿Y no tiene
novia?
¿Quería divertirme sin
complicaciones? ¿Y voy a divertirme sin
complicaciones con esta
relación?
—No, pero ella va detrás
de él. Eso es todo lo que sé.
—Vaya, pues lo siento por
ella. Tengo que pirarme ya. Volveré
mañana por la tarde. ¿Qué
vas a hacer mientras esté fuera?
Me levanto de su cama y
estiro las sábanas antes de salir y cerrar la
puerta de su inmaculado
dormitorio.
—Voy a ordenar mis cosas.
¿Hay bolsas de basura?
—¡Aleluya! Están debajo
de la pila. —Coge su bolsa de viaje y
desciende la escalera
hasta la puerta—. Puedes coger la furgoneta cuando
quieras.
¿Está de coña?
Necesitaría diez meses de gimnasio para desarrollar la
fuerza que hay que tener
en las piernas para pisar ese embrague. Me entran
rampas sólo de pensarlo.
—No tengo pensado ir a
ningún sitio. Conduce con cuidado.
Sobre las seis en punto
estoy sentada en medio de mi habitación
rodeada de bolsas de
basura. He sido despiadada. Es evidente que la última
vez que tiré cosas no me
puse demasiado en serio, porque he reunido
cuatro bolsas para donar.
Todo lo que no me he puesto en los últimos seis
meses está en alguna de
esas cuatro bolsas. El resto está lavado y
planchado y ya lo he
doblado y guardado. Me siento purificada. Vacío la
papelera en otra bolsa de
basura. Las calas que Tom me envió están
marchitas, arrugadas y
descoloridas. Debería haberlas puesto en agua, pero
la verdad es que no
esperaba volver a verlo. Quería olvidarme de él.
Imposible. Sonrío para
mis adentros mientras cierro la bolsa y la saco al
contenedor.
Me dejo caer sobre el
sofá con una botella de vino y una tableta de
chocolate de tamaño
familiar, dispuesta a ponerme al día con la telebasura
del sábado noche.
Unas horas después, miro
el último trozo de chocolate y siento
náuseas. Tengo que
empezar a comprarlas de tamaño mediano. Me lo como
y lo mastico sin ganas
mientras hago zapping.
El sonido de mi móvil me
obliga a levantarme del sofá, y mi corazón
da un pequeño brinco.
Podría ser Tom. Miro la pantalla y me lamento. Es
Matt. ¿Qué quiere ahora?
Es sábado por la noche, y ya está otra vez soltero
para hacer lo que le
plazca. Aunque, de todas maneras, tampoco es que
nada le impidiera hacerlo
cuando todavía estábamos juntos.
—Dime.
—_____, ¿estás bien? —No
parece estar borracho.
—Sí, ¿y tú? —¿Qué querrá?
—Bien, ¿qué tal fue ayer?
Mi copa de vino se
detiene a medio camino de la mesa a mis labios.
¿Por qué de repente me
siento interrogada? No es más que una pregunta
cordial. ¿Qué debería
contestar? ¿Que me tiré a su nuevo propietario en el
ático y que después me
fui a su casa? ¿Que me dio por el culo? ¿Que es
mayor que yo, aún no sé
cuánto, pero que es un auténtico adonis? ¿Que casi
no puedo andar?
—Muy bien, gracias
—respondo finalmente.
—Genial —gorjea, pero
después se hace un silencio.
¿A qué viene este interés
repentino por mi carrera? Cuando le dije que
había conseguido el
contrato del Lusso se limitó a preguntarme qué había
de cena. Entonces lo oigo
coger aire.
—_______, ¿te apetece que
vayamos a comer el martes? —No suena
normal. Suena nervioso y
tímido, no como el Matt engreído y pagado de sí
mismo que yo conozco.
¿Qué hace en casa un sábado por la noche?
—Claro, ¿va todo bien?
—La verdad es que no. Ya
hablaremos el martes, ¿vale?
—Vale —respondo
vacilante. Espero que no haya pasado nada grave.
—Quedamos a la una en el
Baroque, ¿te parece?
—Claro, nos vemos
entonces. —Cuelgo. La verdad es que no parece
estar nada bien. Puede
que fuese una rata infiel y arrogante pero, aunque
estoy mucho mejor sin él,
no deja de importarme su bienestar de la noche a
la mañana.
Apago el televisor, me
dirijo a mi habitación recién ordenada y me
meto rápidamente bajo las
sábanas. Estoy agotada por completo. Meterme
en la cama a estas horas
un sábado por la noche es algo que no hacía desde
hace mucho tiempo, pero
después de mis recientes esfuerzos lo único que
me apetece es dormir.
Me despierto al oír
música y me desperezo en la cama. Me estiro con
satisfacción, síntoma de
que he tenido un sueño muy reparador. Me
incorporo. ¿Qué es eso?
Mi cerebro tarda un tiempo en espabilarse, pero,
cuando lo hace, sigo
oyendo la música. Me aparto el pelo de la cara. La
música se detiene.
«¿Eh?» ¿Ha vuelto ya
Kate? Miro el reloj. ¿Las nueve en punto?
Joder, no me levantaba
tan tarde desde hace años. Vuelvo a desplomarme
sobre la almohada con una
sonrisa. Parece que Tom Kaulitz les va bien a mi
vida sexual y a mi
descanso.
Ya está esa música otra
vez. El familiar sonido de la canción de Oasis
Sunday
Morning Call, cantada por Noel Gallagher, se me clava en los
tímpanos. Me encanta esa
canción. Frunzo el ceño, cojo el teléfono y veo
que el nombre de Tom
parpadea en la pantalla. Sonrío y contesto.
—¿Cómo lo has hecho?
—Tengo la voz ronca de tanto dormir.
—¿El qué? —pregunta. No
lo veo, pero sé que está esbozando esa
sonrisa arrogante y sexy
suya.
—Has manipulado mi
teléfono —lo increpo.
—¿Dónde estás?
—En la cama.
—«¡Recuperándome de ti!»
—¿Desnuda? —pregunta, con
voz grave y sensual.
¡Ni hablar! No pienso iniciar
una sórdida sesión de sexo telefónico. Sé
por dónde van los tiros.
Su voz me provoca ciertas reacciones.
—Pues no, la verdad.
—Yo podría ponerle
remedio.
Me estremezco sólo con
pensarlo. ¿Cómo es posible que mi cuerpo
responda de esta manera
estando al otro lado de la línea telefónica?
—¿Qué tal tu nuevo
apartamento? —Tengo que cambiar el hilo de la
conversación rápidamente.
—Lleno de mierda
italiana.
—Muy gracioso. ¿Dónde
estás?
Él suspira.
—En La Mansión. Dijiste
que me llamarías. —Parece desairado.
Sí, dije que te llamaría,
pero sólo han pasado unas veinticuatro horas...
Y me incomoda bastante el
hecho de que ya me muriera de ganas de
hacerlo.
—Se me pasó el tiempo
arreglando mi cuarto. —Es verdad. Y estoy
muy orgullosa del
resultado. Sólo paso por alto el hecho de que hice todo
lo posible por mantenerme
ocupada.
—¿Qué haces hoy? Quiero
verte.
¿Qué? ¿Así, sin más?
Joder, ¿no ha tenido suficiente? Es evidente que
no, pero ¿es buena idea?
Mierda, estoy deseando verlo. Soy demasiado
joven para él. Y no me
fiaría de él por nada del mundo. Con ese físico, esa
confianza en sí mismo y
ese talento en el ámbito del placer, es un peligro
para un corazón roto.
Necesito un hombre en el que confiar, alguien que
me cuide y que beba los
vientos por mí. Me río para mis adentros. Mis
expectativas son
demasiado altas, pero después de mis dos últimas
relaciones pienso ceñirme
a ese plan. Si Tom quiere verme, tendrá que ser
bajo mis condiciones. No
debe saber que estoy desesperada.
—No puede ser —digo con
desdén—. Estoy muy ocupada. —
¡Haciendo nada! Joder,
necesito verlo.
—¿Haciendo qué? —pregunta
estupefacto.
¿Por qué no iba a estar
ocupada? Tengo una vida.
—Muchas cosas.
—¿Te estás tocando el
pelo por casualidad? —Su voz suena
socarrona.
Me quedo inmóvil, con el
pelo entre los dedos. ¿Cómo lo ha sabido?
—Te llamaré mañana —le
informo. ¿Voy a hacerlo?
Justo cuando estoy a
punto de colgar, oigo esa voz desagradable que
tanto detesto. ¿Qué coño
está haciendo ella ahí? Me molesta lo incómoda
que me hace sentir.
Aunque debería darme igual.
—_______, espera un
momento. —Debe de haber tapado el teléfono,
porque ahora las voces
suenan amortiguadas, pero no hay duda de que era
ella. Me cabreo, lo cual
es totalmente ridículo—. Sarah, dame un minuto,
¿quieres? —Parece algo
enfadado—. ______, ¿sigues ahí?
Debería colgar.
—Sí. —¡Seré idiota!
—Vas a llamarme mañana
—dice. Y es una afirmación, no una
pregunta.
—Sí. —Cuelgo rápidamente.
No era así como quería
que acabase la conversación. Prácticamente
me ha ordenado que le
llame, y yo he accedido. Eso no es llevar las
riendas.
Me levanto enfurruñada de
la cama y me meto en la ducha. Total,
¿qué voy a hacer hoy?
Kate no está y la casa está impecable, como
siempre. Tengo que
buscarme algo que hacer para aplacar los celos
irracionales que me han entrado.
CAPÍTULO
14.-
—¡Coño! —Kate está en la
puerta de mi cuarto, con la boca y los ojos
abiertos de par en par—.
¿Qué ha pasado aquí?
Me meto la camisa negra
por dentro de los piratas y me sorprende ver
lo fácil que es encontrar
mis tacones de ante negro y el cinturón dorado.
Hoy estoy siendo muy
ordenada.
—¿Qué tal tu abuela?
—pregunto mientras me paso el cinturón por las
trabillas del pantalón.
—Sigue senil. ¿Qué has
hecho mientras no estaba? —pregunta al
tiempo que ahueca una
almohada de mi cama.
Yo señalo el cuarto con
cara de «¿tú qué crees?», y omito el hecho de
que Matt me ha llamado y
yo he accedido a ir a comer con él. Ah, y
también me reservo que
Tom me llamó ayer y pasé de mal humor la
mayor parte del día. ¡Qué
tontería!
—¿A qué hora volviste?
—pregunto. Me cansé de esperar y me bebí la
mitad del vino reservada
para ella después de llamarla y de que me dijera
que estaba en un atasco
en la intersección diecinueve de la M1.
—A las diez. Los
trabajadores que volvían a la ciudad tenían todas las
carreteras
congestionadas. La próxima vez iré en tren. ¿Puedes quedar
después de trabajar?
—Claro, ¿para qué?
—Tengo que entregar una
tarta y necesito ayuda —dice.
—Vale. Recógeme en la
oficina a las seis.
Cojo mi bolso negro del
armario recién ordenado y empiezo a guardar
en él las cosas del bolso
que llevaba la semana pasada.
—Muy bien. ¿Has sabido
algo del dios?
Levanto de inmediato la
cabeza y veo que Kate está sonriendo de
oreja a oreja. mientras,
dobla la manta de mi cama. La miro con recelo y
me acerco al espejo para
ponerme el brillo de labios.
—¿Te refieres al señor?
Me llamó ayer —revelo como si tal cosa y, al
juntar los labios para
extender bien el brillo, veo su reflejo en el espejo.
Sigue sonriendo con
sorna—. ¿Qué? —pregunto a la defensiva.
—¿Ya hemos determinado su
edad?
Me echo a reír.
—No. No paro de
preguntarle y él no para de mentirme. Está claro que
le supone un problema.
—Bueno, el pobre está con
una mozuela de veintiséis y todavía debe
de estar dando gracias
por la suerte que ha tenido. Tendrá treinta y cinco,
como mucho.
—No está conmigo. Es sólo
sexo —la corrijo con voz poco
convincente. Cojo mi
bolso y dejo a Kate alisando la cama. Me dirijo a la
cocina, me sirvo un zumo
y desconecto el móvil del cargador.
Kate llega a la cocina
cuando me estoy tomando la píldora. Enciende
la hervidora de agua.
—No hay nada mejor que un
buen polvo con un adonis para superar
una relación. Es tu polvo
de recuperación.
Suelto una carcajada. Sí,
eso es justo lo que es. Aunque tampoco es
que necesitase distracción
alguna para superar lo de Matt. Eso fue bastante
fácil.
—Exacto —coincido—. Te
veo después del trabajo.
Ella se apoya sobre la
barandilla y yo bajo la escalera.
—¡A las seis en punto!
Es una mañana de lunes
como otra cualquiera, pero lo raro es que hoy
ha venido todo el mundo.
Al menos uno de nosotros está siempre fuera de
la oficina, visitando a
algún cliente o algún emplazamiento en el que
estemos trabajando. Estoy
en la cocina con Patrick, poniéndolo al día sobre
los avances en la nueva
casa de la señora Kent.
—¿Le has preguntado
alguna vez si quiere cambiar de estilo? Puede
que sea eso lo que haga
que no sienta la casa como su hogar. Puede que le
ahorres una fortuna al
señor Kent —ríe Patrick—. Aunque yo no me quejo,
claro. Por mí puede
mudarse todos los años que le queden de vida siempre
y cuando siga
contratándote a ti para que le apañes la casa.
Frunzo el ceño.
—¿Para que se la apañe?
Hago mucho más que eso, Patrick. No sé.
Insiste en que lo quiere
todo moderno, pero no estoy segura de si es lo que
encaja con ella. Creo que
se aburre. Eso, o que le encanta estar rodeada de
obreros —digo al tiempo
que enarco las cejas y me echo a reír.
—Ah, pues puede ser
—bromea también él—. Esa pájara tiene unos
setenta años. Quizá
debería buscarse un amante joven. El señor Kent tiene
muchas jovencitas
distribuidas por todo el mundo. Y lo sé de una fuente
muy fiable. —Me guiña un
ojo y yo le sonrío con cariño.
Sé que Patrick se refiere
a su mujer, Irene. Se entera de todo lo que
pasa. Ella misma se
considera una entrometida, sabelotodo y cotilla. Si hay
algo que no sepa, es que
no tiene interés. No sé cómo Patrick la aguanta.
Debe de ser agotador
tener que escucharla a diario. Por suerte, sólo se deja
caer por la oficina una
vez a la semana, antes de ir a la peluquería. Asentir
sin parar durante la
media hora que se pasa poniéndonos al día sobre su
ajetreada vida social —y
la de los demás— es soportable. Yo hago todo lo
posible por quedar con
mis clientes los miércoles sobre las doce, que es
cuando sé que Irene va a
venir. Patrick es simpático y agradable; lo adoro.
Irene es horrible. Me da
pavor.
—¿Cómo está Irene?
—pregunto por cortesía. La verdad es que me da
igual. Él levanta las
manos con desesperación.
—Me saca de quicio. Esa
mujer tiene la misma capacidad de
concentración que un niño
de dos años. Estaba obsesionada con el bridge, y
ahora me dice que se ha
apuntado a bailar kumba o no se qué. No consigo
seguirle el ritmo.
—¿Quieres decir zumba?
—Eso. —Me señala con su
barrita de chocolate digestiva—. Parece
que está muy de moda.
Yo me echo a reír al
imaginarme a Irene ataviada con unas mallas de
leopardo y saltando con
su generoso trasero arriba y abajo.
—Ah, Van Der Haus quiere
verte el miércoles —me informa Patrick
guiñándome el ojo—. Te
quieren a ti, flor.
—¿En serio?
Él se echa a reír.
—Eres demasiado modesta,
mi niña. He comprobado tu agenda y te lo
he apuntado a las doce y
media. Se hospeda en el Royal Park. ¿Te parece
bien?
—Claro. —No necesito
comprobar si tengo un hueco porque Patrick
ya se ha tomado la
libertad de hacerlo por mí. Y si además evito tener que
soportar las novedades de
Irene de esta semana, mejor que mejor. Bajo el
culo de la encimera de la
cocina y me dirijo a mi mesa—. Voy a terminar
unos bocetos y a mandar
correos electrónicos a unos cuantos contratistas.
Su móvil empieza a sonar.
—¿Qué querrá ahora? —lo
oigo farfullar.
Justo cuando me dispongo
a ir al indio a por algo de comer, Ken
aparece en mi mesa.
—¡Entrega para ______!
—me grita, y deja una caja sobre el escritorio.
¿Qué es esto? No espero
ningún catálogo.
—Gracias, Ken. ¿Qué tal
fue el viernes?
Lanza un grito y sonríe.
—He conocido a un
científico. Pero ¡madre mía!, es divino.
«¡No tan divino como el
mío!» Me reprendo para mis adentros por
tener esos pensamientos.
¿A qué ha venido eso?
—Entonces ¿fue bien?
—insisto.
—Sí. Cuéntame, quién era
ese hombre. —Pone las manos sobre mi
mesa y se inclina hacia
mí.
—¿Qué hombre? —repongo
demasiado de prisa. Retrocedo con la
silla para poner algo de
distancia entre la presencia interrogadora de mi
amigo gay y cotilla y yo.
—Tu reacción lo dice
todo. —Me mira con los ojos entrecerrados y yo
me pongo como un tomate.
—Sólo es un cliente
—digo, y me encojo de hombros.
La mirada inquisidora de
Ken se desvía hacia mis dedos, que
juguetean con un mechón de
mi pelo. Lo suelto y agarro rápidamente un
boli. Tengo que mejorar
mi capacidad para mentir. Se me da fatal. Se pasa
la lengua por el interior
de la mejilla, se pone de pie y se marcha de mi
mesa. Pero ¿qué me pasa?
¡Sí! Me he tirado a un atractivo madurito de
treinta y tantos. ¿O son
cuarenta y tantos? Es mi polvo de recuperación.
Abro la caja y me
encuentro una única cala encima de un libro envuelto en
papel de seda.
Giuseppe Cavalli. 1936-1961
¡Vaya! Lo abro y veo una
nota.
_______:
ERES
COMO UN LIBRO QUE NO PUEDO DEJAR DE LEER. NECESITO SABER MÁS.
UN
BESO, T.
«¡Joder!» ¿Qué más quiere
saber? No hay nada que saber. No soy más
que una chica corriente
de veintitantos años. Él sí que debería empezar a
decirme algunas cosas,
como su edad, por ejemplo. ¿Es normal enviarle
regalos a la persona que
te estás tirando? Tal vez para los maduritos sí lo
sea. Ahora mismo no tengo
tiempo de pensar en esto. Tengo un montón de
correos electrónicos que
responder, tengo que acudir a recibir unas
entregas de muebles. Meto
el libro en el bolso, guardo la cala en el primer
cajón de mi mesa y me
marcho al indio a por algo de comer antes de
continuar.
A las seis en punto, Margo
llega
traqueteando y se detiene delante de
la acera para recogerme.
Me peleo con el tirador oxidado de la puerta y me
encaramo al asiento tras
apartar una docena de revistas de tartas y tirar al
suelo unos vasos vacíos
de Starbucks.
—Necesitas una furgoneta
nueva —gruño.
Teniendo en cuenta lo
ordenada que es Kate en casa, Margo está
hecha un asco.
—Chis, vas a herir sus
sentimientos —dice riendo—. ¿Qué tal el día?
—me pregunta con cautela.
Tengo los hombros
totalmente caídos. No he conseguido hacer nada
en el trabajo. Me he
pasado todo el día pensando en cierta criatura
maravillosa de edad
desconocida. Saco el libro y la nota del bolso y se los
paso. Ella los coge y una
expresión de incertidumbre baña sus bonitas y
pálidas facciones cuando
abre la tapa y la nota cae sobre su regazo. La
recoge, lee lo que dice y
me mira con la boca abierta.
—Lo sé —digo en consonancia
con su cara de asombro.
Vuelve a leer la nota y
cierra la boca hasta que su gesto se transforma
en una sonrisa.
—¡Vaya! El señor nos ha
salido profundo.
Me devuelve el libro y se
adentra en el tráfico.
—Eso parece. —Mi mente se
traslada a nuestras conversaciones
íntimas, pero me obligo a
dejar de pensar en ello de inmediato.
—¿Hasta qué punto es
bueno en la cama? —pregunta Kate como si tal
cosa, sin apartar la
vista de la carretera.
Me vuelvo hacia ella de
inmediato, pero no me devuelve la mirada.
—Más de lo que puedas
imaginar —respondo. ¡El mejor, fantástico,
alucinante! ¡No pararía
de hacerlo con él jamás!
—¿Va a convertirse en una
relación de despecho?
Suspiro.
—Sí, creo que sí. Y no
sólo por el sexo.
Estira el brazo, me
aprieta la rodilla y sonríe con condescendencia.
Entiende perfectamente
por lo que estoy pasando.
Aminoramos la marcha en
la entrada de una calle residencial y Kate
detiene la furgoneta.
—Vale, vete atrás
—ordena.
—¿Qué?
—¡Vete atrás, _______—repite
la orden dándome palmaditas en la
pierna.
—¿Para qué? —Sé que estoy
frunciendo el ceño. ¿Para qué narices
quiere que me vaya a la
parte de atrás?
Kate señala la calle y
entonces lo entiendo todo. La miro con los ojos
abiertos de par en par.
Al menos tiene la
decencia de parecer algo arrepentida.
—La he protegido,
acolchado y sujetado, pero esta calle es una puta
pesadilla. Me ha llevado
dos semanas hacer esta tarta. Si le pasa algo,
estoy jodida.
Desvío mi expresión
boquiabierta de Kate y miro la vía de tres
carriles con coches
aparcados a ambos lados. Sólo el del medio permite
que circule el tráfico.
Pero no es eso lo que me preocupa, sino los horribles
badenes de caucho negro
que hay cada veinte metros. Madre mía, voy a dar
más vueltas que un
penique en una secadora.
—¿No podemos llevarla en
brazos? —pregunto con desesperación.
—Tiene cinco pisos y pesa
una tonelada. Tú sujeta la caja. Todo irá
bien.
Resoplo y me desabrocho
el cinturón.
—No puedo creerme que me
estés haciendo esto —protesto mientras
paso a la parte trasera
de la furgoneta para sujetar la enorme caja de la tarta
entre los brazos—. ¿No
podías montarla allí?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no. ¡Tú sujeta la
puta tarta! —grita con impaciencia.
Me agarro a la caja con
más fuerza, separo las piernas para mantener
el equilibrio y apoyo la mejilla
contra ella. Estamos en la entrada de la
calle con el motor en
marcha y parece que nos hayan sacado de una escena
cómica.
—¿Lista? —pregunta.
Oigo que mete la primera
marcha con un fuerte tirón.
—Venga, arranca de una
vez, ¿quieres? —le espeto. Ella sonríe y el
vehículo empieza a
traquetear hacia adelante. Detrás, un coche empieza a
hacer sonar el claxon con
impaciencia.
—¡Vete a la mierda,
gilipollas! —grita Kate al tiempo que nos
topamos con el primer
badén.
Mis pies dejan de tocar
el suelo y aplasto la cara contra la caja.
Cuando vuelvo a bajar, se
me resbalan los tacones.
—¡Kate! —chillo, y
aterrizo sobre mi trasero.
—¡No sueltes la caja!
Vuelvo a ponerme de pie a
duras penas sin soltar la tarta, pero
entonces las ruedas
traseras rebotan al subir el montículo.
—¡Más despacio!
—¡No puedo! ¡Si no, no
los sube! —exclama, y llega a otro badén.
—¡Joder! —Vuelvo a salir
volando por los aires y aterrizo con un
fuerte golpe seco—.
¡Kate!
Se está partiendo de
risa, lo que no hace sino cabrearme todavía más.
—¡Lo siento! —grita.
—¡Mentirosa! —digo entre
dientes cuando vuelvo a levantarme.
Me quito los tacones para
intentar tener más equilibrio.
—Mierda.
Me aparto el pelo de la
cara.
—¿Qué pasa?
—¡No pienso dar marcha
atrás, caballero! —sisea.
Un Jaguar viene hacia
nosotras y, con sólo una vía disponible y sin
sitio para parar, no hay
nada que hacer. Una orquesta de fuertes pitidos
empieza a sonar a nuestro
alrededor. Kate continúa hacia adelante, y yo
sigo dando vueltas en la
parte trasera de Margo.
—Te voy a embestir —le
advierte al del Jaguar mientras aprieta el
claxon varias veces—.
¿Qué tal la tarta?
—¡Bien! ¡No dejes que nos
gane! —grito, y vuelvo a aterrizar sobre
mi trasero—. ¡Mierda!
—¡Aguanta! ¡Sólo quedan
dos!
—¡Nooo!
Tras dos sacudidas más y,
probablemente dos moratones más en el
culo, aparcamos en doble
fila y descargamos la estúpida tarta de cinco
pisos. El del Jaguar no
para de pitar, de insultarnos y de hacernos gestos
con la mano, pero no le
hacemos ni caso. Aún descalza, ayudo a Kate a
trasladar la tarta hasta
la inmensa cocina de la señora Link, que va a
celebrar el decimoquinto
cumpleaños de su hija por todo lo alto. Dejo a
Kate a su aire y regreso
a la furgoneta para esperarla. Hago como que no
oigo los persistentes
pitidos de los coches y busco los zapatos en la parte
trasera. Podrían estar en
cualquier parte.
Noel Gallagher invade mis
tímpanos con Sunday Morning Call desde
el asiento del copiloto y
mi corazón, que ya está agitado por el reciente
esfuerzo, empieza a
martillearme con fuerza el pecho. Abandono la
búsqueda de los tacones y
gateo hasta la parte delantera para responder a la
llamada. Decido ignorar
los motivos por los que tengo tantas ganas de
hablar con él.
—Hola —jadeo, y salgo de Margo
y
me desplomo contra un lateral
del vehículo. ¡Estoy
exhausta!
—Vale, esta vez no he
sido yo quien te ha dejado cansada, así que ¿te
importaría decirme quién
te tiene jadeando como si no hubieses parado de
follar en una semana?
—Sonrío. Su voz me causa mucha alegría después
del desastre de los últimos
veinte minutos—. ¿Qué son todos esos pitidos?
—pregunta.
—He venido con Kate a
entregar una tarta y estamos bloqueando la
carretera —explico, pero
me distrae un hombre de negocios rechoncho,
medio calvo y de mediana
edad que se acerca con cara de pocos amigos.
—¡Aparta la furgoneta,
pedazo de imbécil! —brama mientras hace
aspavientos con los
brazos.
«Mierda. ¡Kate, date
prisa!»
—¿Quién coño es ése?
—grita Tom desde el otro lado de la línea.
—Nadie —contesto.
El gordo pelón da una
patada a la rueda de Margo.
—¡Apártate, zorra!
Maldita sea, es un hombre
de mediana edad con alopecia y está muy
cabreado.
Tom gruñe.
—Dime que no ha dicho lo
que acabo de oír. —Su voz se ha tornado
agresiva.
—Tranquilo. Kate ya viene
de camino —miento rápidamente.
—¿Dónde estás?
—No lo sé, en alguna
parte de Belgravia. —La verdad es que no me
he fijado mucho. Estaba
demasiado ocupada rodando por Margo como
para
fijarme en los nombres de
las calles.
El gordo calvo me empuja.
—¿Estás sorda, zorra
estúpida?
Mierda, va a atizarme.
Tom hiperventila al otro lado del teléfono y,
de repente, desaparece.
Miro la pantalla y veo que ha finalizado la llamada.
Levanto la vista y miro
hacia los escalones que llevan a casa de la señora
Link, pero la puerta está
totalmente cerrada. Don Calvorota me empuja
dentro de la furgoneta.
—Por favor, deme cinco
minutos —le ruego al capullo iracundo. Si
Kate estuviera aquí, ya
habría mordido el suelo.
—¡Mueve esta puta
chatarra, gilipollas! —me ruge en la cara. Yo
retrocedo.
Corro hasta la acera,
pisando todas las piedrecitas sueltas que hay por
el camino, y subo la
escalera hasta la entrada principal de la señora Link.
—¡Kate! —llamo con
urgencia, y me vuelvo y sonrío dulcemente al
calvorota agresivo. El
hombre me espeta otro aluvión de improperios. Está
claro que necesita unas
sesiones de control de la ira—. ¡Kate! —vuelvo a
gritar mientras aporreo
la puerta de nuevo. Los cláxones no paran de sonar,
y tengo al hombre más
enfadado con el que me haya topado jamás
insultándome sin parar.
¡Me duele el culo y las putas piedras me están
apuñalando los pies!—.
¡¡¡KATE!!! —Vale, ahora también me duele la
garganta.
Entonces me paro a
pensar. ¿Ha dejado las llaves en la furgoneta?
Bajo los escalones y
regreso para comprobar el contacto; rodeo la
furgoneta por detrás para
esquivar al calvo.
Pero parece ser que no
está dispuesto a dejar que me libre de él, así
que choco contra su
cuerpo gordo y sudoroso cuando llego a la puerta del
conductor.
—¡Ay! —grito, y me
alcanza una bocanada de rancio olor corporal.
Me agarra del brazo y me
aprieta con fuerza.
—Como no muevas este puto
trasto ahora mismo voy a darte hasta
hartarme.
Me apoyo contra la
furgoneta y él sigue apretando hasta que me duele
tanto que siento ganas de
llorar. ¡Es un puto psicópata! Va a darme una
paliza en una preciosa
calle arbolada del pijo barrio de Belgravia; saldré en
todos los informativos
matinales de mañana. No pienso volver a hablar a
Kate en la vida. Los ojos
se me llenan de lágrimas de terror y sigo pegada a
la puerta de Margo
sin
saber qué hacer. Es un tipo muy agresivo, seguro
que maltrata a su mujer.
—¡Quítale las manos de
encima!
El rugido que inunda el
aire bloquea el sonido del tráfico de Londres y
los pitidos de los coches. También hace que se me doblen las
rodillas de
alivio. Me vuelvo hacia la voz más oportuna que jamás hubiera
esperado
oír y veo a Tom corriendo por la carretera vestido con un
traje y con cara
de asesino.
«¡Gracias a Dios!» No sé de dónde ha salido, y lo cierto es
que me da
igual. Siento un alivio tremendo. Nunca me había alegrado
tanto de ver a
nadie en mi vida, y el hecho de que sea un hombre al que
conozco desde
hace apenas una semana debería significar algo para mí.
La cabeza gorda y espantosa de don Calvorota se vuelve hacia
Tom y
una expresión de pánico profundo se apodera al instante de sus
sudorosas
facciones. Ha dejado de apretar. Me suelta, se aparta de Margo
y empieza a
evaluar la montaña alta y musculosa que avanza como un rayo
hacia
nosotros. Su feo rostro delata su intención de salir pitando,
pero no lo
consigue. Tom lo golpea antes de que logre mover sus cortas
piernas y lo
hace salir volando por los aires hasta que aterriza contra el
asfalto.
¡Madre mía! Me equivocaba. El calvorota no es el hombre más
agresivo que haya visto en la vida. Tom le propina un puñetazo
en la cara
y a continuación le da una patada en el estómago. El hombre
lanza un grito.
—Levanta ese culo gordo del suelo y discúlpate. —Lo alza de la
carretera y lo planta delante de mí—. ¡Discúlpate! —ruge.
Miro al calvo, que no para de resollar. Tiene la nariz rota y
la sangre
le gotea sobre el traje. Sentiría pena por él si no supiera
que es un capullo
asqueroso. ¿Qué clase de hombre trata así a una mujer?
—Lo... lo siento —tartamudea totalmente aturdido.
Tom lo sacude sin dejar de agarrarlo de la chaqueta.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te arrancaré la cabeza
—
le advierte con voz amenazadora—. Y ahora, lárgate.
Suelta con violencia al hombre magullado, me agarra y me
estrecha
contra su pecho.
Yo me desmorono y empiezo a temblar y a llorar sobre el
costoso
traje de Tom, que me cobija en su torso firme y cálido.
—Debería haber matado a ese cabrón —gruñe—. Oye, deja de
llorar o
me cabrearé.
Me acaricia la cabeza con la palma de la mano y suspira sobre
mi
cabello.
—¿De dónde has salido? —musito contra su pecho. No me importa,
me alegra inmensamente que esté aquí.
—Estaba por aquí, y no era muy difícil encontrarte con todo
este
jaleo. ¿Y Kate?
Eso, ¿y Kate? Se ha desatado el caos y ella sigue sin
aparecer. ¡Voy a
matarla! Cuando me haya recompuesto en brazos de Tom, voy a
matarla.
—Huy, ¿qué pasa aquí?
Saco la cabeza de mi escondite y veo a Kate delante de Margo,
totalmente desconcertada.
—Creo que será mejor que muevas la furgoneta, Kate —le
aconseja
Tom con diplomacia. Ni siquiera ha derramado una gota de
sudor.
—Ah, vale —responde, ajena por completo a la situación.
Tom se aparta y me observa de arriba abajo.
—¿Y tus zapatos? —pregunta con el ceño fruncido. Los ojos se
le
vuelven a ensombrecer de ira al pensar que los he perdido en
la reyerta con
el calvorota.
—Están dentro de Margo —digo, y me sorbo los mocos—. En la
furgoneta —explico al ver que no sabe a qué me refiero.
Me coge en brazos, me lleva hasta la acera y me deja junto a
la pared
de la casa de la señora Link.
—Ni siquiera voy a preguntarte cómo han llegado hasta ahí.
—¡Yo los cojo! —grita Kate. Más le vale. Viene corriendo con
los
tacones en la mano—. ¿Qué ha pasado?
—¿Dónde estabas? —le pregunto secamente.
Pone los ojos en blanco.
—Me ha obligado a subir a ver el vestido para la fiesta. Era
demasiado pequeño, ha sido horrible. Han tardado diez minutos
en
embutirla en él. —Se detiene y mira a Tom, que ha ido a coger
mi bolso
del asiento delantero de Margo—. ¿Qué ha pasado? —pregunta
susurrando
—. Parece furioso.
—El del Jaguar me ha agredido —contesto. Me sacudo la gravilla
de
las doloridas suelas de los pies y me pongo los tacones—.
Estaba hablando
con Tom justo cuando ha empezado todo. No sé de dónde ha
salido.
—_______, lo siento mucho. —Se apoya contra la pared y me
rodea con el
brazo—. Menos mal que estaba por aquí el señor, ¿eh? —Advierto
el
tonillo de insinuación de su voz.
—Kate, mueve la furgoneta antes de que estalle una guerra.
—Tom se
acerca con mi bolso y yo me incorporo. Me duelen mucho las
plantas, así
que vuelvo a sentarme. Hago una mueca de dolor. Vaya, el culo
también
me duele. Tom pone mala cara al ver mis gestos—. ______ se
viene conmigo
—dice observando cómo muevo mi dolorido trasero.
—¿Ah, sí? —pregunto.
Enarca las cejas.
—Sí —responde con un tono que no da pie a objeciones.
—Tranquilo, puedo irme con Kate —sugiero de todos modos.
Probablemente ya haya interrumpido con mi escenita vespertina
lo que
fuera que estuviera haciendo.
—No, te vienes conmigo. —Subraya cada una de las palabras y
sus
labios forman una línea recta.
Vale. No voy a discutir por esto.
Kate nos mira como si estuviera viendo un partido de tenis y
finalmente se levanta.
—Te veo en casa. —Me da un beso en la sien y otro bien grande
a
Tom en la mejilla. A él se le salen los ojos de las órbitas, y
yo me quedo
boquiabierta.
¿A qué ha venido eso? Se aleja hacia Margo, sin ninguna prisa,
se
vuelve, sonríe y me guiña un ojo. Le lanzo una mirada de
advertencia que
ignora por completo.
Me vuelvo hacia la bestia alta y atractiva que tengo delante
de mí —
con un aspecto de lo más apetecible con un traje gris y una
camisa blanca
inmaculada— y veo que me está mirando con los ojos cafeces
entornados.
—¿Qué te duele? —pregunta.
Me levanto y hago otra mueca cuando mis pies acusan el peso de
mi
cuerpo.
—El culo —digo mientras me froto el maltratado trasero y
estiro la
mano para cogerle el bolso—. Estaba sujetándole la tarta a
Kate en la parte
de atrás de la furgoneta.
—¿No llevabas puesto el cinturón?
—No, no hay cinturones en las partes traseras de las
furgonetas, Tom.
Él sacude la cabeza, me levanta, me acuna entre sus fuertes
brazos y
echa a andar por la calle. Yo exhalo con intensidad y le dejo
hacer lo que
quiera. Apoyo la cabeza contra su hombro y le rodeo el cuello
con los
brazos. —No me has llamado. Te dije que me llamaras —me
reprende con un
gruñido.
Suspiro con resignación.
—Lo siento.
—Yo también —dice suavemente.
—¿El qué?
—No haber llegado antes.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Bueno, si me hubieras llamado, habría sabido que ibas a hacer
una
tontería y te lo habría prohibido. La próxima vez, haz lo que
se te manda.
Frunzo el ceño apoyada en su hombro y él me mira como si se
hubiese
percatado de mi reacción ante su regañina. Sonríe y me
acaricia la frente
con los labios. Cierro los ojos. Es innegable. No cabe duda de
que hay algo
entre nosotros. Y está haciendo que me replantee la idea de
seguir soltera.
Cuando llegamos al final de la calle, alzo la vista y veo el
Aston
Martin de Tom abandonado en un punto desde el que está claro
que no
podía avanzar a causa del atasco. Unos cuantos peatones
revolotean a su
alrededor admirando el vehículo. Me deja en el asiento del
copiloto y
cierra la puerta. Pasa por delante del coche, se sienta tras
el volante,
arranca y deja atrás todo el caos. Yo me acomodo y admiro su
perfil
mientras él sortea el tráfico. Lo ha dejado todo para venir
corriendo a
rescatarme. Mentiría si dijera que no agradezco lo que ha
hecho.
Me mira y me pone una mano en la rodilla.
—¿Estás bien, nena?
Sonrío. Siento que cada minuto que paso con él me muero por
sus
huesos un poco más. Y no sé si eso es bueno o malo. Maldito
seas, Tom Kaulitz, de edad desconocida.
Detiene el coche delante de casa de Kate. No me sorprende ver
que
Margo no ha llegado todavía. Este tío conduce como un loco.
Salgo del
coche y no tarda en cogerme en brazos y llevarme por el camino
hasta la
entrada.
—Puedo andar —protesto, pero hace como que no me oye.
Al llegar a la puerta, me coge las llaves de la mano, abre y
la cierra de
una patada una vez que entramos. Empiezo a revolverme y me
deja en el
suelo, me rodea la cintura con una mano y me atrae hacia él.
Me levanta hasta que mis pies dejan de tocar el suelo y mis
labios
alcanzan los suyos. Suspiro, le rodeo el cuello con los brazos
y dejo que su
lengua entre en mi boca lenta y suavemente. La llevo clara si
creo que
puedo resistirme a él. Pero bien clara.
—Gracias por el libro —le digo pegada a su boca.
Se aparta, me mira y sus ojos marrones brillan de júbilo.
—De nada —responde, y me da un beso casto en los labios.
—Gracias por salvarme.
Entonces esboza esa sonrisa descarada y arrogante.
—Cuando quieras, nena.
La puerta de casa se abre de repente y Kate irrumpe con una
prisa
exagerada; nos pilla abrazados.
—Perdón —se disculpa, y sube corriendo al piso por la
escalera.
Tom se ríe y mueve las caderas contra mí, lo cual despierta un
delicioso ardor en mi vientre. Mi respiración se intensifica
cuando apoya
su frente contra la mía. Libera un largo suspiro y su aliento
fresco me
invade la nariz.
—Si estuviéramos solos, te pondría ahora mismo contra esa
pared y te
follaría viva. —Vuelve a adelantar la cadera. El ardor
desciende hasta mi
sexo y me obliga a gemir. Maldigo mentalmente a Kate.
—Podemos hacerlo en silencio —susurro—. Te dejo que me
amordaces.
Él sonríe con malicia.
—Créeme, ibas a gritar tanto que ninguna mordaza lo ocultaría.
—Me
estremezco físicamente al pensarlo—. Mañana —dice con
firmeza—.
Quiero solicitar una cita.
¿Qué? ¿Una cita para follarme? Esto... ¡no hace ninguna falta
solicitar
cita!
Se echa a reír. Debe de haber notado mi confusión.
—Quiero que vuelvas a La Mansión para darte la información que
necesitas para empezar a trabajar en serio en algunos diseños.
Abro la boca y él se inclina, me mete la lengua dentro y me
ataca con
vehemencia. Dejo que me haga lo que quiera, y me tiemblan las
rodillas
cuando menea de nuevo esas benditas caderas.
Se aparta jadeante, con los ojos cerrados con fuerza.
—No pido cita para follar contigo, ______. Eso lo haré cuando
me
plazca.
«Ah, vale.»
Da la sensación de que hace acopio de todas sus fuerzas antes
de
soltarme y dejarme donde estoy. Me siento abandonada y débil.
Aparta su
mirada sombría de la mía y la dirige hacia la escalera. Sé que
él también
está maldiciendo a Kate por estar en casa. No puedo creer que
acabe de
tentarme con esos movimientos deliciosos para luego dejarme
así. He
pasado de hacerme la dura a suplicar mentalmente.
—En La Mansión, a las doce —exige, y me acaricia la mejilla
con el
dedo. Yo asiento—. Buena chica.
Sonríe, me posa los labios en la frente, da media vuelta y se
marcha.
Yo me quedo ahí plantada contra la pared, tratando de recobrar
el
aliento.
—¿Se ha ido ya el señor?
Alzo la mirada y veo a Kate apoyada en la barandilla y
moviendo una
botella de vino. Sí, por favor. Es justo lo que necesito.
Oo pero que estupido ese gordoo , menosmal que tom llego pronto u.u. me encantaaa sube pronto esta buenisima, bye cuidate
ResponderBorrarYo creo que es más obsesión. .. Jajajajajajajaja
ResponderBorrarSigueeee
Tom es su salvador!!
ResponderBorrarSiguelaa Virgii ;)
:O:O Tom la salvooo que bueno de verdad, bueh para mi es obsesión pero también pienso que esta llegando a sentir algo fuerte por ella, me encanto virgi espero los próximos caps!!!
ResponderBorrar*.*
ResponderBorrarSube pronto : )