CAPITULO 19.-
Salgo de la pista de
baile con la mano de Tom apoyada en la cadera. Va
apartando a la gente con
el otro brazo y me guía entre la multitud. Me lleva
hasta una mesa alta, pero
se han llevado los taburetes.
—Espera aquí. —Me deja
junto a la mesa, me pone una mano en la
nuca, tira de mí y me
planta un beso en la frente—. No te vayas.
Dejo el bolso sobre la
mesa y veo que desaparece entre la multitud.
No tengo mucho tiempo
para aclararme las ideas, lo cual, seguramente, sea
algo positivo, porque no
sé qué pensar. Kate y los demás aparecen entre la
gente, riendo y sudando,
con Georg y Gustav detrás. Georg ve que estoy sola.
—¿Y Tom?
Enarco las cejas.
—No lo sé —respondo, y
señalo en la dirección por la que se ha
marchado justo cuando
reaparece entre la masa con un taburete sobre la
cabeza.
Lo deja en el suelo.
—Siéntate —me ordena, y
me levanta y me coloca sobre el asiento.
Es un alivio, los pies me
están matando—. ¿Pido algo? —pregunta. Todo el
mundo asiente y le dice
lo que quiere tomar; parece estresarse un poco
cuando se inclina para
escuchar los pedidos.
Georg se ofrece a
ayudarlo.
—Yo te echo una mano.
—Sí, yo también. —Gustav
sigue a Tom y a Georg hasta la barra y me
dejan sola con las
miradas inquisidoras de mis amigos.
—¿Qué? —pregunto como si
no lo supiera. De repente el vino se me
sube a la cabeza.
Kate me mira con una ceja
bien enarcada y se cruza de brazos. Que se
vaya a la mierda. Si él
está aquí es por su culpa.
—Te veo muy cómoda
—espeta.
Ken se pasa la mano por
las exageradas solapas de su camisa de color
coral.
—¿Cómoda? Madre mía,
nena. ¡Después de lo que acabo de ver te
espera una larga noche de
sexo apasionado, querida! —Levanta las dos
manos y Kate y Victoria
responden chocándole una cada una al unísono.
Lanzo una mirada asesina
a Kate.
—Ya hablaremos tú y yo
—la amenazo.
Ella inspira
profundamente.
—Vaya, qué agresiva. Me
gusta todo lo que este tío saca de ti.
Sí, ya ha dejado bien
claro que le gusta este hombre, y quiero saber a
qué han venido los
cuchicheos de antes.
—¿Habéis visto cómo
bailaba? —interviene Victoria.
—No lo hace mal —dice Ken
con un mohín. Ay, Dios mío, alguien le
ha robado el protagonismo
en la pista de baile. Es posible que Tom se haya
ganado un enemigo de por
vida.
—A ti también se te ve
muy cómoda. —Se la devuelvo a Kate, y
señalo con la cabeza a
Georg, que regresa entre la gente con tres bebidas en
las manos.
—Sólo me estoy
divirtiendo. —Se encoge de hombros.
Joder, eso espero. ¿Debo
contarle lo del Starbucks?
—¿Y tú? —digo mirando a
Victoria.
Ella me mira estupefacta.
—¿Yo qué?
—Sí, se te veía muy a
gusto con Gustav.
Ken levanta las manos
exasperado.
—¡Esto es muy injusto!
Quiero ir al Route Sixty. —Se vuelve hacia
Victoria—. ¡Querida, por
favor!
—¡No! —exclama ella, y no
me extraña. Para una vez que es Victoria
y no Ken quien liga y
quien posiblemente acabe teniendo algo de acción...
Georg deja las bebidas
sobre la mesa y Gustav hace lo propio, rozando
sospechosamente a
Victoria con el cuerpo. Ella se echa a reír y se atusa el
pelo. Necesita deshacerse
de ese bronceado artificial.
Georg sonríe.
—Vino para Kate. —Hace
una reverencia cuando le entrega la copa—.
Vodka para Victoria y...
No tengo ni idea de qué es esto, pero es una
mariconada, así que debe
de ser para ti —bromea, y le pasa a Ken la piña
colada al tiempo que le
guiña un ojo.
Ken se pone como un
tomate y le hace un gesto a Georg con la muñeca
floja. No me lo puedo
creer. Es la primera vez que veo a Ken mostrar
timidez. Vaya, no puedo
dejar pasar esta oportunidad.
—¡Ken, tu cara hace juego
con la camisa! —suelto, y empiezo a
partirme de risa.
Todo el mundo se vuelve
para mirarlo, lo que no hace sino intensificar
su rubor y, por tanto, su
humillación. Estallan las risas. Ken resopla unas
cuantas veces y se larga.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—pregunta Tom cuando llega y deja mi
vino y una botella de
agua sobre la mesa. No puedo hablar. Todavía estoy
recuperándome del ataque
de risa. Me seco las lágrimas de los ojos.
—Acabamos de encontrar el
talón de Aquiles de Ken —explica Kate
al ver que soy incapaz de
recobrar la compostura. Tom observa perplejo al
grupo de hienas muertas
de risa que se ha encontrado al volver. Georg se
encoge de hombros y da
unos tragos a su cerveza.
—Georg —digo ya algo más
calmada.
—¿Georg? —Tom arquea una
ceja.
Victoria interviene.
—¡A Ken le gusta Georg!
—exclama con entusiasmo.
Tom sacude la cabeza y
coge la botella de agua. Desenrosca el tapón
y da un sorbo.
—Toma, bebe un poco.
Me pone la botella debajo
de la nariz.
—No. —Arrugo la cara y la
aparto de mí.
—Bebe un poco de agua,
_____. Me lo agradecerás por la mañana.
—No quiero agua.
Me mira con el ceño
fruncido y todo el mundo observa nuestra
pequeña disputa. No
pienso discutir ahora. Le aparto el brazo estirado y
cojo el vino, levanto la
copa en su cara y le doy un trago. En realidad, me
lo bebo entero. Justo
cuando voy a dejarla de nuevo sobre la mesa, me paro
a mirar a Tom. Está
cabreado: tiene los labios apretados y sacude la
cabeza con desaprobación.
—No —repito con firmeza
para dejar clara mi respuesta. Ya me ha
fastidiado la noche de
superación. No va a decirme también lo que tengo
que beber.
—Adiós a la larga noche
de sexo apasionado —dice Georg sonriendo
con malicia, y Kate
empieza a partirse de risa.
—Vete a la mierda, Georg
—lo reprende Tom con un tono superserio.
Está muy disgustado, pero
yo estoy borracha y rebelde y me trae sin
cuidado.
Georg levanta las manos y
se aparta de inmediato. Al mismo tiempo,
Kate aprieta los labios
para aguantarse la risa y me lanza una miradita. Me
encojo de hombros. Me
pregunto si el Tom mandón y dominante le gustará
tanto como el caballeroso.
Gustav hace un gesto con
la cabeza y él y Victoria se apartan a un
rincón donde no podemos
oírlos. Por lo general es algo engreído y rebosa
seguridad en sí mismo,
pero parece tímido mientras Victoria charla
alegremente con él.
Gustav saca el móvil del bolsillo y empieza a teclear los
números que ella le
dicta. Cuando ha terminado, le muestra la pantalla para
que los compruebe. Un
hombre que no tiene intenciones de llamar no haría
eso. Qué interesante.
Apenas soy consciente de
la conversación que tiene lugar a mi
alrededor pero, de
repente, todo se nubla. No debería haberme tomado esa
última copa. Y lo he
hecho sólo por una chiquillada. Tom tiene razón,
joder. Mañana me
arrepentiré. El sonido de las voces se apaga y empiezo a
ver doble.
Sí, misión cumplida...
¡voy pedo!
Tom me pone la mano en el
cuello y me lo masajea por encima del
pelo mientras charla con
Georg. Cierro los ojos y agradezco su firme tacto
mientras trabaja mis
músculos. Es una sensación muy agradable. Si sigue
haciéndolo me dormiré.
Cuando abro los ojos, Tom
está delante de mí mirándome a los ojos
ebrios y sacudiendo la
cabeza.
—Venga, señorita, te
llevaré a casa.
Lo golpeo con el brazo
muerto.
—Estoy bien. —No va a
fastidiarme mi noche de superación. Oigo
que Kate y él intercambian
unas palabras. Después, me levanta del taburete
y me pone de pie.
—¿Puedes andar?
—pregunta.
—Pues claro, no estoy tan
borracha. —Sí que lo estoy. Y, por lo visto,
también tengo ganas de
discutir.
Todos desfilan ante mí y
me dan un beso en la mejilla mientras Tom
me sostiene. Qué
patético. Tras asegurarse de que me he despedido de
todos, me guía fuera del
bar. Me avergüenza admitirlo, pero si no me
estuviese sujetando de la
cintura me caería de bruces.
El aire fresco me golpea
y hace que me tambalee ligeramente, pero
Tom evita que me caiga y,
de pronto, siento el familiar confort de su
pecho contra mi mejilla
mientras me guía hacia su coche.
—No me vomitarás encima,
¿verdad? —pregunta.
—No —contesto indignada.
—¿Seguro? —Se echa a
reír, y las vibraciones de su pecho me
atraviesan.
—Estoy bien —balbuceo
contra su camisa.
Parece mi padre. ¿Podría
ser mi padre? No, ningún padre sobre la faz
de la tierra baila o
folla como Tom. ¡Vaya! ¡Mi mente ebria es una
indecente!.
—Vale, pero te
agradecería que me avisaras un momento antes de
hacerlo. Voy a meterte en
el coche.
—Que no voy a vomitar
—insisto.
Me mete en su coche y
siento el cuero frío en la espalda y en las
piernas cuando me deja
encima del asiento. Se inclina sobre mí y me
abrocha el cinturón. Su
aliento fresco invade mis orificios nasales. Soy
capaz de reconocerlo
hasta en este estado. Cuando se aparta, veo dos
Tom. Intento centrar la
vista y acabo viendo una enorme sonrisa.
—Hasta borracha eres
adorable. —Se agacha y me da un beso ligero
en los labios—. Voy a
llevarte a mi casa.
Parece que se han
desconectado todas mis funciones excepto la
capacidad de discutir.
—No voy a ir a tu casa
—digo arrastrando las palabras.
—Sí que vas a venir
—asevera.
Reconozco su tono severo
a pesar del sopor etílico. Aunque tampoco
es que le haga mucho
caso. La puerta del copiloto se cierra de un golpe y
Tom se sienta en seguida
ante el volante.
—No voy a ir, llévame a
mi casa.
—Olvídalo, _____. No voy
a dejarte sola en tu estado. Fin de la historia.
—Eres un mandón —me
quejo—. Quiero irme a casa. —Lo cierto es
que no sé qué quiero
hacer. ¿Qué más da dónde duerma esta noche? Pero
mi ebria testarudez se
empeña en acabar con todo atisbo de sensatez que
pueda quedar en mi
cerebro empapado de vino. ¡Quiero irme a mi casa y
punto!
Él se echa a reír.
—Ve acostumbrándote.
—¡No! —Me apoyo en el
reposacabezas y cierro los ojos. He
entendido esa frase lo
suficiente como para desafiarla. Me sorprende
conservar aún algo de
coherencia.
—Eres encantadora, pero
también te pones muy tonta cuando estás
borracha —gruñe.
—Me alegro —repongo con
arrogancia.
Arranca el coche y las
vibraciones del motor empiezan a revolverme
el estómago. Tom se ríe
en voz baja.
—¿Tom?
—¿Qué, ____?
—¿Cuántos años tienes?
—Qué pregunta más tonta. Aunque cejase en
su empeño de ocultarme su
edad, mañana no me acordaría.
Suspira.
—Veinticinco.
Estoy muy borracha y el
traqueteo del coche está empezando a
afectarme a pesar de
tener los ojos cerrados.
—No me importa cuántos
años tengas —farfullo.
—¿Ah, no?
—No. No me importa nada,
te quiero igual.
Antes de perder la consciencia, oigo que inspira
profundamente.
CAPITULO 20.-
«¡Ay!»
La luz me bombardea los
ojos sensibles y vuelvo a cerrarlos de nuevo.
Qué horror. Me doy media
vuelta y de inmediato soy consciente de que no
estoy en mi cama. Abro
los ojos de golpe y me siento. ¡Ay! ¡Au!
Me agarro la cabeza para
intentar mitigar el dolor. No funciona. Sólo
un disparo en el cerebro
aliviaría estos pinchazos. No hay nada que cure
esta resaca. Lo sé.
Miro a mi alrededor y
reconozco la estancia al instante. Estoy en la
suite principal del
Lusso. Vale, no tengo ni idea de cómo he llegado aquí.
Nunca había estado tan
borracha como para no acordarme de las cosas.
Pienso en lo que pasó
anoche y recuerdo la escena que montó Tom con el
pobre Petulante. Después
estuve bailando. Y también recuerdo que discutí
con él en los baños. Y
que luego volví a bailar. Ah, y que Ken se cabreó,
pero... nada más.
Me preguntaría cómo he
acabado aquí, pero si Tom estaba en el bar
no hace falta que me lo
plantee. Cojo las sábanas y las levanto para mirar
debajo. Tengo las bragas
y el sujetador puestos, así que no creo que
follásemos. Sonrío para
mis adentros.
Madre mía, necesito un
cepillo de dientes y un poco de agua
urgentemente. Me
incorporo con cautela y me quito las sábanas de encima.
El delicioso olor
corporal de Tom alcanza mis orificios nasales. Cada
movimiento que hago me
provoca un terrible dolor de cabeza y, cuando
consigo levantarme,
vestida sólo con la ropa interior, me tambaleo.
Todavía estoy borracha.
—¿Cómo está mi borrachita
esta mañana? —pregunta con aires de
superioridad. ¿Por qué no
impidió que siguiera bebiendo?
Se acerca a mí. Está
tremendo con esos bóxeres blancos y con pelo de
recién levantado. Yo debo
de estar horrible con el pelo suelto y el
maquillaje corrido.
—Fatal —confieso
malhumorada. ¿Ésa es mi voz? Estoy afónica.
Él se echa a reír. Si
pudiera coordinar mis movimientos, le daría un
bofetón. Me rodea con los
brazos, y yo agradezco el apoyo y hundo la
cabeza en su pecho.
Podría volver a dormirme perfectamente.
—¿Quieres desayunar?
—Comienza a acariciarme el pelo.
Incluso sus suaves
caricias me resultan insoportablemente estridentes,
y sólo pensar en comida
me dan ganas de vomitar. Debe de sentir mis
arcadas y mis convulsiones,
porque se echa a reír otra vez.
—¿Un poco de agua,
entonces?
—Sí, por favor —musito
contra su pecho.
—Ven aquí. —Me coge en
brazos, me lleva al piso de abajo, a la
cocina, y me coloca sobre
la encimera con suavidad.
—¡Joder! ¡Qué fría está!
Se echa a reír y me
suelta poco a poco, como si temiera que fuese a
caerme. Quizá lo haga. Me
encuentro fatal. Me agarro al borde de la
encimera para sujetarme y
me fijo, con los ojos entrecerrados, en que Tom
tiene que abrir casi
todos los armarios antes de dar con el que contiene los
vasos.—¿No sabes dónde
tienes los vasos?
Rebusca en un cajón y
saca un sobrecito blanco.
—Estoy aprendiendo. Mi
asistenta me lo explicó, pero estaba algo
distraído.
Rasga el sobre y vierte
su contenido en un vaso. Se le mueven los
músculos de la espalda
cuando coge una botella de agua de la nevera; llena
el vaso rápidamente y
vuelve a mi lado.
—Es Alka-Seltzer. Te
encontrarás mejor dentro de media hora.
Bébetelo.
Intento cogerlo, pero mis
brazos no se coordinan con mi cerebro. Sin
que le diga nada, se
cuela entre mis muslos y me pone el vaso en los labios.
Me lo bebo todo.
—¿Más?
Niego con la cabeza.
—No pienso volver a beber
en la vida —farfullo, y me dejo caer
contra su pecho.
—Me harías muy feliz. Te
vuelves muy beligerante cuando estás
borracha. —Me acaricia la
espalda.
—¿Sí? —No me acuerdo.
—Sí. Prométeme que no
llegarás a ese estado cuando yo no esté para
cuidarte.
—¿Discutimos? —pregunto.
Recuerdo la disputa en el baño, pero
hicimos las paces después
de eso.
Él suspira.
—No, renuncié al poder
temporalmente.
—Tuvo que costarte mucho
esfuerzo —respondo con sequedad.
Alarga el brazo y me tira
del tirante del sujetador.
—Pues sí, pero tú mereces
la pena. —Me besa el pelo, se aparta y
observa mi cuerpo
semidesnudo—. Me gusta verte con encaje —comenta
en voz baja al tiempo que
pasa el dedo por la parte superior de mis bragas
—. ¿Te apetece una ducha?
Yo asiento y le rodeo el
cuerpo con los brazos y las piernas cuando me
baja de la encimera.
Me lleva nuevamente en
brazos a la planta superior del ático, al baño,
y me deja en el suelo al
lado de la ducha. Me suelta durante un instante y
abre el agua. Me siento
floja. Cuando lo tengo delante otra vez, vuelvo a
dejarme caer sobre su
pecho.
—Te arrepientes de haber
bebido tanto, ¿no? —Me coge y me coloca
sobre el mueble del
lavabo—. Tengo bonitos recuerdos de ti sentada justo
aquí.
Frunzo el ceño, pero
entonces me doy cuenta de que nuestro primer
encuentro sexual tuvo
lugar aquí, la noche de la inauguración del Lusso.
Alzo la vista y veo que
me está mirando con sus ojos marrones.
—Por fin has conseguido
justo lo que querías, ¿verdad?
Me coge la cara entre las
manos.
—Iba a pasar antes o
después, _____.
Coge su cepillo de
dientes, pone un poco de pasta en él y lo pasa por
debajo del grifo.
—Abre la boca —me ordena.
Empieza a cepillarme los
dientes con suavidad mientras me sostiene
la barbilla con la otra
mano. Observo que se concentra en trazar leves
movimientos circulares
por toda mi boca, y de repente me viene a la
cabeza ese instante en la
pista de baile en el que me di cuenta de que estoy
enamorada de este hombre.
No estaba tan borracha cuando me vino a la
mente aquella revelación.
Mi objetivo de evitar precisamente esto se ha
visto frustrado. Me he
enamorado de este ser arrogante, persistente y
divino.
«¡Mierda!» Cojo sus
mejillas, cubiertas por una barba incipiente,
entre las manos, y me
mira. Tiene los labios ligeramente abiertos. Deja de
cepillar, vuelve la cara
hacia mi palma y la besa con ternura. Sí. Lo amo.
Joder, ¿qué voy a hacer ahora?
—Escupe —dice con su cara
todavía en mi mano.
La aparto y me inclino
sobre el lavabo. Me vacío la boca de pasta de
dientes y me vuelvo de
nuevo hacia él. Me pasa el pulgar por el labio y me
quita un poco de pasta
que me había dejado. Después se lo chupa para
limpiársela del dedo.
—Gracias —digo con voz
cascada.
En sus labios se dibuja
una media sonrisa.
—Lo hago tanto por mí
como por ti. —Sonríe y se inclina y me da un
beso suave y lento. Su
lengua penetra en mi boca con ternura. Yo me
derrito con un suspiro—.
Uno no vale para nada cuando tiene resaca.
¿Puedo hacer algo para
que te sientas mejor? —Me baja del mueble y me
deja de pie delante de
él. Me coge del culo y me sostiene.
—¿Tienes una pistola? —le
pregunto en serio. Así desaparecería mi
dolor de cabeza.
Él se ríe con ganas.
—¿Tanto te duele?
—Sí, ¿por qué te hace
tanta gracia?
—Tienes razón, perdona.
—Se pone serio y me acaricia la mejilla con
el dedo corazón—. Ahora
voy a hacer que te sientas mejor.
¡Vaya! Parece ser que el
alcohol no ha acabado por completo con mi
libido, porque todas y
cada una de mis deshidratadas terminaciones
nerviosas acaban de
volver a la vida. Debo de estar horrible, ¿y aun así él
empieza a tontear
conmigo? No estamos en las mismas condiciones. Él
está apetecible y delicioso
con ese pelo enmarañado de recién levantado y
un olor almizclado
mezclado con el aroma a agua fresca. Yo, en cambio,
tengo una resaca de
caballo y debo de parecer un espantapájaros, aunque a
él no parece importarle.
Me acerca las manos a la
espalda, me desabrocha el sujetador y me lo
quita. Se inclina y le da
un beso a cada pezón. Se me ponen duros al
instante con el breve
contacto de sus labios; mis pechos se transforman en
pesadas cargas sobre mi
torso. Ha conseguido que mi cuerpo olvide los
efectos secundarios del
alcohol y que ansíe, agitado, su tacto.
Cuando levanta la cabeza
y me besa, subo las manos por sus brazos
hasta que se hunden en su
suave mata de cabello castaño. Dios, cuánto he
echado esto de menos.
Sólo han sido cuatro días, y me aterroriza el hecho
de haberlo echado
tantísimo en falta.
—Eres adictiva —musita
contra mi boca—. Ahora vamos a hacer las
paces como es debido.
—¿No las hemos hecho ya?
—pregunto. Mi voz es un susurro ansioso.
—No oficialmente, pero
vamos a solucionarlo, nena.
Una oleada de temblores
me recorre el cuerpo cuando me besa la nariz
con suavidad y se postra
de rodillas delante de mí. Me sujeta las caderas
con sus enormes manos y
desliza el pulgar por debajo de mis bragas.
Me pongo tensa y espero,
pero no hace ademán de quitármelas. Bajo
la mirada y lo veo ahí,
arrodillado, con la frente apoyada en mi regazo, y
sumerjo los dedos en su
cabello castaño oscuro. Nos quedamos así una
eternidad, atrapados en
nuestro pequeño ensueño. Me limito a mirarlo
mientras me acaricia el
vientre con la frente una y otra vez.
Finalmente inspira hondo
y se acerca más. Me besa el ombligo y
permanece ahí unos
segundos hasta que empieza a deslizarme las bragas
por las piernas. Me da
unos golpecitos en el tobillo para ordenarme sin
hablar que levante el
pie, y hace lo mismo con el otro.
Sigue arrodillado delante
de mí, con la cerviz inclinada, y sé que algo
le ronda por la cabeza.
Le tiro un poco del pelo para sacarlo del estado de
ensoñación y alza la cara
para mirarme. Empieza a levantarse con las
arrugas de la frente muy
marcadas. Abre las manos sobre mi trasero y
vuelve a hundir la cabeza
en mi estómago para besarlo de nuevo. Está
actuando de una manera
extraña.
—¿Qué pasa? —No puedo
seguir guardándome la preocupación para
mí.
Él me mira y sonríe, pero
la sonrisa no le alcanza los ojos.
—Nada —dice de manera
poco convincente—. No pasa nada.
Justo cuando estoy a
punto de replicarle, entierra el rostro entre mis
muslos y se me doblan las
piernas.
—¡Hummm...! —Echo la
cabeza hacia atrás y me agarro con más
fuerza a su pelo. Con un
inesperado lametón, bloquea todos mis sentidos y
abandono las intenciones
de insistirle.
Me agarra de las caderas
y me hace dar un fuerte respingo. Él es lo
único que me sostiene.
Siento que su lengua caliente y entrenada traza
círculos alrededor de mi
hipersensible cúmulo de nervios y que lo rodea
con movimientos precisos
y lentos antes de hundirse en mi sexo. No se
deja ni un milímetro por
explorar.
—Necesito ducharme
—protesto.
—Y yo te necesito a ti
—gruñe pegado a mí.
Me derrito cuando aumenta
la presión y me clava los dedos en las
caderas. Me aprieto
contra su boca. Es sólo cuestión de segundos que
estalle en mil pedazos.
La presión que se concentra en mi entrepierna me
obliga a contener la
respiración; el corazón se me sale por la garganta.
—Tienes un sabor
delicioso. Dime que estás cerca.
—¡Estoy cerca! —jadeo sin
aliento. Joder, ¡estoy muy cerca!
—Parece que te has
levantado muy obediente.
Retira una mano de mi
cadera y hunde dos de sus dedos en mi sexo.
Acaba de ponerme en
órbita.
—¡Joder! —grito—. ¡Por
favor! —Debo de estar arrancándole el pelo.
—Esa... puta... boca —me
reprende entre intensas y constantes
caricias. No puede
reñirme por decir tacos en estos momentos. Es culpa
suya por ponerme en este
estado.
Ensancha mi abertura con
los dedos trazando círculos y empujando,
mientras me masajea el
clítoris y me lame los labios sensibles con la
lengua. Es una placentera
tortura a la que estaría sometida toda la vida, de
no ser por esa creciente
presión que exige liberarse.
—¡Tom! —grito con
desesperación.
Con unas cuantas caricias
más de sus dedos, de su pulgar y de su
lengua, me lanza por el
borde de un precipicio y desciendo en caída libre
hacia la nada. El dolor
que sentía en el cerebro deshidratado ha sido
sustituido por chispas de
placer. Estoy curada.
Me lame y me chupa lenta
y suavemente, hasta que mi cuerpo se
relaja y mis latidos
empiezan a estabilizarse. Yo dejo las palmas de las
manos sobre su cabeza y
dibujo pequeños círculos sobre su pelo.
—Eres el mejor remedio
para la resaca que existe —exhalo con un
suspiro de satisfacción.
—Y tú eres el mejor
remedio para todo —responde. Su lengua se
desliza hacia mi estómago
y asciende entre mis pechos mientras se pone de
pie. Continúa trepando
por mi cuello y me echa la cabeza hacia atrás con
un gruñido para lamerme
la garganta—. Hummm..., y ahora —dice, y me
besa la barbilla
suavemente—, voy a follarte en la ducha. —Me baja el
mentón para que mi cara
quede frente a la suya y me besa en los labios—.
¿Vale?
—Vale —accedo. Qué
pregunta más tonta. Llevo cuatro días sin él.
¿Dónde estaba? Prefiero
no preguntar. De todos modos, tampoco creo que
me diera una respuesta.
En lugar de eso, recorro despacio su maravilloso
pecho con las manos y me
fijo en la horrible cicatriz. Otra cosa que no creo
que quiera contarme.
—Ni se te ocurra
preguntar. ¿Qué tal va tu cabeza?
Aparto la mirada de la
cicatriz y la elevo hacia él. Me observa con
aire de advertencia. Será
mejor que no me enfrente a ese tono o a esa cara.
—Mejor —contesto. Y es
verdad. Su expresión se relaja y mira hacia
sus bóxeres.
Capto la indirecta y le
deslizo la mano por la cintura. Le acaricio el
vello con el dorso de la
mano y la paso por encima de su erección
matutina. Lo miro a los
ojos y veo que me estudia detenidamente. Cuando
me acerco más a él,
aprovecha la oportunidad para apoyar la frente en la
mía y me regala ese
aliento fresco que lo caracteriza.
El vapor de la ducha nos
rodea y la condensación nos cubre; me doy
cuenta de que su pecho
empieza a humedecerse. Me aferro a su piel, le
paso las manos por la
parte trasera de los calzoncillos y acaricio con las
palmas su extraordinario
culo prieto.
—Me encanta esto —susurro
mientras le masajeo las nalgas.
Él mueve la frente contra
la mía.
—Es todo tuyo, nena.
Sonrío, arrastro las
manos hacia la parte delantera de su cuerpo y le
agarro la gruesa y
palpitante excitación por la base.
—Y me encanta esto.
Él gruñe agradecido y me
reclama los labios. Me toma la boca con
posesión y me obliga a
soltar su erección y a volver a agarrarme de su
trasero. Me aprieta
contra su pecho y siento el fuerte impacto de su dureza
contra mi ingle. Empiezo
a excitarme de nuevo. La necesidad de tenerlo
dentro me obliga a
interrumpir nuestro beso y a tirar de sus calzoncillos
hasta que caen por sus
piernas largas y esbeltas. Aparta una mano de mi
culo para ayudarse y
pronto sus bóxeres revelan una tremenda erección que
me señala. Ansiosa, no
para de dar sacudidas. La gota de humedad que le
moja la punta me indica
que se aproxima un momento de conmoción. Y así
es. Pronto me agarra de
la cintura y me aprieta contra su cuerpo agitado.
—Rodéame la cintura con
los muslos —gruñe contra mi cuello
mientras lo chupa y lo
muerde. Yo obedezco sin vacilar y envuelvo su
cuerpo ansioso con las
piernas cuando me levanta y su excitación roza mi
entrada hinchada
obligándome a lanzar un grito de desesperación.
—Dios —jadeo.
Pega sus labios contra
los míos y gime cuando nuestras lenguas se
funden en una danza
ceremonial. Le acaricio con la mano la barba
incipiente mientras me
sujeta con un brazo alrededor de la cintura y nos
conduce a ambos hacia la
ducha. Inmediatamente, me empotra contra las
baldosas. Pega una mano
contra la pared por encima de mi cabeza mientras
me devora la boca y el
agua cae a nuestro alrededor.
—Esto va a ser intenso,
_____ —me advierte—. Puedes gritar.
Que Dios me ayude. Estoy
ardiendo y no tiene nada que ver con el
agua caliente que llueve
sobre nosotros. Me agarro a su espalda y noto que
retrocede, preparado para
penetrarme. Relajo los muslos para darle
espacio. Aparta la mano
de la pared y se guía hacia mi abertura. Me mira a
los ojos cuando la cabeza
de su erección entra en mí, y tiemblo.
—Tú y yo —dice, y me
busca los labios y me besa con ansia—. No
nos peleemos más. —Y con
un fuerte movimiento de caderas, embiste
hacia arriba y me llena
hasta el fondo. Con un rugido, apoya la mano de
nuevo en la pared junto a
mi cabeza.
—¡Dios! —grito.
—No, nena, soy yo
—masculla entre potentes arremetidas que me
empotran más y más contra
las baldosas de la pared—. Te gusta, ¿verdad?
Le clavo las uñas en la
piel para intentar agarrarme, pero el agua, que
no deja de caer sobre su
espalda, lo hace imposible.
—_____...
—¿Qué? —Dejo caer la
cabeza hacia atrás, jadeando y loca de placer,
mientras cada embestida
me empuja más hacia un éxtasis absoluto. Siento
sus labios sobre mi
garganta expuesta, que se deslizan en llamas sobre mi
piel mojada.
—Me encanta follarte
—gruñe contra mi cuello sin interrumpir su
ritmo intenso y voraz—.
¿Lo recuerdas ya? —Ah, ¡se trata de un polvo
recordatorio! No tiene de
qué preocuparse. Es imposible que me olvide de
algo así—. ¿Te has
acordado ya, _____? —ruge acompañando cada palabra
con un empujón.
—¡No lo había olvidado!
—grito indefensa ante sus arremetidas de
castigo contra mi cuerpo.
Le suelto la espalda
sabiendo que él me sostendrá y acerco su rostro al
mío. Aparto con las manos
el agua que corre por su cara. Levanta la vista
para mirarme.
—No se me había olvidado
—grito mientras me percute con fuerza.
Sentir cómo se mueve dentro
de mí, y sentir cómo tiembla con la
intensidad del movimiento
de nuestros cuerpos unidos, hace que tenga las
emociones a flor de piel.
Jadea e inclina la cabeza para reclamar mis
labios. Es un beso con
significado, y me derrito en él. Esto no ayuda en mi
intento de dominar mis
sentimientos. Gime en mi boca mientras le sujeto
la cara y absorbo la
pasión que emana de cada uno de los poros de su piel.
Él sigue embistiendo con
rapidez e insistencia.
Nuestra ansia mutua se
apodera de nosotros y alcanzo el punto de no
retorno. Cierro con
fuerza los muslos alrededor de sus caderas estrechas y
todos los músculos de mi
cuerpo se contraen esperando la descarga que se
avecina. Él vibra y
farfulla palabras sin sentido contra mi boca.
«¡Joder!»
Echa la cabeza hacia atrás.
—¡Joder!
—¡Tom, por favor!
—exclamo.
Esto comienza a rozar lo
insoportable. No sé qué hacer. Es demasiado.
Entonces levanta la
cabeza y me mira, con las pupilas dilatadas y los
párpados caídos. Me
preocupa un poco.
—¿Más fuerte, _____?
¿Qué? Joder, va a
partirme por la mitad.
—Contéstame —me exige.
—¡Sí! —chillo. ¿Es
posible hacerlo más fuerte?
Emite un gruñido gutural
y acelera sus embestidas con determinación,
a un ritmo que no creía
posible. Aprieto los muslos hasta sentir dolor, pero
al hacerlo aumenta la
fricción y, en consecuencia, el placer.
—¡Tom! —Supero el umbral,
estallo a su alrededor con un alarido.
El intenso gruñido que
escapa de sus labios indica que él me
acompaña; se mantiene
dentro de mí, hasta el fondo, y su cuerpo enorme
tiembla contra el mío.
Brama mi nombre y siento su cálida eyección dentro
de mí. Apoyo la cabeza
sobre su hombro. Mi corazón late a un ritmo
frenético.
«¡Madre mía!» Me sostiene
con un brazo, con la cara enterrada en mi
cuello y apoyando el
antebrazo en la pared. Se ha quedado sin aliento, y
mis músculos envuelven de
manera natural su miembro palpitante
mientras se sacude
suavemente dentro de mí. El agua sigue cayendo sobre
nosotros, pero nuestra
respiración entrecortada amortigua su sonido.
—Joder —resuella.
Suspiro. Sí, yo no lo
habría dicho mejor. Ha sido más que intenso. Me
tiembla hasta el cerebro,
y sé que no seré capaz de ponerme de pie si me
suelta. Como si me leyera
la mente, se vuelve, apoya la espalda en las
baldosas y se deja caer
resbalando por la pared. Me arrastra con él de
manera que acabo sentada
a horcajadas sobre su regazo en el suelo de la
ducha. Tengo la cara
pegada a su pecho y aún siento sus palpitaciones
dentro de mí.
Estoy exhausta. La resaca
ha desaparecido, pero se ha visto
reemplazada por un
agotamiento absoluto. Espero que no tenga prisa,
porque no pienso moverme
de aquí en un rato. Cierro los ojos y me relajo
pegada a su magnífico
cuerpo.
—Eres mía para siempre,
señorita —dice con dulzura mientras me
acaricia la espalda
mojada con las dos manos.
Abro los ojos y un
torrente de pensamientos invade mi cerebro
convaleciente, pero hay
uno que grita más fuerte: «Quiero serlo.» Pero no
lo digo. Soy consciente
de que el sexo es increíble y de que me quiere
precisamente por eso,
cosa que no me importaría si no estuviera tan
convencida de que se
acabará antes o después. El sexo a este nivel es algo
demasiado intenso. No
puede durar eternamente. Acabará enfriándose y
eso será todo. Pero
ahora, al darme cuenta de ello, me aterra pensar que
terminará por romperme el
corazón. Mi fuerza de voluntad es nula. No
puedo resistirme a él.
—¿Amigos? —pregunto, y
apoyo los labios sobre su pecho y le beso
alrededor del pezón.
—Amigos, nena.
Sonrío contra su torso.
—Me alegro.
—Yo también —dice con
suavidad—. Mucho.
—¿Dónde te habías metido?
—Eso no importa, _____.
—A mí sí —replico sin
agitarme.
—He vuelto. Eso es lo
único que importa. —Me coge del culo y me
acerca más a él. Sí, es
verdad. Pero no por ello siento menos curiosidad. Y
el hecho de que no me lo
quiera decir la aviva todavía más. ¿Dónde estaba?
—Dímelo —insisto.
—_____, olvídalo —dice
con voz severa.
Suspiro, me despego de su
pecho y lo miro apesadumbrada.
—Vale. Tengo que lavarme
el pelo.
Me aparta los mechones
mojados de la cara y me besa los labios.
—¿Tienes hambre ya?
La verdad es que sí. El
polvo resacoso me ha abierto un apetito voraz.
—Muchísima. —Me levanto y
cojo el champú—. ¿Esto es todo? —
Observo la botella, y
después a Tom—. ¿No tienes acondicionador?
—No, lo siento. —Se
levanta también del suelo de la ducha, me quita
el champú de las manos y
me echa un poco en el pelo—. Yo te lo lavo.
Cedo a sus deseos y dejo
que me lave el pelo. Me masajea la cabeza
con suavidad. Tendré que
lavármelo otra vez al llegar a casa porque
necesito usar acondicionador,
pero este champú huele a él, así que no me
importa. Cierro los ojos
y echo la cabeza hacia atrás para deleitarme en los
rítmicos movimientos de
sus manos.
Antes de lo que me
gustaría, me coloca debajo de la ducha para
enjuagarme la espuma.
—¿Qué coño es esto?
—farfulla.
—¿El qué? —Me vuelvo para
ver a qué se refiere. Me agarra
conmocionado y vuelve a
colocarme de espaldas a él.
—¡Esto!
Miro por encima de mi
hombro y lo veo contemplándome el trasero
con la boca abierta. Se
refiere a los restos de los moratones que me hice en
mi pequeña aventura en la
parte trasera de Margo. Por
la expresión de
horror de su rostro,
cualquiera diría que tengo una enfermedad de la piel.
Pongo los ojos en blanco.
—Me caí en la parte de
atrás de la furgoneta.
—¿Qué? —inquiere con
impaciencia.
—Estaba sujetando la
tarta en la parte de atrás —le recuerdo—. Me di
un par de golpes.
—¿Un par? —exclama
mientras me pasa la palma por el culo—. _____,
parece que te hayan usado
como balón de rugby.
Me echo a reír.
—No me duele.
—Se acabó lo de sujetar
tartas —sentencia—. Lo digo en serio.
—No seas exagerado.
Gruñe unas palabras
ininteligibles, se arrodilla y me da un beso en
cada nalga. Yo cierro los
ojos y suspiro.
—Ya hablaré yo con Kate
—añade, y sospecho que lo hará de verdad.
Se levanta otra vez, me
vuelve para ponerme frente a él y me aparta el
agua de la cara. Abro los
ojos y lo veo mirándome. Su rostro no delata
ninguna expresión, pero
sus ojos son otra historia. ¿Se ha cabreado porque
tengo unos cuantos
moratones? La última vez que se enfadó por algo así
desapareció cuatro días.
Se inclina, me besa la
clavícula, asciende por el cuello
acariciándomelo con la
lengua y me muerde el lóbulo de la oreja con
suavidad. Me estremezco
al sentir su aliento cálido. Joder, ¡podría empezar
otra vez!
—Después —susurra, y yo
gimo de decepción. Con él nunca tengo
suficiente—. Fuera
—ordena. Me da la vuelta, me agarra de la cintura por
detrás y me guía al
exterior de la ducha.
Permanezco callada
mientras dejo que me pase la toalla por todo el
cuerpo y por el pelo para
absorber el exceso de humedad. Está siendo muy
dulce y atento. Me gusta.
De hecho, me gusta demasiado.
—Ya está. —Se enrosca la
toalla alrededor de la cintura sin secarse.
Quiero ponerme de
puntillas y lamerle las gotas de agua que le
empapan los hombros, pero
me agarra de la mano y me conduce al
dormitorio antes de que
pueda llevar a cabo mis intenciones.
Observo la habitación.
¿Dónde está mi vestido? No puedo creer que
tenga que pasar la
vergüenza de salir de aquí con ese traje negro y corto.
Tras inspeccionar el
cuarto, miro a Tom. Me quedo atontada
contemplando cómo se pone
los pantalones.
—¿No te pones
calzoncillos? —pregunto.
Se coloca bien sus partes
y se sube la cremallera con una sonrisa
pícara.
—No, no quiero
obstrucciones innecesarias —dice con tono sugerente
y seguro de sí mismo.
Frunzo el ceño.
—¿Obstrucciones?
Se mete una camiseta
blanca e impoluta por la cabeza mojada y se
cubre los magníficos
abdominales. Sé que tengo la boca abierta.
—Sí, obstrucciones
—confirma sin añadir más. Se acerca a mi figura
desnuda, me agarra del
cuello y acerca mi rostro al suyo—. Vístete —
susurra, y me besa en los
labios con fuerza.
Tiene que dejar de hacer
esto si no quiere que me ponga cachonda otra
vez.
—¿Y mi vestido? —pregunto
contra sus labios.
Me suelta.
—No lo sé —dice con
desdén, y sale como si tal cosa de la habitación.
¿Qué? Tuvo que quitármelo
él, porque yo habría sido incapaz de
coordinar mis movimientos
para desnudarme. Vuelvo al cuarto de baño a
por mi ropa interior, al
menos eso sí que sé dónde está. No. No lo sé. Mi
sujetador y mis bragas
han desaparecido.
Vale, le gustan los
jueguecitos. Me acerco a su vestidor y cojo lo que
espero que sea la camisa
más cara de todo el perchero. Me la planto y bajo
la escalera. Está en la
cocina, sentado en la isla, metiendo los dedos en un
tarro de mantequilla de
cacahuete.
Me deslumbra con su
sonrisa cuando me mira con los labios cerrados
alrededor de un dedo
cubierto de mantequilla de cacahuete.
—Ven aquí —me ordena.
Estoy en el umbral de la
puerta, desnuda excepto por una larga camisa
blanca, y lo miro con el
ceño fruncido.
—No —respondo, y veo que
su sonrisa desaparece y sus labios
forman una línea recta.
—Ven... aquí —repite
subrayando cada palabra con intensidad.
—Dime dónde está el
vestido —exijo.
Me observa con los ojos
entreabiertos y deja el tarro de mantequilla
de cacahuete con firmeza
sobre la encimera. Aprieta la mandíbula y
empieza a golpetear con
ímpetu la isla mientras me fulmina con la mirada.
—Te doy tres segundos
—declara con voz sombría y cara seria.
Enarco las cejas.
—¿Tres segundos para qué?
—Para mover el culo hasta
aquí —contesta con tono feroz—. Tres.
Abro los ojos de par en
par. ¿Va en serio?
—¿Qué pasa si llegas al
cero?
—¿Quieres descubrirlo?
—Sigue completamente impasible—. Dos.
¿Qué? ¿Que si quiero
descubrirlo? Joder, no me está dando mucho
tiempo para pensármelo.
—Uno.
«¡Mierda!» Corro como un
rayo hacia sus brazos abiertos y me
estrello contra su duro
torso. La expresión de satisfacción que advierto en
su rostro antes de
enterrar la cabeza en su cuello no engaña. No sé qué
habría pasado si hubiera
llegado al cero, pero sé lo mucho que me gusta
que me rodee con los
brazos, así que no tenía mucho que pensar. Joder, qué
sensación tan
maravillosa. Restriego la nariz y la boca por sus pectorales y
le acaricio la espalda
con los dedos. Oigo sus lentos latidos. Exhala y se
pone de pie. Me coloca
sobre la encimera de la isla y se coloca entre mis
muslos con las manos
apoyadas sobre ellos.
—Me gusta tu camisa —dice
al tiempo que me frota las piernas.
—¿Es cara? —pregunto con
sorna.
—Mucho —sonríe. Ha
captado mis intenciones—. ¿Qué recuerdas de
anoche?
Vaya. Pues que estaba
como una cuba y más caliente que una mona
sobre la pista de baile y
que creo que me di cuenta de que estaba
enamorada de él. Pero no
es necesario que sepa esto último.
—Que bailas muy bien
—decido responder.
—No puedo evitarlo. Me
encanta Justin Timberlake —dice restándole
importancia—. ¿Qué más
recuerdas?
—¿Por? —pregunto
extrañada.
Suspira.
—¿Hasta cuándo recuerdas?
¿Adónde quiere ir a
parar?
—No recuerdo llegar a
casa, si es eso lo que quieres saber. Sé que
estaba muy borracha y que
fui una estúpida bebiéndome esa última copa.
—¿No recuerdas nada
después de salir del bar?
—No —admito. Nunca me
había pasado algo así.
—Es una lástima. —Sus
ojos apesadumbrados observan los míos y
parecen buscar algo en
ellos, pero no sé qué.
—¿El qué?
—Nada. —Se inclina, me
besa con ternura en los labios y me acaricia
la cara con las palmas de
las manos.
—¿Cuántos años tienes?
—le pregunto mirándolo directamente a los
ojos.
Vuelve a pegar sus labios
a los míos y me obliga a abrirlos pasando la
lengua alrededor de mi
boca lentamente antes de morderme el labio
inferior y de
introducirla con suavidad.
—Veintiséis —susurra, y
empieza a darme besitos por toda la boca.
—Te has saltado el
veinticinco —farfullo, y cierro los ojos con
satisfacción.
—No. Anoche me lo
preguntaste, pero no te acuerdas.
—Ah. ¿Después del bar?
Frota la nariz contra la
mía.
—Sí, después del bar. —Se
aparta y me acaricia el labio inferior con
el pulgar—. ¿Te
encuentras mejor?
—Sí, pero tienes que
darme de comer.
Se echa a reír y me
propina un beso casto en los labios.
—¿Ordena algo más su
Señoría?
—Sí —respondo con
altivez—. Devuélveme mi ropa.
Me mira con recelo y desliza
la mano en dirección a mi cadera. La
aprieta con fuerza y me
obliga a dar un brinco sobre el banco al tiempo que
lanzo un chillido.
—¿Quién manda aquí, ____?
—No sé a qué te refieres
—digo entre risas mientras sigue
haciéndome cosquillas en
mi punto débil.
—Me refiero a lo bien que
nos llevaríamos si aceptases quién manda
aquí.
No puedo soportarlo más.
—¡Tú! ¡Tú mandas!
Me suelta inmediatamente.
—Buena chica. —Me agarra
del pelo, tira de mí hacia su cara y me
besa con pasión—. Espero
que no se te olvide.
Me derrito en sus labios
y acepto su supuesto poder con un largo
suspiro. Se aparta de mí
demasiado pronto para mi gusto y me deja sobre la
encimera para regresar
unos minutos después con mi ropa interior, mi
vestido, mis zapatos y mi
bolso. Le lanzo una mirada asesina mientras me
lo entrega todo.
—No me mires así,
señorita. No vas a ponerte ese vestido otra vez,
eso te lo garantizo.
Ponte la camisa por encima. —Contempla el vestido
con desaprobación antes
de marcharse a la cocina para hacer una llamada.
Me echo a reír. ¿Quién
manda aquí? ¡Yo! ¡Yo mando! «¡Maníaco
controlador!» Me pongo la
ropa y registro el bolso para sacar las píldoras
anticonceptivas, pero no
las encuentro. Vacío todo el contenido sobre la
isla y busco entre todos
los trastos que llevo, pero no las cogí.
—¿Estás lista?
Me vuelvo hacia Tom, que
está en la entrada de la cocina
tendiéndome la mano.
—Un momento. —Vuelvo a
meterlo todo en el bolso y doy un salto
para tomar su mano.
—¿Has perdido algo?
—pregunta, y me guía por el ático.
—No, me las habré dejado
en casa. —Me mira con curiosidad—. Las
píldoras.
Levanta las cejas.
—Menos mal que no está
Cathy. Le daría un infarto si te viera con ese
vestido.
—¿Quién es Cathy?
—Mi asistenta. —Vuelve a
mirar mi vestido con desaprobación y
empieza a abrocharme los
botones de la camisa—. Mejor —concluye con
una sonrisita de
satisfacción.
Salimos del ascensor y me
arrastra por el vestíbulo del Lusso. Clive
nos mira perplejo.
—Buenos días, señor
Kaulitz —lo saluda alegremente—. Ya tienes
mejor aspecto, _____.
Tom saluda a Clive con la
cabeza pero no se detiene. Yo me pongo
como un tomate y sonrío
con dulzura mientras corro para seguirle el ritmo
a Tom. Qué vergüenza.
Dudo mucho que tenga mejor aspecto que anoche.
Tengo el pelo mojado, no
me he maquillado y llevo la misma ropa que
anoche con una camisa de
Tom encima.
Me mete en el Aston
Martin y me lleva a casa a la misma velocidad
vertiginosa de siempre
mientras Ian Brown acaricia mis oídos.
Una vez delante de casa
de Kate, bajo del coche y él sale para
despedirse en la acera.
Me sigue con la mirada hasta que me tiene delante y
me contempla con esos
maravillosos ojos marrones. No quiero que se vaya.
Quiero que me lleve de
vuelta a su castillo de ensueño y que me retenga
allí para siempre, en su
cama, con él dentro. Soy esclava de este hombre.
Me ha absorbido por
completo.
Doy un paso hacia
adelante, me aprieto contra su pecho e inclino la
cabeza para mirarlo. Él
está como si tal cosa, con las manos en los
bolsillos y mirándome con
los ojos brillantes cuando me pongo de
puntillas y le rozo los
labios con los míos. Al instante, se saca las manos de
los bolsillos, me
estrecha contra su pecho y me hunde la lengua en la boca,
reclamando la mía con
vehemencia. Y yo se la entrego sin rechistar. Le
rodeo el cuello con los
brazos y me dejo llevar mientras me aprieta y me
lame la boca, devorándome
por completo.
Perdida... estoy perdida.
Una vez satisfecho, se
aparta con un gran suspiro que me deja sin
respiración y deseando
mucho más. Me vuelvo sobre las piernas
tambaleantes y avanzo
hasta el portal de Kate. Debería sonreír. Estoy muy
contenta y satisfecha con
todo el sexo que he tenido, pero siento una
punzada difícil de
ignorar en el estómago.
Me doy la vuelta para ver
cómo se aleja con el coche, pero me lo
encuentro detrás de mí,
mirándome. Arrugo el ceño. ¿Qué hace? Como
venga a por otro beso de
despedida ya no lo suelto.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Te esperaré dentro.
—¿Adónde voy a ir?
—Te vienes conmigo al
trabajo —contesta como si ya debiera
saberlo.
¿Se va a trabajar? Pues
claro, los hoteles no cierran los fines de
semana, pero ¿qué voy a
hacer yo mientras él trabaja? Aunque, bien
pensado, ¿qué más da
mientras esté junto a él?
—Acabas de darme un beso
de despedida.
Esboza una sonrisa.
—No, _____. Sólo te he
besado —dice, y me aparta un mechón de pelo
mojado de la cara—.
Arréglate.
Ah, vale. No para de
darme órdenes y yo las acato sin rechistar. Soy
su esclava de verdad.
Entro en el salón, con
Tom detrás, y veo a Kate y a Georg tirados en el
sofá, convertidos en un
amasijo de brazos y piernas, semidesnudos y
comiendo cereales.
Ninguno de los dos hace el más mínimo esfuerzo por
intentar taparse.
—¡Eh, colega! —exclama
Georg al levantar la vista y ver a Tom,
quien, al comprobar que
está medio desnudo, lo mira con desaprobación—.
¿Cómo te encuentras,
______? —me pregunta.
Pongo los ojos en blanco.
«Pues... estaba fatal, pero después de que
Tom me haya follado hasta
perder el sentido me encuentro mucho mejor,
gracias.»
—Bien —contesto. Miro a
Kate y le indico con la mirada que se reúna
conmigo en mi cuarto
inmediatamente—. Me daré toda la prisa que pueda.
Dejo a Tom en el salón y
me retiro a mi habitación, donde me paseo
de un lado a otro
mientras espero a Kate. Las palabras de Victoria me
vuelven a la mente, y ahora
no sé qué hacer.
Entra en mi dormitorio;
tiene un aspecto horrible.
—¡Parece que alguien ha
estado follando! —dice entre risas.
La miro con recelo. Hay
algo que tengo que aclarar primero.
—¿Por qué le dijiste a
Georg dónde estaba? —le reprocho.
Se queda perpleja.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí... no... un poco.
—Bueno, no estoy enfadada en absoluto. Anoche
sí lo estaba un poco,
pero ya no. Me sonríe con sorna—. No me mires así,
Kate Matthews. ¿Qué ha
pasado entre Georg y tú?
—Es un encanto, ¿verdad?
—Me guiña un ojo—. Sólo nos estamos
divirtiendo un poco.
Bueno, sea sólo eso o no,
tiene que saberlo.
—Tienes que saber que
Victoria vio que una tía enfurecida le tiraba
un frappuccino
por
encima en Starbucks. —Me quito la camisa de Tom y
el vestido por la cabeza
y los tiro al suelo.
Kate pone los ojos en
blanco, recoge las prendas y las coloca sobre mi
cama antes de dejarse
caer sobre el edredón con la melena pelirroja
rodeándole el pálido
rostro.
—Ya lo sé. Es la loca de
su ex novia.
—¿Te lo ha contado? —digo
incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Sí, no pasa nada.
—Ah. —No puedo creer lo
tranquila que está. Todo le parece bien
siempre, nada la irrita
nunca.
Me mira.
—Tú no eres la única que
se está llevando lo suyo —dice muy en
serio. Me quedo
boquiabierta—. Lo llevas escrito en la cara, _____.
—Me voy con Tom a su
trabajo. —Cojo el secador e intento hacer
algo con mi pelo
desastroso.
—Diviértete —canturrea
cuando sale de mi cuarto. Pongo la cabeza
boca abajo y me seco del
todo la mata de pelo negro mientras intento
ignorar el hecho de que tengo
prisa por volver con Tom.
Cuando vuelvo a levantar
la cabeza frente al espejo, me lo encuentro
apoyado en el cabezal de
mi cama. Tiene los brazos cruzados por detrás de
la cabeza. Ocupa
prácticamente la totalidad de mi cama doble. Apago el
secador y me vuelvo hacia
sus ardientes ojos marrones. Quiero saltar sobre
esa cama y sobre él.
—Hola, nena —dice
mirándome de arriba abajo.
—Hola —respondo sonriendo
y con voz insinuante—. ¿Estás
cómodo?
Cambia de postura.
—No, últimamente sólo
estoy cómodo con una cosa debajo de mí. —
Mueve las cejas de forma
sugerente.
Esa mirada y esas
palabras hacen que me tiemblen las rodillas;
remolinos de necesidad
recorren cada milímetro de mi cuerpo. Lo miro
mientras se levanta de mi
cama y se aproxima lentamente. Una vez delante
de mí, me da la vuelta y
me pone de cara al armario. Estira el brazo por
encima de mi hombro,
rebusca entre mi ropa colgada y saca mi vestido
camisero de color crema.
—Ponte esto —me susurra
al oído—. Y ponte ropa interior de encaje.
Cierro los ojos con
fuerza. Había pensado en ponerme unos vaqueros
y una camiseta, pero no
me importa en absoluto ponerme lo que sugiere.
Estiro el brazo, le cojo
la percha de las manos y gimo un poco cuando, al
bajar el brazo, me roza
un pecho al tiempo que adelanta las caderas contra
mi trasero.
«¡Para, por Dios!»
—Date prisa —dice. Me da
una palmadita en el culo, se marcha y me
deja allí plantada, toda
temblorosa, con la única posibilidad de aferrarme al
vestido de color crema.
Me obligo a volver a la realidad, sacudo el cuerpo
y la cabeza ligeramente y
acabo de arreglarme.
Saco todos mis bolsos y
empiezo a buscar las píldoras, pero no las
encuentro por ninguna
parte. Kate está preparando té en la cocina, vestida
sólo con una camiseta.
—¿Has visto mis
pastillas? —pregunto mientras busco en un cajón
donde guardamos todo tipo
de trastos, desde pilas y cargadores de teléfono
hasta pintalabios y laca
de uñas.
—¿No están en tu bolso?
—No. —Cierro el cajón de
golpe con el ceño fruncido.
—¿Has mirado ya en todos
tus bolsos? —pregunta Kate, que sale de la
cocina con dos tazas de
té.
—Sí —contesto, y empiezo
a buscar en los demás cajones de la
cocina, aunque sé que es
imposible que estén con los cubiertos o los
utensilios.
—¿Qué pasa?
Alzo la vista y veo a Tom
en la puerta.
—No encuentro las
píldoras.
Pruebo, en vano, a
buscarlas en el bolso otra vez, pero no están.
—Luego las buscas, vamos.
—Me tiende la mano—. Me gusta tu
vestido —comenta, y me
mira de arriba abajo mientras camino hacia él.
Claro que sí... lo ha
elegido él.
Mete la mano por debajo
del dobladillo y me acaricia entre los muslos
con el dedo índice
mientras contempla cómo cierro los labios de golpe y
pego las manos a su
pecho. Sonríe con satisfacción, desliza el dedo por
debajo de la goma de mis
bragas y me acaricia el sexo con suavidad. Lanzo
un suspiro.
—Estás mojada —susurra, y
traza círculos con el dedo lentamente.
Tengo ganas de llorar de
placer—. Después. —Retira el dedo y se lo lame.
Lo miro mal.
—Tienes que dejar de
hacer eso.
—Jamás. —Se ríe y me saca
de un tirón de la cocina—. Despídete de
tu amiga.
—¡Adiós! —grito—. También
es amiga tuya, ¿verdad? —Todavía no
hemos hablado sobre la
pequeña conversación que tuvieron Kate y él
anoche en el bar. Me mira
con cara de no entender a qué me refiero—:
Anoche, en el bar, le
susurraste algo al oído —digo como si tal cosa.
Abre la puerta de la
calle y me insta a salir.
—Me echó la bronca por
haber desaparecido y me disculpé. No suelo
disculparme muy a menudo,
así que no te acostumbres.
Me echo a reír. La verdad
es que no le pega mucho lo de pedir perdón.
Pero conmigo lo ha hecho.
Aunque todavía no me ha explicado dónde se
metió durante esos días.
HOLA!!! BUENO AQUI ESTAN LOS SIG CAPS ... PREGUNTA ... CUANTOS AÑOS LE CALCULAN A TOM! COMENTEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))
Sigueeeeeee
ResponderBorrarTom esta muy sospechoso algo le esta ocultando a (Tn) y que edad tendrá Tom?? yo le calculo como 33.. espero los próximos caps me encanto!!!
ResponderBorrarSii Tom le oculta cosas a la rayis!! Donde habra esrado esos dias!!
ResponderBorrarYo le calculo 35 años..
Siguelaa :)
creo que tom le saco las pastillas ahahahaa
ResponderBorrarTom esta planiando algo :O
Vikki guarda mi número de tlfn qur no se porque no me deja hablarte +34678288158
ResponderBorrarPd: sigueeeeee que me muero por saber que va a pasarrrrr
Sube pronto :)
ResponderBorrar